La voluntad de poder constituye
la esencia misma de todo cuanto es, de todo cuanto vive. De este modo, el ser
que vive es una voluntad de poder, una cambiante variedad de fuerzas que pugnan
entre sí para asegurar la dominación.
A partir de esta voluntad cada individuo posee una perspectiva particular con
la cual interpreta y valora el mundo, en función de sus peculiares intereses
vitales. En este sentido, todo sujeto es esencialmente una voluntad dominadora
y creadora; un poder de valores que estructura y falsifica la realidad, al
interpretarla desde el ángulo exclusivo de sus conveniencias vitales.
De allí que, son falsas las pretensiones de una Verdad en sí como Ideal. Lo
no-verdad en sí se convierte en un poder al servicio de una nueva
interpretación del mundo, es la voluntad de poder que se constituye en esencia
de su propios valores. Esto conlleva a una transmutación, a un cambio de los
elementos que conforman el valor de nuestros valores.
No hay verdades absolutas. Las verdades no son otra cosa que interpretaciones,
perspectivas unilateralmente establecidas, que pretenden dar la medida a cuenta
de lo que se muestra en las demás. Tales verdades son ficciones perniciosas que
olvidándose que lo son, obstruyen y niegan el resto de las interpretaciones.
El sujeto como voluntad de poder destruye y niega una realidad dada, porque
afirma la vida como un devenir transformador. La verdadera afirmación no
prescinde de la negación, porque afirmar es crear. La voluntad de poder es
creación. Ya que, nuestro entorno, nuestra realidad no es algo dado de una vez
por todas, sino que es una realidad a descubrir, a interpretar, a valorar, a
falsificar, a crear.
Con la voluntad de poder, el error y la ilusión adquieren dignidad ontológica.
El ser es voluntad de poder, en tanto ésta es un perpetuo devenir, una
pluralidad siempre cambiante que ofrece infinitas posibilidades, oportunidades
de ser descifrada.
Entre estas interpretaciones el sujeto se manifiesta como Voluntad de Poder.
Así nuestro conocimiento de estas verdades es voluntad de poder. Nuestra
voluntad de poder se muestra de tres maneras, primero, como concepción del
mundo; segundo, como conflicto de las pasiones en la subjetividad; tercero,
como conflicto de fuerzas con el resto de otras voluntades de poder. En esto
consiste la ontología de la voluntad de poder
La voluntad de poder no es que la mujer o el hombre posean voluntad, capacidad
o poder para realizar tal o tal cosa. La mujer y el hombre son voluntad de
poder. Esto no significa que los individuos quieran el poder, éste no es una
meta que se propone alcanzar la voluntad, pues no es un deseo, ni una carencia.
La voluntad de poder es virtud creadora, disposición para hacer algo.
La voluntad de poder en el sujeto es un elemento móvil, variable, plástico, que
interpreta, modela, confiere sentido y da valor a las cosas. La voluntad de
poder es esencialmente artística, porque es creación, recreación,
interpretación. Tal creación es la voluntad de transfigurarse uno mismo, de
sobrepasarse constantemente. La voluntad de poder es querer ir más allá de uno
mismo. De crearse a uno mismo.
Es en esta disposición, en la cual nuestro propio querer nos arrastra más allá
de nosotros mismos reside el hecho de dominar, de tener poder, de estar abierto
en y al querer que nos empuja a sobrepasarnos. En este nuestro querer nos
sabemos más allá de nosotros mismos. Voluntad de poder es querer ser más.
En esta metamorfosis constante en que nos hallamos inmersos no hay un fin, una
meta para descansar en ella una vez alcanzada ésta. Por el contrario, en
la voluntad de poder que somos, hay una pluralidad de fines que jerarquizamos
conforme a nuestro dinamismo constantemente creador, constantemente destructor
y transformador. De esta modo, no hay una meta, un fin sino un devenir
constante.
Por ello, cuando alcanzamos una meta perseguida que da sentido a nuestra vida,
este estado de equilibrio es roto y volvemos a recomenzar, así garantizamos el
constante devenir de nuestro proyecto inacabado. Nuestra voluntad de poder es
siempre ruptura de equilibrio. La fuerza de ésta sobrepasa constantemente la
meta que nos asignamos.
La voluntad de poder, en tanto voluntad creadora de sobrepasarse, implica la
incesante transformación de nuestro propio ser. En esta transformación dejo de
ser el que soy para pasar a ser otro, y solo así soy el que verdaderamente soy.
Pues mi propia esencia consiste en la constante disolución de mi ser, como ser
acabado. La transformación nos abre así a la incesante metamorfosis, donde toda
nuestra identidad se disuelve en una múltiple creación.
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