martes, 28 de octubre de 2014

LA CONSTRUCCIÓN DE RELACIONES CON EL OTRO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Al construir nuestras relaciones establecemos determinaciones, aunque éstas no se hagan de manera explicitas.  Por ejemplo, en nuestras relaciones sociales establecemos el cumplir las promesas que hacemos a los demás. De esta manera, logramos sobre los demás cierta influencia, ya que al cumplir nuestras resoluciones y promesas damos votos de confianza mutuos. Además, tratamos de ser mejores y actuar mejor. Por ello, al no cumplir nuestras promesas deterioramos nuestras relaciones y nuestra influencia. Por lo que, jamás debemos hacer una promesa que no vamos a cumplir.

En la conformación de relaciones interpersonales se hace necesario concentrarse en el área de influencia que uno posee. Porque al enfocarnos en hacer algo favorable con respecto a las cuestiones que podemos abordar, ampliamos nuestra área de acción. Nuestras áreas de acción o influencia las podemos fortalecer al cambiar nuestros hábitos de actuar y de pensar. Por supuesto, aquellos que estén resultando inadecuados. Al cambiar hábitos desfavorables cambiamos nuestros métodos de acción.

Si nuestras relaciones son sinceras se fundan en la amistad. Aunque ésta tiene grados. No somos amigos de todos por igual o de igual manera, eso bien lo sabemos. Cuando vivimos según la amistad estamos fomentando la interdependencia de la vida, ya que confiamos en las relaciones humanas. Por el contrario, desconfiamos de técnicas superficiales de relaciones humanas y de fórmulas manipuladoras, sean para alcanzar pseudo relaciones personales que solo pretenden un mero éxito individual.

Si nuestras relaciones interpersonales son fundadas en la amistad suponemos lo mejor en los demás. Nadie establece una relación suponiendo que el otro lo va a dañar. Suponemos la «buena fe» que da buenos frutos en una relación. Actuamos, entonces, según el supuesto de que nosotros y los demás queremos y pensamos poner lo mejor de cada uno. Si nos abocamos en este sentido, podemos ejercer una influencia favorable para lograr que aflore lo mejor que hay en cada uno de nosotros. Que cada uno de nosotros planteamos una relación de oportunidades para todos.

No obstante, muchas veces nuestras formas de juzgar y medir a los otros afectan de antemano las relaciones. Estos prejuicios provienen, a menudo, de nuestras propias inseguridades y frustraciones. Esto nos debe lleva a estar pendiente de esas realidades cambiantes y complejas que nos conforman. Ya que toda persona posee diversas dimensiones y potencialidades, algunas son evidentes y otras latentes.

Es más fácil juzgar o enjuiciar al otro o  a los otros. Aun cuando lo primero que tenemos a mano somos nosotros mismos. Partiendo del hecho que lo que tenemos a manos somos nosotros mismo procuremos, primero comprendernos a nosotros, y luego a los demás. Así llegaremos, por un camino distinto, primero comprender a los demás y después a ser comprendidos por los otros.

De allí, que cuando nos comunicamos con otro debemos y tenemos que prestarle toda nuestra atención, es decir, estar totalmente presentes. Para no llegar a establecer un «simulacro automático de diálogo». Cuando estamos presentes para el otro podemos llegar a tener empatía con esa persona, podemos llegar a ver las cosas desde el punto de vista del otro. La gente solo acepta la influencia de otra persona cuando siente que esa persona la comprende.

Un aspecto muy minimizado en nuestras relaciones es el no recompensar las actitudes honestas. Incluso, a veces, no comulgamos con las preguntas honestas y francas, pues censuramos, juzgamos y abochornamos a los demás cuando hacen este tipo de preguntas. De esta manera, hemos aprendido a cubrirnos y a protegernos de no preguntar. Cuando, por el contrario, la tendencia constructiva a la crítica constituye un factor fundamental para una comunicación honesta.

Toda comunicación constructiva debe ser comprensiva, más no blandengue. Cuando se empleas respuestas comprensivas es porque hemos generado empatía, hemos reflexionado sobre el pensar-hacer de la otra persona. Cuando esto se da suceden tres cosas, a saber: Primero, se adquiere una mayor comprensión y claridad sobre las dificultades y las diferencias con respecto a la otra persona. Segundo, se gana un nuevo crecimiento respecto a la interdependencia responsable. Tercero, se construye un ámbito de confianza real en la relación.

El conjunto de respuestas comprensivas alcanza su mayor valor cuando alguien quiere hablar sobre una situación cargada de emociones encontradas. Muy propio de las relaciones laborales cuando llegan al punto peligroso del estrés; ya que acá las relaciones interpersonales y laborales están en entre dicho, son endebles y caóticas. En esta situación de zona roja, las respuestas comprensivas corresponden más a una actitud que a una técnica.



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martes, 21 de octubre de 2014

DEL LENGUAJE SENCILLO Y FÁCIL A LA ESTUPIDEZ DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Por lo general, consideramos que a la gente hay que hablarle de manera sencilla y fácil para que entienda, y esto que es una verdad muy arraigada nos parece muy loable. Ensalzamos tal acometido, lo aplaudimos y todos estamos de acuerdo en ello. Así tiene que ser para que la gente entienda.  

El niño va al preescolar y hay que hablarle con un lenguaje fácil y llano; lo me dice cuando en los seis años que le corresponde pasar en la primaria; en la secundaria se repite la misma verdad del lenguaje llano, algunos alumnos desgraciadamente no terminan la secundaria; en el nivel universitario vuelve a aparecer la necesidad del lenguaje sencillo, incluso algunos profesores ya ni indican fuentes documentales para no complicar al alumno. A aquellos que culminaron sus estudios universitarios, de secundaria y los que no lo hicieron hay que seguir hablándoles en un lenguaje sencillo.

A los profesionales o no en el campo laboral hay que hablarles con un lenguaje sencillo y claro, y uno se pregunta ¿cuándo será el momento de hablarles con un lenguaje profundo y significativo? ¿De dónde ha aparecido esta verdad del lenguaje sencillo y llano? ¿Por qué se ha instaurado tal verdad? ¿Y quiénes son estos que promulgan tal verdad?

Quienes promulgan la necesidad de tal lenguaje deben ser individuos superiores a los otros. Unos sumos sacerdotes que poseen un discurso no accesible a profanos, y por tanto deben darles a éstos miserables algo que ellos puedan entender en su ignorancia. Esto es, un lenguaje sencillo y claro. Pues están convencidos que la gente es incapaz de entender la profundidad de su discurso. Creen que la gente es pendeja, como decía Facundo Cabral.
           
Eso es lo que se oculta en tal verdad. Que Ortega y Gasset haya dicho que «la cortesía del filósofo es la claridad» que no quiere decir que el pensador español haya convertido el tal lenguaje fácil y llano en una verdad; tal vez cuando dijo eso tenía en mente a Heidegger. Quien no es muy accesible en su lenguaje, pero están hablando entre iguales.

Retorno a la interrogante, ¿cuándo será el momento de hablarle a la gente con un lenguaje profundo y significativo? Nunca dirán estos sumos sacerdotes del lenguaje llano, porque nunca lo entenderán. Según estos gurús supremos a toda la gente hay que hablarles como tontos, porque así es como entienden. Y todos nos creemos esta verdad y la repetimos como si fuese un salmo bíblico.

Que hay cosas que no se entienden ni a la primera ni a la segunda, es cierto. Quien lo niega. Pero de allí a no hacer ningún esfuerzo por entender es entregarse a la estupidez, a esperar que los sumos sacerdotes tengan la dignidad de darme su jarabe de lenguaje simplón, a esperar que éstos en desde su sabiduría me iluminen con su sencillez. «Pero no te esfuerzo hijo mío que tú nunca entenderás».

Es un discurso de racismo intelectual y colonial. Donde una elite del lenguaje nos ofrece a la periferia sus favores e indulgencias, para que nosotros podemos entender estos que ellos atesoran. Con esto del lenguaje llano y fácil vamos asesinando a la educación, al discurso, al buen hablar, a la inteligencia de la gente. Un estudiante universitario habla peor que un caletero, y además se jacta de ello con mucho orgullo. No podemos distinguir qué nivel de educación tienen cuando dos personas hablan. E incluso es obligatorio el hacer uso del lenguaje llano y fácil.

En esta obligación, porque deviene de una verdad, nos hemos extraviado. Hemos considerado una mera forma discursiva como una verdad, y así hemos establecido una frontera de conocimiento. Allá los que desde un lenguaje fácil y llano nos ofrecen su sabiduría y acá los que recibimos ese don; y no nosotros, que hemos recibido esa bendición llana y fácil, repetiremos más llano y fácil tal discurso, lo volveremos más empobrecido.

El sujeto se desarrolla en el esfuerzo. No tenemos otra manera de hacerlo, sin las determinaciones, sin los obstáculos nosotros no desarrollamos músculos ni corporales ni intelectuales. Solo el trabajo que contiene en sí el reto de superación nos impulsa a fortalecernos. Entonces, ¿por qué esa verdad de un lenguaje fácil y llano? Como si el aprendizaje fuese una comida rápida y desechable.

Que hay cosas difíciles nadie lo niega. La vida misma nunca es fácil, de allí los retos y el desarrollo que obtenemos de ese trajinar diario. La molicie corporal y mental nunca conduce a nada productivo. Como dice Hinckley «la permisividad nunca genera grandeza». Es necesario para nuestro desarrollo personal y social que invirtamos esfuerzo intelectual y corporal en nuestra formación.

Nosotros entendemos, posiblemente no a la primera, pero llegamos a entender cuando nuestro deseo de superarnos es parte de nosotros mismos. Por eso no necesitamos permanentemente de un lenguaje fácil y llano, eso solo se basa en una mentira construida. Quienes promueven la necesidad permanente de un lenguaje fácil y llano consideran a los otros unos mediocres. Ya lo decía Oscar Wilde, quien sabía mucho de eso, «el vicio supremo es la superficialidad».  



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viernes, 17 de octubre de 2014

LA AMISTAD EN LA CONFORMACIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En la Ética a Nicómaco[1] dirá Aristóteles que la amistad “es lo más necesario para la vida”. Y que ésta es una virtud o está acompañada de virtud.  En ambos casos, la amistad es un pensar-hacer fundamental para y en la conformación del sujeto. No es concebible el sujeto solo, aquel que fatuamente dice primero yo, segundo yo y tercero yo. Este será, en todo caso, un imbécil.   

Y continúa el filósofo, “En efecto, sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes; incluso los que poseen riquezas, autoridad o poder parece que necesitan sobre todo amigos”. ¿Quién se concibe a sí mismo solo? Privado de cualquier contacto con otra persona, con la cual poder conversar, de poder enviarle un mensaje de texto o escribirse mutuamente a través de facebook. Así uno de los mayores castigos que ha podido concebir el hombre es el aislamiento, el exilio, el destierro, la prisión, esto es, apartar al sujeto de los suyos. Quitar la tierra en que ha morado el individuo.

En todas nuestras circunstancias convivimos con nuestros semejantes. Ahora bien, “en la pobreza y en las demás desgracias, consideramos a los amigos como el único refugio”, nos dice el Estagirita. Pues son ellos a quienes buscamos. Incluso aquellas personas soberbias y engreídas terminan claudicando sino ante la amistad, por lo menos ante la necesidad del otro; que en última instancia es lo que nos conduce a establecer nuestros lazos de amistad. Por ejemplo, la necesidad de jugar, en nuestra infancia, con otros niños; o de contar algo interesante que nos sucedió da lugar a la conversación que puede abrir las compuertas de la amistad.

Pues todos necesitamos de la ayuda del otro para guardarnos de nuestros errores en esta vida, o para contar y festejar nuestras alegrías. Necesitamos del otro a causa de nuestra debilidad; de la asistencia que podemos prestar y podemos dar; de la ayuda que necesitamos para realizar nuestras acciones. Y como dice Aristóteles “los que están en la flor de la vida les prestan su apoyo para las nobles acciones” a aquellos que necesitan de la ayuda necesaria.

            Ya que “con amigos los hombres están más capacitados para pensar y actuar”. Nuestro pensar-hacer se conforma en la amistad, y no como bestias solitarias. Pensar en soledad es un buen hacer, pero si este pensar no se manifiesta en la conversación termina por convertirse en algo estéril. Y no sólo el pensar, sino el sujeto mismo. Pues como interpretó Heidegger a Aristóteles el hombre es un ser del habla, del hablar, de dialogar. Porque en hablar le va gran parte de la vida al sujeto.

El sujeto necesita conversar, decir sus cosas o las cosas que a él le interesan. Luego va aprendiendo que el otro también quiere decir cosas, y en este oírse mutuamente se va tejiendo la amistad. Por ello, cuando alguien siente que reiteradamente el otro no lo escucha, aquel termina por alejarse de esa persona que no lo atiende. Ya que considera que esa persona no está abierta a la atención recíproca, no está abierta a la amistad. Pues la amistad consiste en un abrirse al otro, a ese «tender la mano», que significa estoy dispuesto a.

Nuestro pensar-hacer no es algo individual, aun cuando nuestra historia personal lo sea y nos pertenezca. Nuestro pensar-hacer se conforma con los otros. Es un algo social y colectivo. Un algo en que estamos inmersos con los otros y con los otros lo construimos. Y eso es la amistad.  Pues en este viaje que es la vida “puede uno observar cuan familiar y amigo es todo hombre para todo hombre”. Aun cuando la enemistad también tenga su existencia en esta vida.  Porque como dice Calamaro, «igual somos amigos, porque para enemigos hay un montón de gente corriente» 

Nos desarmamos ante los otros porque la amistad así lo exige. El otro es nuestro y uno es del otro. De Edimburgo a Caracas, la amistad no es sólo un aliento sino una realidad, con toda la convicción que la emoción nos depara. Por ello, “la amistad es no sólo necesaria, sino también hermosa” dijo Aristóteles. La amistad sigue, por todas partes, dando a cada uno de nosotros muchos de sus instantes.

            En la amistad nos hacemos semejantes unos a otros en medio de nuestras diferencias. En la amistad nos amamos, y aunque parezca contradictorio también, muchas veces, terminamos odiándonos. Porque como decía el oscuro de Efeso, «la armonía más hermosa procede de tonos diferentes». La amistad nos permite airear nuestro ser, sin medias tintas; y que el tiempo que muchas veces nos separa en la distancia sea sólo un soplo pasajero. Pues, “tener muchos amigos se considera como una de las cosas mejores” decía el Estagirita.

Cicerón, por su parte, nos dijo que “la amistad es más hija de la naturaleza que de la necesidad, y más de la aplicación del ánimo con cierto sentido de amar, que del pensamiento de las utilidades que podrá traer”. Pues necesitamos irremediablemente del otro, tenemos necesidad de él, está en nuestra naturaleza. Así Ovidio, en Las Heroidas, dará apertura al conjunto de cartas haciendo solicitar de “Penélope, tu esposa desdichada, ¡Oh tardo y perezoso Ulises mío! Esta te escribe; pero no respondas. En lugar de respuesta ven tu mismo”.


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[1] Tengo presente para las citas: Ética Nicomáquea, Libro VIII, “Sobre la amistad”, Madrid, Editorial Gredós, 1993.  

jueves, 16 de octubre de 2014

LA FATIGA Y LA DESMORALIZACIÓN EN LA CONFIGURACIÓN DEL ANTI-SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La mayor parte de nuestras comunicaciones, sean éstas personales, organizacionales, comunitarias o empresariales, se rigen por valores, principios y opiniones sociales. De allí que muchas conversaciones —familiares o comerciales— estén atascadas en medio de pantanos sociales. Ya que se enfocan, generalmente, en construir una imagen o en dar una impresión correcta de acuerdo a aquellos valores y opiniones sociales.

En vez de reunir a la gente adecuada en el momento oportuno, en aceptar los volubles disposiciones de ánimos que conforman a las personas, las iniciativas comunicacionales se centran, a menudo, en cómo perfeccionar tales procesos de comunicación, o en capacitar a la gente en la técnica de escuchar y explicar claramente su punto de vista.  Otros se enfocan en las mecánicas para resolver problemas y en cómo desarrollar equipos de trabajo eficaces. Estos esfuerzos de capacitación fundados en buenas intenciones intentan crear un espíritu eficiencia.

No obstante, nuestra cultura individual y social está tan centrada en defender posiciones alcanzadas y en el poder coercitivo de la “mano dura” que nos resistimos a esas iniciativas. Somos escépticos a tales esfuerzos de capacitación. De allí que muchas iniciativas se perciban como algo dramático y desesperado, o como un frenético esfuerzo para lograr que sucedan cosas buenas.

Este modo de cultura nos fatiga y desmoraliza gradualmente. Las cuestiones de supervivencia, de salario y seguridad dominan sobre las otras actividades del individuo, y éstas nos van desgastando poco a poco. Muchos se adaptan a esta cultura y buscan satisfacer sus necesidades humanas fuera del trabajo, puesto que en éste ya no hallan una satisfacción placentera e intrínseca. Mantenemos el trabajo para financiar otras actividades que consideramos más satisfactorias, el trabajo es un mal que tengo que soportar. Pero ¿podemos encontrar satisfacción real en otras actividades cuando el fantasma del trabajo nos acecha? O ¿solo estas evadiendo una realidad momentáneamente? Es un hacer grotesco.

Cuando cultivamos nuestro pensar-hacer en principios construimos nuestros cimientos dentro de las personas y de las relaciones que establecemos con éstas. Los esfuerzos por mejorar las comunicaciones tendrán un valor permanente, éstas se construirán sobre el fundamento de la confianza. Y ésta se funda en la confiabilidad personal y social. No en culturas de posiciones alcanzadas ni en el poder coercitivo.

En nuestra vida personal y laboral, todos queremos ejercer una influencia favorable sobre otras personas. ¿Cómo podemos influir éticamente en otras personas? Aspectos a considerar podrían ser: Enseñar con el ejemplo, ya que los demás ven lo que hacemos. Construir relaciones en las que uno cuide del otro, los demás sienten que son tratados como personas. Ejercer de enseñante por medio de instrucciones, los otros oyen si le dices cosas de interés.

Tomemos el caso de enseñar con el ejemplo, puesto que los demás ven lo que nosotros hacemos. ¿Quién soy yo y como actúo? Si voy a enseñar con el ejemplo debo abstenerme de ser displicente conmigo mismo y con los otros. Por otra parte, debo dejar de decir solo cosas desfavorables o negativas. No decir solo cosas negativas o no ser displicente hacia los otros es una forma de dar ejemplo.

La paciencia, ese ser escurridizo, es necesaria practicarla con nosotros y  los demás. Cuando vivimos momentos de tensión, que es a diario, nuestra impaciencia aflora, y en ese momento podemos decir cosas que en realidad no pensamos ni intentamos decir, cosas completamente desproporcionadas respecto a la realidad. Se cuenta que Mark Twain era famoso por su temperamento colérico, por lo que costaba poco provocarle; y cuando se molestaba con alguien su opción de réplica era escribir una carta mordaz, la que guardaba en el abrigo durante tres días. Si pasados estos tres días seguía enojado, la echaba al correo. No obstante, por lo general transcurridos estos tres días su enfado se había disipado y quemaba la carta.

Las acciones cometidas bajo el impulso de la impaciencia nos puede dejar, a nosotros y a los demás, resentimientos. La paciencia es diligencia emocional a través de la emoción y la actitud. La paciencia acepta la realidad de los procesos y de los ciclos sociales.

Es necesario distinguir entre la persona y su labor. Pues podemos desaprobar la tarea mediocre de alguien; pero debemos tener en cuenta que es una persona. Ya que tenemos que comunicarnos con él para apoyarlo a que cree una idea de su propio valor y de su estima, las cuales están al margen de nuestros prejuicios. Poder comunicarse con alguien para hacerle ver su valor intrínseco, nos da el sentido de nuestro valor intrínseco.

Debemos escoger respuestas asertivas y proactiva. Debemos estar atentos al vínculo que conecta lo que sabemos con lo que hacemos. Al escoger nuestras respuestas de manera asertiva actuamos en perspectiva, para decidir nuestras acciones. Esto significa que asumimos la responsabilidad por nuestras actitudes y acciones, es decir, que somos los agentes de nuestro hacer.



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jueves, 9 de octubre de 2014

EL VÉRTIGO DE NUESTRAS PASIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La contradicción es incita al sujeto. Ésta existe y es irremediable en nuestro pensar-hacer cotidiano. Por una parte, nos morimos de amor, de pena, de ganas, de miedo, de aburrimiento, incluso nos morimos de morirnos. Sin embargo, pese a esta eficacia de nuestras emociones la «anestesia afectiva», no sentir nada, nos da pavor. Nos gusta y disfrutamos el vértigo de nuestras pasiones. Por ello, en parte, vivimos en nuestro propio laberinto pasional.

En esta contradicción en que nos movemos y existimos alumbra y, a la vez, oscurece nuestras vidas. Aunque decimos que aspiramos a una paz, a una serenidad esto no parece ser  verdad. Ya que no aspiramos a ninguna tranquilidad beatífica. Queremos estar, a la vez, satisfechos e insatisfechos, ensimismados y alterados, en calma y en tensión. No nos quedamos quietos aunque deseamos reposar. He allí lo humano.

Por ello, no somos capaces de soportar la ausencia de estímulos y emociones por tiempo prolongado. Somos consumidores permanentes de emociones. No obstante, aunque entregados al estremecimiento nos da pánico estar siempre en ese estremecimiento. La rutina nos aburre incansablemente, pero la novedad constante nos asusta en su permanencia. Miramos constantemente a nuestro derredor para ver que nos llama la atención.

Estas contradicciones de nuestra vida afectiva nos llenan de perplejidad. No sabemos qué hacer con ellas. Nos encontramos tristes, alegres, deprimidos, furiosos, como si algo nos hubiese extraviado previamente. A veces, no sentimos lo que queremos sentir, y otras sentimos lo que no queremos. Queremos y no queremos.  

Somos recelosos cuando queremos ser confiados, deprimidos cuando alegres, asustados cuando valerosos. Ay de este pobre mono desnudo que somos. Nos angustian, por ejemplo, necios miedos que no tienen ni razón ni remedio, o padecemos dolores verdaderos por la ausencia de bienes falsos. Vivimos una vida verdadera en medio de falsedades, o una vida falsa en medio de verdades. A un lado la razón, al otro la emoción.

Nos quejamos de esta normal enajenación. No terminamos de saber ni de entender en cuál lado de la vida queremos vivir, si es en algún lado. Y siempre acabamos volviendo a nuestro laberinto pasional. No hace falta una comprensión afectiva de lo que nos pasa. Pero ¿para qué empeñarse en conocer los sentimientos? ¿Cuál es la meta y qué lo justifica?

Tal vez, porque parece que es lo único que nos interesa, si atendemos al discurso emotivista. Pero lo cierto es que parece una falsedad. Ya que la cuestión parece ir en dirección opuesta. No nos interesen nuestros sentimientos. Lo que sucede es nuestros sentimientos son lo que nos hace percibir lo interesante, eso que nos afecta. Son un medio para nuestras contradicciones, nos inducen al placer, al disfrute.

Todo lo demás nos resulta indiferente. De allí que a veces nuestro interés se revierte sobre nuestro propio sentir, sobre nuestro propio padecer; y se detiene en éste de manera perezosa. Entonces observamos nuestras palpitaciones afectivas con interés desmesurado, como si allí nos fuese la vida.

¿Qué hacemos con nuestros sentimientos? La ciencia de las enfermedades, esto es la patología, significa «ciencia de los afectos», ya que esto es lo que significa pathos en griego, de la cual derivamos la palabra afectos. Esto quiere decir que padecemos nuestros sentimientos. Éstos son fuerzas, bestias, demonios que desde todos lados nos atacan.

Nuestras emociones nos zarandean, nos hunden e inflaman. Hasta un sentimiento tan pacífico como la calma nos invade, y no nos damos cuenta. No elegimos nuestros amores, ni nuestros odios, ni las envidias. No obstante, nos identificamos con ellos como algo propio; las hacemos algo íntimo y espontáneo. Algo que nos pertenece y no queremos abandonar. Porque en ello nos va la vida. 

Tropezamos con la paradoja que es nuestra vida. En el centro de mi propia vida, de mi personalidad, en la pasión de mi pasión, habita un inventor de ocurrencias que me tiraniza como si fuera algo que me posee y es extraño a mí.

Lo que veo en mi entorno es una larga tarea teórica y práctica, para aprender a desaprender mis miedos, para aprender a amar y para no tomarme demasiado en serio, como dice Calamaro para tomarme hasta el pelo. Para reivindicarme como propiedad y crearme toda la belleza y la nobleza de la que no he prestado atención a las cosas; para arrepentirme de la miseria y del horror que es mi herencia nuestra. Entonces, ¿qué quedará de mí?

Tal vez, algo que no soy y que no me interesa defender. Si me quedo sin mis contradicciones, entonces ¿qué seré? O ¿qué llegaré a ser? Tal vez algún otro, un desconocido. Sin las contradicciones que me constituyen no soy nada. ¿Por qué tengo que renunciar a ellas? ¿En nombre de qué armonía beatífica? ¿En nombre de qué bienestar insípido y añejo?    


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martes, 7 de octubre de 2014

DE NUESTRAS RELACIONES HUMANAS O INHUMANAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando no establecemos bien una relación, no son suficiente el mayor número de palabras posibles para comunicar lo que queremos decir, porque los significados e intenciones  no se encuentran en las palabras, sino en las personas. La persona antecede a la palabra. Por esto, la relación persona a persona es fundamental para establecer una comunicación eficaz. No una teoría de comunicación. 

Cuando ponemos por delante el respeto y la consideración hacia la persona, empezamos a establecer relaciones eficaces con otras personas. Por tanto, comenzamos a cambiar el carácter y la disposición de nuestra comunicación con ellas. Empezamos a construir confianza recíproca.

Llevar a cabo relaciones armoniosas y comprensión mutua es tarea difícil. Pues todos vivimos en dos mundos, por una parte, vivimos un mundo privado, subjetivo, dentro de nuestras cabezas, a éste lo  llamamos nuestra personalidad. Por otra, vivimos un mundo exterior, intersubjetivo, de convenciones, este es nuestro mundo social.

Entre estos dos mundos tenemos, por lo general, experiencias que cambian nuestro marco de referencia, sea éste el subjetivo o intersubjetivo. Experiencias que nos hacen cambiar nuestra visualizamos del mundo. Cuando así sucede nuestro comportamiento cambia, y a través de éste reflejamos un nuevo marco referencial. Un marco donde se interrelaciona lo subjetivo y lo intersubjetivo.  Cambiamos nuestro comportamiento cuando cambiamos nuestro marco de referencia. De este modo asumimos nuevos roles o responsabilidades, o emplazamos nuevas situaciones.

Ahora bien, en este cambio de comportamiento, que debe de estar signado por un proceso de reflexión emotiva, se ha de plantear la habilidad de la comunicación desde dos niveles. En primer término, desde la parte visible, la cual equivale a la habilidad de comunicarse, de entablar conversaciones, de interactuar con los otros. En segundo lugar, la parte que representa el nivel de nuestra actitud motivacional, en la cual radica la base de nuestro pensar-hacer.

Para alcanzar mejoras significativas y de largo plazo en nuestra capacidad de comunicación es necesario que trabajemos en ambos niveles, el de nuestra habilidad y el de nuestra actitud motivacional fundada en nuestro pensar-hacer. En este proceso de aprendizaje, el camino para poder avanzar de lo que hoy somos a lo que querremos ser, es aceptar reflexivamente lo que hoy somos. Ya que esto nos permite visualizar si no queremos o no podemos emprender este proceso de aprendizaje, o no queremos asumir una actitud para mejorar nuestras maneras de relacionarnos con los demás. Se basa en la sinceridad con nosotros mismos.

Puesto que, la comunicación eficaz y mutua exige que aprehendamos tanto el contenido como la intención de ésta; debemos tratar de comprender la intención de la comunicación sin prejuzgar ni rechazar el contenido de ésta. Además, debemos aprender a hablar en los lenguajes de la reflexión y la emoción, ya que éstos están implícitos en toda relación entre las personas.

Construimos conversaciones eficaces si prestamos total atención al otro, esto es, estamos presentes por completo a los requerimientos de la persona que nos habla. Por otra parte, suspender la posible opinión que uno tenga, para tratar de ver las cosas desde el punto de vista del otro exige valentía, paciencia y seguridad en nuestra personalidad.

Esto significa estar abierto a nuevas enseñanzas y a cambios posibles, introducirnos en el pensar-hacer de los demás para ver el mundo como intenta el otro que lo veamos. Esto conlleva a que uno entiende cómo se sienten o ven el mundo los demás, es decir, establecemos empatía con el otro. Proceso que puede abrir las puertas para llegar a sentir simpatía por el pensar-hacer del otro.

Desarrollar una actitud de empatía nos permite abrirnos a la receptividad, los demás sienten que uno está aprendiendo de ellos, que está abierto a un mundo de posibilidades. En esta relación empática la relación de influencia es mutua, asunto que es clave para lograr influencia sobre los demás; ya que los otros perciben que también ejercen influencia sobre nosotros. En última instancia es una relación ganar-ganar.

Cuando aprendemos a escuchar, aprendemos que la comunicación es un asunto entre dos o más. Aprendemos que la comunicación es una cuestión de confianza, no de inteligencia.  Por tanto, aprendemos a confiar en los demás y los demás aprender a confiar en nosotros; aceptamos sus ideas y sentimientos, y ellos aceptan nuestras ideas y nuestros sentimientos.  Admitimos que somos diferentes, y que ambos por igual podemos tener razón.


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jueves, 2 de octubre de 2014

TRAS LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En la búsqueda de la felicidad, no importa cual, allanamos el camino hacia el objeto, el cual va de la apetencia al acto de la satisfacción. Afirmamos, además, que todos podemos o tenemos el derecho a tenerla, e incluso que estamos obligados a ello. Sencillamente porque lo valemos. Entonces nos preguntamos ¿somos un valor?

De este modo, establecemos una distinción masificada, por ejemplo, ser original. Ahora todos queremos ser originales. No queremos pertenecer a esa masa de seres cotidianos y normales, intentamos ser lo que más destacamos, pero los otros también son originales y destacados. Pertenecemos a una masa de seres originales, que compramos en lugares originales, y nuestra felicidad es original.  

 En esta búsqueda, aparentemente, todo se coloca al alcance de la mano; se pasa del deseo sin mediación a la acción de poseer. La felicidad se vuelve instrumental. Se feliz, no pienses como, solo lo tienes que disfrutar. Acción, acción, posesión, posesión. Ese es el mecanismo.  Que es, en última instancia, lo importante.

¿Qué pasa cuando esa mecánica de la felicidad falla o no da los resultados anhelados?  Cuándo esa búsqueda se trastoca. Todo esto produce una frustración inevitable y perdurable, ya que ni todas las cosas que han sido ofrecidas van a ser alcanzadas, ni van a producir, en muchos casos, la felicidad que se ha deseado. Siempre quedará el deseo insatisfecho. Esta insatisfacción trae aparejada consigo frustración y violencia. Muy común en la actitud de las personas.

Por otra parte, como señala Marinas, se considera que los deseos, mis deseos, son fuente de derechos. Desde mis deseos yo establezco un supuesto estado de derecho, el cual debe ser cumplido para mi satisfacción. Esto ha dado como resultado una cultura de la queja, una queja personal y social. Ya que mis deseos no son satisfechos a mi conveniencia.   

Ante la continua insatisfacción, que se vuelve un círculo sobre sí mismo, el mercado de la felicidad desarrolla una proliferación de deseos, imperiosos y efímeros para mantener su dinamismo. Y captar más adeptos. Nuestras apetencias personales y sociales se hacen fugaces, relativas a individuos cuyo status, sea cual sea, envidiamos o nos hacen envidiar. El mercado de la felicidad nos saca de nosotros mismos en este andar tras la felicidad.  

La publicidad contribuye de gran manera. Los avisos que ofrecen felicidad son en abundancia, y los hay para todos los deseos y gustos. Tal publicidad recurre a modelos que producen envidia. Modelos idílicos. Tales avisos son productores de apetencias y establecen un mimetismo antojadizo de estereotipos, los cuales hay que poseer para identificarse con esa felicidad publicitaria, por ejemplo, las citas de personas famosas o los lugares bucólicos según el propósito de la publicidad. Lo que Umberto Eco denomina un acercamiento mágico por participación. 

La constante apetencia sin medida es una pasión que nos puede conducir al resentimiento. Pues cuando hay siempre algo que apetecer ésta engendra frustración, ya que el deseo nunca es satisfecho, permanecemos permanentemente en una apetencia. Es el deseo vano puesto en el deseo. Entramos en la desmesura del deseo. Este es la astucia de lo publicitario, que se basa sólo en apetencias. Y cultiva la maquinaria de los apetitos.  

El mercado de la felicidad desarrolla un culto a la apetencia, al deseo. No obstante, lo importante de la apetencia y el capricho es que éstos se presentan como una urgencia, que ha de ser resuelta inmediatamente. De allí su inestabilidad, ya que nos conduce por abismos superficiales y nos permite sumergirnos emocional en un charquito. Esto se emparenta con la compra compulsiva. Asimismo buscamos compulsivamente la felicidad.

Si la felicidad está de moda la deseamos, si es la paz la buscamos compulsivamente. Esta manera de actuar es la cristalización de deseos esbozados, y su éxito radica en solo conforma anhelos embrionarios. Muchos abortados. De ahí que en esta mercadería de la felicidad, los cazadores de tendencias andan al acecho. Por su parte, las tendencias en tanto tendencias solo son deseos imprecisos, borrosos con cierto espejismo de claridad. 

Como dice Marina, «esta moda de los deseos efímeros, intensos, urgentes y desechables ha contagiado a nuestro mundo afectivo, que se ha fragilizado, porque incita a un hedonismo inquieto y un poco escéptico». Ya que nuestro mundo afectivo, de las pasiones se ha terminado por convertir en un algo efímero, urgente y desechable. Todo puede ser desechado por un deseo más urgente. Un placer del placer. Así saltamos de un aquí y un ahora a otro aquí y ahora placentero. Estamos obsesionados por la paz, por la felicidad, la abundancia. Pero, solo por el deseo vacío de éstas.



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