martes, 21 de enero de 2014

LAS EMOCIONES Y LA RAZÓN PRÁCTICA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Que somos seres emotivos y racionales a la vez es parte del viejo conocimiento que se tiene del ser humano. Aun cuando a veces se ha exagerado con respecto a la razón, y últimamente con respecto a la emoción.

Las emociones, los sentimientos, los afectos y con éstas el deseo, el desprecio, el gusto y el disgusto por las cosas son fundamentales para la formación de nuestro carácter, así como lo es nuestro razonamiento. La razón práctica existe en yunta con los sentimientos, se da de esta manera. Las emociones, en tanto expresiones humanas, se construyen socialmente. Por lo que cambiamos de parecer o de opinión en diferentes situaciones dadas porque cambian nuestros sentimientos.

El lenguaje de las emociones se ha impuesto actualmente en todos los campos, y pone de relieve que lo emotivo ha sido un aspecto ignorado u omitido hasta ahora por las ciencias sociales y humanas. El discurso actual sobre las emociones pretende corregir esa tendencia y distanciarse del racionalismo hegemónico. 

Las emociones nos mueven a la acción, pero también nos pueden paralizar. Hay emociones que nos incitan a actuar, otras que nos llevan a escondernos o a huir de nuestra realidad. Ambas son válidas. De allí que, todas las emociones puedan ser útiles y contribuir al bienestar o no de la persona que las experimenta. Razón por la cual hay que conocerlas, y aprender a gobernarlas, es decir, a co-vivir con ellas.  El gobierno de las emociones es el cometido de la ética.

Los griegos hablaban de virtudes o del conjunto de cualidades que debía adquirir la persona por medio de la educación para lograr la excelencia, asunto difícil en las sociedades complejas. Le preocupaban las actitudes de la gente en función de saber cuáles eran las más favorables para convivir en la ciudad y cuáles entorpecían la vida en común. Pues la ética es un hecho colectivo, no individual.  

Para los helenos el alma tenía sentimientos, de eso no había dudas. Sin embargo, éstos no siempre eran ordenados, por lo que debían ser administrados por la facultad racional. Es decir, debían ser gobernados y administrados, pero nunca suprimidos. Ya que a fin de cuentas, nuestro carácter, nuestro ethos, nuestra manera de ser se manifiesta en un conjunto de disposiciones o actitudes, que para ser efectivas han de estar conformadas necesariamente por el componente emotivo.

Por ello, la educación moral, para los helenos, estaba destinada a hacer que cada ciudadano pusiera de manifiesto su capacidad para la justicia, la prudencia, la generosidad o la valentía, sintiendo estos valores eran suyos, que le eran propios, constituían parte de su manera de ser, es decir, eran constitutivos de su ser.

Desde este punto de vista, la moralidad es una sensibilidad. Por la cual uno siente atracción hacia lo que está bien y rechaza lo que está mal. La moralidad no es sólo un conocimiento de lo que se debe hacer, de lo que está permitido o prohibido, sino también un conocimiento de lo que es bueno sentir. 

En este sentido, la ética es una inteligencia emocional que dirige lo que es vida correcta; la cual nos permite conducirnos bien en la vida, es decir, saber discernir; esto significa sentir las emociones adecuadas en cada caso determinado, más allá de tener una correcta comprensión racional de la situación. Porque si el sentimiento ético falta la norma o el deber se me muestra como algo externo a mí, a la que sólo estoy vinculado por una obligación externa, no como algo que tengo interiorizado e íntimamente aceptado como bueno o justo.

Quien carece de afectividad moral es apático. Nada le motiva ni le moraliza porque vive des-moralizado. Carece de moral, en el sentido de entusiasmarse por lo que merece la pena. Vive en la indiferencia. Así como son apático quienes son dados al sentimentalismo.

Aprobamos aquello que nos satisface. El fundamento de la ética es la simpatía o la empatía con los sentimientos ajenos. El sentimentalismo, por el contrario, es el sentimiento sin la guía de la razón. En el razonamiento práctico, las emociones y la razón van de la mano. Las emociones por sí solas no razonan. Las razones contribuyen a modificar y reconducen las emociones, en función de evitar un mero sentimentalismo vacuo. Lo que Michel Lacroix ha criticado duramente en “El elogio de la emoción”.

Estamos dotados de razón y emociones. De allí que, debemos desarrollar la parte contemplativa para aprender a admirar lo admirable y a rechazar lo que no lo es. Debemos tener razones que nos indiquen qué es digno de admiración y qué no es admirable bajo ningún aspecto. Debemos adquirir una capacidad de discernimiento para saber distinguir lo que vale de lo que no vale. Una capacidad que nunca se debe dar por supuesta, pues es el resultado de un largo e inacabado proceso de aprendizaje.


Los filósofos, tal como señala Victoria Camp, no nos distinguimos por resolver los problemas. Pero sí por formularlos en todas sus dimensiones, y por ayudar a entender por qué actuamos como actuamos.

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