La firmeza en
mis convicciones y acciones es algo que se manifiesta naturalmente, luego que mi sentido del valor, que mi
identidad, mi firmeza emocional, mi estima y fortaleza personal han sido
asumidas como parte inherente a mi propio ser. Ha hecho de ellas algo que me
pertenece de suyo, por ser éstas parte de la naturaleza que he construido y
reconstruido a través de mí pensar y hacer.
Se dan, claro está, diferentes grados de
firmezas o seguridad que van, de modo continuo, desde mi más profundo sentido
del valor mí mismo hasta una dilatada inseguridad, que se da, ésta última, allí
donde mi vida se ve sometida a las presiones de todas
las fuerzas de las circunstancias que actúan sobre mí. No obstante, ambos son
partes de mí ser, y esto es importante reconocerlo; pues no puedo pretender
apartarme de esas circunstancias que me producen inseguridad, ya que este
enfrentamiento constituye parte de mi propia seguridad.
En esta
construcción de mi ser he conformados criterios críticos-reflexivos que
orientan el sentido de mi hacer. Son éstos la orientación, la brújula a través de los
que guío ahora mí vida. Con ellos miro al mundo. Éstos son los patrones, los
principios que rigen mi toma de decisiones y mi modo
de actuar. Con ellos en mi acción reflexiva-emotiva constituyo mi conciencia, con respecto a
mí y a los otros.
Si los criterios que me constituyen no son
configurados por mi pensar-sentir acciono en un continuo de criterios ajenos,
que tienden a hacerme sufrir adicciones físicas y dependencias emocionales
condicionadas éstas por el hecho de que se basan en
el egoísmo de un otro, en la sensualidad de otro o en las vida sociales de unos
otros. Si mis criterios no son míos, soy un pseudo-yo. Pues, no tengo
conciencia de mí mismo.
El desarrollo de mis propios criterios de
vida constituye la conformación de mi propia conciencia social, de mi
conciencia educada y cultivada con relación a las instituciones humanas, las
tradiciones y las relaciones sociales. Conforman
relaciones sinceras conmigo y con los otros. Sólo a través de mis relaciones
sinceras puedo construir un continuum hacia mi conciencia
espiritual, cuyas fuente inspiradora proviene de mis sinceros criterios para
conmigo mismo, los otros y mis circunstancias.
La
conformación de criterios propios se funda en la búsqueda y en asumir el
conocimiento que acerca de mí tengo ahora, el conocimiento de los otros y de
mis circunstancias de una manera crítico-reflexiva. Pues este conocer es
activo, es interpretativo, es móvil, es dinámico. Es un constante fluir, como
decía el oscuro de Efeso.
Este conocimiento que no sólo me llega de
afuera, sino que ahora emana desde mi ser me sugiere una perspectiva distinta y celebrada de la vida, un sentido del
equilibrio; una comprensión crítica de cómo se aplican y se relacionan, unas
con otras, los diversos criterios que configuran mis juicios, mis discernimientos, mi inteligencia
social-emotiva-racional.
Ya que ahora en este ser que soy me
concibo como una unidad, una totalidad integrada. Que
está constituido, en
su extremo inferior, por mapas imprecisos que provocan en mí formas de pensar que
se basan en conocimientos distorsionados y discordantes, que reconozco como
partes propias de mí ser. El extremo superior de mi pensar reflexivo, en la
cual mi intento de vida es precisa y completa, en
éste todas mis partes y mis criterios están relacionados adecuadamente entre
sí. Me recuerdo, que aun cuando me conciba y me sienta como una totalidad, en
esta totalidad soy una mediedad, como decía Platón.
Por ello, a medida que me desplazo en la
construcción de mi mismo hacia ese extremo de un creciente sentido de lo ideal,
donde las cosas deberían ser; asimismo conservo un enfoque sensible y práctico de la realidad, de las cosas tal cual son. El
conocimiento reflexivo incluye, a la vez, la capacidad de distinguir e interpretar el goce
puro y el placer episódico. Uno y otro son esenciales en la constitución de mí
ser.
Firmeza,
criterios propios y conocimiento de mí me conducen a la construcción mi
fortaleza. A la capacidad firme de actuar; a la
fuerza y la valentía de mi ser para llevar a cabo el propósito de mi vida. La
fortaleza de mi ser es la energía vital para asumir mis opciones y mis decisiones.
Y fundamentalmente, repito, realizar el propósito de mi vida, porque si éste no
lo realizo mi fortaleza no es tal. Mi fortaleza representa mi capacidad para
superar formas caducas de ver el mundo profundamente arraigadas, tal superación
tiene el fin de desarrollar otras formas nuevas y más eficaces.
En el extremo inferior de mi ser anidan
formas poco poderosas, inseguras; meros productos
ilusorios de lo que me está pasando o me ha pasado. En este estado soy un ser dependiente
de las circunstancias y de los demás; soy un reflejo de las opiniones y orientaciones
ajenas; no alcanzo en mi debilidad a comprender el auténtico goce y la
verdadera felicidad.
Por el
contrario, en el
extremo superior, en el estado pleno de la fortaleza que soy, está el ser con
visión y disciplina; en este estado mi vida es el producto de mis decisiones
personales; soy una actitud ante la vida con el propósito y la meta de lograr que las cosas sucedan. En mi fortaleza, tengo firmeza y me conformo
como un ser activo, escojo mis respuestas, a las diferentes situaciones, pues
me baso en mis criterios, en mis conocimientos. Asumo la responsabilidad de mis
sentimientos, de mis disposiciones de ánimo, de mis actitudes, de mis pensamientos y acciones. Pues, soy el ser
que soy en una totalidad integrada de principios interdependientes entre sí.