jueves, 23 de enero de 2014

DESEOS E IDEALES LA CONFORMACIÓN DEL INDIVIDUO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Las ilusiones y las emociones tienen tanto valor para dirigir la conducta como lo tiene la razón, ambas no pueden ir separadas. La imaginación, por su parte, despoja a la realidad de su carácter de ser realidad; la despoja de todo lo malo y de todo lo bueno, a la experiencia la convierte en la no-experiencia, lo que le permite un nuevo re-comenzar.

En el ideal colectivo se fraguan las coincidencias de muchos individuos en un mismo afán de imaginación. Una manera de sentir y de pensar análoga va a converger un ideal común a todas estas personas. Tal ideal, por ser una creencia, puede contener una parte de error; en ello mismo le va su carácter de ideal, está expuesto a ser inexacto. No obstante, lo único malo es carecer de ideales, de aspiraciones, pues tal apática nos esclaviza a las contingencias de la vida inmediata.

Nuestras ideales, nuestras aspiraciones, deseos no siguen un ritmo uniforme en el curso de la vida individual o social; éstos palpitan dentro de todo esfuerzo realizado por un hombre o por una comunidad. Sin ideales es inexplicable el desarrollo de los individuos. Ya que los deseos son guías que constituyen el desarrollo de los individuos y las comunidades. Pues los acontecimientos cotidianos se transforman al calor de los ideales.

            De allí que el poeta diga “no caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque cumplió 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein, interpretaba como nadie a Chopin a los 90”

Los hechos de la vida cotidiana son puntos de partida; los ideales son como soles luminosos que alumbran y hacen el camino que nos planteamos. La imaginación enciende nuestros deseos para sobrepasar nuestra experiencia, se anticipa a nuestros resultados. Los deseos, la imaginación, la razón reflexiva son la fuerza de nuestro ethos que nos enfrenta a la mediocridad, que paraliza nuestras aspiraciones y deseos vitales de vivir.

El deseo creativo y la vida reflexiva dan el impulso hacia delante, hacia la búsqueda de esa conciencia que nos coloca ante el mundo. Lo que nos hace ver esa experiencia sumisa, esos prejuicios, esas domesticidades que nos limitan a las meras a las contingencias de un presente fatuo. El deseo y la razón imaginativa son indispensables para crear; encienden la chispa que luego la imaginación y la experiencia lúdico-estética convierte en la realidad en hoguera. La imitación creativa, por su parte, estructurará en otros aspectos los haceres colectivos.

Los idealistas, las aspiraciones, los deseos son inquietos, porque son algo que vive, son algo vivo. La apacible tendencia del conformismo se asienta en la estable inercia de lo carente de vida. Toda vida es inquieta. El impulso creativo anida en la vida, como lo hace el calor, el fuego arrebatador. Este impulso ilumina, mira en trescientos sesenta grados, no está domesticado por supersticiones ni del pasado, ni del presente, ni del futuro.

El deseo lúdico, creativo es florecimiento, es aurora que trabaja con entusiasmo para el presente que se convertirá en porvenir. No le da tregua a la molicie. El hombre anhela, se afiebra por el ideal que lo hace mover; hay que adquirir el fuego de Prometeo, y sin un ideal no se adquiere.  

Pero el ideal no puede quedarse en el individualismo, porque allí se moriría. El yo inquieto, no puede vivir en perenne soledad, es en lo social donde se desarrollará su afán creador, motivador. Pensar en un yo solitario, individual, es una exageración ilusa. Porque el ideal sólo se realiza en lo colectivo. Es la vida social quien le da calor al ideal; en caso contrario, es sólo un ideal muerto, frío, carente de estilo, sin firma.

La pasión activa es el atributo necesario para mover esa partícula de virtud, de belleza, de dignidad, de actitudes ante la vida. Se requiere un esfuerzo violento contra los prejuicios serviles, que nos conforman de aparentes verdades, de mentiras siempre aceptadas, de ideales falsos porque no son éticos, los cuales nos llevan a tener un ideal servil de nuestra propia falsa verdad. A través del cual alimentamos nuestro temperamento acomodaticio, que nos constituye en una vida guiada por el mero interés que brinda provecho material. Nos convertimos en seres parasitarios. Porque se vive de la carroña.

El propósito creativo admite ritmos afectivos, que encarrilan nuestra experiencia con el otro, los ideales se convierten así en acciones reflexivas. La vida, entonces, se hace atenta para no perder la más mínima agitación del mundo que la solicita. Porque ésta, la vida, es concebida en sus lecciones de la realidad como un procesos inacabado de educación.


Las aspiraciones fundadas en una eticidad imponen sus sueños, rompen las barreras que pone la misma realidad. Se aprende en la vida a distinguir lo que depende y lo que no depende de nosotros. Se aprender a aprender.  Vivir en nuestros propósitos, deseos es servirnos a nosotros mismos, nadie nos forzará a soñar sueños ajenos que nos impiden ascender hacia nuestro propio ser. El cual nos llevará a un ethos social como un producto de combinaciones compartidas de originalidades incesantemente multiplicadas.

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