jueves, 14 de septiembre de 2017

NUESTRAS ZONAS DE APEGOS O DESAPEGOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nuestro mundo de la experiencia se va haciendo familiar gracias a las interrelaciones que vamos estableciendo, y a nuestra capacidad interpretativa del mundo que nos rodea y en el cual interactuamos. En este mundo desarrollamos la confianza, el miedo, la certeza, la incertidumbre; todo lo interpretamos que acuerdo a los signos que codificamos como amigables o no.

En este sentido, comenzamos a desplegar lo que Vigotski llama la «zona de desarrollo próximo», la cual está constituida por el entorno y las actividades que somos capaces de ejecutar con la ayuda de los adultos más cercanos, pero que aún no somos capaces de realizar solos. Esto lo seguimos haciendo a lo largo de nuestra vida, por ejemplo, en un nuevo empleo desplegamos esta zona con ayuda de los amigos o con quienes tenemos empatía. Necesitamos el apoyo de los otros.

De esta manera, soportamos nuestra incertidumbre al estar acompañados, pero luego tendremos que soportarla a solas. Es un proceso de aprendizaje, en el cual generamos nuestra zona de desarrollo lejano o distante. Si estamos en un nuevo empleo, el despliegue de la zona de desarrollo próximo se manifiesta cuando aparece un objeto nuevo, una tarea o una persona nueva, en ese instante buscamos establecer contacto con la persona de mayor confianza, para leer en ésta si debemos aceptar la presencia del tal objeto o persona, o saber si estamos acorde con la nueva tarea asignada.

Si en la persona leemos en la expresión de seguridad, nosotros asumimos confianza, sonreímos y no tememos ir al encuentro de la novedad; pero si la persona hace un gesto de preocupación, nosotros nos cohibimos, buscamos un refugio interior. La interpretación que hagamos de la expresión de la otra persona es un comentario acerca del mundo, que vamos descubriendo y evaluando en el diálogo afectivo e informativo que tenemos con nuestro entorno.

Constantemente hacemos evaluaciones por nuestra cuenta y riesgo; pues estamos obligados a enfrentar los tumultos emocionales que se nos presentan día a día. Vivimos una realidad compartida la cual está conformada por diálogos minuciosos que nos proporcionan informaciones afectivo-cognitivas, con las cuales vamos construyendo nuestro mundo. Nos interesamos por la información cognitiva; pues pretendemos desglosar datos supuestamente objetivos para separarlos de los comentarios subjetivos o sentimentales. Sin embargo, no nos separamos de la afectividad. Ya que ésta es parte de nuestro constructo social.

Configuramos, de este modo, nuestro carácter básico de relación afectiva con el entorno. Puesto que desarrollamos una «confianza básica» con el entorno que nos es familiar, a partir de una relación primigenia que se fundamenta en una urdimbre afectiva. Confiamos en nuestro mundo más inmediato, sea éste la calle donde vivimos o el lugar donde trabajamos; y consideramos una selva llena de trampas y asechanzas a aquel otro mundo que desconocemos. Ambas interpretaciones se dan por nuestras experiencias primeras, fundadas en lo afectivo.

Vuelvo al ejemplo de cuando comenzamos un nuevo empleo o lo apreciamos cuando los nuevos estudiantes llegan a la universidad; en ambos casos buscamos establecer un diálogo minucioso y continúo con los nuevos compañeros. Con el fin de establecer una correspondencia funcional, sea este dialogo unas elocuentes pláticas o una conversación silenciosa y rápida. Necesitamos desplegar esa zona de proximidad, nos es necesaria, para ganar confianza y así desplazarnos en este nuevo ámbito en que nos encontramos.

En estas conversaciones sincronizamos miradas, palabras, gestos corporales… Buscamos establecer una realidad compartida, una armonía emocional que nos permita acercarnos y explorar lo que nos es desconocido y no-familiar. Buscamos información, apoyo mutuo para comprender esta nueva realidad en la que nos adentramos. En el caso de los estudiantes nuevos mutuamente buscan enseñarse a «cómo sentir», a «cuánto sentir» y «si hay que sentir algo» sobre las personas y  objetos del entorno. O buscamos a la persona que ya se desenvuelve en ese entorno para que nos enseñe eso.

A través de los datos que vamos recabando generamos episodios de cercanía o de ausencia, según la interacción con lo desconocido. La cercanía nos lleva al apego, a identificarnos o no con esta nueva zona, de esta manera la hacemos propia o la hacemos extraña. De acuerdo a la relación que establecemos generamos un modo afectivo, que define nuestra relación con la zona si es de proximidad o de lejanía. Hay lugares y personas con los cuales nunca nos sentimos identificados, nos son ajenos. En cambio, con otros establecemos una relación empática, familiar.

Esa relación determina el tipo de emociones que podemos sentir, serán de acercamiento, de rechazo o de indiferencia según consideremos al entorno. De este modo, conformamos nuestro mundo a partir de zonas afectivas; son referencias del vigor emocional que tenemos hacia ellas, lo que nos permite apartarnos o explorarlas; en ellas dominamos nuestros miedos y problemas o desplegamos nuestras alegrías y dichas.

Nuestra seguridad básica se funda en la certeza de esas zonas afectivas que nos son gratas. Nuestra experiencia se va construyendo con la representación e interacción activa de la realidad, la cual nos permite asimilar nuevas informaciones, seleccionarlas y producir ocurrencias para desplazarnos en ella. En este proceso desarrollamos nuestros modelos, patrones o esquemas, del mundo y con éstos nos enfrentamos a él. Estos modelos afectivos y cognitivos son las relaciones de apego o desapego que tenemos con las diversas zonas en que interactuamos.

A lo largo de nuestra vida elaboramos diversos modelos del mundo, en los cuales vamos incorporamos nuestra personalidad, organizamos nuestros pensamientos, emociones y conductas. Si hemos disfrutado de un apego seguro con nuestra zona de proximidad desarrollamos relaciones gratificantes, confiamos en la disponibilidad de las personas con las que nos relacionamos y regulamos nuestro malestar de manera adaptativa. Por el contrario, si nos desarrollamos una zona de proximidad insegura percibimos relaciones estrechas, adversas e insatisfactorias, desarrollamos un concepto devaluado de nosotros mismos y consideramos que somos incapaces de merecer atención y cuidado.

Una vez establecidos estos modelos o patrones operamos con ellos en nuestra experiencia diaria de manera consciente e inconsciente. Nos hacemos resistentes al cambio o lo aceptamos como algo natural. Ya que actuamos en función de estos modelos, en la asimilación de nuevas informaciones, con frecuencia solo percibimos aquello que corrobora nuestra forma de ver el mundo, esto es, de nuestro modelo de apego o desapego.

Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín

Twitter: @obeddelfin