sábado, 17 de noviembre de 2018

LA VIDA UN ASUNTO DE CONVIVENCIAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Debemos ser capaces de escuchar lo que se está diciendo sin rechazarlo ni aceptarlo, solo prestar atención a todo eso. Debemos poder escuchar de tal modo que si se dice algo nuevo no lo rechacemos de inmediato, con esto evitamos el síndrome de Herodes. Escuchar con apertura quiere decir que escuchamos con atención, no que aceptamos todo lo que oímos.

Si aceptamos lo que escuchamos sin la mediación de la reflexión crítica eso sería absurdo, porque lo que hacemos, entonces, es erigir una autoridad. Pues, donde hay autoridad no existe un pensar analítico ni un pensar-hacer-sentir propio; esto conlleva a que no pueda haber el descubrimiento de lo nuevo, de lo diferente. La mayoría de nosotros, muchas veces, nos inclinamos a aceptar tal o cual cosa sin un verdadero entendimiento crítico; por ello existe el peligro de que nuestra aceptación sea sin reflexión ni indagación, sin examinar el asunto de manera profunda.

La aceptación irreflexiva de lo escuchamos afecta nuestra acción y nuestra actividad; por ende, nuestra vida, que es relación. ¿Qué entendemos por actividad? ¿Qué por acción? Estamos tan inmersos en éstas que nos parece natural no preguntar qué es cada una de ella. Nuestra  vida se basa en la acción y en la actividad. Si nos observamos, nos veremos haciendo una serie de cosas a diario; estamos inquietos consumidos por el movimiento, haciendo algo a toda costa, avanzando, logrando o luchando por conseguir algo. ¿Qué lugar ocupa la actividad en nuestras relaciones o convivencias?

La vida, en general, es asunto de convivencias; ya que no podemos existir en el aislamiento. Si la vida que es un conjunto de relaciones, entonces ésta es en sí un conjunto de actividades, de convivencias significantes o con significados. Por eso, cuando dejamos de estar activos tenemos esa sensación de aprensión; sentimos que no estamos ni vivos ni alertas, por lo cual buscamos continuar en actividad. De allí que nos atemoriza el estar solos. El salir solos, el estar sin nadie, sin un libro, sin internet, facebook o instagram… sin conversar; sentimos miedo de estar tranquilos sin hacer algo en todo momento, sea con las manos o con la mente.

Comprender nuestra actividad nos lleva a entender lo que es la vida de relación. Si consideramos que la convivencia es una distracción o una huida de algo, entonces la convivencia la convertimos en una actividad; en algo exterior. Y esto no es extraño; pues muchos de nosotros consideramos que nuestra vida de relación es en su mayor parte una distracción y, por tanto, solo una serie de actividades.

 No obstante, la convivencia tiene significación cuando ésta es un proceso de autodescubrimiento, cuando nos revela a nosotros mismo en la acción de convivir. Pero, por lo general, nosotros no deseamos ser puesto al descubierto en la convivencia. Por el contrario, la convivencia nos sirve como medio para ocultar nuestra insuficiencia, nuestras dificultades, nuestra incertidumbre. De este modo, nuestra vida de relación la convertimos en mera actividad. Por lo cual, convertimos nuestra convivencia en algo ingrato; y mientras ésta no sea un proceso de autodescubrimiento la misma será un medio para huir de nosotros mismos.

El conocimiento de nosotros mismos radica en el despliegue de nuestras relaciones: sea con las cosas, con las personas o con las ideas. Si la convivencia y la acción se basan en algo utilitario entonces éstas se convierten en una actividad desprovista de comprensión. Esto quiere decir, que es simplemente la aplicación de una fórmula, una norma, una idea, por lo cual resulta restrictiva, limitadora, coercitiva.

Lo utilitario es el resultado de una necesidad, de un deseo, de un propósito. Si nos relacionamos con los otros porque solo necesitamos a éstos en un sentido fisiológico o psicológico, es evidente que tal relación se basa en un uso, ya que solo deseamos algo de ellos. Tal relación no puede ser ni convivencia ni un proceso de autodescubrimiento. Es simplemente un uso, en el cual se establece un hábito utilitario. Tal relación será siempre una tensión, un dolor, una contienda, una lucha que nos causa zozobra.

¿Es posible relacionarnos sin lo utilitario? Sabemos que, muchas veces, nuestras interrelaciones están signadas por la competencia, la lucha, el dolor, o simple el hábito. Si podemos entender de un modo pleno nuestra relación con los amigos, tal vez, tendremos la posibilidad de comprender la relación con otros. Pues, si no entendemos nuestra relación con un amigo o persona conocida, cómo  pretendemos comprender nuestra relación con los demás. Si nuestra relación con los amigos se basa en nuestra necesidad, en nuestra satisfacción; entonces, nuestra relación con la sociedad tiene la misma característica. Es utilitaria.

Si nuestras relaciones son utilitarias necesariamente en ellas tienen que surgir las disputas, con uno mismo y con los demás. De ahí las disputas, el antagonismo, la confusión que hay en nosotros y en nuestro entorno.


Para comprender este problema tenemos que ahondar la cuestión del conocimiento propio, porque sin conocernos, sin saber lo que somos, no podemos tener las debidas relaciones con los demás. Mientras no nos entendamos a nosotros mismos, nuestra convivencia no podrá ser verdadera. Ahora bien, no puede haber conocimiento propio, mientras utilicemos nuestras convivencias como simples medio de satisfacción, de escape, como distracción.

El conocimiento de nosotros mismos es un comprendernos mediante la vida de relación; por esto, debemos estar dispuestos a ahondar el problema de nuestra convivencia y exponernos ante ella. Porque, sin relaciones no podemos vivir. Si queremos valernos de la convivencia para sentirnos cómodos, satisfechos, para ser algo o alguien. O nos servimos de la convivencia para protegernos a nosotros mismos, para permanecer dentro de lo conocido; entonces, toda relación se reduce al nivel del hábito, de la seguridad. Por tanto, la convivencia se convierte en mera actividad de uso. De allí, nuestro fracaso personal y social.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin

sábado, 10 de noviembre de 2018

APEGO Y DESAPEGO O LAS TRAMPAS DE LA PROPAGANDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Hay una invitación indiscriminada al desapego. No obstante, ¿por qué nos debemos desligar del apego? Acaso por qué alguien nos lo dice. Porque hay instructores de cualquier otro tipo que nos han hablan de ello. Nos dicen y se hace propaganda de que «tenemos que encontrar la realidad, que debemos renunciar a esto o aquello, que debemos abandonarlo todo y que solo así hallaremos la realidad». Y, de este modo, nos vamos sumando a la idea del desapego, sin reflexionar mucho sobre eso  y sin que sea nuestra tal convicción.

Existen los diversos instructores que nos inculcan la propensión al desapego; estos nos dicen «debes vivir desligado de las cosas». Sin embargo, ante esta afirmación debemos preguntarles ¿por qué tenemos que estar desapegados de las cosas? ¿Qué es ese desapego del cual me hablas? ¿Cómo sabes de antemano que tenemos un apego? ¿No será acaso una temática de moda, como tantas otras, que pronto caducará? O es ¿qué tú tienes un problema personal con el apego-desapego y quieres hacer de eso una doctrina universal?

Nuestro asunto personal es saber ¿Por qué existe el apego? Y en tal caso ¿por qué estamos apegados a algo? Es algo en lo cual debemos reflexionar, no asumir posturas ya fabricadas ni algo que nos impongan. Si podemos hallar respuesta a esto, lo más probable es que el problema del desapego no exista. Tal vez, estamos apegados a atracciones, a sensaciones, a asuntos de nuestra mente, cosa nada extraño. Pero si podemos descubrir por qué estamos apegados, tal vez hallaremos una respuesta adecuada que no consiste en cómo lograr el desapego.

¿Qué sucedería si en toda esta habladuría del desapego resulta que no estamos apegados? Que no estamos apegados a nuestros bienes, si es que tenemos algo; a nuestras características e idiosincrasia, a nuestras virtudes, creencias e ideas; o a nuestra posición social, si algo así existe; e incluso que no estamos apegados ni a nuestro propio nombre. Que no estamos apegados a todas esas cosas que forman nuestro «yo».  ¿Qué ocurriría? ¿Dónde quedaría esa charlatanería?

Digamos que no estamos apegados a esas cosas que hemos mencionado; entonces nos damos cuenta que somos una nada. Porque si no estamos apegados a nuestras comodidades, a nuestra posición, a nuestra vanidad, nos sentimos súbitamente perdidos porque no tendríamos un «yo», una personalidad. El temor a este vacío, de no ser nada, de no ser un «yo» hace que nos apeguemos a cualquier cosa; sea esta nuestra familia, nuestra pareja, una fotografía, un automóvil, nuestro país; no importa lo pequeño o grande que sea. Nos apegamos a algo para construir y poder tener un «yo». Pues, el yo se construye con relación a algo.

El temor de no ser nada hace que uno se adhiera a algo, y este proceso de aferrarse a algo implica conflicto y dolor; que en muchos casos no es una experiencia ni desgarradora ni traumática aunque aquello a que nos aferramos muchas veces se desintegre, sea nuestra posición, nuestros bienes, nuestra pareja. Aferrarse a algo no siempre es algo doloroso ni genera conflicto, sino que es algo placentero. Ver el apego como algo doloroso es una interpretación donde predomina la experiencia negativa, pero esta no es la única interpretación. Hay apegos placenteros, no me refiero a asuntos patológicos.

En muchos casos, en el proceso de retener hay menos dolor que en el de desprendernos; digamos la muerte, ante ésta queremos retener con vida a la persona que amamos pues esto nos resulta menos doloroso que su muerte. Sin embargo, para evitar el dolor decidimos racionalmente que hay que estar desligados, desapegados porque así nos lo han dicho. En este sentido, nos quiere ser negada la experiencia del displacer, del dolor. Pero, eso debe ser parte de una sociedad aséptica, liberada de todo padecer. Algo por demás difícil.

Si nos examinamos vemos que el miedo a la soledad, el miedo a no ser nada, el miedo al vacío, nos hace apegarnos a algo, eso cierto. Pero también podemos observar que todos esos miedos no son miedos patológicos, sino miedos naturales; parte de nuestra naturaleza emocional en la cual conviven simultáneamente  emociones positivas y negativas. Entonces ¿Por qué negar unas y alabar a las otras?  ¿Acaso el apego no es algo natural entre los mamíferos?

En el apego hay dolor si tenemos una conducta patológica, enfermiza que nos lleva a sufrir. Y para evitar ese dolor que todo animal padece, entonces tratamos de cultivar el desapego como la panacea universal; y así persistimos en ese círculo doloroso en el cual siempre hay lucha. Ahora bien, una patología creo que no se sana con meras palabras, con decir no sientas esto o aquello; la patología es algo más complicado y requiere de diagnósticos clínicos. Y no estamos hablando de conductas de este tipo.

¿Por qué no podemos ser como la nada, algo inexistente? Porque somos cuerpo y éste no admite la nada, porque sería la negación de sí mismo. O está el cuerpo o está la nada. Nosotros y el mundo somos cuerpos, de allí la dificultad de admitir la nada, más allá de ser un concepto, un término o una sensación. Si nos concebimos como cuerpo no hay problema de apego o desapego, porque un cuerpo sano no cae en lo patológicamente enfermizo ni del apego ni del desapego. Solo vive su existencia, que incluye el pensar y el sentir. Y ambos procesos son naturales en él.

Si la vida es un conjunto de relaciones no hay cabida para el vacío, porque una relación es sustituida por otra. Ahora bien,  si vivimos en un «vacío deprimente» existencial es porque nuestras relaciones no funcionan, o tal vez porque somos sujetos disfuncionales. Sin llegar a ser patológicamente enfermizos. Por otra parte, si nuestras relaciones son convivencias, entonces éstas son un proceso de apego y desapego permanente.

¿Podemos negar en nuestra vida las relaciones? Si nos apegamos a alguien es porque hemos establecido una relación con esa persona. Cuando nos apegamos a alguien es porque estamos en una relación con esa persona. No sé de qué intensidad sea ese apego, pero es una relación. Entonces, ¿cómo podemos negar, a la vez, la relación y el apego y afirmar la vida?

Muchas veces sentimos la necesidad de la otra persona porque estamos perdidos, o nos sentimos desdichados o solos. ¿Tiene algo de extraño esto? ¿Es extraño a nuestra naturaleza, acaso? La otra persona se convierte en una necesidad para nosotros, en alguien útil, en alguien que llena nuestro vacío. En este tránsito, nosotros no somos lo importante, lo importante es la seguridad que la otra persona representa para nosotros; lo importante es que esa persona llene nuestra necesidad. ¿Es algo extraño a nuestra naturaleza sentir esa necesidad del otro?

Entendamos, hablamos de un tránsito no de un estado permanente de necesidad, porque de ser permanente sería un estado enfermizo. Y en un estado patológico no existe convivencia alguna con la otra persona; pues a la persona la convertimos en un fármaco, en una necesidad, en una cosa necesaria, en algo utilitario. Y esto nos es ni relación ni convivencia.

Vivimos, y esto es un estar en relaciones. La vida es relación. En la vida nos distraemos, nos sentimos perdidos, nos sentimos vivir. Ahora bien, la convivencia no es una distracción para sentirnos vivos, es un compromiso con nosotros y con los otros. No podemos vivir en el aislamiento, ello no es posible. Tal vez, por unos muy pocos días, porque al necesitar salir a comprar unos víveres, digamos, ya establecemos un conjunto de relaciones con nuestro entorno. 

La vida en tanto relación nos hace sentir vivos. El reñir unos con otros, el sostener luchas, disputas; también buenas amistades, buenas conversas, todo esto nos produce una sensación de vida. De manera que la convivencia no se convierte en una mera distracción. Pues, solo una persona sensible y despierta al afecto puede estar relacionada con la vida y sus relaciones.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin

sábado, 3 de noviembre de 2018

LA EXPERIENCIA EXISTENCIAL Y LA PROPAGANDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Cuando contamos algo a otra persona aprendemos de una manera nueva a presentar las cosas que pensamos y sentimos; puede ser que nos hagamos más sagaces en la manera de transmitir lo que deseamos decir. La narración puede convertirse en un buen relato y puede abrirnos a una mejor comprensión del mismo, si mientras relatamos reflexionamos en ello. Ahora bien, si no comprendemos aquello que narramos ¿cómo será posible que lo expliquemos a otros?

Si no comprendemos lo que decimos porque no lo hemos analizado o por alguna otra causa, sin darnos cuenta, lo que hacemos es propaganda. Le hacemos propaganda al gobierno de turno o a la oposición de turno; al predicador en el cual creemos; al autor del libro que hace poco leímos, al instructor que admiramos. No entendemos ni hemos reflexionado sobre tal o cual cosa y, sin embargo, hablamos o repetimos eso a otras personas, y nos figuramos que exponemos una verdad que puede repetirse.

O creemos que por tener algún tipo de experiencia en algo podemos explicar ésta a los demás. La experiencia la podemos comunicar verbalmente, pero ¿nos será posible relatar a los demás la vivencia de nuestra experiencia? Si no hemos reflexionado sobre lo que hemos vivido ¿podemos describir la experiencia? Nos resulta difícil, casi siempre, transmitir el estado de esa vivencia. De allí, que al intentar narrar la verdad existencial de esa experiencia ésta deja de ser verdad.

El repetir una verdad existencial resulta complicado. Es más fácil repetir una mentira, porque ésta es una construcción artificial. Por el contrario, al querer repetir una experiencia existencial ésta pierde su sentido. La mayoría de nosotros no experimentamos sino que nos ocupamos en repetir la experiencias de otros. Al individuo que experimenta de manera directa no le interesa la repetición, ni trata de convertir a otros, esto es, no le interesa hacer propaganda. La propaganda es la repetición de la experiencia de otro.

Por desgracia, a la mayoría de nosotros nos interesa más la propaganda que la experiencia existencial, porque mediante aquella tratamos de convencer a otros, de ganar adeptos; y también porque queremos ganarnos la vida explotando a los demás. En este sentido, la propaganda se convierte en una estafa.

Nos hallamos atrapados entre la verbalización y la experiencia; aunque más inclinados, y muchos más, a la verbalización y la propaganda. Pocas veces nos dedicamos a experimentar, a establecer comunión con las cosas en el entorno en que habitamos, trabajamos... Por ello, es que deseamos hacer propaganda, aunque la experiencia existencial no puede ser objeto de propaganda. De este modo, no construimos relaciones ni experiencias y vamos careciendo de vida.

Tal carencia es nuestra dificultad actual. Deseamos hacer propaganda a otros sin haber experimentado, y en este hacer propaganda creemos experimentar. Ese creer es una mera sensación, una mera satisfacción que carece de sentido, y tiene poca validez; ya que no se apoya en ninguna realidad existencial. Una realidad vivida al ser comunicada no origina trabas, porque no es propaganda. Pues la vivencia tiene significados para nosotros y para los demás, de allí que no sea propaganda.

Al vivir nuestra propia experiencia podemos desapegarnos de esa tendencia propagandística. ¿Por qué nos desligamos de ésta? Porque ya no es un relato que alguien nos cuenta, porque no ha surgido de instructores políticos, religiosos o de cualquier otro tipo, que nos han hablan de ella. Nadie nos dice lo que tenemos que encontrar, o renunciar o hallar la realidad que a ellos les conviene.

Al desligarnos de la propaganda no aceptamos la idea de convivencia, de desapego que otros nos quieren imponer.  Nosotros elegimos otras opciones, no tienen que ser originales ni nacer propiamente de nosotros; pero abrimos el abanico de opciones posibles. La propaganda nos quiere enredar y atrapar en su capa melosa. Por el contrario, la experiencia existencial es una experiencia de primera mano, un pensar-hacer-sentir directo sin intermediarios.  

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Twitter: @obeddelfin