martes, 28 de enero de 2020

TRASCENDENCIA PERSONAL


¿Qué es eso de la trascendencia personal? ¿A qué nos referimos con eso? Oímos hablar sobre la prioridad en la realización y trascendencia de la persona como fin último. Lo cual suena muy bien, pero ¿Qué es? ¿En qué consiste?

Unos consideran que la trascendencia personal no es la preocupación por la esencia del hombre ni es la concepción del bien como una idea absoluta ni es la felicidad como un estado de unos pocos. El asunto es trata sobre la realización concreta de Pedro, María, Juan y de cada persona en particular. Para el mundo cristiano la trascendencia se trata de la salvación del alma, pero para el mundo laico ¿Qué es y cómo se implementa?

Tras la idea cristiana de la salvación del alma, en el mundo laico se fundamenta que las organizaciones e instituciones se conciban como instrumentos para llevar a la persona a su plenitud en el mundo terrenal. En este sentido, la educación, la vida social, el mundo del trabajo, entre otros, se plantean cómo ayudar a la realización personal de las personas.

A partir de lo anterior se deja tiempo y espacio para que las personas se dediquen a su vida personal: la familia, el desarrollo personal, espiritual, la salud, el arte, la recreación y el descanso. Se insiste en que se debe fomentar el rol del desarrollo personal y humano. Una organización, por ejemplo, que consume a sus profesionales y sacrifica la energía de éstos sin dedicar tiempo a los otros ámbitos de sus vidas, se considera una mala organización. Hacía esto apunta la ética empresarial.

En la misma ruta de la trascendencia personal se postula la racionalidad, como el instrumento que nos permite pensar con claridad sobre los asuntos humanos y es parte constitutiva de la libertad para elegir. Ya que así podemos elegir el camino para nuestra realización. La condición de ser racionales y libres hace que nuestras acciones sean elegidas libremente por nosotros, luego de un discernimiento. En este sentido, debemos ser libres y tener un claro entendimiento del proyecto al cual nos adherimos.

De ese modo, se hace más humano nuestro hacer en la medida en que aumentan los grados de libertad con los que desarrollamos el ejercicio reflexivo para llevar a cabo nuestro hacer. Por lo que debemos observar los esfuerzos que hacemos para entender nuestro proyecto y adherirnos a él; asimismo debemos atender las estrategias para participar de la libertad y la autonomía reflexiva. Otra característica que debemos atender es la constante posibilidad de errar, al reconocer la posibilidad del error abrimos espacio para repararlos y aprender.

Es importante que dentro del tiempo cotidiano demos satisfacción a las necesidades de los valores personales, que contemplemos momentos, en medio del diario vivir, para la realización y trascendencia personal, lo cuales nos permiten conectar con lo que trasciende y da sentido a nuestra existencia. Necesitamos momentos especiales, en medio del vivir cotidiano, que nos conecten con el sentido y el valor de la vida. Estos son momentos de reconocimiento personal y constituyen momentos especiales que renuevan el sentido de nuestro vivir.

El orden de las horas tiene poderosas funciones, pues nos permite conformar el hábito que automatiza nuestros actos cotidianos, sin desconectarnos del sentido de los mismos. Por otra parte, nos permite mantener el equilibrio entre lo urgente y lo importante, nos facilita no extender excesivamente la acción, ni el deseo inoportuno ni  la distracción. Al respetar la función de las horas podemos llevar una vida acorde a los objetivos trascendentes.

La pausa, el orden y el ritmo resultan más productivos que la acelerada costumbre de pasar sin atender las situaciones de nuestro vivir, o el superponer actividades y contextos, e interactuar indiscriminadamente con diferentes personas. Por eso es importante saber cuáles son los saberes en que fundamos nuestro pensar-hacer, cómo los cuidamos y conservábamos, cómo los transmitimos, cómo los adaptamos nuevos espacios e cómo los intercambios, para alcanzar una vida plena.

Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín


sábado, 11 de enero de 2020

FINALIDAD DE NUESTRO HACER

Si nuestro hacer lo abordamos desde la teoría del movimiento de Aristóteles, podemos decir que los cambios se explican por el paso de lo que está en potencia a acto, esto es, del niño al adolescente, de éste al adulto, y de el adulto al anciano, porque en el niño ya está en potencia el anciano que llegará a ser; así como la semilla termina por convertirse en árbol y fruto.

Lo que gobierna este tránsito de potencia a acto es, según Aristóteles, la finalidad del ser, aquello para lo cual éste existe; así todas las cosas están en movimiento hacia su fin. Desde esta perspectiva podemos dar cuenta de lo que es nuestro hacer, lo que hacemos hoy lo podemos explicar desde la finalidad planteada. El joven estudia la carrera universitaria de economía para ser economista, por ejemplo.

La idea de finalidad nos sirve para aclarar cuál es el potencial máximo de nuestro hacer, y para dilucidar cuál es el camino que hemos diseñado para alcanzarlo. En este sentido, la responsabilidad está en desarrollar nuestras fortalezas y capacidades para realizar plenamente la finalidad planteada. Esto quiere decir que debemos ver nuestro desempeño actual y los diversos aspectos que empleamos en el mismo de manera potencial, ya que la finalidad del mismo no la hemos realizado. Desde la perspectiva aristotélica, la finalidad de nuestro hacer es la que opera como una fuerza de atracción y nos mueve hacia ella, ésta  hace que estemos dispuestos a cambiar, aprender y transformarnos por alcanzar la finalidad planteada.

Junto con la finalidad está la búsqueda de la suficiencia, que es el poder mantenernos y continuar para cumplir dicha finalidad, por eso procuramos mejorar nuestras capacidades y talentos para cumplir con la misma. En el caso del estudiante, éste procura estudiar de la mejor manera posible, acceder a los textos recomendados, entre otras cosas que le son necesarias para ser más suficiente y alcanzar el fin.

En cada tipo de hacer que llevamos adelante y en cada momento de nuestro vivir, debemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras fortalezas? ¿Cómo las empleamos de mejor manera? ¿Cuál es el fin de lo que estamos haciendo?

No podemos solo considerar nuestro hacer actual y quedarnos en él. Debemos ver si tenemos una finalidad, so no la tenemos debemos plantearnos la misma. Ya que nuestro hacer ha de ser medio para conseguir un fin propuesto.

Si nos quedamos atrapados en el hacer inmediato no conseguiremos dar una realización plena a nuestro pensar-hacer; nos quedaremos encerrados en el mero hacer y ese no es la idea. Es como si deseamos hacer, pero nunca lo hacemos porque solo nos quedamos en el deseo.

Tenemos que plantearnos una finalidad ¿para qué hacemos lo que hacemos? Cuál es el fin del mismo. En muchos la finalidad parece material pero no lo es, trabajo tantas horas, por ejemplo, ahora para comprar un apartamento, la finalidad es vivir en mejores condiciones físicas, lo cual me ayudará a vivir mejor de manera mental. En este caso, una finalidad material oculta una finalidad de orden espiritual.

Debemos tener claro que todas las finalidades no son de orden espiritual. Recordemos que la prosperidad que es, por lo general, la finalidad de nuestros haceres, puede ser: intelectual, financiera, espiritual y corporal, y se reflejan una en la otra. Hacemos ejercicios con la finalidad de tener prosperidad corporal, de sentirnos físicamente mejor.

Para alcanzar la finalidad tenemos que desplegar la suficiencia. Si deseamos prosperidad corporal, debemos hacer ejercicios con la mejor disposición posible, esto incluye la disciplina y otros aspectos más. Si deseamos graduarnos en nuestros estudios debemos estudiar lo mejor posible. Ambas son necesarios para darle sustancia y consistencia a nuestro pensar-hacer.  


Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín

domingo, 5 de enero de 2020

UN HACER ADECUADO

Cómo encontrar las orientaciones necesarias para construir un hacer adecuado y conforme a un ideal. Si recurrimos a Platón, él nos dirá que pensemos en las Ideas, que son las realidades más perfectas, y entre éstas las ideas del Bien, la Justicia y la Armonía, las cuales nos ayudarán a construir nuestro hacer ideal.

Con la idea de Bien definimos lo que queremos hacer y junto a quiénes lo deseamos realizar; pues un hacer estructurado en la idea del Bien debe producir beneficios para todos y no solo para el interés de una sola persona.

Al inspirarnos en la idea de Justicia determinamos la correcta proporción y orden de lo que deben ser nuestras funciones pensantes y productivas, las de seguridad y cuidado de nosotros mismos.

Con la idea de Armonía establecemos nuestras interacciones interpersonales, las cuales son necesarias para que nuestro hacer funcione de manera adecuada y armónica.

Con respecto a nuestras relaciones interpersonales, Platón nos señala la forma de saber utilizar las palabras, pues según el modo que usemos éstas se conformarán nuestras interrelaciones. Si en nuestras interrelaciones, por ejemplo, nos comportamos como dictadores prohibiremos a los demás el uso de la palabra, o la usarán bajo del miedo y la amenaza. Si nos comportamos de manera irresponsable con las palabras diremos, sin pensar, lo que se nos ocurra sobre los demás y sin prever las consecuencias de nuestras palabras.

Somos responsables de lo que decimos porque formamos parte de una comunidad. Responsabilidad es, para Platón, cumplir con excelencia la tarea que tenemos asignada para contribuir al bien de aquellos con quienes compartimos en nuestro hacer.

Estos cuatro criterios, fundados en el pensamiento de Platón, pueden dar luz al diseño de nuestros haceres: el bien común, el orden de las partes, las relaciones armónicas y la responsabilidad de nuestras palabras. Nuestro interés debe estar en el hacer mismo y en la realización de las personas con quienes compartimos, nuestro hacer es un medio, nos diría Platón, para alcanzar un fin superior. Ese fin nos lo planteamos nosotros.

Por ello es relevante tener en cuenta el modo en que orientamos nuestro hacer hacia un fin, la forma en que ordenamos nuestro vivir y la manera en que nos relacionamos con los demás, porque éstas tienen consecuencias en la formación de nuestro pensar-hacer.

Con un hacer tiránico conformaremos relaciones miedosas y si somos demagogos relaciones irresponsables. Por el contrario, si actuamos bajo la idea del bien construiremos relaciones fundadas en el bien, la justicia y la armonía. Nuestro hacer es el espejo de nuestra alma, nos diría Platón, porque éste está constituido por nuestra razón, nuestra voluntad y nuestros deseos, si tiene una proporción adecuada de cada idea viviremos armónicamente y de manera justa.

A través de nuestro pensar-hacer ético, basado en el bien, la justicia y la armonía, nos orientamos hacia lo verdadero y lo adecuado. A partir de esto, Platón nos preguntaría: ¿Tenemos claro cuál es el bien que entregamos a las demás personas? ¿Está nuestro hacer bien estructurado y ordenado para cumplir con la finalidad que nos hemos propuesto? ¿Se basan nuestras relaciones interpersonales en las ideas indicadas? ¿Contribuye nuestro hacer a la realización ética de otras personas?


Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín