jueves, 27 de febrero de 2014

ALTERNATIVAS DE SOLUCIÓN DE PROBLEMAS Y CUATRO MODOS DE PENSAR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La solución de problemas tiene como fin alcanzar el éxito de solución en una situación conflictiva. Para ello se requiere el conocimiento de técnicas, de estrategias adecuadas y la práctica de éstas.

Las metas que guían tales acciones formativas son: Primero, conocer cómo funciona nuestra forma de pensar, esto es, los aspectos que limitan el uso eficaz y las potencialidades que tengo que manejar para la solución exitosa de problemas. Segundo, aprender estrategias de dominio de mis procesos mentales, para implantar nuevos modos para la solución de problemas. Tercero, y último, utilizar eficazmente las herramientas de trabajo individual y grupal para optimizar las decisiones.

El primer aspecto que planteamos fue el de cómo funciona nuestra forma de  pensar, es decir, cómo pienso yo; cuáles son mis potencialidades en esta forma que tengo de pensar en las cosas y cuáles elementos pueden estar limitando el uso eficaz de mi modo de pensar. El primero aspecto que constituye mi forma de pensar es el pensamiento intencional; en éste modo de pensar opero sobre la experiencia a partir de un propósito que me he fijado. El mismo está conformado, a su vez, por cuatro modos de pensar dirigidos a una meta y con unos objetivos establecidos, a saber, estos son el pensamiento lógico, el pensamiento intuitivo, el sistémico, y por último el pensamiento optimista. De Bono, por su parte, asume seis modos de pensar, por ahora sólo trataremos estos cuatros.

Cada una de estas formas de pensar es adecuada o se adecua para problemas y situaciones determinadas. Al hacer uso de manera indiscriminada es lo que conlleva a cometer errores en el modo de tratar los problemas y las situaciones.

El pensar de modo lógico sirve para analizar, argumentar, razonar, justificar o probar razonamientos. La característica del pensar lógico es que éste utiliza términos precisos, por ejemplo, no es lo mismo decir «todos», que decir «la mayoría o algunos». La búsqueda se basa en datos comprobables, en hechos que se pueden confirmar, busca una información válida.

Esta forma de pensar se lleva a cabo a través de un modo analítico, que divide los razonamientos en partes, que examina los elementos de la información para establecer relaciones posibles; el razonamiento lógico sigue reglas, por ello se estructura en base a secuencias lógicas. Los razonamientos se enlazan como eslabones de una cadena manteniendo un orden riguroso. Las conclusiones estarán fundadas en los planteamientos o proposiciones anteriores.  Según el modo de razonamiento se divide en deductivo e inductivo; el razonamiento deductivo obtiene conclusiones particulares a partir de premisas generales, el inductivo, por su parte, obtiene conclusiones generales a partir de premisas particulares.

El modo de pensar intuitivo es eficaz para producir ideas sin reglas, pues genera alternativas, planteamientos nuevos mediante la re-estructuración de los esquemas conceptuales por medio de la intuición. Establece relaciones entre los elementos del análisis no necesariamente estructurados, por ejemplo, no sólo determina una relación A+B, sino que A se relaciona con B de cualquier otra manera incorporando otros elementos; genera múltiples alternativas.

Los rasgos destacados de este modo de pensar lo constituye su flexibilidad, ya que establece un conjunto de alternativas probables, y no una única solución. Difiere el juicio aprobatorio o desaprobatorio; primero piensa, imagina, fantasea, busca alternativas; luego valora si cada idea o alternativa es adecuada o no. No desecha ninguna alternativa. Funciona sin normas estrictas, esto es, no hay reglas obligatorias, utiliza éstas en la medida en que sirven para producir alternativas. Se plantea qué ocurriría si las cosas fueran de otra manera. Por ello acepta cualquier idea y la ambigüedad en las que las cosas no están claras o los roles no están bien definidos.

En el modo de pensar sistémico interpreto situaciones o procesos globales. Este modo de pensar no va de hecho en hecho, sino que analiza la situación en su globalidad, en todo su conjunto; se trata de ver todo en el conjunto que conforma una organización, un organismo; de este modo establece nexos entre los elementos individuales, pues trata de determinar si hay algún patrón indicativo, alguna pauta que se repite dentro de los hechos puntuales.

Antes de tomar decisiones, en el pensar sistémico, estudio las repercusiones de las mismas en el sistema global; pues se considera el corto plazo, el mediano y largo plazo, ya que todos los elementos de un sistema se influyen entre sí y, a su vez, son influidos por el sistema. Por lo que cada elemento de un sistema no es separable de su posición en el mismo.

En el modo de pensar sistémico se potencia el trabajo en equipo; al trabajar en equipo se crean sinergias que enriquecen y facilitan el resultado total, y en consecuencia a cada uno de los miembros del sistema u organización. El proceso más habitual en los sistemas es la retroalimentación. Ésta se divide, primero, en retroalimentación reforzadora, que refuerza e intensifica el efecto que se viene produciendo; tal efecto puede ser, por una parte, de crecimiento donde el sistema crece, se desarrolla y mejora; por otra, de involución o deterioro, en ésta el sistema intensifica un efecto negativo y se degrada cada vez más. Segundo, la retroalimentación compensadora, la cual tiende a compensar el efecto para mantener el equilibrio del sistema.

El modo de pensar optimista o más favorable nos ayuda a movernos mejor en la vida y a ser más felices. Nos ayuda a manejar nuestras emociones respetándolas y valorándolas. Este modo de pensar permite que seamos nosotros los que guiamos nuestra vida. El modo de pensar optimista trasciende la individualidad, ya que formamos parte de diferentes sistemas, en los que influimos y nos influye; no somos individuos aislados.

El pensar optimista se centra en lo más favorable. De las diferentes facetas que tiene la realidad, éste se fija en aquéllas que le pueden ser favorables a sus metas y objetivos, las que lo ayudan a sentirse mejor en esta vida. Es impulsador, pues los objetivos se logran más fácilmente si se tiene una visión favorable sobre los mismos. El pensar optimista valora todos los elementos de la personalidad, las emociones, los sentimientos y los aspectos corporales.


Es modo de  pensar se centra más en comprender que juzgar. Escucha  antes de emitir juicios. Porque considera que las opiniones son relativas y no impone la suya a los demás. Está abierto a otras formas de conocimiento y de realidad; no desprecia ninguna forma de conocimiento, pues cualquiera puede ser favorable para sus objetivos y metas. 

martes, 25 de febrero de 2014

EL AMPARO DE MÍ MISMO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La idea de la salvación de uno mismo y de los otros tiene un sentido técnico, esto es,  permite pasar de la muerte a la vida. Esta idea es un sistema de dos elementos que se sitúa en medio de la vida y la muerte, en medio de la mortalidad y la inmortalidad, en medio del mal y el bien, en medio de este mundo y el otro.

Tal idea es conformada como operador de paso y ligada a la dramatización de la temporalidad y la eternidad. La salvación es una operación compleja que requiere la presencia del otro, en tanto éste funge como operador de la salvación de uno mismo. Es una idea religiosa o influenciada por la religión.
           
No obstante, esta idea de salvación funciona como noción filosófica en el propio campo del hacer filosófico. Ya que aparece como una meta y objetivo de la práctica y de la vida filosófica. El que se salva es quien está en un estado de alerta, de resistencia, de dominio, y de soberanía de sí mismo. Esto le permite rechazar los ataques y los asaltos a que es sometido.

En este sentido, salvarse a uno mismo significa liberarme de aquella coacción que me amenaza, con lo cual vuelvo a gozar de mis derechos propios, es decir, me encuentro con mi propia libertad e identidad. Significa que me mantengo en un estado continuo de dominio de mí mismo, dominio ante cualesquiera que sean los sucesos que me acontezcan.

Al salvarme constituyo la posibilidad de acceder a bienes que no poseía en un principio; me beneficio y disfruto de un bienestar que me otorgo a mí mismo, y que soy yo mismo quien se lo procura. Al salvarme aseguro mi propia felicidad, mi tranquilidad y mi serenidad.

Salvarse posee significaciones favorables a mi vida, no envía a la dramatización de un suceso que me permite pasar de lo desfavorable a lo favorable de mi vida. El término salvación sólo envía a la vida misma. Uno no se salva con relación a un suceso dramático. La salvación es una actividad que desarrollo a lo largo de toda mi vida, y el único agente de tal acción es el propio sujeto, esto es, yo.

La salvación de mi mismo contiene dos temas, por una parte, la ataraxia o ausencia de preocupaciones, por la otra, la autarquía o la autosuficiencia que hace que no tenga necesidad de nadie más que de mí mismo. Éstas constituyen la recompensa por la actividad de salvación que uno ha desarrollado durante toda su vida.

La salvación de mi mismo es una actividad permanente sobre mí mismo; en la que encuentro mi recompensa en una relación de mí mismo, la cual está caracterizada por la ausencia de conflictos y por una satisfacción que no necesita de nadie más que de mí mismo.

Ésta es una forma vigilante, continua y acabada de la relación de mí mismo, y que se cierra sobre sí misma. Uno se salva por sí y para sí. Uno se salva para llegar a ser uno mismo. En esta salvación, de carácter helenístico y romano, yo constituyo la finalidad de mi salvación. Esta idea de salvación asegura el acceso a mí mismo; un acceso que es indisociable del tiempo y de la vida de trabajo que yo realizo sobre mí mismo.

A partir de esta idea de salvación se plantea la siguiente interrogante: ¿Qué precio tengo que pagar para tener acceso a mi salvación? El precio, en cuestión, está inscrito en el sujeto mismo, bajo la forma de: ¿Qué trabajo debo realizar sobre mí mismo? ¿Qué elaboración debo de hacer de mí mismo?  ¿Qué modificación del ser debo efectuar para poder acceder a mi salvación?

Platón plantea al respecto el concepto de epistrofé. En éste se distinguen cuatro elementos, a saber: Alejarse de las apariencias; volver sobre sí comprobando la propia ignorancia; realizar actos de reminiscencia; y retornar al territorio ontológico, esto es, al lugar de las esencias, de la verdad y del ser.

Los estoicos romanos transformaron la épistrofe en conversión. A diferencia de la épistrofe platónica, en la conversión estoica se trata, en particular, de liberarse de aquello de lo que dependemos, de aquello que no controlamos; más que de liberarse del cuerpo, en tanto que centro fijo de una relación cerrada y completa de uno para consigo mismo. También podemos entender la noción de conversión como una noción contrapuesta a la de procesión, en particular como lo ha expuesto Plotino.


La conversión es un proceso largo y continuo, un proceso de auto-subjetivación. Y se plantea la siguiente pregunta: ¿Cómo establezco una relación adecuada y plena para conmigo mismo, si me he fijado a mi mismo como objeto de esta relación?

sábado, 22 de febrero de 2014

CAMBIOS Y RESISTENCIAS BÚSQUEDA DE UN ESTADO PRODUCTIVO DE TENSIÓN: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Una expresión, ya común, en el ámbito organizacional y gerencial es que «la gente no se resiste al cambio, sino que se resiste a ser cambiada». De allí que cuando se desea realizar un cambio personal, organizacional o empresarial siempre existirá una resistencia al cambio. Tal resistencia es normal, y es esperada por quienes deben equilibrar las relaciones entre generar cambios y asimilar los cambios surgidos desde los mandos gerenciales. Pues deben contribuir a que los grupos o equipos de trabajo asimilen las nuevas ideas.

La resistencia, en términos generales, es cualquier fuerza que retarda, detiene o deforma una acción que tiende a variar o paralizar la forma de un sistema. La resistencia no es, necesariamente, una fuerza excluyente ni negadora. La resistencia es una tendencia que busca equilibrar fuerzas emotivas y racionales en un nuevo sistema social dado, sea éste el resultado de un proceso planificado o espontáneo.

Las personas se resisten por un propósito, pues tienen una voluntad. Si alguien acepta todo lo que viene del exterior sin oponer resistencia se estaría comportando como un ser sin voluntad, como algo que puede ser moldeable libremente. La resistencia, entonces, es parte de la personalidad. En este sentido es una actitud generadora. Lo que no se espera es que siempre quiera permanecer como sí misma, como negación de todo lo otro, esto es, del cambio que por naturaleza también le pertenece.   

  La persona que quiere impulsar un cambio y aquella que plantea que no es apropiado están ligadas bajo un mismo denominador común: el instinto de conservación. Por una parte, muchas personas consideran que el sacrificio personal y social en el proceso de cambio es superior a los resultados que se pudieren obtener de él; de ser cierto esto sería un sacrificio, sin embargo si los resultados son superiores sería una inversión beneficiosa, no hay tal sacrificio. Por otra parte, muchas personas piensan que el nuevo orden quebrantará algún principio de privilegio que hayan obtenido; esta será una postura egoísta de conservación de lo que se ha alcanzado condicionada por la conservación.

La resistencia es parte inevitable y natural ante todo cambio que no proviene de mi mismo. Tal resistencia está enraizada en mi parte afectiva, en la estructura de mi carácter, que ha sido moldeada por todas las circunstancias sociales y culturales; de modo tal a las primeras de cambio siento la necesidad de hacer lo que tengo que hacer a partir de aquellas condicionantes que me constituyen.

Como toda sociedad y todo individuo son mutables es necesario determinar que fuerzas son requeridas para encontrar un equilibrio, que sea lo suficientemente elástico para construir, dentro del proceso de cambio, un estado productivo de tensión. Tales fuerzas de cambios pueden provenir, por una parte, desde el ámbito externo o cambios en el modelo social; por la otra, desde el ámbito interno de la organización, de la persona, de la empresa. Si en una organización o empresa, las ideas de cambios son sólo generadas desde el contexto exterior el compromiso de las personas involucradas será relativo, y el aprendizaje carecerá de desarrollo e imaginación.

La resistencia es una fuerza imperativa, ya hemos percibido. Así cuando una organización o una persona enfrenta un proceso de cambio con el sólo propósito de utilizar recursos y procesos, pero no define ni obtiene resultados relevantes, los estímulos para el cambio pierden efectividad y la credibilidad disminuye. En este caso, la resistencia se da como una fuerza restrictiva. Por el contrario, cuando en un proceso de cambio se plantean propósitos, se definen resultados y se obtienen, entonces se adquiere efectividad y credibilidad, la resistencia, en este caso, actúa como una fuerza propulsora.

Cada organización, cada empresa y cada individuo convierten sus ideas y pensamientos en modos perennes, no susceptibles a cuestionamientos, es lo natural. Toda vida está constituida por asentimientos básicos, que se terminan constituyendo en creencias; y asentadas sobre tales creencias esta el mundo que aparece como una interpretación dada, una idea que se tiene sobre el mundo y sobre mis mismas ideas.

Cuando esta interpretación del mundo es inamovible, cuando está cosificada la posibilidad de generar o adoptar cambios se hace difícil, lo que provoca un antagonismo irreversible. Para que los procesos de cambio tengan sentido y la resistencia sea una fuerza propulsora, es necesario pensar en el tipo de interpretación que tengo del mundo y de mi mismo, para que los cambios puedan llevarse adelante debo concebir éstos como criterio de hacer general, y no de excepción. Es decir, el cambio debe concebirse como algo incito en la naturaleza de la persona, de la empresa u organización.

El cambio debe operar en forma permanente en las organizaciones, en forma discreta sería recomendable, con interrupciones en los cambios, de forma intencional, para permitir a las personas en estos espacios de aparente interrupción reflexionar para aprender. Si el proceso de cambio es metódico y analítico, sin detrimento de las intuiciones, éste será continuo y esperado y, en algunos casos, será tal cambio será demandado por las mismas personas que ya se han habituado a tales cambios.


Si el cambio, por el contrario, se plantea como un hecho aislado, no planificados sólo servirá para condicionar un ambiente de hipocresía colectiva, de actitudes negadoras, la resistencia actuará como una fuerza restrictiva. Fomentará actitudes que mostrarán que el tiempo y los esfuerzos dirigidos hacia los resultados fracasarán. Lo peor de tal situación no es el fracaso, sino su justificación. Allí radicará el triunfo de la resistencia restrictiva.

viernes, 21 de febrero de 2014

EL DEMIURGO DE MI PROPIA CONSTRUCCIÓN: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En los bordes de mi vida se forman fisuras que se oponen entre mis libertades posibles y mis opciones concebibles. Tales fisuras se desgarran entre mis aspiraciones y mis restricciones; a través de la belleza cultivada de mi personalidad trato de producir un modo distintivo de operar en mí y para mí.

Aprisionado por mis historias y mi biografía que pueden estar condenadas a lo artificial y a los conformismos, yo aprendiz de ética puedo convertirme un puro objeto y pretender escapar, quien sabe por cuánto tiempo, a las voluptuosidades de construirme a mí mismo como sujeto soberano. Lo trágico, en este caso, está dado en no saber que mi singularidad se construye sobre abismos, entre bloques de miseria puestos en el vacío de un yo.

De ahí las posibles probabilidades de mi fracaso, de mi desintegración cuando pretendo mi expansión. Sólo me es posible saber que mi realidad es compleja, arbitraria y artificial, puesta sobre una especie de aparentes coherencias, ya que mi vida es caos, desorden y fragmento. Reina la división y con ésta la fragmentación de mi ser.

La percepción de mi mismo es nómada y parcelaria. En tanto sujeto soy una fracción, un fragmento incompleto, que sólo conoce sus angustias, sus carencias, y no sé si mis deformaciones. Sólo a través de mi sagacidad me imagino como un conjunto coherente y autónomo, en medio de una vaga tentación que es mi subjetividad.

Es siempre en medio de ese caos que soy donde tengo que buscar, para encontrar las fisuras y fallas en las que encuentran mis libertades, donde se inscriben mis voluntades y se constituyen mis individualidades. Acá es donde mis temperamentos y mis caracteres se conforman de esas fuerzas que circulan por tales fisuras y fallas; en donde yo, este sujeto que soy, me configuro a modo alquimista transformando esa fuerza no empleada en energía que dispongo en mí mismo.

En esta alquimia sólo tengo como único caldero mi determinación, es la relación más fuerte contra la violencia, porque la energía es lo contrario de la violencia. La violencia aparece cuando la fuerza desborda e ignora las formas que pueden absorberla o nutrirse de ella. Pues la violencia es el desborde de una fuerza que se resuelve en la destrucción y la negación, ésta desea el desorden y el retorno a lo informe, actúa bajo el estímulo y el mandato de Tánatos. Su lógica es la reducción a la nada.

Por el contrario, la energía apunta al orden, a la vida y a lo afirmación; la eficacia de ésta vale por su capacidad para estar en una instancia que la contiene. La energía es dinamizada por Eros, que es una potencialidad luminosa. Dionisio sin Apolo no es deseable; lo contrario, tampoco.

Una figura alquímica se distingue en el arte de equilibrar esas dos instancias evitando los detrimentos de los extremos. No me planteo sólo bacanales orgiásticas, ni sólo mortificaciones ascéticas. Es necesario fijar a una distancia adecuada. La tarea es demiúrgica; ya que se basa en acciones que necesitan de destrezas audaces y de actitudes delicadas. Pues se trata de convertir la fuerza en una energía genésica.

La figura simbólica de Hércules expresa estas cualidades. Este semidiós conoce el arte de conducir carros y domar caballos, dominador de ardores que se exasperan. Él es un demiurgo de la proporción y la contención; es un orfebre en el arte de alcanzar sus objetivos y dominar el tiempo. Representa la virtud del propio hacerse, del propio construirse.

En esta virtud que es incandescente. He de mostrar mi capacidad de realizar una acción con brío, elegancia y eficacia. Implica la excelencia y la manifestación de mi personalidad, de mi forma única de proceder; debo ser talentoso y hábil en mis actos y gestos. Con mi arte virtuoso marco mi realidad con su impronta, imprimo un estilo y revelo caminos que no había emprendido nunca.

Las cualidades de mi virtud son la capacidad de innovar en mi construcción. Esto supone coraje y determinación, voluntad y personalidad, por ello mi virtuosismo debo llevarlo a su punto máximo. Pues el gesto virtuoso comunica.
           
Con el gesto virtuoso me otorgo porte y fundamento, saco de la nada haciendo que mi identidad surja. Con él se esfuma el desorden, desaparece el caos de mi vida apareciendo el orden, el sentido y la forma. El arte virtuoso en la construcción de mi mismo es formador de estructura, con él impongo coherencia y morfología, sustituyo la materia bruta y lo tosco de mi ser.


Virtuosismo ético es el alumbramiento de mí ser. Se trata de hacer parir, con la  práctica de la audacia reflexiva y emotiva, la majestad de mi voluntad y la fuerza de mi cautela. Mi identidad. Ese que soy.

jueves, 20 de febrero de 2014

MI VIDA Y MI CUERPO ESOS DESCONOCIDOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La vida, esa desconocida en que existo, para comunicarse conmigo utiliza las experiencias que tienen sentido para mí. Así cuando quiero saber algo la vida me lo dice, aunque muchas veces no comprenda su mensaje. En esto radica la gracia de la vida, que siempre me está diciendo algo. Me habla a través de las experiencias que he vivido; utiliza, en particular, la metáfora de alguna experiencia anterior para indicarme algo de esto que ahora vivo.

Mis experiencias son el lenguaje establecido que permite enterarme de asuntos nuevos; si deseo mirar con atención dentro de mí o el entorno que hábito debo ver y comprender ese lenguaje que está allí diciendo algo. De este modo, la vida me habla en términos que yo puedo entender. Todas mis vivencias, mis ideas, mis símbolos, todo lo que para mí tiene sentido constituye parte de ese lenguaje que se da entre los dos. A través de éste voy recibiendo cierta información que en la mayoría de los casos es acertada. Lo que ocurre es que no siempre sé cómo leer ese lenguaje, no siempre sé lo que eso significa, ni qué sentido tiene.

Si quiero entender los mensajes de la vida me va dando debo tener tiempo para poder llevar a cabo las lecturas que van apareciendo, es decir, he de prestar atención a mí vida, debo dejar de ser descuidado con ésta. Pues la vida, como señala Rolf, comienza hablándome en voz baja y cariñosa, sino atiendo en el escuchar o no entiendo, o no quiero escuchar, entonces ella me habla más alto hasta llegar a gritarme. Esta experiencia del grito, que he provocado por no prestar atención o no ser receptivo a sus mensajes, es la dolencia.

El propósito fundamental de la vida es dar, lo más importante que puedo tener ante este propósito es mi atención y actitud reflexiva y creativa. El desafío es doble, por una parte, consiste en utilizar mi imaginación creativa de forma consciente y generosa. Por otra, es organizar la calidad y cantidad de mi tiempo y de mi vida, esto significa que siempre tengo algo que aportar a mí y a los otros, y tal aportación la debo hacer con placer y entusiasmo.

Si dejo pasar inadvertidos los mensajes que mi vida me da a cada momento no estaré al tanto de aquel compromiso con la vida, ni del desafío que tengo en ella. De todos esos mensajes, hay un reducido grupo a los que les prestamos más atención, por lo general son los que corresponden a mi cuerpo; aunque la mayoría de las veces no es una atención consciente.

Cada parte de mi cuerpo, porque soy cuerpo, representa un área de mi vida. Dentro de este contexto simbólico, cada parte de este cuerpo que soy intenta dirigir mi atención hacia alguna área de mi vida. Mi sistema de asentimientos es el resultado de las opiniones que he generado a partir de mis experiencias, algunos de estos asentimientos me han sido impuestos, otros los tengo por mera costumbre. No obstante, es necesario que conforme mis propios asentimientos a través de mi percepción sobre la sucesión de acontecimientos que vivo.

Mis asentimientos son mis construcciones, de allí que vea el mundo a partir de éstos, y veo lo que espero ver, pues no puedo escapar de éstos. Llevo puestos sin asentimientos, con ellos y a través de ellos constituyo mi realidad, mi vida. Esta mirada con la cual leo mi vida la construyo a través de mis adhesiones, estoy constituido por redes de consentimientos, de verdades.

Ahora bien, estos asentimientos, que me conforman, los puedo cambiar por opción o por compromiso; puedo cambiarlos por mi voluntad, por mi capacidad reflexiva y emotiva. La forma más rápida y efectiva de cambiar un asentimiento es cuando me doy cuenta que estoy equivocado, me doy cuenta que ese asentimiento, esa verdad no es tal o no funciona como yo creía. Examinar y producir cambios de mis asentimientos es también parte de mi naturaleza como sujeto.

En algunos casos, puedo tardar años en cambiar mismas adhesiones, mis creencias u opiniones o, tal vez, no cambiarlas nunca. Pero está la posibilidad que sí. Lo cierto es que soy yo quien le da forma a mi propia realidad física y emotiva, según el poder con que asuma mi propia vida.

Cuando observo las distintas áreas que constituyen mi vida, mis experiencias y mis verdades con el uso de mi intuición, de mi reflexión, de mi emotividad me doy cuenta, por ejemplo, que un acontecimiento que se presenta o presentaba como agradable o desagradable está realmente conformado por el sentido que le doy o le he dado a mi vida. En estos sentidos que doy a las cosas radica la cuestión en la cual me apoyo o no para conducir mi vida.

Lo que llamo cargas en mi vida, son aquellas cosas que me han pasado y que considero desagradables, hechos que me han dejado marcas porque creo que lo hice mal, que me equivoque, que todavía no llego a comprender por qué ocurrió tal cosa. Estas cargas, muchas veces, me hacen sentir triste y decaído, me impiden vivir el aquí y el ahora, pues me ancla en el pasado haciéndome infeliz y me nubla el futuro. Todo lo contrario son los triunfos; pero muchas veces prefiero vivir a través de las cargas de mi vida, en una autocomplacencia de la tristeza que me aleja día a día de la felicidad.


Para darle sentido a mi vida, debo ir descubriendo reflexiva y emotivamente cómo una a una de todas estas cosas que me ocurren en el aquí y el ahora se relacionan con el propósito de mi vida; cuáles tienen sentido y cuáles no, cuáles encajan y de qué modo en el contexto en que me he planteado para vivir y ser. Y ahora me pregunto: ¿Cuál es el propósito de mi vida? 

martes, 18 de febrero de 2014

EL INTENTO DE SER LO QUE QUIERO SER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En la posibilidad de tomar el control de mi vida me puedo, según Trask, plantear dos trayectos. El primero se identifica por ser un camino de éxito en la relación conmigo mismo; tal éxito me hace ser responsable para conmigo mismo; así cuando se presente un evento, y éste presente un cambio importante en mi vida, posiblemente me dé aprehensión enfrentar el proceso de cambio que se puede producir.

En esta situación y con una visión hacia un horizonte propuesto debo transformar aquella aprehensión, aquel miedo, en un motivador favorable a mis circunstancias, pues al producirse o estar produciéndose un cambio estoy atravesando una situación de riesgo, que según el modo que trate la misma alcanzaré o no el triunfo de mi gestión personal.

En medio de esta situación debo tener y mantener una actitud de reflexión permanente,  pues el cuidado de mi mismo me permite restaurar y restablecer la condición conmigo mismo, pues es imprescindible asumir la aprehensión o el  miedo como un motivador favorable a mí. Ya que éste  es parte inherente de mí actuar, no un algo extraño.

El segundo trayecto se identifica como el recorrido de la mediocridad, es el camino de la irresponsabilidad para conmigo mismo; en este escenario he asumido, por diversas razones, la aprehensión que me genera una situación de cambio personal como un motivador negativo; lo que me puede producir un estado de ansiedad para conmigo mismo.

Si este escenario se da y permanece latente puede llegar a una parálisis de mis emociones, afectos y acciones; en tal parálisis presento una actitud de evasión, de carencia de entusiasmo, de aburrimiento ante el mundo, y particularmente ante o en mismo. Me siento fracasado conmigo mismo, pues no he sido capaz de alcanzar algo que me propuse o se me presento; en este caso he sido arrastrado por el mundo debido a mi inoperancia.

En este estado de aburrimiento, el cuidado de mí mismo y el saber de mí mismo son ruines, pues tengo una actitud de desmerecimiento; que activa en mí la culpa. El sentirme culpable por mí fracaso me causa ansiedad, esto es, estoy atrapado en el círculo del resentimiento y del fracasado.

El miedo, la aprehensión, que siento ante una situación de cambio, es una emoción que incluye sensaciones de temor, confusión, nerviosismo, anticipación, ansiedad y suspenso. Si concibo el miedo como un motivador desfavorable a mí lo trato de evitar o, simplemente, lo evito. Pues en mi contexto he aprendido que el miedo es una sensación de impedimento, y cuando éste llega a mi pienso que algo anda mal en mi vida. Esto es, la visión de mi mundo la he constituido a partir de que el miedo es un des-motivador, un algo que debo evitar. Por tanto, no lo enfrento.

Lo cierto es mucho más simple, el miedo es nuestro motivador principal, por siempre está presente en mi, en diversos grados cierto, pero está presente, es parte constitutiva de mi ser en tanto sujeto que soy.  El desafío diario, entonces, es asumir que el miedo es un motivador favorable a mi condición de persona, que él es parte de mi aprendizaje, del cuidado que tengo que para conmigo mismo. En esto consiste el control que tendré sobre mis miedos; y no vivir en un estado de pánico permanente para conmigo mismo.

El estado de pánico al que puedo llegar, y en el cual puedo permanecer, se da cuando el miedo me bloquea y ya no puedo seguir adelante. El miedo, por el contrario, como parte constitutiva de mí mismo hace que me ponga en estado de alerta y me prepare a actuar de una u otra forma. Éste es un factor que debo considerar en la toma de mis decisiones.
 
Cuando el sentimiento de miedo me invade, tengo dos opciones: Primero, lo hago parte de mi proceso de acción y actúo o actúo de modo no reflexivo. Segundo, lo ignoro y actúo o me éste me paraliza. Hago una acción reflexiva o irreflexiva, pero el miedo siempre será parte mi ser.  

Del modo como asuma mi miedo, lo hago dentro del mismo miedo y de la emoción que estoy sintiendo en ese momento. Como lo haga y los resultados de mi decisión tienen un impacto a lo largo de mi vida. Si decido manifestarme como un sujeto con valentía y esfuerzo, que muchas veces creo no tener, puedo concebir mis aprehensiones como un motivador favorable, lo que hace que afirme la seguridad de mi condición de sujeto. Con lo cual minimizo la magnitud del riesgo, que siempre es exagerada por mis patrones de aprendizaje.

En mi vida no puedo apartarme del miedo, no lo puedo poner a un lado, no puedo deshacerme de él. Lo que puedo hacer es decidir si permito que éste me motive o me paralice. Eso si lo puedo hacer. Según sea mi decisión tendré un concepto de mí mismo. O tengo más confianza y respeto de mi mismo, o me siento inseguro y no me tengo respeto. 


Si opto por un miedo como motivador favorable estaré recorriendo un sendero que me fortalecerá como sujeto, en el cual me doy cuenta que soy capaz de asumir mis temores. Desde esta postura actúo favorablemente con respecto a mí mismo, lo cual significa que tomo posesión de mi actuar y, por ende, de mi vida; a partir de aquí soy conformador de mis experiencias; me comienzo a amarme a mí mismo; que es condición necesaria para el cuidado de mi mismo. 

sábado, 15 de febrero de 2014

YO, MI CONCIENCIA REFLEXIVA Y LA INTERPRETACIÓN DEL MUNDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Con vista a la búsqueda de la felicidad tanto individual como colectiva, las emociones que están en juego o serán favorables a mi persona y a la colectividad que pertenezco o serán perjudiciales. Las primeras, contribuirán a acrecentar el bienestar, la justicia o cualquiera de los valores morales que me constituyen. Las segundas, a disminuirlos en detrimento mi ser como sujeto y del entorno en que me desenvuelvo y me constituye.

Los deberes cívicos, ese conjunto de obligaciones que comprometen al individuo con lo público, me hacen, en tanto individuo que soy, un ser interesado por mí mismo y los otros, esto es, me hacen una persona dotada de civilidad. ¿Qué tanta civilidad se da como oportunidad de lo posible? Dependerá del tipo de emociones que en lo individual y lo colectivo se lleven a cabo.  
     
Hay que observar, ¿cuáles emociones son apropiadas? y ¿por qué lo son para que el compromiso de lo individual con lo público se produzca, se mantenga y no perezca? Al defender las emociones como parte de la vida ética no se incurre en un mero sentimentalismo o en un moralismo flojo y sin fundamento. Consiste, por el contrario, en poner de manifiesto la importancia ética de tener emociones apropiadas, en el grado apropiado y en las situaciones apropiadas, como señalaría el Estagirita.

Para co-gobernar con las emociones es necesario analizar éstas, y decidir la conveniencia de las mismas para desarrollar una personalidad que tenga en cuenta los principios y los valores éticos. Pues, no es suficiente el hecho emotivo focalizado sólo en un conjunto de manifestaciones corporales de las que la persona toma conciencia.

Es importante saber el significado de las emociones y el lugar que éstas ocupan en mi conciencia. Hay que entender que mis emociones son una forma de aprehender el mundo y un modo de transformación de éste, tal como lo indica Sartre. Ya que, al no ser totalmente consciente de lo que hago cambio la perspectiva, sin orientación, para ver las cosas de otra manera.

El mundo se transforma a los ojos del sujeto que soy, porque la emoción altera mi percepción del mundo, la emoción no es un accidente, señala Sartre, sino un modo de existencia, una de las formas en el sujeto comprende su Ser-en-el-mundo. Yo, al ser una conciencia reflexiva puedo dirigirme hacia la emoción e interpreta, desde mi reflexión, lo que está ocurriendo en el mundo. Las emociones son esa expresión del verme necesitado, de mi falta de autosuficiencia, como señala Nussbaum; de allí parte mi interpretación del mundo. 

Las emociones, por una parte, forman parte de mi historia individual, de mi persona; por otra, hay emociones universales propias de la condición humana. Ambas conforman mi forma de enjuiciar o valorar al mundo, al tiempo que lo percibido. Si, por una parte, no soy dueño de la mera percepción de la realidad que se me impone y no controlo, causa de tanta excusas; por el contrario,  sí soy dueño del argumento, de la proposición, de juicio que acompaña a esta mi percepción. En este sentido, tengo que aprender a conformar, a constituir y transformar las proposiciones inconvenientes que realizo.   

Es a través de estos argumentos, conformados por las emociones, que muestro la vulnerabilidad o fortaleza del ser humano que soy.  Las cosas que me afectan, en muchos casos, escapan a mi control y por esto me afectan desfavorablemente; porque temo perder lo que quería y he conseguido, porque echo de menos lo que ha desaparecido, porque me asusta lo que no conozco. Por el contrario, las emociones favorables me afirman en el sujeto que soy y en mi interpretación del mundo.

Las emociones favorables o desfavorables ponen de manifiesto mi forma de ver el mundo. De aquí que es conveniente tomar conciencia de que es posible actuar sobre las emociones, lo que no quiere decir del control de éstas al extremo de lo exigido por los estoicos. Pues, un ser sin emociones, porque las ha conjurado y se ha librado de éstas, no es un ser humano.

La vulnerabilidad me constituye como sujeto de un modo esencial, es imposible entonces que yo deje de sentir, de temer o de compadecerme. El interés por las emociones en el comportamiento humano da relieve a esa vulnerabilidad que me constituye y nos constituye. Al aprender a emocionarme, mi yo se llena de sentidos y contenidos que, desde una valoración ética, serán apropiados o inapropiados. El reconocimiento de esta vulnerabilidad es lo que me hace un ser social. De allí el papel relevante de las emociones en el pensamiento moral.

Nuestra vulnerabilidad aparece, a la vez, como un problema y como una oportunidad para la ética. Es un problema, por una parte, en la medida en que no controlamos las emociones y éstas nos sobrevienen, ante ellas somos pasivos. Por otra parte, es una oportunidad si podemos reflexionar sobre las emociones y redirigirlas cambiando voluntariamente nuestra forma de ver las cosas, esto es, de interpretar el mundo.


La filosofía, en este sentido, ha insistido en la capacidad de actuar sobre las emociones y ponerlas al servicio de causas racionales, de convertirlas en actividad creativa emocionante. Hacerlas parte indisoluble del reino del sujeto y de su mundo.

viernes, 14 de febrero de 2014

DE LA VIDA COTIDIANA AL YO INACCESIBLE: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

¿Qué es lo que está entre el sujeto que soy y el saber de mí mismo? La filosofía, como guía para todos los individuos, en cuanto se refiere a las cosas que convienen a nuestra propia naturaleza. Esto es, el conjunto de principios y prácticas con las cuales puedo contar y están a la disposición de los demás, para ocuparme adecuadamente del cuidado de mí mismo y del cuidado de los otros.

En esta filosofía integrada a la vida cotidiana y a los problemas de los individuos, el filósofo tiene el papel de consejero de la existencia. Cuanta más necesidad tengo en esta práctica del cuidado de mí mismo de un consejero para mí, más necesidad tengo de recurrir al otro para buscar su asistencia. Más se afirma entonces la necesidad de la filosofía.

En esta necesidad de buscar la asistencia del otro, se amplía la función propiamente filosófica del filósofo, éste aparece como un consejero de la existencia capaz de proporcionar una mayéutica y consejos circunstanciales respecto a la vida privada, a los comportamientos familiares y sobre los haceres ciudadanos. La filosofía y los filósofos se van integrando en el modo de ser cotidiano, el cual nunca debieron abandonar.

La práctica de la filosofía se convierte entonces en una práctica social. Que incluye a individuos que no pertenecen, en sentido estricto, al oficio propio del filósofo. Pues es necesario practicar, difundir, desarrollar la práctica de uno mismo fuera del marco de la institución filosófica, y convertir esta práctica filosófica en una relación entre iguales.

 Transformar la práctica filosófica en una formación, un desarrollo, un fundamento para el individuo, transformarla en una relación conmigo mismo y con el otro en la cual va a encontrar su punto de apoyo, su mediación, en un otro que ha de poseer nociones filosóficas indispensables.

En este sentido, la práctica de mí mismo entra en interacción con mi hacer social, esta relación para conmigo mismo se ramifica en las relaciones con el otro. Al conocimiento de mí mismo como forma del cuidado de mí mismo lo acompaña el conocimiento de mi mismo que me conduce a la catarsis.

El conocimiento de mí mismo es un aspecto del imperativo fundamental y general del ocúpate de ti mismo. En este sentido, al ocuparme de mí mismo me voy convirtiendo en alguien capaz de ocuparse de los otros; ya que se da una relación entre ocuparme de mi mismo y ocuparme de los otros. Me ocupo de mi mismo para poder ocuparme de los otros. Existe indudablemente una relación de reciprocidad.

En esta reciprocidad se constituye el bienestar de la ciudad, su recompensa y su garantía. Me salvo en la medida en que la ciudad se salva; en esta reciprocidad se despliega toda la posibilidad con el otro, que es una implicación esencial.

En este ocuparme de mí mismo descubro lo que soy, lo que sé, lo que pretendo; esto es, descubro, a la vez, mi ser y mi saber. Develo lo que soy y lo que he contemplado a través de la reflexión, práctico la catarsis.

No obstante, la separación entre el cuidado de mi mismo y el cuidado de los otros ya se ha dado holgadamente. El yo mismo se ha convertido en el objetivo definitivo y único de la preocupación de mi mismo. Que ha llevado a una absolutización del yo mismo en tanto que objeto de toda preocupación. También nos encontramos ante la auto-finalidad del yo para-consigo-mismo, en una práctica que es la mera preocupación por mí mismo.

Esta práctica no puede ser considerada como una apertura a la preocupación por los otros. Pues es una actividad que sólo está centrada en mi yo, es una actividad que sólo encuentra su realización y su satisfacción en el yo mismo, en la auto-actividad que ejerzo sobre mí.

Sólo me preocupo de-mí-para-mí-mismo, y en esta preocupación por mi mismo es donde encuentro mi propia recompensa. En el cuidado de mi mismo soy mi propio objeto de cuidado, soy mi propio fin. Estamos en la absolutización del uno mismo como objeto de preocupación y también una auto-finalidad. Primero yo, segundo yo, tercero yo… uno mismo con uno mismo, en la absoluta pureza.

Entre el hacer de mi existencia y el hacer de mi mismo se produce una auto-identificación; yo=yo. ¿Cómo sabe el yo cómo se debe de vivir?  ¿Cómo hace el yo en lo que debe ser? ¿Cómo soy yo sin los otros?  Se ha producido entonces una cultura jerarquizada del yo-mismo, del yo universal, del yo inaccesible. Yo soy yo, dijo el dios.


jueves, 13 de febrero de 2014

DE LAS RAZONES DE MI CONDUCTA A MIS ACTOS DE VIVIR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

A veces desatendemos la realidad que tenemos delante de nuestros sentidos, y atendemos el complejo de ideas, imágenes, nociones, percepciones que incorporamos a nuestro lenguaje y que hemos heredado de él.  Lo que llamamos el mundo es una tradición social, el cual nos llega ya hecho.
           
Nuestra fantasía, nuestro extravío anima lo inanimado, todo lo humaniza; y en esta labor sobrenaturalizamos la naturaleza, esto es, la divinizamos humanizándola, la hacemos humana; de allí que la razón mecaniza y materializa toda cosa, todo lo vuelve un algo.

Como somos una voluntad, y la voluntad refiriéndose al porvenir, en el que cree, lo hace cosa, como la fe es cosa de la voluntad, es mi movimiento, mi disposición de ánimo hacia una realidad práctica, hacia una persona, hacia algo que me hace vivir y no tan sólo comprender la vida.

Pienso para vivir y pienso porque vivo, esta forma de mi pensar responde a la forma de mi vida. De allí que mi modo de ver el mundo, en general, es la justificación a posteriori de mi conducta, de mis actos. Mis argumentos es el constructo por el que explico y justifico a los demás, y me justifico y explico a mí mismo sobre mi propio modo de obrar.
           
En la mayoría de los casos no sé, en rigor, por qué hago lo que hago y no otra cosa; de allí que sienta la necesidad de darme cuenta de las causas de mi obrar y forjo, entonces, mi mundo de argumentos. Construyo los móviles de mi conducta que, por lo general, son sólo pretextos.

El mismo argumento que me construyo y me impulsa a mí para cuidar de mi vida, es el que en la creencia de otro le lleva a descuidar su vida. En los actos humanos influyen los razonamientos, las ideas, están mis actos determinados por tales y de ellos dependen. Y en éstos encuentro el consuelo práctico de la vida o la penosidad de ella.

Mi sentimiento de solidaridad parte de mí mismo; como soy sociedad necesito adueñarme de la sociedad humana, como soy un producto social tengo que socializarme. Aquí me pongo en los otros, me doy mutuamente sus espíritus, me sello mutuamente en los otros. Por ello, cuando la pereza se hace materia inerte en mí me disminuye, me anonada.

El punto de partida de mi especulación es la representación mediata o histórica, humanamente elaborada como se me da principalmente en el lenguaje, por medio del cual conozco el mundo. No es el yo, ni es la representación o el mundo tal como se me presenta, inmediatamente, a mis sentidos.

Por ello, llego a esta conciencia de mí mediante el diálogo, la conversación social. El lenguaje es el que me da mi realidad. La representación muda o inarticulada sólo es un esqueleto. El amor se descubre a sí mismo hasta que habla.

Uno se pierde cuando intenta encontrarse, me pierdo en este mi diálogo, entre estos mis argumentos. Mis argumentos no pueden llegar a ser una prisión, a través de éstos me debo invitar a descubrir mi propio camino; así mientras avanzo me es necesario desembarazarse de mis sombras, antes que éstas se vuelvan exigencias y obstáculos.

En este estado de transformación que acompaña los reajustes mi realidad, mi ser se transfigura. En él se cumplen metamorfosis alimentadas de sueños y temores, de fatigas y aprehensiones. En esta transformación, descubro que mis argumentos sólo tienen sentido cuando están fecundados por mi experiencia, que es constituida por mis emociones, por mi mismo pensar.

Esta figura que soy tiene sentido en la medida en que estimulo invitaciones e incitaciones a producir nuevas formas en mí. Esta mi obra me permite expresar mi preferencia entre una concepción de la vida y otra. Porque al construirme a mí mismo poseo el sentido de la diferenciación, práctico las afinidades electivas que he desarrollado.

He partido del combate contra aquello que me divide, me debilita y me empequeñece, contra la alienación y sus perversiones. Porque lo que me he propuesto es construir es mi identidad, que debe emerger de un bloque o masa informe. Ese trabajo es monumental, el mismo me hace una figura fáustica.

En esta figura recurro a mi voluntad que se impone a una realidad impuesta; que me ha generado una sumisión que concierne a una otra realidad resistente, compacta, feroz y determinada. Donde late lo informe se ocultan mis potencialidades, que corresponden a la fuerte individualidad que hago surgir, que saco a la luz.


En este intersticio aplico toda mi determinación, todo mi poder para obtener mi forma y mi orden. Imprimo mi marca y las señales de mi voluntad. 

martes, 11 de febrero de 2014

LO RACIONAL Y LO DESIDERATIVO, LO ADECUADO PARA APRENDER A VIVIR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La filosofía se ha referido a las pasiones, a los sentimientos, a los afecto y en todos estos casos, el término ha evocado algo que el individuo padece, que le sobreviene, que le afecta y que no depende de él. Esta ha sido la tradición filosófica al respecto. En esta tradición, el interés de la filosofía por las emociones, los sentimientos o las pasiones se ha dado desde el punto de vista de la relación que éstas puedan tener con la razón.

La tradición filosófica ha contrapuesto la racionalidad al sentimiento, por lo que ha da preeminencia a la facultad racional sobre la facultad desiderativa de la que nacen mis pasiones, mis afectos o mis emociones.

La tradición ha cambiado y en el presente se atribuye a las emociones una función normativa proactiva, la cual le era atribuida a la razón. Ahora, las emociones son concebidas no como algo que me ocurre, que padezco, sino como algo que yo hago.

El énfasis actualmente en las emociones pretende revertir o cuando menos minimizar la tendencia racionalista que es simplista y falsa. Sin embargo, esta tendencia encarna un peligro, por una parte el de despreciar la función de la razón, por otra quedarse en el nivel más superficial de lo emotivo.

La ética no puede prescindir de la parte emotiva, porque entre sus tareas está el poner orden y dotar de sentido a los afectos y emociones. La ética, como filosofía práctica, no ignora la sensibilidad ni pretende reprimirla, lo que procura es encauzarla en la dirección adecuada. Y aparece la interrogante ¿adecuada a qué? Adecuada a aprender a vivir, respondemos. Que es al mismo tiempo aprender a convivir de la mejor manera posible.
           
La organización, el orden de las emociones es importante para la facultad racional, no para eliminar los afectos, sino para darle a las emociones y la razón el sentido que conviene más a la vida, tanto individual como colectiva. Se trata de conseguir que el bien y los deseos, que la razón y la emoción coincidan, que no haya diferencia entre ambos.

Este enlace de razonamientos y emociones busca un equilibrio emocional, que no es la imposición o represión de la razón sobre la emoción. No se pretende imponer la razón a los sentimientos, se utiliza a la razón para cambiar las emociones y la conducta que de ella se deriva.

Pues a través del razonamiento se generan nuevas emociones, que sustituyen a aquellas  que producen sentimientos perturbadores e inconvenientes para el bienestar de la persona. El Estagirita indica, por una parte, que las emociones nos cambian hasta el punto de afectar nuestros juicios; y por otra, que nuestras cogniciones afectan a nuestras emociones y son las causas de que éstas tengan lugar.

Es la teoría cognitivista la que determina la asociación entre nuestro sentimiento e intelecto, entre nuestro cuerpo y mente, que ahora se intenta recuperar. Según la teoría cognitivista, la estructura de las emociones está constituida por creencias, juicios o cogniciones, además de por los deseos. Como lo señala Davidson, para quien nuestras acciones, por una parte, se explican a partir de unos deseos o pro-actitudes y, por otra, a partir de unas creencias.

En este sentido, las emociones son un complejo de afectos, cogniciones y deseos. De esta manera, al sentir que estamos ante algo que es una amenaza o ante algo que genera nuestra identificación afectiva, de la emoción que sentimos derivamos una acción, una tendencia a actuar; que según el caso, será o el deseo de evitar la amenaza o mantener la empatía que se ha formado.

Los sentimientos, las emociones, en este aspecto, se explican por conocimientos o creencias que la sustentan. Aunque, las emociones pueden proceder de creencias o cogniciones equivocadas, lo que ocurre muchas veces. En uno u otro caso, la causa que genera la emoción es siempre un conocimiento o creencia, cierta o errada, sobre lo que genera rechazo o deseo de afectividad.  

Tanto lo cognitivo como lo desiderativo de las emociones son de interés para la perspectiva moral de éstas. Pues estas disposiciones mentales generan actitudes ante la vida, y su vínculo con el deseo las convierte en disposiciones a obrar.

Nuestras emociones nos proporcionan una orientación, un sentido; el cual viene dado por nuestras cogniciones, nuestras creencias de la realidad; sentido que proyectamos hacia un objetivo el cual favorecemos por nuestro deseo. A través de nuestras cogniciones nos proveemos de una imagen del mundo que habitamos, a través de nuestras emociones y deseos le proporcionamos objetivos  a las cuales aspiramos. 
           

Lo que establece el vínculo entre nuestras cogniciones y nuestros deseos es nuestro estado emotivo. Por medio de mis cogniciones construyo un mapa del mundo, mis deseos me apuntan a recorrerlo o a evitarlo. De allí la necesidad que razón y emoción convivan juntas.

sábado, 8 de febrero de 2014

ESA IDEA DE MÍ MISMO QUE SOY YO, LO VITAL E IRRACIONAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Este sujeto que ve, que oye, que toca, que gusta y huele lo que necesita ver, oír, tocar, gustar y oler lo hace para conservar su vida. El hombre ni vive solo ni es sujeto aislado, es parte de sociedad, y en esto el individuo no es una abstracción.

Pensar es hablar conmigo mismo, y hablo conmigo mismo después de haber tenido que hablar con los otros. En la vida me acontece, con frecuencia, que llego a encontrar una idea que buscaba, llego a darle forma, llego a obtenerla sacándola de la bruma de percepciones oscuras que ésta representa gracias a los esfuerzos que he hecho para presentarla a los demás.
           
El pensamiento es mi lenguaje interior; no obstante, este mi lenguaje interior brota del exterior. De donde caigo en cuenta que la razón es social y común. Por ello, también me doy cuenta que esa filosofía de la vida es el producto humano de cada sujeto, y cada sujeto es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros hombres y mujeres de carne y hueso como él.

Y haga yo lo que quiera, no sólo con la razón, sino también con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo, lo que hago para conservar mi vida de sujeto. Pero el sujeto vive para algo más que para el mero vivir. Vivo y necesito vivir para poder filosofar sobre la vida; para resignarme a la vida o para buscarle algún sentido, finalidad, o para divertirme y olvidar mis penas. ¿Qué significa esto que soy?

De este modo, me libero de la embrutecedora necesidad de tener que sustentarme materialmente. Y si miro bien, veo que debajo de tantas preguntas no tengo sólo el deseo de conocer un porqué, sino de conocer el para qué, no sólo la causa sino la finalidad. Quiero saber de dónde he venido, qué me ha conformado, para así poder averiguar hacia dónde voy. Ya sabemos que vivir es una cosa y conocer es otra. Lo primitivo, como dice Unamuno, no es que pienso sino que vivo; porque también viven los que no piensan.

En esta mi vida cada día quiero ser yo, cada vez más, aunque no sea consciente de ello. Y sin dejar de ser este que soy, voy soy siendo además cada vez más los otros; por ello me adentro a la totalidad de las cosas visibles e invisibles, me extiendo a lo ilimitado y a lo inacabable del espacio-tiempo. Y sin embargo, en este espacio-tiempo no sabemos amarnos. Entonces, ¿cómo pretendo amar al prójimo? El precepto contiene en sí que primero debo amarme a mí mismo para poder amar al otro. Ámate a ti mismo y luego amaras al otro como si éste fuese tu mismo.  

Cada uno de nosotros sabemos que nuestro sistema de verdades, postulados, creencias, valores no está mejor fundado que el de los otros, pero lo sostengo porque este sistema es el mío. Y me aferro a esa mi verdad individual sólo porque es hambre espiritual. Y en esta hambre pervivo gruñéndome.

Aunque me pienso, como decía Hume,  jamás me encuentro con esta idea de mí mismo, sólo me observo deseando, obrando o sintiendo algo. Porque esa idea de mí mismo soy yo. Porque vivo, por eso soy absolutamente inestable e ininteligible. Mis pensamientos y sentimientos, confusos, agitados, desgajados, vertidos en esta vida, arrojados a este mundo me hacen ser un ser vital, esto es, irracional.

En el fondo de este mi abismo, encuentro mi desesperación sentimental, volitiva y mi escepticismo racional frente a frente, que se abrazan como uno solo. Y este es un abrazo trágico, amoroso, de donde brota mi vida, una vida seria y terrible. Mi escepticismo, mi incertidumbre, último lugar a donde llega mi razón ejerciendo su implacable análisis sobre mí mismo, sobre mi propia validez; este es el fundamento desesperado de mi sentimiento vital en el cual he de fundar toda mi esperanza.

Tal vez una conciencia desgraciada y cobarde puede llegar a proponer una fórmula de arreglo; pero la vida que es informulable, que vive y quiere siempre vivir, no está para aceptar fórmulas. La única fórmula de la vida es o todo o nada. El sentimiento no transige con términos medios. Ese mi escepticismo esperanzador es la duda, pero es mucho más que la duda.

El conflicto entre la razón y la vida es algo más que una duda. Porque la duda se podría reducir a un elemento ambiguo. Me refiero a otra duda, a una duda de pasión, al conflicto entre razón y sentimiento. Esta duda se funda sobre el conflicto mismo destruyendo de continuo y, a la vez, continuamente restableciendo.

De continuo, la voluntad construye la morada de la vida, y asimismo de continuo la razón la abate con vendavales y huracanes. La trágica historia de nuestras vidas es esta lucha entre razón y vida. Aquella se empeña en racionalizar a ésta haciendo que se resigne a lo inevitable; y esta, la vida, se empeña, por su parte, en vitalizar a la razón obligándola a que sirva de apoyo a sus anhelos vitales.


El sentimiento de mi mundo, de mi realidad es irremediablemente subjetivo, humano demasiado humano, señalaría el mostachudo. Porque está constante conformada y en conflicto por esta duda apasionada, por esta lucha entre lo vital y la resignación.   

viernes, 7 de febrero de 2014

DE LA ESTULTICIA A LA FORMACIÓN DE MÍ MISMO, EL OTRO COMO MEDIADOR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La práctica de mi para conmigo mismo va desde ignorarme hasta la crítica de mi mismo, de los otros, del mundo... La práctica de mi mismo, por lo general, se impone sobre un fondo de errores, sobre un fondo de malos hábitos, sobre un fondo de deformaciones, de dependencias establecidas y solidificadas; esta práctica que se impone sobre un fondo de ignorancia que se ignora a sí misma, de ésta es preciso desembarazarse.

El conocimiento de mi mismo frente a mis acontecimientos, más que de la formación de un saber abstracto, se trata de algo que tiene que ver con la corrección, con la liberación que me da la formación de llegar a saber lo que soy . Es en este saber en el que se desarrolla la práctica de mi mismo. Convertirme en algo que nunca he sido es uno de los temas fundamentales de esta práctica del sujeto sobre sí mismo.

En la relación conmigo mismo, en tanto práctica reflexiva de mí mismo, aparece la relación con el otro como mediador de esta práctica. El otro —el, ella— es indispensable en la práctica de la formación de mi mismo, porque de esta manera tal práctica alcanza efectivamente su objeto, es decir, llegar a ser lo que deseo ser.

En esta práctica en la que el otro es indispensable se dan tres tipos de modos de relacionarse con el otro. A saber, la práctica del ejemplo de los grandes hombres y de la tradición en tanto modelos de comportamiento; segundo, la práctica de la capacitación, de la transmisión de saberes, comportamientos y principios; y por último, la práctica del desasosiego, de ponerse al descubierto ante el otro,esto es, la mayéutica socrática, el arte de parirme a mí mismo.

Estas prácticas reposan en el hecho que la ignorancia no es capaz de salir de sí, por lo cual es necesaria la mediación del otro. A través de tales prácticas, yo tiendo hacia un saber que en ningún momento de mi vida había llegado a conocer, y tiendo a un status de sujeto que sustituye el no-sujeto que he sido. Este nuevo status de sujeto que soy es determinado por la plenitud de la relación para conmigo mismo. En la constitución de este nuevo sujeto que soy o que llegaré a ser es que interviene el otro como mediador. En esta mediación, el otro es un operador que participa en mi co-reforma, en mi co-formación de mi ser.

Para salir de la ignorancia de mi mismo, me es preciso atender al cuidado de mi mismo. La ignorancia, en este caso, corresponde a un estado de mala salud, pues en ésta soy no-sujeto, un estulto. La estulticia es el otro extremo de la práctica de uno mismo, señalará Séneca. En primer lugar, porque ésta es una apertura indistinta a las influencias del mundo exterior, recepción absolutamente acrítica de las representaciones. En segundo lugar, el estulto es aquel que se dispersa en el tiempo, que se deja llevar, el que no se ocupa de nada, que deja que su vida discurra sin más, el que no dirige su voluntad hacia ningún fin; su existencia transcurre sin memoria ni voluntad. Es aquel que cambia sin cesar su vida.

En esta apertura carente de sentido, el estulto no es capaz de querer de un modo adecuado; su voluntad es una voluntad que no-es-libre, es una voluntad que no-siempre-quiere, es una voluntad que no-es-una-voluntad absoluta.

Porque querer libremente es querer sin ninguna determinación provocada por cualquier representación, por cualquier hecho o inclinación; querer de forma absoluta significa no querer poseer diferentes cosas al mismo tiempo, por ejemplo una vida tranquila y al mismo tiempo marcada por la preocupaciones. Querer significa siempre no querer con inercia o pereza, querer siempre del mismo modo. El objeto propio de mi voluntad soy yo mismo. Uno mismo es aquello que uno quiere siempre de forma absoluta y libremente, esto es algo que es propio del ser del sujeto.

Pero el estulto no se quiere a sí mismo. Pues en la estulticia se da una desconexión entre la voluntad y uno mismo, una no-conexión, una no-pertenencia. Salir de la estulticia consiste en actuar de tal forma que yo pueda quererme en tanto sujeto que soy; que yo pueda tender hacia el ser que soy, como si fuese el único objeto que puede quererse siempre de forma libre y absoluta.

En la estulticia no puedo querer este objeto que soy como sujeto. Ya que lo que caracteriza al estulto es precisamente que no-lo-quiere, ésta se define por la no-relación-con-uno-mismo. Salir de la estulticia es algo que el propio sujeto no puede llevar a cabo por sí mismo, de allí la necesidad del otro como mediador en ese proceso de conformación.


La constitución de mi mismo como sujeto permanente de mi voluntad sólo puedo lograrla por la mediación del otro. Ya que entre el estulto y el individuo sapiens es necesario el otro. En este sentido, entre el individuo que no se quiere a sí mismo y el sujeto que desea conseguir una parcela de su propio dominio, que intenta ser su propia posesión, que busca ser el placer de sí mismo, se hace necesaria la intervención del otro como mediador. 

En la carencia de voluntad caracteriza al estulto éste es incapaz ocuparse de sí mismo. Por tanto, en el cuidado y en el conocerme a mí mismo es preciso la presencia y la intervención del otro.