viernes, 17 de enero de 2014

LAS CONVERSACIONES Y DE SUS IMPLICACIONES: UNA FILOSOFÍA PARA LA VIDA

Las expresiones tal y como las usamos en el lenguaje cotidiano no son claras y precisas. En muchos casos, no son inteligibles. Por dos causas al menos. Primero, porque en toda conversación hay al menos dos hablantes; quienes, a la vez, son dos intérpretes de sus propios mundos, constituidos por historias, hábitos y costumbres. Segundo, en toda conversación hay muchos significados siendo éstos verbales y corporales, además de los supuestos intangibles.

¿Cómo llevar a cabo un diálogo sin esas dos causas? Es imposible. La estrategia para que una conversación sea lo más inteligible posible, para ambas partes, consiste en erigir un lenguaje cuyas oraciones sean claras, libres de ruidos, de ambigüedades, para que lo que se habla sea lo más inequívoco posible. De este modo, el diálogo se hallará lo más seguro posible. Pero nunca a salvo.

En la conversación se dan dos elementos, lo que se dice y lo que se implica en la misma. Por una parte, el «decir» se haya relacionado con el significado convencional de las palabras, de las oraciones que alguien ha proferido. Por la otra, la «implicación», cualesquiera que sea, depende de uno de los términos singulares de la oración pronunciada.

Esta implicación tiene que ver con dos máximas. En algunos casos, el significado convencional de las palabras usadas determinará lo que se implicó; Grice la denomina «implicación convencional». Además, ésta nos ayuda a identificar lo que se dijo. Como un hecho fundamental de todo diálogo, yo, el hablante-oyente, me comprometo con el significado de mis palabras, con la expresión de un antecedente y un consecuente. Pues he dicho algo que puede ser que implique o indique algo. De allí mi compromiso.

Nuestras conversaciones son habitualmente sucesiones de observaciones conexas. Además, éstas son esfuerzos cooperativos, en el que cada participante, hablante-oyente, percibe que hay en ellas un propósito común, un conjuntos de propósitos comunes, una dirección, al menos, mutuamente aceptada. En esto consiste, lo que Grice denomina el «Principio Cooperativo» conversacional.

Este principio de cooperación conversacional determina que en la conversación, en función de su mejor consecución, se plantee desde el inicio el propósito o dirección del diálogo proponiendo, de una vez, el tema de discusión o a discutir; aunque éste puede evolucionar en el transcurso de la conversación; tal propósito puede estar muy bien definido o dejar margen a introducir otras posibles direcciones. Para bien del diálogo, se excluirán las «contribuciones conversacionales» que sean inadecuadas y estorben. Asimismo, es recomendable formular un principio general de lo que se espera de la conversación en sí, y de lo que se espera de cada dialogante.

Para conformación de la conversación y sus implicaciones, Grice propone cuatro categorías constitutivas del «Principio Cooperativo», las cuales, a su vez, están conformadas por «máximas conversacionales». Las categorías en cuestión son: categoría de cantidad, categoría de cualidad, categoría de relación y categoría de modo. Las tres primeras categorías tienen que ver «con lo que se dice». La última tiene que ver «cómo se dice lo que se dice».

La «categoría de cantidad» tiene que ver con la cantidad de información a proporcionar en la conversación. Las máximas de esta categoría son: Primera, «Haga que su contribución sea tan informativa como sea necesario» esto en función de los objetivos de la conversación. Segunda, “Haga que su contribución resulte más informativa de lo necesario”, en ésta la supra-información podría ser una pérdida de tiempo, ya que puede generar confusión al introducir «contribuciones conversacionales» inadecuadas que no contribuyen a nada.

La «categoría de cualidad» está constituida por tres máximas, a saber: Primera, «Trate que su contribución sea verdadera». Segunda, «No diga lo crea que es falso». Tercera,  «No diga aquello de lo cual carezca de pruebas adecuadas». Como apreciamos esta categoría tiene componentes de moralidad y eticidad.

La «categoría de relación» se refiere a la relevancia y precisión de lo que se va a decir o se dice. La máxima que la conforma es: «Vaya al grano», es decir, sea preciso en y con la información que va a dar o intercambiar.

La «categoría de modo» tiene que ver, como señalamos antes, «cómo se dice lo que se dice». Las máximas de esta categoría son: Primera, «Sea claro, transparente». Segunda, «Evite ser oscuro al expresarse». Tercera, «Evite ser ambiguo al expresarse». Cuarta, «Sea escueto y evite ser innecesariamente prolijo». Quinta, «Proceda con orden».

Las «máximas conversacionales», así como las implicaciones relacionadas con éstas, están vinculadas con los objetivos particulares de la conversación y con los intercambios habidos en ella. Las máximas, además, de tener el propósito central de intercambiar información, tienen los objetivos generales de gobernar e influir en la conducta de los demás. Recordemos que la conversación es una relación de poder, en el sentido foucaultiano.


Estas máximas constituyen los supuestos fundamentales de las que dependen las implicaciones a través de las cuales los hablantes-oyentes se conducen en términos generales. Este es un hecho empírico que constituye la base de nuestras conversaciones y el fundamento de nuestra usual práctica conversacional, se han convertido en una manera cuasi-contractual de hablar. 

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