sábado, 29 de junio de 2019

MARCAR NUESTRO TERRITORIO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Marcar nuestro territorio es algo importante, sea éste personal o de cualquier otro tipo. Por cuanto, nos definimos en nuestro pensar-hacer. Marcar nuestro territorio es gustar del hogar, no me refiero al hogar en su sentido familiar; sino a aquello que nos define a cada uno, aquello que somos en nuestro hacer. Marcar, en este sentido, es establecer una definición. Por tanto, para hacer tal cosa tenemos que definirnos a nosotros mismos.

Al marcar nuestro territorio determinamos porque nos gusta nuestro hacer, nos hacemos casa  que habitamos; y esto nos convierte en un sujeto visible. Ese territorio, que llamamos casa es nuestro ser, es nuestro dominio con las fortalezas que tengamos, en él somos el único dueño y señor. Es nuestro señorío y en habitamos. Cada uno vive en el suyo. Si esto no es así, entonces vivimos una vida inauténtica.

En este determinar nos convertimos o llegamos a ser el jefe de lo que somos. A servirnos a nosotros mismos, a ser abiertamente obstinados y hacer lo que nos place; provocamos nuestras esperanzas y aspiraciones al ser dueños de ellas. Por amor a nosotros atendemos nuestras propias necesidades y deseos. Por ello, cada cual debe marcar sus límites para vivir en paz.

En este amarnos nos interesa el cuidado y la protección que brindamos a pensar-hacer, que nos brindamos a nosotros, a nuestro territorio. Tenemos que tener en cuenta que nuestro territorio colinda con otros territorios, que compartimos lugares comunes, es decir, que convivimos; por lo cual nuestro territorio se extiende más allá de lo que penamos. Por lo tanto, no debemos sorprendernos de esos largos paseos que intercambiamos con otras personas.

Tanto marcar el territorio como el amarnos nos hace que estemos ligados a nosotros y a los otros, porque esto representa el centro de nuestro universo de confort y el marco de nuestro bienestar. A partir de esto dos elementos se desarrollan el cuidado y el conocernos a nosotros mismos.

Hay una relación directa entre la felicidad anímica, el cuidado y el conocernos que se da a partir del marcar nuestro territorio. Pues, ese territorio lo decoramos, lo embellecemos, mantenemos su limpieza, su orden. Por eso deseamos pasar en nuestro estar e invitamos a otros a él, porque percibimos un vínculo entre nuestro territorio y nuestro estado emocional. Hay coherencia.

Esta coherencia es una acción refleja, una visualización de nuestro bienestar y de la imagen que uno tiene de sí mismo. Entonces debemos preguntarnos: ¿cómo nos sentimos en nuestro territorio? ¿Nos encontramos a gusto y estamos cómodamente instalados en él? ¿Nos gusta compartir el mismo con nuestros amigos? ¿Estamos orgullosos de él? ¿Hemos creado las condiciones para nuestro placer?

Nuestro territorio refleja nuestro bienestar. Es nuestro refugio, el lugar donde podemos descansar, tomar fuerzas y aislarnos del ajetreo exterior. Por eso es nuestra casa, nuestro habitar. Ese territorio es el centro de nuestra felicidad, por lo cual podemos extender nuestras fronteras para ese territorio, nuestra zona de confort y de seguridad, al intercambiar con otras personas.

Nuestro territorio tiene que ser confortable; tiene que ser un lugar en el que podamos descansar, cuidarnos, centrarnos y recibir a las personas que queramos. Por ello en él debemos cultivar la comodidad y la belleza del mismo para sentirnos bien con nosotros y con los demás.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin




sábado, 22 de junio de 2019

ENTENDER Y PADECER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

“Todos saben cómo vencer el dolor salvo aquel que lo padece”
Shakespeare

Todos sabemos que padecer y entender no siempre se incluyen en nuestro saber. Podemos entender algo sin padecerlo o padecer algo sin entender lo qué es. Un joven puede entender que un cuerpo viejo padezca de dolores, de achaques; pero él no los padece. O el viejo padece de los achaques propios de la vejez pero él no lo entiende.

O podemos entender el dolor de otro por la pérdida de un ser querido; sin embargo, nosotros no padecemos de ese dolor. El entender nos puede permitir vencer el dolor pero, como dice la cita de Shakespeare, menos aquel que lo padece. Por cuanto, el padecer nos abruma y nubla nuestro entender.

Es muy fácil recomendar a alguien que no se deje abrumar por la situación que padece, qué trate de entender lo que le sucede. No obstante, el padecer es algo radical, está muy arraigado como para hacerlo a un lado de una manera tan fácil. Por eso cuando padecemos una tristeza que apenas logramos comprender ésta no envuelve y arrastra.

Ante eso podríamos creer que todo padecer es mayor que el entender, y tal vez sí lo es porque no nos permite tener una bocanada de entendimiento. No obstante, en todo padecer hay un momento de claridad, una salida de sol en medio de la lluvia. Y son esos momentos lo que os permiten un pensar más o menos sereno.

Ahora bien, todo padecer, como hasta ahora lo hemos presentado, no tiene la capacidad o necesariamente no están grande como para nublar nuestro entendimiento. Hay «padeceres», y vamos a llamar a éstos cotidianos o de todos los días, y se dan por las circunstancias del vivir diario. Pero también tienen la particularidad de que nos abruman. ¿Por qué de este abrumar?

Siempre padecemos porque somos, casi siempre, efectos de las circunstancias. Lo cual no quiere decir, tal vez, que éstas sean tan grandes como para que no podamos ver a través de ellas. Porque muchas veces las cosas más pequeñas nos apartan de nuestro entendimiento, nos distraen. Creo que Pascal habla al respecto del zumbido de una mosca que nos distrae debido a nuestra fragilidad.

Este es otro tipo de padecer, el padecer por nuestra fragilidad en el mundo. Cualquier cosa nos distrae. Tal vez, por eso aquello que decía Cabral «no estas deprimido sino distraído». Y esto en el padecer si es algo que debemos tener muy en cuenta, estar muy atentos a ello. Porque la distracción por los «padeceres» de cada día nos puede hacer perder el entender lo que estamos viviendo y padeciendo.

Y repito de estos padeceres es algo de lo cual debemos estar muy atentos. Se dan a cada momento de nuestro vivir y se dan diario. Nos distraen y terminan siendo más grandes de lo que en verdad son.  Los magnificamos y por eso acaban abrumándonos, ante estos tendríamos que asumir una postura cercana o seguir a los estoicos o a los epicúreos. Que tratan de hacernos ver que las cosas mundanas no pueden sobrecogernos.

Ante este padecer debemos entender. Porque de lo contrario pasaremos nuestro vivir en un permanente estado de angustia o desconcierto, aun cuando estemos en un estado de bienestar. Que al verse, ese estado de bienestar, mínimamente afectado caeremos en un estado de depresión e incertidumbre.   

Pasaremos de un estado de bienestar a una incomprensión de lo que nos rodea. Y apelaremos a esa expresión consoladora que en estos últimos años se ha producido en Venezuela «éramos felices y no lo sabíamos». Tal vez, en verdad no había ninguna felicidad, lo que había era otro estado de distracción producido por otras circunstancias; y en esa otra bruma no habíamos entendido que nuestro vivir es finito y esta finitud siempre nos roza.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin




sábado, 15 de junio de 2019

SOLUCIÓN O EVITACIÓN DE LOS CONFLICTOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Evitar los conflictos resulta más fácil que solucionarlos. Con evitar me refiero, en este caso, a eludirlos cuando ya éstos están presentes o se han hechos manifiestos. También consideramos que evitar es no participar en ningún tipo de conflicto, acá evitar tiene otro sentido y significado. Por otra parte, conflicto no puede ser visto solo como un aspecto negativo o como algo que nos llega de afuera. Puesto que, el conflicto puede ser algo que nos planteamos con el ánimo de resolver.

Cuando hablamos de conflicto, en muchos casos, nos referimos a éste como un enfrentamiento o situación desagradable, razón por la cual evitamos participar en él. Esto es en su aspecto negativo, esto es, algo que nos resulta doloroso. En un sentido positivo, el problema o conflicto designa una dificultad que requiere una acción intelectual y de experiencia para resolverlo. En este caso, el conflicto es un eslabón de la cadena: problema-indagación-solución.

Ahora bien, para la resolución de todo conflicto llevamos a cabo un conjunto de acciones que involucran nuestros conocimientos y creencias, las cuales desplegamos para la solución del mismo. Esto lo hacemos en la medida que tenemos que analizar el despliegue del mismo, los mecanismos sobre los cuales se fundamenta, el dinamismo, el sentido y la significación en el marco de la dimensión de nuestro pensar-hacer y de las interrelaciones con los demás.

Los conflictos en nuestras relaciones interpersonales tiene muchas causas, por ejemplo, defender nuestro territorio personal, laboral o familiar; o muy común los mal entendidos al hablar sobre algo. Ahora bien, ¿son en verdad conflictos o simples roces de convivencia? Con respecto a los conflictos, creo que es importante distinguir lo importante de lo cotidiano. Con cotidiano me refiero a esos roces intrascendentes de cada día, por ejemplo, un empujón sin intención el cual se resuelve con una disculpa, con un gesto de amabilidad urbana.

No hay que hacer un drama de cada roce. Porque terminaríamos por creer que cada asunto que nos pasa es un conflicto en su sentido más grave, más bien esto puede ser un asunto patológico que requeriría de una consulta con un especialista. Y no es el caso que acá trato de exponer.

Otro aspecto del conflicto, el cual he tratado en otros artículos, es distinguir el problema de la persona. En filosofía, en el campo de la lógica, se llama a esto argumento «Ad hominen» que significa argumento “contra el hombre”, el cual que es un falacia; el mismo busca desacreditar a la persona que ha hecho un reclamo, por ejemplo, al replicar sobre quién es esa persona. En la política es muy común ver esto, por ejemplo, cuando se desacredita a una persona porque pertenece a un determinado partido político, y con eso se evita abordar la denuncia o el reclamo que la persona realiza. Lo que se busca es enfrentar el problema o el conflicto que alguien ha planteado.
Todo conflicto necesita el despliegue de estrategias. El conflicto hay que enfrentarlo con el fin de solucionarlo, no para agrandarlo. El dicho popular dice: «echarle gasolina a la candela», con eso se refiere a que no hay disposición de solución sino de hacer que el problema se haga más dificultoso.

Para la solución de nuestros conflictos tenemos que ser audaces con el conocimiento que poseemos y con el que tenemos que adquirir. Este último, lo adquirimos de manera rápida consultando a otras personas que nos pueden ayudar.

Al principio señalé que evitar también tiene el sentido de no participar en conflictos, en la forma de no generar problemas. Esta es la actitud general de no ser beligerantes, para utilizar un término agresivo, por medio del cual evitamos producir conflictos. Es un talante activo que deviene de una actitud prudente, sensata de llevar adelante nuestro vivir. De antemano, prevemos no generar roces.

Esta postura ante los conflictos es juiciosa y debemos cultivarla, porque nos hace estar atentos a nuestro entorno; a lo que en él sucede. Así prevemos  ciertos sucesos que pueden desencadenar un conflicto. A esto también lo llamamos evitar. El afrontar y el evitar en este sentido el conflicto es una actitud activa y responsable. Pues, siempre estamos dándole la cara de manera reflexiva a lo que sucede.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin





sábado, 8 de junio de 2019

SABER DECIR SÍ, SABER DECIR NO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En estos últimos tiempos se ha puesto de moda, y porque se ha puesto de moda, se le ha dado preeminencia al hecho de aprender a «decir no», como si «decir no» fuese más importante que «decir sí». El argumento deviene del hecho de que a muchas personas les resulta más fácil «decir sí» por sumisión, miedo… que «decir no».

Con eso lo que se busca es promover una actitud de resistencia, una actitud de indocilidad ante la postura de sumisión. El «no» se convierte en una acción para detener el abuso y el aprovechamiento de los demás sobre uno. Eficaz o no, como toda acción puede dar resultado y si no es reflexionada podría darlo a corto plazo. Tal vez, sería más eficaz indagar sobre las causas que producen que uno tenga una actitud sumisa y dócil ante los demás.

Es tan fundamental aprender a «decir no» como aprender a «decir sí», porque cada respuesta depende de un contexto, de unas circunstancias, y por supuesto de una disposición y una reflexión determinada. La respuesta no depende de un apriori, ni de una moda. La respuesta depende de un sujeto que se conoce a sí mismo o no, y esto es lo más importante en último término.

Pretender inculcar una actitud de rebeldía no tiene sentido, porque hay personas que no tienen esa disposición. Incluso imponer un «decir no» es una imposición como cualquier otra. Aunque hay personas que no les gusta que les digan lo que tienen que hacer, hay otras que sí. Hay personas que están dispuestas y sin ningún problema a obedecer una orden, la cual no tiene que ser dada de manera imperativa.

Decir que a los humanos no nos gusta recibir órdenes es mentira. Las ordenes están presentes todos los días sea de manera directa o indirecta; están en el trabajo, en la casa, en los códigos sociales del entorno en que nos movemos. Esto es lo que se ha llamado el «contrato social» que nos permite interactuar como sujetos sociales.

Nuestro aprendizaje está en función de las perspectivas que tenemos del mundo en que actuamos. Unos son testarudos, otros no. Lo importante, tal vez, sería mostrar el menú de opciones del cual podemos disponer y que nosotros reflexionemos sobre nuestras circunstancias y lo qué debemos hacer en éstas.

Decir no, decir sí, o decir quizás, tal vez, más tarde, déjame pensarlo: depende de unas circunstancias y de un sujeto que en ellas está. Por tanto, más que aprender a decir no, lo que es importante es la reflexión ante la petición que se nos hace o que nos hacemos a nosotros mismos. Porque todo mandato no proviene de afuera, muchos mandatos son propios, son nuestros.

Lo que podríamos es preguntarnos: ¿Por qué se ha puesto de moda o se ha convertido en importante decir no? Algo ha sucedido para que esta negación se haya convertido en algo relevante. ¿Acaso nos hemos dado cuenta de nuestro estado de alienados? ¿De que estamos en un afuera de nosotros? Sin embargo, por ser una moda este apriori del no posiblemente pase en el algún momento a un segundo plano, sin importancia alguna.

Los gurús del «no» nos quieren imponer el no como si esto no fuese un mandato, una orden. Lo que debemos hacer es analizar si las necesidades de los demás nos incumben, si debemos seguir directrices que no tienen nada que ver con nosotros o si los asuntos de los demás nos hacen vivir en un estado de sumisión. Las respuestas que demos a esto será nuestra responsabilidad y de ésta nos haremos cargo.

La facultad de «decir sí» puede ser una actitud, una disposición personal a no negarse a hacer un favor. Y en eso no hay nada reprochable. Lo reprochable no está en la persona que dice sí, sino en aquella que se aprovecha de esa persona. No confundamos quién es el culpable. El victimario es quien convierte al otro en victima. El jefe o el esposo, por ejemplo, que se aprovecha o manipula al otro para su beneficio propio.

Lo que debemos fomentar es la capacidad de análisis de la toma de decisiones para que atendamos analíticamente a lo que las personas son y quieren, y atendamos a las circunstancias en que nos encontramos antes de decidir. Para que, de esta manera, podamos proteger nuestra libertad de acción y decisión.

Aprender la toma de decisiones es aprender a salvaguardar nuestro vivir, nuestra capacidad para actuar; también es saber hacernos respetar en un entorno que muchas veces se aprovecha de nuestras capacidades y fortalezas.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin





martes, 4 de junio de 2019

SABER DESCANSAR, GUSTAR DEL DORMIR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Muchas veces despertamos sin tener el aspecto agradecido de quien sabe que puede volverse a dormir. O peor aún, sin tener el aspecto de haber descansado. No me voy a referir a las personas que sufren de insomnio o aquellas que por algún otro motivo tienen dificultad para dormir. Me refiero a las personas que no saben descansar, porque por algún motivo no lo saben hacer.

Hay gente que vive ajetreada, o tal vez quieren vivir atareadas porque decir que andan estresadas pareciese que da estatus social, sea en el trabajo y hasta en los estudios. Andar afanado parece un modo de vida, o que se han impuesto o anda asumido sin caer en cuenta de ello. Estas son dos formas de necesidades in-auténticas, porque no la hemos decido nosotros.

Había gente, no sé si todavía existen, que alardeaban de levantarse antes del amanecer. Uno se preguntaba ¿para qué se levantan tan temprano? O aquellos otros que andan afanados todo el día, ¿qué tan importantes son? O ¿qué cosas tan importantes hacen que no pueden vivir de manera reposada? En última instancia ¿para qué tanto apuro? «Del apuro solo queda el cansancio» reza una dicho popular.

¿Por qué despojarnos del placer de descansar, de dormir? O ¿Por qué despojarnos de ese placer cuando se presenta la ocasión? El descanso es algo fundamental. Incluso haciendo cosas podemos tener una actitud reposada. Pues hay personas que uno las ve que cuando hacen algo aplican más energía de la que en verdad hace falta emplear; sobredimensionan el esfuerzo, de allí que muchas veces hablan de «sacrificio» para lo que en verdad son nimiedades y cotidianidades.

Lo expresado antes, es muy común verlo. Gente afanada para nada; gente que se ve que no disfrutan nada de lo que hacen. Viven en un permanente sacrificio, en una permanente angustia. Esto debe producirle un desgaste físico y mental mayor. Tienen y llevan una vida sacrificada, lo reflejan en sus caras. O muchas veces dormimos a sobresaltos, dormimos en la angustia pensando en lo que tenemos que hacer mañana o más tarde. Ni siquiera el dormir nos pertenece. 

¿Por qué no preferir una siesta reparadora a la urgencia por fregar platos? ¿Qué tan imperativo es lavar y secar platos? Por ejemplo. O por qué no disfrutar de esa puesta de sol que solo dura unos minutos o segundos. Es necesario aprender a descansar, a llevar una vida reposada. Esto no quiere decir una vida dejada, ni de pereza. Lo que quiere decir es llevar una vida de disfrute de las cosas que a diario hacemos.

No hablo de un hedonismo sibarita, no es eso. Me refiero a tomarnos los momentos necesarios para ese ocio que engrandece al alma. Que nos hace sujetos vivos, y no esclavo. Debemos dejarnos caer en los brazos de lo placentero apenas tengamos la oportunidad, esto si es un hedonismo. Tenemos que aprender a saber sentirnos bien, tanto mental como corporalmente.

Las urgencias existen, pero el placer también. Tal vez debemos atender aquello que señalaba Covey distinguir entre lo importante y lo urgente. Algo de eso he escrito en otro artículo, sino para eso está el libro de Covey.  No sabemos distinguir entre uno y otro, y tal vez por eso nos afanamos indistintamente por todo. Incluso por eso mismo, tal vez, no sabemos disfrutar del placer de descansar.

Tenemos que inventarnos nuestra ociosidad, que es un hacer placentero. Que son esas cosas que no tienen utilidad para otros, pero que para nosotros son muy satisfactorias y nos llena de agrado y placer. Esa ociosidad es muy productiva porque nos hace pletóricos de satisfacciones. Nos permite cultivar los sueños por la vida y el placer del letargo contemplativo. Por eso existe lo que llamamos «hobby», que se define como «pasatiempos o actividades que practicamos por gusto y de forma recreativa en el tiempo libre».

Como podemos apreciar es algo que hacemos en nuestro «tiempo libre», donde parece ser que tenemos un «tiempo esclavo»; un tiempo que no dedicamos a nosotros sino que es de otros o se lo dedicamos otros diferentes de nosotros. Un tiempo ocupado y otro desocupado. Esta dualidad debe ser disminuida, para que nuestro tiempo en su mayor parte sea nuestro y al ser nuestro podamos disfrutarlo.

Descansar y dormir son placeres que nos ganamos, son el interés que percibimos cuando invertimos en nuestro hacer, a la vida en que nos entregamos. El sueño de dormir y el sueño que anida en la esperanza, ligeros o profundos deben ser nuestros.

Aprender a descansar, a adormecernos, estar a gusto con nosotros y soñar debe ser fundamental para llevar una vida agraciada. Aprender a descansar y dormir nos permitirá a aprovechar nuestro tiempo, ese que nos pertenece porque nos lo hemos ganado.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin



sábado, 1 de junio de 2019

ESE CUERPO QUE EXTRAÑAMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nuestro vivir la mayoría de las veces lo llevamos, como dice Ortega y Gasset, contando con las cosas del mundo. Y en particular contando con nuestro cuerpo, del cual pocas veces reparamos. Contamos con nuestro cuerpo para nuestro hacer, pero no reparamos en él.

Me voy a referir acá en particular a contar con el cuerpo sano, ese que no causa mayores problemas con malestares. Al cual pocas veces tomamos en cuenta. El cual su presencia nos pasa casi desapercibida, incluso hasta para el más narcisista. Solo nos damos cuenta de él cuándo nos enfermamos de una gripe, o nos damos algún golpe más o menos serio. De resto nuestro cuerpo es un algo que está ahí.

Pocas veces pensamos en él, pocas veces lo tomamos en cuenta. Creo que incluso para quienes trabajan con él, por ejemplo los modelos de pasarela, el cuerpo solo es algo con que se cuenta. Es algo que vemos porque somos ese cuerpo. Pero no nos preguntamos ¿Qué es este cuerpo que veo con mis ojos, que palpo con mis manos, con el cual me desplazo unas veces despacio otras de prisa?

Mientras pensamos en las cosas del mundo no nos ocupamos de este cuerpo con el cual contamos, porque es tan evidente que siempre hemos sido ese cuerpo. Y mientras no nos ocupamos de este cuerpo, él nos sirve y gracias a él hacemos lo que tenemos que hacer. No reparamos en él, si nos enfermamos lo cuidamos pero apenas nos recuperamos nos desentendemos de él nuevamente, porque volvemos a contar con él con el amable servicio que nos presta al estar viviendo.

Por eso el cuerpo, para la mayoría de nosotros, no es nada en nuestra vida de sujetos sanos. Porque la realidad de nuestro cuerpo es la corporalidad. Entonces, tenemos derecho a decir que primordialmente el cuerpo no es sino su pura y presente actuación. El cuerpo me luce, me da presencia y esto es todo.

Pero, de pronto, el cuerpo se envejece o enferma y nosotros que nos estábamos ocupando del mundo y no del cuerpo detenemos esa ocupación y nos ponemos a ocuparnos de este cuerpo con que hasta hace poco contábamos. En ese momento, cuando el lucir y la presencia del cuerpo comienzan a cesar nosotros seguimos necesitando de él y, entonces, ese nuestro cuerpo se nos niega en su servicio habitual.

Nuestra vida que es hacer corporal queda perturbada, anulada por la falta o escases de cuerpo; y nos convertimos en otro ahora, en otra situación. Nos convertimos en otra vida constituida, ahora, por no poder hacer uso pleno de nuestro cuerpo, a causa de no haber un cuerpo lozano. El cuerpo hace patente su negación.

Incluso el registro mental de ese hacer es diferente al corporal, por ejemplo, muchas veces creemos mentalmente que podemos subir la pierna hasta cierta altura, pero cuando lo intentamos resulta que no es así.  

Esta negación de nuestro cuerpo es algo que encontramos como algo nuevo en nuestro vivir. Este no poder contar el cuerpo que necesitamos ser, esto es, un cuerpo viril. Nos hace caer en cuenta de que no coincidimos con la circunstancia en que estamos. Que ésta es distinta a la exigencia que hacemos de nuestro cuerpo, es decir, que ya no podemos contar con él. El cuerpo nos es ajeno, extraño; en suma, lo extrañamos.

Al fallar nuestro cuerpo es cuando lo sentimos como extraño, como otra cosa que nosotros. Y cuando nos falla es cuando en verdad reparamos en él. Al apagarse la vitalidad corporal es cuando volvemos a él nuestra atención y debemos preguntarnos: ¿Qué es este cuerpo? ¿Qué le pasa a este cuerpo? Para entenderlo ahora que no podemos contar con él plenamente.

El cuerpo ya no luce y, sin embargo, necesitamos que luzca. Ahora no podemos hacer lo que veníamos haciendo y con lo cual nos sentíamos cómodo. Ahora el cuerpo hace algo nuevo con nosotros: nos incomoda y al incomodarnos debemos preguntarnos por él. No llenarlo de ungüentos anestésicos. 

Si nuestro cuerpo siguiera siendo cómodo no repararíamos en él. No sentiríamos esta circunstancia como una nueva circunstancia, seguiríamos considerando al cuerpo como algo extraño a nosotros, seguiríamos creyendo que el cuerpo era algo con lo que podíamos contar por siempre. Ahora el cuerpo opone resistencia, niega el hacer corporal. Esto nos da a pensar que nuestro cuerpo ya no nos pertenece, que no es nuestro. Que nos traiciona.

El asunto es que seguimos necesitando de nuestro cuerpo, pero ya no podemos contar con él de la misma manera. Pues, nos incomoda y lo sentimos extraño, ajeno. Cada cosa en nuestro vivir ha cambiado, porque nuestro cuerpo, en primer lugar, ha cambiado.

Nuestra vida que era un conjunto de comodidades e incomodidades corporales. Ahora se ha convertido casi exclusivamente en incomodidades. Cada cosa nos incómoda, y esta incomodidad debe llevarnos a interrogarnos: ¿Qué es este cuerpo que necesitamos y que ahora no es cómodo? ¿Cómo podemos hacer uso de este cuerpo con el que ahora no contamos? ¿Cómo hacer con algo que nos falta?

El cuerpo ahora que nos falta empieza a tener un ser. Por lo visto, el ser es lo que falta en nuestra vida. La enorme necesidad de nuestro cuerpo nos debe llevar a pensar en él; hacer el atrevimiento de llenar ese vacío que va dejando el cuerpo. Para entenderlo y poder lidiar en y con su incomodidad.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin