jueves, 15 de agosto de 2013

UNA FILOSOFÍA PARA LA VIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La vida es estresante y complicada, nos angustia y nos confunde. Somos especialmente vulnerables cuando andamos escasos de confianza en nosotros mismos. Todo pierde significado en nuestra vida. Lo que necesitamos es construir o reconstruir visiones de la vida, filosóficas para planear la forma de salir de nuevo a la superficie de la vida.

Todos tenemos una filosofía de la vida, pero a veces no gozamos del privilegio o el tiempo libre necesario para sentarnos a esclarecer nuestra visión del mundo en que estamos inmersos. Nuestra filosofía de la vida la vamos construyendo sobre la marcha, es decir, sobre la vida misma. No hay otra manera. Nuestra experiencia personal es una gran maestra. Por ello es preciso reflexionar sobre nuestras experiencias.

Necesitamos pensar con una postura crítica, tras la búsqueda pautas de conductas para situarlas en el contexto general de nuestra vida. Con el fin de abrirnos caminos en este andar que es nuestra existencia. Comprender nuestra propia filosofía de la vida nos ayuda a resolver y abordar la diversidad de los problemas que nos acompañan a diario.

No obstante, nuestra propia filosofía también puede ser el origen de los problemas que padecemos. De modo que, debemos evaluar las ideas, las creencias, las opiniones, los razonamientos que sostenemos. Con el objeto de modelar y construir una visión de la vida que obre a favor nuestro, y no en contra.

Todos somos capaces de cambiar nuestras ideas, creencias, opiniones que obstaculizan la resolución de nuestros problemas. La Consultoría y Asesoría Filosófica le ayuda a cómo hacerlo, a cómo llevarlo a cabo. Todos contamos con un conjunto de principios que es nuestro punto de partida en la vida. Tanto si somos conscientes de estos principios, como si no.

No estamos solos en este mundo. Por eso tomamos de las fuentes filosóficas todo cuanto nos sirva para aprender de ellas. Con el fin de encontrar nuestra forma de ver el mundo más efectiva y que nos dé resultado. Para esto tenemos que asumir pensar por nuestra cuenta.

Esto exige pensar con claridad y agudeza, lo cual no está fuera de su alcance. Todos, con el debido incentivo, somos capaces de pensar por nosotros mismos. Cada uno de nosotros tenemos nuestro propio esquema filosófico. El cual deseamos explorar en profundidad y expresarlo con más claridad.

En la Consultoría Filosófica aplicamos la filosofía a los problemas cotidianos de la vida; sea ésta personal, social o profesional: Tratamos sobre los problemas a los que nos enfrentamos en la vida cotidiana. Tratamos sobre los problemas que todo ser humano encara, tales como la manera de conducir las relaciones personales y sociales, de vivir con ética, de plantearse la muerte, de enfrentarse a un cambio profesional y de encontrar sentido a la existencia.

Nos inspiramos en las más grandes filosofías para enseñarle a abordar los aspectos más importantes de la vida. Nosotros hacemos uso una sabiduría puesta a prueba por el tiempo, la adaptamos específicamente para ayudarle en su problema particular.


El Asesor Filosófico actúa como un coach, para ayudarlo a sacar a la superficie e iluminar sus propias ideas. Posiblemente, sugiera otras ideas que lo ayuden a enriquecer. Lo que Usted obtiene después de abordar desde una visión filosófica el problema que le concierne es: Una forma duradera y arraigada de vida propia, para hacer frente a cualquier obstáculo que surja en su camino, ahora y en el futuro. Encuentra su verdadero espíritu mediante la construcción de su propia filosofía de vida. A vivir con plenitud e integridad en un mundo que cada vez resulta más desafiante.

NUESTRAS DECISIONES SON NUESTRAS POSIBILIDADES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Siempre tenemos la posibilidad de elegir entre lo intelectivo, lo irascible o lo apetitivo. En cada elección hay una acción. Si elige lo irascible la elección tiende hacia el fuego; si es lo apetitivo la elección tiende a los placeres del cuerpo. Si se elige lo intelectivo la elección tiende a hacia los aspectos del conocimiento. Ahora bien, todas estas elecciones son movidas, en primera instancias, por el deseo propio. Si no es movida por nuestro deseo, no es una elección. Puede ser que se cumpla una orden, pero una orden no nace de mi deseo, de mí querer.

 Este deseo, este mi querer algo constituye mi libre albedrío, que implica una posibilidad de elección. Esta posibilidad de elección se genera por nuestra voluntad. Sea definida ésta como el principio racional de la acción, en el cual la voluntad es la apetencia racional; o en la apetencia irascible o apetitiva. En este sentido nuestra voluntad es el principio de nuestra acción general, esto es, la apetencia, la inclinación a hacer algo. Esta última acepción está ligada a nuestro libre albedrío. A nuestro poder de elegir. A nuestra energía de movernos.

       Por esto en la voluntad radicamos lo que depende de nosotros. Que posteriormente  asentamos la voluntad en la razón es otro asunto. De allí que cuando empezamos a razonar nos asaltan las dudas, el ir y venir de nuestro razonar, o no dejamos llevar por impulsos de la imaginación. Pero lo fundamental es que ya nos movimos. Abrimos la posibilidad a nuestra vida.

La libertad de la voluntad nos abre la dimensión intelectiva, irascible y apetitiva de nosotros como sujetos de acción. Que la libertad intelectiva tienda a la introspección es un movimiento de posibilidades; Así como lo es el libre albedrío que está en comunión con lo irascible y apetecible. Reitero la voluntad es movida por el deseo, sea éste intelectivo, irascible o apetitivo. El deseo es el principio de movimiento, de posibilidad, el principio de: el yo quiero. La acción de este yo quiero es la libertad. Un acto que puede o no convertirse en reflexión; ya que de alguna manera uno sabe lo que quiere. Al respecto, este querer es un acto voluntario.

El acto involuntario, por el contrario, es la acción que no está conforme a la libre voluntad. Es acción carente de voluntad propia. En el cual queda comprometida la acción libre de elección y el grado cualitativo de nuestra libertad. Hablamos de que algo depende de nosotros cuando damos a entender que lo que acontece o ha acontecido ha estado sometido a nuestra voluntad, y que ha llega a acontecer o no porque lo hemos querido.

Por otra parte, podemos señalar la existencia de actos a-voluntarios, que en su naturaleza no son propiamente acciones. Ya que es una mera potencia de actuar, sin ninguna razón con respecto al acto cumplido, un actuar indiferente.

Debemos señalar que nuestra libertad siempre es limitada, es decir, finita. Ya que la posibilidad de elección está condicionada por lo corporal, por el entorno, entre otros aspectos. De aquí que la idea de la libertad en el hombre sea un proyecto inacabado, un tender a. Pero un proyecto que nunca se ha de abandonar.

Por ejemplo, la libertad desde la perspectiva moral tiene su causa en el conjunto de normas y creencias que rigen las acciones del individuo en concordancia o no con el entorno social. Por su parte, la libertad con relación a la razón y el bien tiene su razón causal en la libertad intelectiva, que mira a la inteligencia y al bien.

La posibilidad la asociamos a la elección, ésta a voluntad, y la voluntad a la libertad. Y en esto fundamos lo que depende de nosotros. La voluntad es dueña de sí misma, aun en el caso de que se vea forzada a decidir respecto a una cosa ajena. Todo lo que de ella proviene y se hace por la voluntad, depende de nosotros. Poco importa que se actúe en sí o fuera de sí. Lo que por encima de todo depende de nosotros es  lo que la nuestra voluntad quiere y realiza con libertad.

Entonces, el ejercicio de la voluntad es poder. Poder, en este caso, significa «nuestro poder» el poder de nuestra voluntad. El poder de determinar nuestras posibilidades, nuestras acciones. Ser libre es ser poderoso.

Por el contrario, la persona mutilada por fortunas adversas, por compulsiones, pasiones, experiencias, por la naturaleza…, no dispone de sí mismo, no tiene gobierno sobre sí mismo. Tal impedimento del poder propio es impedido por la actividad errática de nuestra racionalidad, de nuestras emociones, por las causas del entorno. De allí que es necesario adquirir el poder de gobernarse por sí misma.

Toda persona es principio de sí misma. Su naturaleza le impulsa a realizar acciones, esto es a constituirse asimismo en un principio autónomo. Nosotros elegimos.


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viernes, 2 de agosto de 2013

PLOTINO: PARTICIPACIÓN Y CONTEMPLACIÓN DE LA BELLEZA ARTÍSTICA

Plotino determina tres grados de existencia contemplativa hacia la belleza. Al respecto expresa:

"Todos los hombres, desde su comienzo, se sirven de los sentidos antes que de la inteligencia, recibiendo, por tanto, primeramente la impresión de las cosas sensible. Unos se quedan aquí y, ya a lo largo de su vida, creen que las cosas sensibles son las primeras y las últimas… los otros se limitan a elevarse un poco por encima de las cosas inferiores, debido a que la parte superior del alma les lleva a lo agradable a lo hermoso; no obstante, incapaces de mirar hacia lo alto y dado que no tienen otro punto en qué fijarse se precipitan con su nombre de virtud en la acción práctica al elegir las cosas de aquí abajo… Pero hay una tercera raza de hombres, divinos por la superioridad de su poder y la agudeza de su visión; estos hombres ven con mirada penetrante al resplandor que proviene de lo alto, elevándose hacía allí sobre las nubes y las sombras de aquí abajo"[1]


Es sus diferentes grados la participación y contemplación de la belleza está reservada a las almas bellas. Pues sólo éstas están en capacidad de hacer la conversión hacia  lo bello.

Lo bello es permanente. Pues está en su naturaleza ser eterno e inmutable. Las cosas bellas y el alma bella que las conforma constituyen una misma realidad. Pues no cabe duda, que ambos son bellos. “Despertando del cuerpo y volviendo a mí mismo, saliéndome de las otras cosas y entrando en mí mismo, veo una Belleza extraordinariamente maravillosa”[2].

  El alma se hace creadora, al desplegarse por la acción de la belleza conduciéndose hacia las alturas divinas. Al participar y contemplar se eleva hacia la belleza primera, hasta alcanzar el objeto de su deseo. 

DE LA BELLEZA ARTÍSTICA

El objeto bello es manifestación del alma bella. Pues ésta es causa de aquel. El alma bella al modelar y darle forma a la cosa sensible la hace figura bella[3]. De este modo, la figura participa de la belleza y se hace una con ésta, porque participar de la belleza es hacerse cosa bella. Ya que sólo las cosas bellas participan de la belleza.

La belleza de la cosa es el alma misma[4]. En la obra de arte, el artista da forma a lo sensible conformándolo en unidad. El alma da belleza a la cosa, al dejar su impronta marcada en la cosa. El alma al transmitir la belleza a la cosa, ésta se hace comunión con aquella.

La participación en la naturaleza del alma no consiste en que el alma descienda hacia el cuerpo y se abandoné a sí misma, sino que es el cuerpo el que se eleva a ella a modo de participación, está claro que debe decirse, con aquellos filósofos, que es la naturaleza corporal la que viene hasta el alma; es ella precisamente la que participa de la vida y del alma, pero en general no llegando hasta ahí por un mero desplazamiento, sino haciéndose común, de algún modo, con el alma misma[5]  

La participación, en el caso de la belleza visual, está en la impronta que deja el alma en la obra de arte. En ésta permanece la acción del artista y ésta la refleja. En el caso de la belleza auditiva, la impronta es puesta directamente en el alma del otro. Y permanece en éste. En este sentido, la participación es finita en el espacio-tiempo. Propiamente cuando la obra de arte se está realizando. No obstante, la obra sigue participando de la belleza porque ha quedado fijada la impronta. El artista trae lo corporal al alma y lo hace participar de ésta.

La materia, ciertamente, no poseía esta forma, que se encontraba en el pensamiento del artista antes de haber llegado a la piedra. Y se encontraba en é, no porque dispusiese de ojos y manos, sino por su misma participación en el arte. He aquí, pues, que esta belleza superior se daba como presupuesta en el arte; porque la belleza que vino a la piedra no es en modo alguno la que aparece en el arte[6] 

El objeto sensible participa de la belleza porque del alma del artista emana hacia él y lo conforma, le transmite su belleza arropándolo con ella. 

La contemplación, por su parte, consiste en el disfrute de la causa que conforma la belleza. Es otro modo de participar de la belleza es el goce estético. Éste en el mundo sensible se inicia con el disfrute de la belleza interior que conforma la obra de arte, y se profundiza progresivamente, según el alma de quien contempla, hasta la belleza esencial de las cosas[7].

Un alma bella al contemplar las cosas bellas, que son de su mismo origen, se emociona y tiene remembranza de lo que es bello en sí[8]. Se reconoce en una naturaleza semejante a la suya, al ser cautivada por aquello que la ha conformado. Sólo entre las cosas que son bellas se da la contemplación de la belleza. Por esto, el alma al advertir la belleza en un cuerpo no se prenda de lo corporal, sino que se remite a la belleza interior, de la cual es el cuerpo es reflejo[9]

La contemplación es el contacto y encuentro que se da entre las almas bellas. Porque sólo el sujeto que tiene un alma bella puede contemplar y gozar de una obra bella. Lo semejante contempla lo semejante. El goce de la belleza es inmanente al alma. Por ello ésta percibe intuitivamente la causa conformadora de la obra de arte.

La contemplación se produce directamente entre el alma y la cosa bella. La belleza se devela a primera vista, entonces el alma se pronuncia reconociendo a ésta, y la admite dentro de sí ajustándose a ella[10]. El alma al reconocer la belleza se entrega a ella, y está tomando posesión del cuerpo lo hace uno y homogéneo, “da al todo la misma belleza que a las partes”[11].

La contemplación está conformada por dos grados de contemplativos. Si se ha contemplado la belleza superior, la belleza sensible se percibe como una representación de aquella, y por ésta se siente afecto que contiene la añoranza por aquella otra. Pero si sólo se ha contemplado la belleza sensible, ésta aparece como si fuese la belleza verdadera. Plotino lo expresa de la siguiente manera:

Si partiendo de la de aquí abajo han alcanzado reminiscencia de la de allá, no sienten por la de aquí más que el cariño que se siente por una imagen; pero si no ha alcanzado reminiscencia de la de allá, la de aquí abajo se le presenta como verdadera por su ignorancia del origen de su sentimiento

Por tanto, para apreciar la belleza verdadera se debe superar el estado de ignorancia sensible, que es la que hace creer que la belleza sensible es la verdadera. 

La contemplación y participación están constituidas, en primera instancia, por dos diversos grados. La contemplación del objeto bello y la contemplación de la belleza superior.
§  Bellezas superiores
§  Belleza intelectiva superior
§  Belleza intelectiva inferior
§  Belleza artística
§  Participación
§  Del alma bella
§  De la cosa bella
§  Contemplación
§  Belleza del alma
§  Belleza del objeto

La belleza por ser un compuesto dual es cosa animada. Puesto que tiene su causa en el alma. Entre las cosas bellas, el cuerpo viviente es el más bello y produce el mayor placer. “Un hombre siendo feo pero vivo es más hermoso que la estatua de un hombre bello… y más deseable porque tiene un alma, y tiene un alma a la vez porque posee la forma del Bien”[12].

De la contemplación y participación, tenemos:
§  Las cosas bellas tienen su causa en el alma.
§  Las cosas bellas son bellas porque el alma las conforma.
§  El alma bella reconoce la belleza en las cosas porque son semejantes.
§  El alma que no es bella no reconoce lo que es bello.
§  Si un alma bella no reconoce la belleza en una cosa es que ésta no es bella.

Toda alma bella reconoce lo que es bello, pues de “antemano las almas tienen apetencia de la Belleza en sí, en que saben reconocerla, en que están emparentadas con ella y en que se dan cuenta instintivamente de su afinidad con ella, creo que atinaría con la verdadera causa”[13].


[1] Plotino. Enéada V 9, 1, p. 180.
[2] Plotino. Enéada IV 8, 1, 1-2.
[3] Cfr. Plotino. Enéada V 9, 2, p. 182.
[4] Cfr. Plotino. Enéada V 8, 1, p. 156.
[5] Plotino. Enéada VI 4, 16, p. 205.
[6] Plotino. Enéada V 8, 1, pp. 155-156.
[7] Plotino. Enéada V 8, 8, p. 169.
[8] Cfr. Plotino. Enéada I 6, 2, 8-11.
[9] Cfr. Plotino Enéada V I, 7, 22, p. 305.
[10] Cfr. Plotino. Enéada I 6, 2, 1-5.
[11] Plotino. Enéada I 6, 2, 23-29.
[12] Plotino. Enéada VI 7, 22, p. 306.
[13] Plotino. Enéada III 5, 1, 16-20.