martes, 28 de mayo de 2019

DE NUESTRAS NECESIDADES Y POSIBILIDADES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nuestras posibilidades existen o están ahí porque las creamos a merced de los haceres en que invertimos cada día; si empleamos estos haceres es porque necesitamos esas ocurrencias que son parte de nuestras  necesidades cotidianas.

La verdad de nuestras necesidades y posibilidades es que éstas son encontradas por nosotros en nuestro hacer. Originariamente las encontramos y luego las pensamos, o las reencontramos por medio de otros que nos trasmiten sus esfuerzos.

Si hemos encontrado tales posibilidades es que las hemos  buscado y si las buscamos es que hemos tenido necesidad de ellas, sea por el por un u otro motivo. Lo cierto es que no podemos prescindir de ellas. De allí, que cuando  no las encontramos nos consideramos fracasados en nuestras vidas. Por el contrario, su encontramos lo que hemos buscado, se hace evidente que hemos encontrado aquello que es adecuado a esa necesidad que hemos sentido.

Esto que parece un trabalenguas es importante comprenderlo. Pues, decimos que hemos encontrado una posibilidad cuando hemos hallado algo que satisface una nuestra necesidad intelectual, emocional, financiera, corporal, espiritual, que previamente la hemos sentido en falta.

Si no nos sentimos necesitados de esa posibilidad ésta no será para nosotros una verdad. La posibilidad es, por lo pronto, aquello que aquieta una inquietud, una necesidad en nuestro vivir. Sin esta inquietud no cabe aquel aquietamiento, como dice Ortega y Gasset. Decimos que hemos encontrado una posibilidad cuando hallamos algo que nos sirve para abrir un hacer que es hasta el momento una necesidad.

Nuestra búsqueda se aquieta en el preciso momento que hallamos esa posibilidad. Necesidad y posibilidad están en función una de otra. Una posibilidad existe propiamente cuando existe una necesidad que satisfacer. En este sentido, una posibilidad solo es tal para quien la busca afanosamente, en fin, la posibilidad es posibilidad solo para quien la necesita.

Para quien no necesita la posibilidad, para quien no la busca, la posibilidad es una serie de palabras o, si queremos, es un o varios sucesos que carecen de sentido para nosotros. Para comprender algo como una posibilidad no hace falta tener talento ni poseer grande sabiduría, lo que nos hace falta es esa condición elemental y fundamental de lo que nos hace falta, de lo que nos es necesario.

Hay distintas formas de necesidad, por ejemplo, si alguien nos obliga a hacer algo lo haremos necesariamente; sin embargo, la necesidad de este hacer no es nuestro, no ha surgido en nosotros sino que nos ha sido impuesto desde fuera. Por el contrario, si sentimos la necesidad de pasear y esta necesidad es nuestra porque brota en nosotros, entonces la sentimos como necesidad nuestra.

Si vamos al médico y éste nos exhorta a ejercitarnos, podemos decir que el médico nos obliga a seguir una cierta ruta, nos encontramos con otra necesidad; que no es nuestra sino que nos viene impuesta del exterior (médico), ante esta imposición lo hacemos es convencernos por reflexión de sus ventajas y, en vista de ello, la aceptamos.

Ahora bien, aceptar una necesidad, reconocerla no es sentirla, me refiero a sentirla inmediatamente como una necesidad nuestra, es más bien la necesidad de la cosa (el ejercicio físico) que de ella me llega, pero es extraña a nosotros.

A esta necesidad, la del ejemplo del médico, Ortega y Gasset la denomina «necesidad mediata o exterior». A la necesidad que nace de nosotros (el ejemplo de pasear) la llama «necesidad inmediata o interior», que sentimos como nuestra y como tal es en nosotros una necesidad auténtica.

Esto quiere decir, que por lo menos, nos movemos en el mundo por medio de tres necesidades, a saber: la obligada, la mediata y la inmediata. Estas condicionan nuestro pensar-hacer. Considero que la mayoría de las veces actuamos debido a las necesidades exteriores o mediatas, por ejemplo, como todo viviente necesitamos comer para vivir.

Ahora bien, cuando nos vemos obligados a aceptar una necesidad externa o mediata, nos encontramos por lo general en una situación equívoca y bivalente, porque esto significa aceptar una necesidad que no es nuestra. Tenemos, queramos o no, que comportarnos como si fuese nuestra. Y aunque pongamos toda nuestra buena voluntad para lograr sentirla como nuestra, es posible que no lo logremos. De acá viene las decepciones, las saturaciones en el vivir cotidiano.

En menor medida hacemos en el mundo con las necesidades íntimas, auténticas e inmediatas. Aunque estas necesidades son menos, son las que determinan nuestro pensar-hacer auténtico, nuestra actitud íntima. De allí que debemos cultivar e incentivar las producción de este tipo de necesidades y equilibrarlas si es posible con las mediatas. Pues, de éstas nacen las posibilidades auténticas e íntimas que satisfacen nuestro yo.

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sábado, 25 de mayo de 2019

SABER ADAPTARNOS A LAS CIRCUNSTANCIAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Ante una nueva situación o circunstancia todos oponemos resistencia a la misma. Es un mecanismo básico de sobrevivencia. Si estamos acostumbrados hay ir a un lugar  por una calle determinada oponemos resistencia si alguien nos propone ir por otra calle; o si estamos acostumbrados a comprar un producto determinado cambiar de marca nos resulta un tanto molesto.

Esto es lo que muchos «gurús» insisten acerca del miedo al cambio empeñados, ciegamente, en predicar el cambio teniendo la desfachatez de invocar al viejo Heráclito para fundamentar su discurso. El cambio, en primer lugar, debe ser analizado para saber si es adecuado o no en función de unas metas o de un proyecto de vida. Si nos gusta caminar por tal calle —camino más largo— porque allí existen unos bellos arboles y disfrutamos de ellos ¿por qué voy a cambiar tal calle por un camino más corto y sin arboles que contemplar? Si en ese paseo lo que predomina es el placer de la contemplación.

Aunque nos resistimos a una situación nueva si la misma se impone terminamos adaptándonos a ella. Creo que esta es la única forma de entender que ante las desgracias que se suceden en el mundo, pueblos e individuos pueden sobrevivir. Hay un dicho que señala que «el gato siempre cae de píe», se refiere el mismo a que éste sabe adaptarse a la situación.

Lo mismo, para bien o para mal, hacemos los individuos. En muchos casos nos adaptamos rápidamente; lo podemos hacer reflexivamente o llevados por la realidad. De manera reflexiva, evaluamos la situación, los pros y contras, si hay más beneficios o no. O sencillamente nos damos cuenta que la realidad es superior a nosotros. Esto no es un abdicar de lo que pensamos, sino es un reconocer que lo externo es mayor que nosotros.

Cuando nos damos cuenta que lo externo nos supera tenemos que generar opciones para nosotros. Ver los entresijos en que podemos desplegar nuestra personalidad, nuestro pensar-hacer. No nos entregamos, nos adaptamos. Esto son dos cosas diferentes. No hay resignación ante una situación adversa, sino la búsqueda de poder salir de ella lo más indemne posible. Nuestro hacer busca la mejor manera de realizarse.

Esta capacidad de adaptarnos nos impide quedar bloqueados, desarrollamos el poder saltar los obstáculos  que nos impiden alcanzar las metas propuestas. Lo más probables es que tengamos que modificar nuestras metas, los plazos trazados, las vías por donde queríamos alcanzarlas. En este sentido, nada cambia cuando, en realidad, todo ha cambiado. Y nosotros no tenemos la potestad de esos cambios que se nos vienen encima.

Debemos estar atentos y observar nuestra capacidad de adaptación; debemos dedicar tiempo a ver cómo nos las apañamos, efectivamente, ante las diversas circunstancias. Incluso podríamos hacer ejercicios para aprender a ver nuestro comportamiento ante diversas situaciones (simulacros). Así podemos aprender a implementar las tácticas de la adaptación.

Podemos incluso, en algún momento, dejar de pasear por nuestra calle preferido e ir por otra sola para explorar y ver que cosas diferentes presentan estas otras calles. Lo que hacemos es adaptar nuevas técnicas, nuevas formas de observar. Actuamos de otra manera para ver si lo podemos hacer.

Lo que no podemos hacer es asumir esa actitud inflexible, una actitud terca porque sí. Por ejemplo decirnos: «Así lo he hecho siempre y así lo seguiré haciendo», esto en verdad es una tontería. Negamos la experimentación, negamos la posibilidad de ver si lo podemos hacer de otra manera. Y no estoy pensando en hacer grandes cosas, sino cosas muy sencillas. Por ejemplo, si somos derechos intentar cepillar los dientes con nuestra mano izquierda, seria un juego. Pero como todo juego nos permitirá ver que podemos hacer y estar en riesgo ninguno.

Desarrollar nuestra capacidad de adaptación y la comprensión de la misma, nos facilitará vivir como deseamos o, por lo menos, cuando los avatares nos superen vivir con dignidad. Tenemos que ser capaces de atender a la vida de esta manera adaptativa; no hablo una adaptación fútil e innecesaria sino con un fin bien determinado. Que nos permita plantearnos metas o conseguir las metas propuestas cuando las condiciones externas nos sean contrarias.

Es desplegar nuestra capacidad de adaptación física y mental ante un nuevo hábitat y nuevas condiciones de vida. Los migrantes, por ejemplo, se ven forzados a asumir un proceso de adaptación; en algunos casos son muy violentos cuando la migración es forzada repentinamente. Sin embargo, toda migración conlleva en sí misma la adaptación.

Toda adaptación es la exploración de un entorno nuevo, personal o físico. Debemos desarrollar esa capacidad para interactuar en nuevas situaciones, para algunos es más fácil. Aunque no nos guste cambiar nuestras costumbres y estilo de vida, debemos ser capaces de hacer todo lo posible para reconstruir nuestra burbuja de bienestar llena de placenteras costumbres y esto es posible con el aprendizaje de la adaptación.

Nuestra capacidad de adaptación refleja el desarrollo de nuestra inteligencia racional y emocional de nuestro pensar-hacer. Nuestra capacidad de adaptación refleja nuestro amor por la vida, de nuestro amor por nosotros mismo. De allí su importancia.

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sábado, 18 de mayo de 2019

SABER DEDICAR TIEMPO A VIVIR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La vida de los sujetos es una vida del hacer, incluso la vida contemplativa es un hacer. Pero es necesario distinguir entre el hombre que labora ciegamente y aquel que labora con la vista puesta al fin de la vida misma, vida.  La pregunta de rigor es entonces ¿Qué es vivir?

Una pregunta nada fácil de responder, por cuanto cada uno de nosotros consideramos que lo que hacemos es propiamente el vivir. Aunque, a grandes rasgo, sabemos que dicho así es mentira. Es mentira porque aquel sujeto que lleva una vida de mera labor sabe que no está viviendo, que lo único que hace es trabajar. Que en eso que hace no hay disfrute. De allí que la escapatoria sea el alcohol, las drogas o cualquier otro elemento de evasión.

Lo anterior, es una vida no vivida. Tampoco podemos afirmar, como si fuese una verdad, que la vida contemplativa sí es vivir. Porque muchos podrían argumentar que en eso no solo consiste el vivir. Aunque estar ahí sentados o tumbados mirando el paisaje nos pueda parecer un estar placentero, y es un hacer, en algún momento tendremos la necesidad de «hacer algo». Y así lo decimos. Porque consideramos que no estamos haciendo algo útil.

Entonces debemos preguntarnos ¿Qué es hacer algo útil? Y volvemos al asunto relativista. Para unos eso que es algo útil para otros no lo es.  Muchos pueden pensar que al estar contemplando el paisaje somos unos holgazanes, que no hacemos nada en todo el día. Y esto es cierto, si lo pensamos como el sujeto que labora. Por lo que podemos decir, que la diferencia entre no hacer nada y dedicar tiempo a vivir, solo es una apreciación humana con supuestamente un fin particular.

Para esas personas que la vida consiste en trabajar y trabajar, aunque no les guste lo que hacen, dirán que eso es no hacer nada, que eso no es vivir. Porque consideran que la vida es trabajar. No obstante, este trabajar del homo laborans no tiene ningún fin, solo es la mera forma del sobrevivir. La vida se agota en un cansancio inútil.

En nuestra sociedad laborante (que ahora se llama emprendedora) disfrutar, observar, respirar, dedicar tiempo al ocio es un no hacer nada, y posiblemente se considere tal actitud algo sospechosa. Porque la idea es que los sujetos estén haciendo algo que involucre el hacer físico, aun cuando los individuos no sean propiamente una mano de obra. Esto deben ser evocaciones de sociedades manuales.

Por eso el lema es que «hay que ir de un lado a otro, si es apurados mejor», «aprovechar cada minuto sin ningún fin», «rellenar el tiempo a como de lugar», «acumular tareas y actividades»; en fin «no perder el tiempo». Eso es lo normal y la regla que prácticamente se ha impuesto como nuestra hacer. El estar ajetreados, el estar ocupados. No sabemos en qué ni por qué; pero es imprescindible que estemos ocupados en algo y si es estresado mejor aún. Porque una cosa debe necesariamente conllevar  a la otra.

Cuando vemos esa agitación permanente, casi neurótica, resoplando apurados por llegar al trabajo, mirando desesperadamente el teléfono móvil y asumiendo asuntos que no tienen nada que ver con nosotros, pero que hacemos nuestros. En ese momento, debemos pensar que somos unos pobres locos que buscamos agotarnos sin ningún sentido propio.

Al ver esa actitud en nuestros coetáneos no podemos evitar ponernos al lado de la vida relajada, de ese dedicar tiempo al ocio, a la contemplación. Que repito, es un hacer. Diferente del otro, pero un hacer. Dedicar tiempo a nuestro vivir no es llenar a la fuerza cada instante de nuestra existir; ni tener que ver con todo y hacer todo. Pues esto parece más el ocultamiento de un sentimiento de miedo a mirarnos a nosotros mismos, o de tener tiempo para estar solos con nosotros.

Dedicar tiempo a vivir es ser consciente de cada momento en que estamos y con quienes estamos, darle importancia a lo que hacemos y pensamos, apropiarnos de nuestras circunstancias para empaparnos de ellas y disfrutar de cada fracción de segundo sabiendo que somos mortales. Este es el sentido de la expresión del estoico Horacio «Carpe diem». Saber de nuestra finitud y que en esa finitud debemos hacer lo que tenemos que hacer como sujetos morales.

Eso es lo que se hace en una vida donde el pensar-hacer busca el término justo entre el hacer físico y el hacer contemplativo. Y aunque a primera vista parezca que no hacemos nada, que perdemos la noción del tiempo (al menos en el sentido del sujeto laborante) debemos entender y dejar a un lado esa idea que hacer algo es estar ocupados en actividades improductivas. Para así asumir una actitud plácida, de disfrute de lo que hacemos  en este mundo. Una actitud que involucre todo nuestro pensar-hacer.

Dedicar tiempo a vivir es saber disfrutar de esto que es la vida de manera llana y simple. Vivir no es acumular en un calendario milimétricamente planificado y segmentado todo lo que hay y tenemos que hacer. O todo lo tenemos que ver, de todo lo que tenemos que visitar. En este sentido, las vacaciones se convierten, por ejemplo, en una carrera extenuante y aún más planificada y cronometrada que una semana de trabajo. Decimos que vamos a descansar y regresamos extenuados; lo que hacemos es cambiar una actividad por otra, pero que tiene el mismo sentido y significado agotador.

Es necesario darnos cuenta que trabajar es imprescindible para vivir, pues necesitamos dinero para hacer las cosas. Pero no nos damos cuenta que trasladamos a la vida contemplativa las mismas angustias del trabajo. Por lo cual, convertimos toda nuestra actividad en un sacrificio sin cabida para el disfrute y el placer. Todo se convierte en trabajo, en una actividad atormentadora y en una abnegación auto-impuesta.

De este modo, vemos como las personas no disfrutan ninguna actividad. Ya que, todo se convierte en un suplicio. Eso fácil de ver, por ejemplo, cuando la gente va a la playa tiene cara de pesar. Nada termina por ser placentero, hay más de sufrimiento que de otra cosa.

En ese caso, es necesario detenernos y observar: ¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Cómo lo estamos haciendo? Para reconsiderar nuestro pensar-hacer con respecto a nuestra vida. Es fundamental recuperar la razón y dedicar tiempo a eso que llamamos realmente nuestro vivir.

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sábado, 11 de mayo de 2019

APRENDER A DELEGAR: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Entre los afanes de la vida está el aprender a delegar. La ausencia de este aprendizaje es uno de los asuntos que más abruma a los individuos. Pues, lo queremos hacer todo y nos creemos que somos imprescindibles, tanto en el trabajo como en la casa. Creemos que somos los únicos que sabemos hacer las cosas que hay que hacer. Consideramos que más nadie sabe, por tanto, nosotros tenemos que hacer todo. Esta actitud es una real estupidez.

 Nos cargamos de trabajo innecesario e improductivo. Terminamos el día y la vida cansados. Y nadie agradece ese trabajo, porque no significa nada. El trabajo improductivo solo es un pasivo, porque nos desgasta. Hacemos una desinversión corporal al realizar trabajo, y como tal no tiene ninguna rentabilidad ni corporal ni intelectual. Es solo la búsqueda del cansancio y del desengaño. Esto último vendrá al final de la vida cuando ya las fuerzas físicas se hayan ido, y no seamos más que un mueble que estorba.

En nuestra vida cotidiana, esa de todos los días, tenemos que ser astutos y conscientes de qué lo que hacemos, para qué lo hacemos y cómo lo hacemos. Esto es importante, para no recargarnos con asuntos insignificantes y de poca monta. Muchas veces, somos de esas personas que estamos excesivamente pendientes de nuestros familiares, vecinos y amigos; y esto porque nos creemos que estamos al servicio de la humanidad. Creemos estar al servicio y atender las exigencias de los demás. Pensamos más en ellos que en nosotros. Un error garrafal.

Aprender a delegar es la posibilidad real descargar nuestro día a día, tanto en el trabajo como en la casa. Tenemos que aprender a que los demás tienen que compartir responsabilidades, haceres y cuidados. La vida laboral y casera tiene que ser un aprendizaje cooperativo, un hacer entre varios. Esta es la única posibilidad de llevar una vida placentera y relajada. Lo contrario, es auto-esclavizarnos.

Este auto-esclavizarnos, es someternos a la indolencia, la irresponsabilidad, a la dejadez de los demás. En la expresión venezolana, someternos al «echárselas al hombro» de los otros. No podemos permitir esto. Y si lo estamos permitiendo tenemos que preguntarnos: ¿Por qué está actitud de servidumbre ante los demás? ¿Por qué este descuido de nosotros? Debemos buscar las causas de esa nuestra actitud.

Se trata de una actitud de abyecta humildad, sórdida modestia que debemos corregir. No podemos estar al servicio de satisfacer todas las necesidades, caprichos y deseos de hijos, pareja, vecinos, compañeros de trabajo… Esto es lo menos relajante que existe. Repito esta es una desinversión que nos llevara a la bancarrota corporal y espiritual. 

De allí la necesidad de aprender a delegar. Para realizar el trabajo en conjunto o que cada quien en su responsabilidad realice el trabajo que tiene que hacer, que tiene asignado. Por ejemplo, en casa tenemos que empezar delegando algunas tareas cotidianas. Primero, porque no somos el sirviente de los hijos o la pareja; segundo, porque a nadie le hace daño que le asignen y ejecute un tarea determinada. Además, el delegar y la observancia de la ejecución de la misma fortalece la autonomía y la responsabilidad de los individuos. Al delegar en los demás algunas tareas garantizamos la marcha compartida del hogar.

Al delegar salimos ganando en tiempo y eficacia; disminuimos el cansancio y el estrés. Aprender a delegar es básico para obtener un funcionamiento más efectivo y adecuado. Delegar consiste en pedir y asignar; dejar de hacer tal cosa para que otro lo haga, dejar lugar a otros. Tenemos que olvidarnos «de que para que las cosas se hagan bien tenemos que hacerlas nosotros», esto es parte de nuestro auto-sometimiento. Hay muchas cosas que los demás las hacen mejor que nosotros.

Tal vez, no delegamos porque tenemos miedo de parecer incompetentes, de mostrar que no sabemos hacer tal cosa. O de darnos cuenta que no somos imprescindibles, que muchos otros nos pueden sustituir. Por eso, tal vez, nos cuesta confiar y delegar. No comprobamos ni validamos que los otros pueden hacer eso para lo cual nosotros nos creemos imprescindibles. Negamos la oportunidad al otro, o el otro es perezoso e indolente y alimentamos su actitud e irresponsabilidad.

Esa mala costumbre de echarnos todo el trabajo encima se convierte en un mecanismo de defensa de nosotros y de disminución de la capacidad de los otros. Los demás, por ejemplo, se podrán sentir tan sobreprotegidos que necesitarán que les validen el menor detalle de su hacer; con lo cual fomentamos una actitud débil y pusilánime.

Al no delegar fomentamos la perdida de nuestra autonomía y nos sobrecargamos de trabajo. Aprender a delegar es ganar tiempo para nosotros, en vez de ser un esclavo de las necesidades de los demás. Delegar nos permite una prueba de confianza en nosotros mismos y en los demás, es otra manera de ver las cosas. Es parte de la confianza en nosotros mismos.

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domingo, 5 de mayo de 2019

CONFIAR EN NOSOTROS MISMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Es necesario confiar en nosotros mismos[1]. Porque en nuestro vivir, muchas veces, pensamos que las demás personas son algo más grandes o más importantes que nosotros, y con esto disminuimos la confianza en nosotros mismos.  Se hace imperativo que pensemos que somos importantes, que en lo que hacemos somos virtuosos. Eso sí, con el valor justo de lo que pensamos y hacemos.

Esto no quiere decir que nos vamos a convertir en unos sujetos engreídos, vanidosos y petulantes. No, esa no es la idea. Lo que buscamos es construir esa confianza en nosotros y para nosotros mismos. Por eso he mencionado el valor justo de valer o de lo que valemos en nuestro pensar-hacer. Esto es a lo que está dirigido el presente artículo.

La construcción del orgullo y de la estima personal debe ser una de nuestras principales tareas, pues ésta nos remite a la conformación de la autoconfianza. A estar orgullosos de nosotros en un sentido ético y moral. A tener en alta estima lo que hacemos, lo que pensamos, como nos relacionamos con nosotros y con los demás.

Podemos tener flaquezas en ciertos momentos, pero esto no es ningún problema. Pues esas flaquezas nos permiten dudar de lo que estamos haciendo, y en esta duda va la reflexión si lo estamos haciendo bien o no. Lo contrario, seria la arrogancia que excluiría toda posibilidad de evaluar nuestro pensar-hacer. La arrogancia es como la temeridad, asunto de insensatos.

Si en un momento no estamos seguros de nosotros mismos, es porque algo sucede. Y entonces tenemos que preguntarnos: ¿Qué nos sucede? ¿Qué acontece en nosotros para que haya esa inseguridad? Sin embargo, este momento dubitativo no es razón suficiente para que la confianza o el confiar en nosotros disminuyan. Solo da la posibilidad a una reflexión sobre nuestro hacer.

En esto de confiar en nosotros está incito el conocernos, el saber nuestro pensar-hacer. Pues, no puede ser suficiente el decirnos, como si fuese un slogan, que tenemos confianza o que confiamos en nosotros. Creo que debemos empezar por saber qué hacemos, qué somos, cuál es nuestro pensar-hacer, saber cuáles son nuestras fortalezas, ver cuál es nuestro proyecto de vivir. Y allí vamos sabiendo quienes somos, es decir, nos vamos conociendo.

La confianza en nosotros mismos nos muestra que tanto nos aceptamos tal y como somos realmente, que tanto estamos orgullosos de lo que somos, esto en consonancia con nuestras virtudes y con nuestros valores éticos y morales.

La confianza es ir hacia nosotros y hacia los demás de manera autónoma y espontánea. Es la certeza en nosotros, en nuestra aura, en nuestro encanto, en nuestra belleza... de lo queremos y hacemos. En esto debe fundarse esa idea del justo valor por nosotros. En nuestro entorno, hay mucha gente que sufre de falta de confianza, otros padecen de excesiva confianza muchas veces sin ningún motivo. Digamos que estos son extremos que no tienen nada que ver con el justo valor.

Otra cosa que debemos tener en consideración es que la confianza en nosotros mismos responde a un conjunto de habilidades que poseemos y que, muchas veces, no valoramos o no conocemos plenamente. Esto es parte del desconocimiento de nosotros. Tener confianza en nosotros es querernos, es ser independientes e íntegros; es liberarnos de esos qué dirán, y de otras series de creencias limitadoras.

La confianza en nosotros es un aprendizaje, una construcción propia. Donde sumamos el conjunto de nuestras fortalezas; la capacidad para integrarlas una a una nos permite actuar y vivir cada día mejor con nosotros mismos.

Al confiar en nosotros nos convertimos, como hemos indicado en otro artículo, en nuestro propio centro de atención, nos convertimos en sujetos autónomos y carismáticos. Esto nos permite cultivar nuestras habilidades y desarrollar la confianza propia a lo largo del tiempo. Por sobre todas las cosas, confiemos  en nosotros mismos.

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Twitter: @obeddelfin





[1] Es artículo podría servir de complemento al presente https://consultoriafilosoficaobeddelfin.wordpress.com/2019/04/01/quierete-y-aceptate-por-lo-que-eres-consultoria-y-asesoria-filosofica/