jueves, 26 de marzo de 2015

ERRORES EN LAS RELACIONES HUMANAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En nuestra comunicación con los demás todo mensaje tiene el propósito de modificar la conciencia o la conducta de la otra persona; todos nosotros hablamos para que nuestro interlocutor se modifique a  partir del mensaje recibido. En este intento de influir sobre los demás cometemos errores; éstos están relacionados con el hecho que ignoramos o socavamos tres clases de influencias que son necesarias tener en cuenta.

Los errores en cuestión son: En primer término, ponernos a aconsejar antes de comprender realmente cuál es la situación que vive la otra persona. En este sentido, somos unos «receteros». En segundo lugar, intentamos construir o reconstruir relaciones sin cambiar de conducta o actitud. Pensamos en el borrón y cuenta nueva, y ya apareció la varita mágica que todo lo arregla. Tercero, suponemos, y damos por hecho, que el buen ejemplo y una buena relación bastan para establecer vínculos necesarios y permanentes.

Abordemos el primer error, ese de andar aconsejado a los demás antes de comprenderlos. ¿Por qué decía que somos unos «receteros»? Porque andamos con recetas universales, las cuales creemos que sirven igual para todas las personas y todas las circunstancias. Tenemos la panacea universal para todos los males. Por esa razón, queremos decirle a la gente lo que tiene que hacer, sin conocer ni comprender su situación particular. Y si no nos atienden los demás son unos tontos, insensatos que no quieren oír nuestra palabra salvadora. 

Bien, antes de ponernos a decirle a los demás lo que deben y tienen que hacer, es necesario que establezcamos con esa persona o personas una relación de comprensión. Comprender qué desea hacer; por qué lo desea; cuáles son sus aspiraciones; cuál es su situación y por qué se está dando esta situación…  Y esto, porque la clave para que uno pueda influir en el otro es que uno lo comprenda; o mejor, para que alguien influya en mí es necesario que esta persona me comprenda. Sin esta relación de comprensión no hay manera de traspasar el límite o cordón de seguridad que yo he colocado ante el mundo.  

De este modo, en primer lugar, cuando alguien nos comprende; y por ende, comprende nuestros propios sentimientos y situaciones nos dejamos influir por esa persona, ya que nos abrimos a ella; en ese momento aceptamos sus consejos. Ahora bien, debemos comprender al otro para que éste confíe en nosotros, y a partir de esta comprensión podamos estructurar un esquema que nos permita producir un consejo adecuado a la persona. Recordemos, toda relación se da entre dos, y ambos son agentes activos.

Cuando consideramos que un consejo se ajusta o es adecuado a nuestra situación, porque es propio y genuino, en ese momento nos dejamos influir por tal consejo. Esto es, nos dejamos influir por esa otra persona. De este modo, se establece una relación de influencia. Ya que hemos establecido, en primer lugar, una identificación racional y afectiva con el estado de ánimo de otro, es decir, hemos establecido una relación de empatía. Por ello, debemos primero comprender y luego dar el consejo pertinente. Posteriormente, nosotros seremos comprendidos, a partir de una relación semejante. 
  
El segundo error, es aquel de intentar construir o reconstruir relaciones sin cambiar nuestra conducta o actitud. En esto hay un egoísmo rampante, que hace atender desmedidamente nuestro propio interés, sin cuidar el de los demás. Los demás son los que deben cambiar, yo no. Por esta actitud, tratamos de construir o reconstruir relaciones sin hacer ningún cambio fundamental en nuestra conducta o actitud; por este camino vamos a un despeñadero social y personal.
Si nuestra actitud y conducta está plagado de incoherencias y falta de sinceridad, no habrá ninguna técnica, ni diplomado, ni taller de «cómo ganar amigos» que funcione. Los demás no son tontos; son seres pensantes y sentientes. Lo que uno «es» se ve desde lejos y predispone al otro a la sordera. Por tanto, cualquier intento de influenciar en el otro, solo es un intento que conduce al fracaso.   

            Actitudes y conductas coherentes, adecuadas y sinceras producen acercamientos entre las personas. Lo contrario, produce rechazo, urticaria. De allí, que permanentemente hay que estar revisando nuestras actitudes y conductas para con nosotros mismos y con los otros. De modo que nuestras relaciones sean sinceras y coherentes para con los demás. 

El tercer error, señalamos antes, es el de suponer que con el buen ejemplo y con una buena relación es suficiente para establecer vínculos permanentes e influyentes con los otros. Y es suficiente porque suponemos, que con ello, ya no debemos dar más explicaciones a las personas. Incluso, hay lemas a este respecto, me refiero al dar buen ejemplo. Como si con esto fuese suficiente. Los demás deben entender y ya, para qué dar explicaciones.    

            Es necesario hablar, con el fin de enseñar, sobre la visión, la misión, los roles y las metas que esperamos alcanzar; sobre lo qué esperamos de los demás. Plantear asuntos y metas claras y bien definidas. Esto es parte de lo que somos; por ello no basta aquello del buen ejemplo. Lo que «somos» habla de nosotros, también lo que «decimos» y lo que «hacemos». Somos una totalidad. Y en consecuencia debemos actuar.



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martes, 24 de marzo de 2015

ENTRE LA EFICIENCIA Y LA EFICACIA SOMOS SERES EN EL MUNDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Con el tiempo, nos hemos concentrado más en la eficiencia (capacidad de disponer de alguien o de algo para conseguir un efecto determinado) que en la eficacia (capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera) Es decir, en hacer las «cosas correctamente», y no en hacer las «cosas correctas». Incluso, puede que hemos terminado por confundir una cosa con la otra, o no saberlas distinguir correctamente. 

Nos hemos, por otra parte, acostumbrado a administrar nuestras vidas a través de crisis. En las cuales nuestra vida es arrastrada por los sucesos, las circunstancias y los problemas exteriores. Por lo que nos hemos convertido en individuos mentalizados hacia los problemas exteriores. Y la única prioridad que establecemos es la de un conflicto con respecto a otro. Somos, en este sentido, seres exteriores o exteriorizados. Atendemos la crisis no ha nosotros. Somos eficientes, no eficaces.   

Por ello, cuando estamos abocados a la eficacia estamos «mentalizados» en un pensar-hacer hacia las oportunidades. No negamos ni ignoramos, en ningún momento, los problemas, pero tratamos de prevenirlos, y de hacer ellos una posibilidad. Al afrontar problemas agudos evitamos por medio de un análisis-crítico desentrañar los problemas y plantear una nueva situación, con el objeto de no llegar a niveles de preocupación que afecten el hacer de las cosas.

En este sentido, se hace necesario establecer una gestión del tiempo. La cual consiste, en primer término, en establecer prioridades fundamentales e importantes. Y a partir de éstas organizar y ejecutar las acciones pertinentes. Pues, cuando fijamos prioridades tenemos que, primero, reflexionar cuidadosamente sobre los valores y las cuestiones definitivas que éstas implican; segundo, debemos determinar estas prioridades en objetivos a corto, mediano y largo plazo; tercero, establecer planes de acción o «planes de manejo» que son traducidos a agendas de tiempo. Por último, para llevar a cabo esto debemos «disciplinarnos» para hacer lo que hemos planificado. Sin esta última cuestión habremos perdido el tiempo.

Otro aspecto a considerar en la eficacia es la comunicación adecuada. Ya que ésta es un requisito para dar información correcta y resolver los problemas que se presenten. La principal dificultad de la comunicación es el problema de la «traducción». Recordemos, primero, en toda comunicación hay dos historias frente a frente y no siempre coinciden; segundo, porque en toda comunicación hay muchos significados, además, de los supuestos intangibles que todos damos por entendidos.

El primer reto de toda comunicación consiste en aprender a decir lo que queremos decir, para no decir otra cosa. El segundo, es aprender a escuchar para poder comprender lo que los demás quieren decir. El tercero, para lograr una comunicación eficaz en ambos sentidos es que exista una confianza mutua, porque ésta, a la vez, genera confiabilidad entre las partes. Además, la confianza allana las dificultades que se puedan presentar.  

El enfoque clásico de la gestión de problemas considera cuatro preguntas, que debemos tener en consideración para una forma más eficaz de existencia. La primera es ¿dónde estamos? Tal pregunta se concentra en la importancia de reunir y diagnosticar los datos de la situación en que nos encontramos. La segunda, ¿adónde queremos ir? Ésta tiene que ver con clarificar y determinar las metas o logros que queremos alcanzar.

La tercera interrogante es ¿cómo llegar hasta allí? Implica generar y evaluar alternativas de solución, para luego hacer una toma de decisión y planificar las acciones prácticas para implementarla. Por último, ¿cómo saber que hemos llegado? Conlleva a establecer criterios de medición en función de los objetivos y metas planteadas, para observar y discernir los avances alcanzados.

A partir de lo planteado antes, ¿cómo podemos tener una cultura caracterizada por el cambio constante y conservar una sensación de estabilidad y seguridad? ¿Cómo logramos que la gente donde nos desenvolvemos esté de acuerdo con la estrategia, y esté comprometida con ésta? ¿Cómo liberamos la plenitud de recursos, talento y energía de la gente? ¿Cómo convertimos la sinergia en un status natural de todos? ¿Cómo generamos espíritu de equipo? Como apreciamos es un conjunto de interrogantes operativas, que nos permitirán abordar acciones pertinentes con respecto a una situación dada.

Para poder de resolver estas arduas cuestiones, es necesario comprender los principios básicos del pensar-hacer fundado en la eficacia. Para así poder llegar al pensar-hacer fundado en la eficiencia. De esto trataremos en otro artículo.


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jueves, 12 de marzo de 2015

EL HACER FILOSÓFICO COMO HACER INTERCULTURAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El conflicto personal y social de sentirse excluido es un asunto de consideraciones difíciles. Cuando nos damos cuenta de que ya no se nos necesita o se nos rechaza solapada o abiertamente; por ejemplo, cuando se hace inminente la jubilación laboral, o no encajamos en un entorno social. En ese momento, no pertenecemos. En algunos casos somos considerados un factor de gastos, como la sensación que se apodera de los viejos al sentirse una carga para los demás.

En este contexto, la reflexión filosófica se convierte y debe convertirse en la columna vertebral de las nuevas formas de concebirnos. Queremos estar y ser incluidos en nuestro entorno, pero esto a veces nos es negado. En estos casos, de nuestro presente, debemos comprometernos a elaborar una propuesta, por lo menos, de inclusión a través del hacer filosófico. Debemos elaborar reflexiones concretas y realizables que favorezcan el desarrollo de nuestra inclusión en grupos o culturas minoritarias. Hablo en singular, pero no excluyo lo plural.

La reflexión filosófica, en este sentido, parte de la ciudad. Que es el espacio donde se vive y se vivencia con más intensidad la exclusión. Pero asimismo, es el lugar donde encontramos más desarrollados los ámbitos comunitarios, organizacional, empresarial y la sostenibilidad de éstos. En cuanto a las reflexiones concretas y realizables tenemos las referidas al patrimonio personal y social en sus variadas y múltiples presencias; el cual debe tener un papel fundamental en la protección y promoción de esta frágil cultural.

En la exclusión aumenta el riesgo de perder nuestra identidad, aumenta la posibilidad de no poder preservar nuestras costumbres y tradiciones frente a ese conjunto brumoso que nos excluye y trata como otra cultura. No pretendemos la uniformidad sociocultural y poner en peligro la riqueza de la diversidad, pues no comprender esta diversidad es lo que nos excluye. Entre la uniformidad y la intolerancia se expresan las consecuencias de nuestra exclusión. Acá en donde el hacer filosófico se realiza en un hacer intercultural.

Creemos que el hacer filosófico puede y debe cumplir un papel relevante en el  proceso de integración personal y social. El tema de la exclusión o es un tema baladí, pues aquella conlleva al agotamiento, a la soledad, a la depresión, al cansancio, a ubicarse en un lugar X como señala Heidegger. Este sentido, el pensar-hacer filosófico es un compromiso con las personas, por ende, con lo social. 

El pensar-hacer filosófico puede y debe trabajar con aspectos tan sensibles como la identidad y el sentido de pertenencia de la persona. Si, en general, entendemos la exclusión como una situación individual o grupal en la que se tiene restringido el acceso a los recursos del hacer social, entonces entenderemos el papel que puede cumplir el hacer filosófico, desde la perspectiva crítico-analítica, como reflexión-acción para la auto-construcción de la inclusión intercultural, como herramientas para el cambio y la emancipación sociocultural en que nos encontramos.

Para ello, debemos de utilizar la filosofía de una manera distinta a la tradición académica —sin denigrar de ésta— La filosofía ha de convertirse en un pensar-hacer recreativo, donde se expanda el discurso y la interacción, donde se activen las representaciones, proyecten actitudes y se procesen los mensajes interculturales; donde los sujetos sean agentes activos de su re-construcción.

El pensar-hacer filosófico ha de contribuir a conservar y difundir el patrimonio de cada sujeto, para facilitar el acceso y uso de su patrimonio ciudadano y cultural. La asesoría filosófica ha de proporcionar espacios de encuentro y comunicación sin discriminación, facilitar el uso y la interpretación del propio individuo, ha de propiciar la participación en el sentido de fomentar la conformación de una interculturalidad.

Nuestro entorno (personal, comunitario, organizacional, empresarial) responde a las necesidades de fomentar una cohesión social favorable a todos; asegurar la unidad personal y social de los sujetos; crear una identidad personal y colectiva; y generar nuestra libertad a ser. Todo esto con la condición que participemos en la conformación una vida social y fomentemos las relaciones de convivencia intercultural. Como apreciamos es un hacer colectivo, no sólo individual.

Estamos en la necesidad de ejercer acciones favorables y adecuadas para extender nuestros haceres, ante la necesidad de ampliar nuestros conceptos de ciudadanía, de persona. De allí que se hable ciudadanía y sujeto activo, participativo, intercultural. Esto nos lleva a reconocer la dimensión intercultural de las personas, si de verdad apostamos por el derecho a vivir en paz y de manera incluida.

El sujeto es una categoría multidimensional, que hace referencia simultáneamente a aspectos de inclusión que genera exclusiones colaterales, éstas últimas hay que minimizarlas; ya que nunca desaparecerán. En la medida que las minimicemos en nuestra vida estaremos más constituidos en lo personal y en lo social. 


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martes, 10 de marzo de 2015

VERGÜENZA Y COMPASIÓN, SENTIMIENTOS MORALES DEL SUJETO SOCIAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El honor, por ejemplo, no en todos los casos es una fuerza positiva. Porque éste va a depender del contenido de los códigos que se establecen en un momento dado, y de los rasgos que se utilizan para lograr la reciprocidad y el mutuo reconocimiento. Hay una dimensión espacio-temporal en la cual se considera válida o no una emoción o una acción.

De lo anterior, se deriva que el problema no está en si es bueno o no sentir vergüenza, sino en conocer cuáles son las causas que la generan. El sentimiento del honor perdido no es un conflicto psicológico; pues, como señala Camp, «el honor es una relación de lealtad con los demás». El sentimiento del deshonor está haber fallado ante los otros, ante este fallo es que comenzamos a sentir esa desazón del deshonor; sentimos la emoción de la vergüenza.  

¿De qué nos avergonzamos? El sentimiento de vergüenza parece haber perdido su razón de ser, pues el siglo XX ha corregido el pudor derivado de una moral puritana. Ahora hablamos con desparpajo de cualquier asunto en público. Algo semejante ha ocurrido con la culpa. La culpa y la vergüenza son dos caras de la misma moneda. La culpa es un sentimiento más interior; a diferencia del deshonor es que para con los otros, la culpa es para con nosotros mismos. La vergüenza es más social, estamos expuestos ante los demás, nos sentimos mirados por los otros y ante ellos.    

Un síntoma de nuestra desvergüenza, está en nuestra capacidad de distanciarnos de nuestras acciones y contemplarlas como si no tuvieran nada que ver con nuestra propia conciencia. La vergüenza estuvo identificada en las culturas muy religiosas con el pudor erótico; por lo que al desaparecer éste desapareció el pudor sin más. Ahora, por lo general, vivimos sin pudor.

Los únicos límites que nos vemos obligados a reconocer son los que marcan las leyes positivas, esto es, exteriores. E incluso tales límites disminuyen, ya que la obligación legal es menor, y como mera normatividad legal ésta va careciendo de autoridad para movernos al cumplimiento de la ley. Las leyes son frágiles, aunque cuentan con el poder coercitivo del Estado, pero esto no es suficiente. La ausencia de autoridad normativa se debe, según Camp, que a las personas les falta el elemento pasional que se llama «sentimiento moral».

No hay acción sin emoción, hemos expresado en artículos anteriores. No obstante, la ley debe basarse en la razón, no en la emoción. Por otra parte, el respeto y la fidelidad a la ley se generan a partir de un motivo, que no puede ser solo el temor al castigo ni la mera adhesión intelectual a la ley. El fundamento de respeto y fidelidad a la autoridad de la ley tiene que ser una lealtad sentida. Una condición de nuestro ser que nos vincula con ella. Hablamos acá de una interioridad con la ley.
 
Son, entonces, nuestras «razones morales» las que nos incorporan al carácter afectivo del fundamento de respeto y fidelidad para con la ley, esto es, el sustrato moral que constituye nuestra idea de humanidad. En otros, la necesidad de hacer justicia, la preocupación por la suerte de los demás, la confianza mutua, la reciprocidad, la empatía, la voluntad de no hacer daño. 

La existencia de tal idea de humanidad, que contiene este conjunto de sentimientos morales, está vinculada a la existencia de la vergüenza por la desaparición de éstos. Esta vergüenza por los asuntos sociales, que incluye los personales, no es inútil ni vana. De allí, la necesidad que formen parte de nuestro pensar-hacer como humanos. El respeto a la ley sin vergüenza, es solo cinismo.

Otro aspecto a considerar es la compasión; ésta es la traducción latina del griego «simpatía». Uno de los rasgos fundamentales a la compasión es la expresa la vulnerabilidad del ser humano, pues el sujeto «es un ser necesitado de consuelo». El sufrimiento pone de manifiesto las limitaciones y la indefensión de nuestra existencia, y hace presente la necesidad que todos tenemos de los demás. Si necesitamos compartir nuestras alegrías, más necesitamos hacer participar a los demás de nuestras penas. Esto da cuenta de porque en facebook aparecen esas diversas manifestaciones de nuestras limitaciones e indefensiones.

El mal del otro nos entristece, nos conduce a la conmiseración y a la misericordia, que son otros de los nombres dados a la compasión.  Aristóteles, en Retórica, señala a la compasión como «cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso en quien no lo merece, que también cabría esperar que lo padeciera uno mismo o alguno de nuestros allegados». Como apreciamos, la compasión incluye el ser consciente de que aquello que le ocurre a otro me puede ocurrir a mí. No soy ajeno a mi indefensión y al mal que puedo llegar a padecer.

Spinoza, por su parte, clasifica las emociones relacionadas con la compasión como «afectos tristes». De la compasión señala que es la «tristeza acompañada por la idea de un mal que ha sucedido a otro a quien imaginamos semejante a nosotros». No obstante, no es adecuado dejarse llevar por compasiones excesivas o mal orientadas, las cuales no satisfacen el auténtico cometido de la compasión, que es el de ayudar a los que sufren y lo pasan mal.



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jueves, 5 de marzo de 2015

ALTERNATIVAS Y MEDIACIÓN EN LA SOLUCIÓN DE CONFLICTOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Una alternativa que podemos llevar a cabo en la solución de conflictos es la detección y cambio de «creencias irracionales». Esta alternativa implica conocer y manejar cuáles son los marcos interpretativos de información, de manera que realicemos un análisis de la situación o de las experiencias vividas, las creencias y los pensamientos que emergen sobre una situación dada, y las consecuencias que se generan tanto en lo emocional como el carácter y la conducta. Buscamos conocer estos marcos interpretativos, porque por lo general somos sujetos interpretados en mayor o menor medida.

En esta misma línea de análisis son útiles los «auto-registros de pensamientos», porque nos permiten identificar cuáles son registros de pensamientos que las partes poseen; en el caso que estos auto-registros de pensamientos sean inadecuados para la solución del conflicto o para alcanzar un fin específico, es necesario cambiar tales registros pensamientos, porque no contribuyen a que las partes lleguen a ponerse de acuerdo.

Otro elemento de interés, es trabajar en los individuos la «aplicación de auto-instrucciones». Esta aplicación permite conformar un marco de referencia que ayuda a pensar, sentir y actuar como se desea en vista a un fin. Además, resulta más eficaz si se formula con miras a alcanzar una meta definida.

Otra estrategia a aplicar es el «re-encuadre». Entendido éste como una técnica que ayuda a las partes a tomar perspectiva diferentes a la que ya poseen, es decir, a percibir una situación desde diferentes puntos vista. De esta manera, se busca que las partes en conflicto sean capaces de «ponerse en lugar de», aspecto fundamental que pretende fomentar el sentimiento de empatía que permita resolver el conflicto de un modo pacífico.

Aspecto fundamental en la solución de conflicto es la «mediación». Aquí hace presencia el mediador. La mediación es una técnica muy usual, ésta se fundamenta en el poder y la confianza que se tiene en el mediador. La mediación se produce cuando las partes en conflicto  deciden negociar para tomar una decisión que favorezca a ambas partes, o cuando al mediador se le atribuye la capacidad para tomar una decisión.

En la mediación es de interés, por una parte, el «modelo de la satisfacción», porque éste facilita acuerdos específicos entre las partes. Por otra, el «modelo transformador» que centra la atención del mediador en las necesidades de las partes que están involucradas en la disputa. El mediador al intervenir en un conflicto necesita conocer bien en qué fase se encuentra éste, para saber qué aspectos hay que analizar y resolver.   

No toda persona está capacitada para ser mediador o en todo tipo de conflicto no puede intervenir el mismo mediador. Éste debe poseer unas características determinadas para realizar su función de manera óptima. Entre los objetivos del mediador está el reconocimiento de cada parte por igual, pues el fin de la mediación consiste en ayudar a tomar la mejor decisión. Acción que implica ser capaz de comprender las diferentes posturas.

El mediador no debe ser responsable de los resultados obtenidos en la mediación. Pues los mediadores solo son transformadores. No deben influir en el resultado de la decisión. Ya que la decisión tomada es responsabilidad de las partes en conflicto y solo de ellas. El mediador solo debe de destacar las oportunidades que hay para solucionar el conflicto. Tampoco debe emitir juicios sobre las opiniones y decisiones, porque el mediador media entre las partes y nunca emite juicios de valor, ya que éstos deben ser controlados.

El mediador debe mantener una visión favorable sobre la capacidad y motivación de las partes involucradas, es decir, debe creer en la capacidad de actuar de las partes para que tomen decisiones y adoptan la mejor decisión. Si el mediador no cree en la capacidad de las partes, puede caer en la «directividad», esto es, comienza a dirigir a las partes en el conflicto. Actitud totalmente negativa para la mediación y contraria a la transformación.

Además, el mediador tiene que permitir que las partes expresen sus emociones o sentimientos. No obstante, las partes deben entrenarse para que tengan un gobierno adecuado de sus emociones y sentimientos, para que éstos no sean expresados de modo violento.

Para que la mediación sea exitosa, las partes deben de disponer del tiempo necesario para que conozcan minuciosa y objetivamente en qué consiste el conflicto, las razones y las causas que lo han generado. De este modo, puedan formular correctamente aspectos sobre hechos del pasado. Una vez que se conocen las razones o causas del conflicto, el mediador debe centrarse en la discusión y en las posibles alternativas. Ahora la mirada debe estar puesta en una o unas metas a alcanzar.

En la mediación, la interacción es un elemento propio en la solución del conflicto; en el cual la intervención del mediador forma parte de un proceso interactivo mayor. Por lo que, cuando se produce cualquier cambio durante el conflicto, por pequeño que éste sea, es importante hacer relevante el éxito logrado.


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martes, 3 de marzo de 2015

EL LIDERAZGO, LOS DEMÁS OYEN Y LO QUE ME DICEN LOS DEMÁS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En el despliegue del liderazgo, en cualquiera de sus instancias, se hace necesario desarrollar habilidades para obtener un mayor conjunto de oportunidades, que se traducirán en metas y logros alcanzados y cumplidos. Entre este conjunto de habilidades y actitudes, tenemos que aprender a:

Desarrollar la capacidad de prepararnos, tanto corporal como mentalmente, sobre lo que vamos a decir a los demás. Ya que puede ocurrir que la «forma en que decimos las cosas» sea más importante que lo que decimos a los demás. Lo que Grice denomina «categoría de modo». Para llevar a cabo esta tarea, debemos preparar nuestros          argumentos disponiendo, a la vez, de lo corporal y lo mental. Elementos importantes al preparar nuestra estrategia es optar por la calma y el buen humor. Ambos son importantes para abrir caminos.

Otro aspecto es evitar la lucha o el huir cuando estamos en desacuerdo con los argumentos de los demás. Lo importante es dialogar a pesar de las diferencias, éstas son partes inherentes de toda discusión. En todo diálogo, en tanto interpretación posible, hay que recordar a Gadamer, quien señala que la hermenéutica es la posibilidad que el otro tenga la razón. Lo más indicado es tener una escucha adecuada.

Aspecto importante de todo liderazgo, es reconocer que al ser líder está en la obligación de enseñar a los otros. Todo líder enseña. A esto hay que dedicarle tiempo y preparación. Así cuando se hacen presentes las diferencias es el momento decisivo de enseñar. Ahora bien, debemos estar atentos a que hay momentos para enseñar, y momentos en los cuales no es adecuado enseñar. Un tiempo adecuado para enseñar es aquel en que las personas no sienten amenazadas, en este momento las personas están receptivas y abiertas experimentar sentimientos de afecto, respeto y seguridad interior; acá es momento de brindar ayuda y apoyo por medio de la enseñanza.

Momentos que no son adecuados para enseñar es cuando las personas se sienten amenazadas. Pretender enseñar cuando los otros se sienten amenazados tiene el resultado de aumentar el resentimiento. O cuando usted, como líder, está furioso o frustrado por alguna situación, recuerde un líder no es un ser perfecto; también padece. Intentar enseñar cuando alguien está en un bajo nivel emocional, o fatigado, o sometido a gran presión no es buen momento pues las circunstancias son adversas para el aprendizaje. En estos casos, lo mejor es esperar a que se dé una situación adecuada, o que ésta se pueda crear, en la cual la persona se sienta más segura y receptiva.

Un aspecto importante, de los que estamos abordando, es dejar bien establecidos los límites, las reglas, las expectativas y las consecuencias que se esperan. Esto hay que plantearlo claramente, acordarlo, asumirlo y respetarlo mutuamente. La seguridad personal y social se da cuando se logra una sensación de justicia; cuando cada quien sabe qué se espera de cada uno; se sabe cuáles son los límites, las reglas y las consecuencias.

Aun cuando el diálogo es importante, esto implica ni el ceder ni el hacer vanas concesiones. Ya que no es favorable para el conjunto social ni personal proteger a las personas de las consecuencias de sus propios comportamientos. Cada uno es responsable sus haceres y debe asumir sus consecuencias. Si se cede o se hacen concesiones al respecto lo que se enseña y fomenta son las deficiencias y debilidades; además de las actitudes irresponsables. Cuando, excusamos y simpatizamos con el comportamiento irresponsable fomentamos la conducta errónea. La disciplina personal y social se da a partir de una vida responsable y disciplinada.

Hay que estar en el punto exacto y en el momento crucial. Hay que analizar la toma de decisiones con consecuencias importantes a largo plazo, para que éstas no estén fundadas en emociones o estados de ánimo momentáneos, en inseguridades personales o dudas sobre sí mismo. Para ello, en primer lugar, es necesario pensar reflexivamente antes de reaccionar y tomar tal decisión; no hay que dejarse llevar por disposiciones de ánimo momentáneos, ya que esto puede dañar todas las relaciones y las influencias que se tienen hasta ese momento. En segundo lugar, es necesario comprender que, en muchos casos, actuamos según cómo nos sintamos, en lugar de hacer las cosas de acuerdo con lo que sabemos. El pensar reflexivamente, lo cual incluye la emotividad, es importante para la toma de decisiones.

Es necesario emplear tanto el lenguaje de la lógica como el de la emoción. Ambos están inmersos en las circunstancias del liderazgo. Cuando nos damos cuenta que no tenemos un idioma común, entonces debemos de comunicamos asumiendo algunas de estas cuatro formas: Primero, dedicar tiempo a los demás, porque cuando damos tiempo transferimos su valor a otro. Segundo, ser pacientes, porque ésta también comunica valor y significado, le dijo a la otra persona que acompasaré mi paso al de ella. Tercero, hay procurar comprender, porque un esfuerzo honesto de comprensión evita la necesidad de luchar y defenderse. Cuarto, expresar francamente nuestros sentimientos y ser congruente con nuestras expresiones no-verbales.

En un liderazgo de aprendizaje hay que delegar con eficacia. La delegación eficaz demanda «valentía emocional»; ya que permitimos que los demás actúen y evalúen su actuación. Tal valentía está fundada en la paciencia, el autocontrol, la fe en la potencialidad de los demás y el respeto por las diferencias individuales. Como vemos está fundada en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

 La delegación eficaz hace que los demás participen en proyectos importantes, éstos tienen una influencia favorable sobre las personas. Pues permite evaluar lo que le parece importante y tiene sentido a cada uno. Por otra parte, los proyectos importantes hacen que las personas tengan para sí relevancia al participar en los procesos de planificación y concepción. Todos necesitamos estar comprometidos con lo que hacemos, pues esto nos da sentido y significado en la vida.

Hay que enseñar a la gente que el pensar–hacer es un proceso, o como dice Covey una «ley de la cosecha». En la cual hay principios que son necesarios que no podemos eludir. Como, por ejemplo, preparar la tierra, sembrar, cultivar, regar, abonar y cosechar. No podemos obviar ninguno de estos pasos, y cada paso es un proceso en sí para lograr una totalidad. No se puede concebir que todo hacer es algo a corto plazo o inmediato, e incluso en el corto hay implícito un proceso.  



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