sábado, 27 de julio de 2019

SOMOS SUJETOS DEL AFECTO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


“Todo lo que necesitas es amor
Todo lo que necesitas es amor
Todo lo que necesitas es amor, amor
Amor es todo lo que necesitas”
The Beatles

Los hombres y las mujeres somos seres del afecto. La carencia del mismo es abrumadora o aterradora. De allí que pasemos la vida tras el afecto, la búsqueda o el dar el mismo. En este sentido, somos seres constituidos para almacenar afectos.

Necesariamente los expresamos y los ponemos en otras personas, y también en animales, plantas… Todos estamos necesitados de cariños, gestos de afectos, de ternura y caricias. Morimos, metafóricamente, por ellos. Y, en muchos casos, morimos literalmente por su ausencia. Tal vez por ello los melodramas sean tan triunfantes.

Mientras padecemos la carencia de este estímulo amoroso somos seres menesterosos. Así como aquel relato del amor que expone Platón a través de Sócrates en el diálogo «Banquete», donde la vivencia de amor está entre la abundancia y la carencia.

Ahora bien, debe ser condición de nosotros aprender a pedir el afecto cuando lo necesitamos. Cosa por demás harto difícil para un joven y un adulto, no para el bebe que se abalanza en los brazos de quien quiere. Ambos, jóvenes y adultos, nos enredamos en esta solicitud o confundimos lo que deseamos pedir y dar. Confundimos el afecto con el sexo, en muchos casos.

Nunca debiésemos dudar en pedir afecto cuando lo necesitamos. Pero esto es una ilusión, porque para no tener esa duda necesitamos mucha inteligencia emocional, y allí está el problema. Pues, por lo general, con respecto a nuestras emociones carecemos de esa inteligencia. He ahí la causa de tantas torpezas afectivas.

Muchas veces sentimos la necesidad de fundirnos con la otra persona, necesitamos acurrucarnos junto al cuerpo de nuestra pareja, abrazarla muy fuerte y con ternura. Sin embargo, los espectros que conforman nuestras emociones, de ambos personas, atropellan esta posibilidad.

Esa necesidad de afecto, por lo general, está asociada a una necesidad de amor por nosotros mismos. Si esta última necesidad es conflictiva, asimismo lo será la necesidad con la otra persona.  Tenemos que pensar, reflexionar sobre ese amor por nosotros mismos. Decantarlo, pulirlo y sacar de él lo mejor que hay en él, es decir, sacar lo mejor que hay en nosotros. Para así poder pedir y dar afecto.

Por diferentes vías tratamos de construir un vínculo de afecto con los demás, mediante la amistad, el amor. Cada vínculo que intentamos es la búsqueda de una fuente de afecto, la cual tratamos de establecer en las distintas relaciones interpersonales que mantenemos. La búsqueda del afecto es amplio, no se restringe al amor erótico sino a la filia. 

Cuanto más carecemos de afecto más lo buscamos y en gran cantidad en la otra persona. Y acá se presentan los problemas, me refiero a la administración del afecto que damos y recibimos. Si actuamos como el gato, se nos reprochará el ser oportunistas y desconsiderados y la otra persona tendrá razón en decir eso. Pues, el gato aunque sabe buscar el afecto, cuando ya lo obtiene y está satisfecho se desentiende del asunto y se va.

El humano, por el contrario, es un almacenador de afectos y le gusta en demasía. Además no somos un gato, esto es, no podemos tener esa actitud porque hay un egoísmo en la misma. El afecto debe ser en dos vías, un recibir y un dar. Porque hay comprometida otra persona, que también busca el afecto.

Los afectos los absorbemos hasta llenarnos, hasta rebosarnos de él. La frecuencia de nuestras necesidades afectivas depende del amor que nos tengamos a nosotros mismos. Hay personas muy cariñosas y otras más distantes, todos no necesitamos la misma «dosis» cada día, pero todos necesitamos esos sentimientos, ternura, mimos y cariño. Necesitamos del afecto, tanto para recibirlo como para darlo.

El afecto lo aspiramos de diversas personas y de diferentes maneras. Pues, las expresiones afectivas son diversas. Por eso, siempre estamos buscando nuestro afecto y, a la vez, para dar el nuestro. En esta es una actitud para sentirnos bien, porque lo necesitamos. Nosotros pedimos, esperamos, buscamos ese afecto visual, táctil, psicológico, intelectual… tan necesario porque es vital para todos nosotros.

Sin el afecto nos marchitamos poco a poco cada día. Por este motivo, no podemos funcionar sin ese motor que es el afecto. Todos necesitamos de los afectos, pero hay que saber darlo para recibirlo. Los mismos son una condición indispensable para ser felices.
¿Qué es una vida sin afectos?

Referencias:
Twitter: @obeddelfin


sábado, 20 de julio de 2019

SEAMOS TENACES Y PRUDENTES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Muchas veces practicamos el rechazo a comprender como algo intencionado. En particular, me parece una actitud inadecuada al fin de nuestro vivir, porque nos negamos a ver otras perspectivas. Este rechazo debe provenir de una actitud terca. Algo muy diferente a ser tenaz, y esto debemos tenerlo en cuenta, pues dan ambas actitudes resultados muy diferentes.

Si nos negamos a comprender algo por la mera negación seremos tercos. Por el contrario, si dedicamos largo tiempo a intentar comprender algo que nos resulta dificultoso entonces tenemos paciencia y tenacidad. De allí que podamos perseverar en nuestra actividad profesional o personal.

La perseverancia infunde respeto en nosotros y en los demás, ya que por medio de ésta conseguimos alcanzar nuestras metas. Al ser tenaces no tendremos en cuenta las horas ni el cansancio para lograr lo que nos hemos planteado. La terquedad, en cambio, al ser una actitud ciega puede contribuir a que abandonemos nuestros proyectos a pocos metros de la meta. Son actitudes diferentes que deben darnos que pensar.

La paciencia para conseguir lo que nos hemos propuesto debe unirse a la tenacidad, para que sea un conjunto exitoso de actitudes. En este sentido, nuestro lema sería «No abandonemos nunca». No obstante, nuestro lema no puede convertirse en una actitud terca, porque sería una actitud ciega. Debe ser, por el contrario, una actitud reflexiva.

Que seamos pacientes y tenaces en todo lo que emprendemos no puede ser confundido con una actitud terca, que se empeña en no abandonar nunca. Acá entra nuestra reflexión, con la cual analizamos y evaluamos el conjunto de circunstancias que se van produciendo y que nos permite realizar variaciones a nuestro proyecto.  

Esa reflexión analítica nos debe convertir en un sujeto prudente. La cual evita que nos convirtamos en «un cabeza loca» y en sujetos desventurados. Recordemos que el sabio es el sujeto prudente, pues nuestro hacer siempre debe servirnos de lección.

Para ello debemos convertirnos en buenos observadores de nuestro entorno y de nosotros mismos para tomar el conjunto de precauciones necesarias. De esta manera, evitamos ponernos en peligro inútilmente. Pues inspeccionamos y analizamos todos los azares que se dan en nuestras circunstancias.

Ser prudente suele evitarnos problemas, conflictos y accidentes innecesarios. Sin embargo, muchas veces por falta de prudencia terminamos conformando nuestro saber y experiencia cogiendo directamente con la mano la brasa ardiendo, para así darnos cuenta de que ésta quema. Un mecanismo bastante extraño y doloroso si a ver vamos, al no contar con la prudencia necesaria como regla de vida.

O como dice el dicho popular «nadie escarmienta en cabeza ajena» y muchas veces es por nuestra terquedad. Que antes hemos indicado que es una actitud ciega. ¿Cuántas veces hemos sido imprudentes y con cuáles consecuencias? En cambio, ¿cuántas veces hemos actuado de forma prudente?

Al hacer uso de la prudencia es poco probable que cometamos errores graves. Al hacer uso adecuado de los sentidos y ser prudentes podemos tener posibilidades de ser más exitosos. Muchas veces somos de naturaleza intrépida e imprudente y por eso tienen que advertirnos sobre todo, para que aprendamos y nos protejamos de los peligros.

Muchas veces que tenemos que hacer uso de nuestro instinto, esa “adaptación no conceptual del animal a los problemas vitales” como lo indica Julián Marías, para resolver los asuntos en que estamos involucrados. Pues, hemos perdido y tenemos adormecidos muchos instintos y muchos de nuestros sentidos en nuestra relación con los demás. Alguna veces, decimos «me daba mala espina desde el principio» y, sin embargo, seguimos delante de manera imprudente. Pues, el resultado ha confirmado lo que sentíamos y, aun así, seguimos o no a nuestro instinto cuando se impuso un sentimiento de rechazo.

Solemos elegir la «razón» frente al instinto y tenemos razones para hacerlo. No obstante, con el tiempo nos damos cuenta de que nuestro instinto acierta muchas veces y nos guía hacia lo que es mejor para nuestra toma de decisión. De esta mezcla de razón e instinto desarrollamos nuestra prudencia.

En el presente, debemos ser prudentes y conectar con nuestros instintos primarios; escucharnos y confiar en nosotros. Cuando tengamos dudas debemos fiarnos de nuestro instinto y someterlo a nuestra prudencia. Así nuestra tenacidad se verá recompensada.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin



sábado, 13 de julio de 2019

SEAMOS NUESTRO BUEN JEFE: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

“Cuando el gato no está, los ratones bailan”
Refrán

Todos soñamos con tener algún día un buen jefe. En vez de tener ese sueño ¿por qué no realizamos ese sueño y somos nuestro buen jefe para con nosotros mismos? Seamos para nosotros mismos el directivo excelente, el jefe perfecto que hemos soñado, aquel que supervisa de manera reflexiva y productiva nuestro pensar-hacer.

Al ser nuestro jefe debemos darnos ánimos con una simple mirada, sin necesidad de gritarnos para hacernos respetar. Simplemente debemos estar ahí dispuestos para nosotros mismos, para que con nuestra presencia sea suficiente para ocuparnos de lo que nos corresponde hacer.

En muchos textos y manuales hemos leído que para ser un buen jefe es necesario saber delegar[1]. Debemos aprender a delegar en lo referente a la organización del trabajo que tenemos que hacer y de las tareas que nos proponemos realizar. Debemos, así mismo, evaluar la valoración y la autonomía de los que colaboran con nosotros. Un aspecto muy importante es saber elegir nuestros colaboradores, si quieres le podemos dar el nombre correcto: amigos.

Además, de elegir y tener los colaboradores correctos es muy importante el saber estar ahí para con nosotros mismos, esto es, el supervisarnos, el vernos a nosotros en lo pensamos y hacemos. Porque nosotros somos lo más importante en esta empresa que es nuestro vivir.

Si estamos hablando de ser nuestros propios jefes ¿cómo podemos hablar de delegar? ¿Delegar qué? Muchas veces nos tomamos «las cosas a pecho», queremos hacer todo como si nadie más pudiese hacer lo que nosotros hacemos. Entonces, ¿qué tiempo tenemos para ser nuestros jefes? Si estamos intentando resolver el vivir de los demás. Que cada quien resuelva su vivir, que haga lo que le corresponde hacer. Somos colaboradores unos de otros. No podemos vivir por el otro.

Si deseamos ser nuestro propio jefe nuestra actitud se debe adecuar al contexto, esto es, a las circunstancias. Por ejemplo, ya indicamos que debemos aprender a delegar, pues con esto conseguimos fortalecer y conservar de manera productiva nuestro pensar-hacer. Por tanto, debemos calibrar nuestro hacer y el tiempo que dispones para efectuarlo según la importancia de cada tarea.

Cada cosa a su tiempo. No podemos malgastar nuestro tiempo, porque eso quiere decir que malgastamos nuestro pensar-hacer. Muchas veces nos movemos inútilmente de un lado para otro aparentando que estamos saturados de haceres, esto provoca un estrés improductivo en lo personal y en las personas que nos rodean. Si agotamos a los demás éstos dejan de ser nuestros colaboradores. Por tanto, debemos a administrar nuestro pensar-hacer, hacerlo productivo para con nosotros y los demás.

Tenemos que aprender a ser eficaces cuando es necesario y resolver los problemas en su momento. No podemos dejar las cosas al abandono, porque éstas se acumulan y comienzan a ganar intereses. De aquí, lo relevante de aprender a distinguir lo importante de lo urgente. Ser eficaces es saber emplear la justa medida de nuestra energía en resolver algo. Mucha gente emplea más energía de la necesaria, a la larga eso cansa y agota. La justa medida recomendaba Aristóteles.

En esto de ser nuestro propio jefe, debemos ser buenos y eficaces observadores. Debemos ser siempre un buen observador para estar atentos a las novedades que se dan en nuestras circunstancias. Recordemos que la mayoría de éstas están más allá de nuestro alcance. Las situaciones de nuestro entorno varían y, por tanto, nuestro enfoque debe variar. Para atender adecuadamente esas variaciones es necesario ser un observador atento.

Debemos aprender a reaccionar de manera apropiada. Esto quiere decir en el momento oportuno y con la actitud adecuada con vista a resolver la situación que se presenta. Ni muy pronto ni muy tarde. En el momento oportuno. Si llevamos esta justa medida en nuestro pensar-hacer produciremos una cooperación armónica, la cual será muy beneficiosa. Será una inversión provechosa a corto y largo plazo.


Debemos tomarnos uno o varios descansos regularmente para oxigenar nuestro pensar-hacer. De esta manera, nos informamos sobre qué esta pasando a nuestro alrededor y cultivar nuestras relaciones sociales. Los intercambios interpersonales cuando son adecuados son muy productivos. Además, es importante decirle a los demás las cosas que estamos haciendo, es decir, darnos publicidad. Hacer marketing personal.

No hagamos como que trabajamos porque esto siempre se nota. La gente percibe lo falso. Y así nunca podremos ser el jefe de nosotros mismos. Si vamos a ser nuestro propio jefe debemos ser sinceros y auténticos, no falsos. Por ello, no aparentemos que estamos desbordados, eso solo es una muestra de ineficacia. Por el contrario, debemos preservar una actitud firme, benévola y estimulante para mantener presente nuestro pensar-hacer.

De esta manera, llegaremos hacer el jefe que hemos soñado. Pero, entiéndase, nuestro propio jefe; y así ofreceremos lo mejor de nosotros mismos sin fanfarronear.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin




sábado, 6 de julio de 2019

ENTREGAR NUESTRA CONFIANZA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

«No podemos fiarnos de nadie» o «no confíes en nadie». Es una expresión de los adultos, la cual tiene sus causas en nuestras fallidas relaciones interpersonales. Ejemplos no vale la pena dar, pues hay muchos y variados. Cualquiera podría contar un largo rosario anécdotas que nos llevarían a darle la razón.

No obstante, todos sabemos que para llevar adelante nuestro vivir tenemos que confiar en alguien o en algo. Por ejemplo, yo tengo que confiar que en esa silla en la cual me voy a sentar aguantará mi peso, que la misma es sólida y resistente. En caso contrario, posiblemente suframos de alguna patología clínica. ¿Qué hacer en esta dualidad?

Claro, quien nos dice que «no confiemos en nadie» está esperando que depositemos nuestra confianza en él. Esto es paradójico, en verdad. Pero así funciona. Esta dualidad es intensa y refleja que, por una parte, hay gente y cosas en las cuales no debemos ni podemos confiar; por otra, sí hay gente y cosas en las cuales debemos y tenemos que confiar. En este sí y no debemos transitar nuestro vivir, que es como apreciamos un conjunto de evaluaciones y elecciones.

Pongamos en este artículo el acento en aquellos en quienes podemos confiar. Y esto se da cuando aceptamos a alguien y esta persona entra a formar parte de nuestra vida, se hace parte de ella. Aunque a nuestro oído venga el aguafiestas de la desconfianza y nos susurre que esa persona nos puede fallar en algún momento, tenemos que vivir en esa confianza. Pues, de otro modo viviremos en una permanente paranoia, que no será muy adecuada a nuestra salud ni personal ni social.

En el momento en que elegimos a alguien para confiar en él lo hacemos compañero de nuestro vivir, y esta elección no es casi nunca el acto de una toma de decisiones. Sencillamente es un acto espontaneo, de empatía y entrega. En la mayoría de los casos, al depositar nuestra confianza en alguien no existe ninguna reflexión ni nada parecido, solo lo hacemos porque nos dejamos guiar por nuestro olfato interpersonal, por nuestra intuición o instinto básico; por nuestras emociones básicas.

Depositamos en la otra nuestra confianza, así de sencillo. En un acto ciego. Al confiar en otra persona en lo personal, laboral… adoptamos una postura de estar seguros, de estar protegidos. De contar con la otra persona o de contar con los demás. Esto es lo que nos permite construir nuestras relaciones interpersonales y en gran medida nuestra relación intrapersonal.

La confianza puesta en el otro se muestra y demuestra de distintas formas. Aunque «demostrar», en este caso, es una palabra dura. Por cuanto en la confianza no debe caber el demostrar, y cuando esta prueba se exige es qué algo pasa. Algo supera o está más allá de la frontera de la misma confianza. En este caso, es necesaria la reflexión, la pregunta: ¿qué está pasando? ¿Por qué se solicita esa demostración? Algo está o se ha puesto en riesgo.  

¿Qué confianza otorgamos nosotros a los demás? ¿Hasta qué punto confiamos? A menudo nos sucede que tras una decepción sentimental, amorosa o de amistad, nos cuesta recobrar la confianza en los otros. Y peor aún, nos volvemos paladines de la desconfianza y de su discurso, esto porque estamos dolidos y resentidos; sin entender que esa ha sido una circunstancia que nos ha tocado desgraciadamente vivir. Ojo, no me refiero acá al abuso y a la estafa emocional premeditada, pues ahí lo que hubo es uso de la persona y ésta no se dio cuenta que la estaban usando.

Por otra parte, podemos pensar y hasta auto-aconsejarnos: «vamos a confiar en el otro pero estaremos alerta, atentos a la mínima señal». No obstante, esta actitud recelosa terminará perjudicando nuestro vivir, nuestra salud. Como antes señalamos. ¿Cómo podemos ser felices viviendo continuamente con el temor de que el otro nos traicione en cualquier momento? Es imposible.

Una actitud permanentemente recelosa nos hará ver conspiraciones por todas partes. Lo más probable es que cualquier gesto, palabra la malinterpretemos como un futuro paso en falso o una posible mentira. Vivir en la desconfianza deber ser muy estresante y agotador. «Mejor vivir solos» podríamos decirnos, es una estupidez. En ese caso, lo mejor es ir al psicólogo o al psiquiatra, es lo más recomendable.

La única salida para recuperar la calma y la alegría de vivir es volver a confiar en alguien. Las heridas interpersonales no matan. Lo que nos puede matar es nuestra condición psíquica, y eso no es área de la consultoría filosófica. Por eso la recomendación de ir al psicólogo o al psiquiatra, si la perturbación nos rebasa.

La desconfianza o la previsión son algo innato, y creo que radica en la emoción del miedo y en el instinto de supervivencia. Un cachorro, por ejemplo, de gato solo confía en la madre, si una persona se le acerca él huye y trata de defenderse. Pero eso no excluye que después de unos cuantos mimos y caricias él también termine entregando su confianza a un humano. Comparte, entonces, su confianza entre su madre y el humano.   

Primero, desde nuestra primera infancia lo primero que hacemos es que  no otorgamos nuestra confianza a cualquiera, ni abrimos nuestros sentimientos a cualquiera de forma inmediata. Vamos entregándonos de manera gradual, como todo animal social. Esa es realmente nuestra dinámica interpersonal.

Segundo, nos fiamos de nuestra intuición cuando empezamos a conocer a alguien, y casi siempre acertamos. Y cuanto «sentimos» que hemos encontrado a una persona adecuada, ya sea para una historia de amor o para una buena amistad, no te cierres a la felicidad por mantener una actitud de miedo o desconfianza.

Para confiar en los demás debemos liberarnos de nuestros miedos. No tenemos, aparentemente, otra elección. Para confiar debemos apaciguar nuestros miedos, dominarlos y confía con criterio. Tal vez, así podamos vivir una oportunidad de ser felices.

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Twitter: @obeddelfin



miércoles, 3 de julio de 2019

NOSOTROS Y EL ENFERMO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando nos toca cuidar a un enfermo quedan comprometidas varias cosas de nuestro pensar-hacer. Quedan comprometidas, entre otras, nuestro tiempo, nuestro estado de ánimo y nuestra actitud. Que no es decir poca cosa.

El tiempo. Al cuidar de un enfermo nuestro tiempo queda comprometido, porque ese lapso que dedicábamos a nosotros solos ahora tenemos que compartirlo en la atención de aquel. Pues, el enfermo en su estado es solo un sujeto pasivo, un receptor de atención, él por los momentos no contribuye con su hacer.

Nuestro tiempo está comprometido. Porque ya no es todo nuestro, tenemos que dedicarlo a resolver lo que el otro no puede hacer por su propia mano. Ahora tenemos un tiempo dividido en dos, por lo que éste es menor. Por esa razón quien cuida a un enfermo no le alcanza el tiempo «para más nada», dice el cuidador.

Y no le puede alcanzar porque ahora tiene que dividir el tiempo en dos. Lo mismo les pasa a las madres, tanto hijos tiene tanto debe dividir su tiempo para emplearlo en cuidar de los hijos, poco queda para el cuidado propio o queda una fracción más pequeña del tiempo original.

¿Qué podemos hacer? En el caso del tiempo, si están a la mano otras personas la solución más adecuada es la cooperación. A menos que se disponga del dinero suficiente para emplear un servicio de atención al enfermo. Pero, por lo general, los recursos monetarios siempre están limitados. Entonces, si se dispone de otras personas lo adecuado es trazar un plan de acción para cuidar al enfermo. Si se está solo y no se dispone de nadie más hay que «hacer de tripas corazón» y entender, como diría Ortega y Gasset, que cada uno vive sus circunstancias.

 Estado de ánimo. Si el tiempo se tiene que dividir, el estado de ánimo se tiene que reorganizar. Y esto es más complicado. Porque éste está conformado por nuestras diversas emociones y compromete nuestra inteligencia emocional. Además, junto al estado de ánimo debemos considerar nuestro carácter personal.

El enfermo y la enfermedad contienen en sí las emociones básicas de la  tristeza y el miedo. Y si nosotros no poseemos una inteligencia emocional adecuada para esta situación, ésta puede dar al traste con nuestro estado de ánimo. Ya que podemos hundirnos en esas dos emociones y convertirnos en sujetos disfuncionales. Por lo tanto, en este caso es necesario el gobierno de las emociones para preservar un estado de ánimo adecuado a la situación que estamos viviendo.

En el caso de nuestro estado de ánimo hay factores psíquicos más vulnerables, más comprometedores. Pues, al no contar con un estado de ánimo adecuado para atender al enfermo, podemos terminar padeciendo dolencias psíquicas de difícil retorno. Además, de problemas corporales.

¿Qué podemos hacer? Buscar ayuda. Podríamos decir buscar ayuda especializada. Pero esto no es posible en la mayoría de los casos. Pues, no sabemos a quién acudir o los recursos monetarios por ser limitados deben dedicarse al enfermo. No obstante, las amistades y los conocidos son el principal recurso de ayuda. ¿Por qué?

Porque cada familia, cada amistad, cada conocido tiene una historia que contar y una experiencia práctica que compartir. Por otra parte, como el conocimiento se ha divulgado a través de la radio, la televisión e internet hay mucho conocimiento a la mano con respecto a cómo llevar una situación de este tipo. Y éste es utilizable de manera pragmática, lo que tenemos que hacer es evaluarlo para ver si es adecuado a nuestra situación y de allí elegir lo que nos conviene.

Nuestra actitud. Pesa sobre nuestra actitud el estado de ánimo y el carácter que tengamos. Si somos impacientes tendremos que abordar esto de una manera adecuada, porque los enfermos requieren paciencia, que pocas veces tenemos. Nuestra actitud para con nosotros y los otros debe ser pensada, analizada para ver cómo la afrontamos en esta circunstancia.

La enfermedad siempre es algo que nos toma por sorpresa. No estamos preparados para asumir al enfermo, porque tenemos planes que realizar, y éstos se pueden ver interrumpidos o pospuestos abruptamente por el estado del enfermo. Muchas veces, cuando nuestros planes quedan alterados buscamos una solución para nosotros y no para el enfermo, y esto genera un conflicto. Lo cuál nos pide interrogarnos sobre ¿cuál es nuestra actitud ante esta situación?

Que se trastoquen nuestros planes influye sobre nuestra actitud, pues no somos invulnerables a los imprevistos. En este caso, debemos que tener una actitud realista y atenta enfocada en los acontecimientos que se están sucediendo. Por lo general, la gente tiende ha decir hay que tener una actitud positiva. Pero ¿qué quiere decir tal cosa? ¿Qué es tal cosa? Esto lo que quiere decir es que seamos optimistas. Sin embargo, más que ser optimistas debemos ser analíticos y realistas, para comprender lo que estamos viviendo nosotros y el enfermo.

¿Qué podemos hacer? Que nuestra actitud queda comprometida al cuidar de un enfermo es un hecho cierto. Por eso la atención que debemos prestarnos a nosotros mismos es importante, esto es, el conocernos a nosotros mismos para así también saber cuidar de nosotros.

Actualmente hay mucha autoayuda en el mercado. La mayoría tiene una concepción triunfalista y optimista ilimitada, que hace que todo sea posible de alcanzar. Por eso mismo, tales concepciones son engañosas y hay que tener cuidado con sus predicamentos.

Por el contario, las concepciones estoicas y epicúreas nos permiten asumir la vida con entereza, templanza y serenidad. Pues, éstas  son realistas y sinceras; nos hacen asumir una actitud adecuada ante las circunstancias para afrontar la rudeza del mismo. En éstas no hay cabida para las vanas esperanzas ni para los engaños. Pues, la vida se nos presenta de una manera y nosotros estamos en ella resolver lo que nos cae en cuenta.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin