¿Qué significa
ocuparse de uno mismo? El cuidado de uno mismo se alcanza por medio de una práctica o de un
conjunto de prácticas que tienen como objeto transformar el modo de ser del sujeto; estas prácticas lo califican transformándolo.
Si me ocupo de mi mismo es para
convertirme en alguien capaz de gobernarme a mí mismo, a los otros y de
convivir en la ciudad. De aquí que la preocupación
por uno mismo procura y conlleva el arte de saber cooperar bien con los demás. La preocupación por uno mismo deriva el saber necesario de gobernar con los otros.
Ocuparse de uno mismo significa ocuparse
de su alma, yo soy mi alma. Hablo de saber distinguir al sujeto de la acción
del conjunto de elementos, de las palabras, de los ruidos que constituyen la
acción y permiten que ésta se lleve a cabo. Se trata de hacer aparecer al
sujeto de la acción-reflexión, aquel que se sirve de
medios para hacer cualquier cosa que sea. El sujeto de todas estas acciones corporales,
instrumentales, de lenguaje, reflexivas, soy yo; en
tanto me sirvo del lenguaje, de los instrumentos y de mi cuerpo.
No obstante, mi
actitud respecto a los medios que no es meramente instrumental, de servirme de
ellos, pues en mi acción se determinan tipos de relaciones con los otros. Que
se establecen de modo
singular con lo que me rodea, con los objetos de los
que dispongo, y con aquellos otros sujetos con los cuales tengo relación, con
sus cuerpos, sus palabras, con esos otros yo. Por ser una relación, la práctica
de uno mismo implica y genera una nueva ética de la relación verbal con el
otro.
¿Me ocupo de
mí mismo cuando sólo me impongo un tratamiento sobre mi cuerpo? No, porque no estoy cuidando
de mí mismo, no estoy cuidando lo que soy, pues cuido únicamente de mi cuerpo
como un algo diferente de lo que soy, como si me estuviese dirigiendo a un
objeto diferente de este que soy yo. No sólo debo ocuparme de mi
cuerpo, sino de mi alma; en tanto ésta es sujeto de mis acciones y me sirvo de
mi cuerpo y de mis facultades.
El ocuparme de mí mismo tiene sentido
cuando el cuidado de mí mismo está dirigido hacia aquello que me sirve de guía.
Entonces, existe preocupación por uno mismo en el
momento que me convierto en maestro de mí mismo. El maestro de sí mismo es
quien se ocupa del cuidado de sí mismo, quien en el amor que tiene por sí abre la
posibilidad de ocuparse del cuidado de sí mismo.
No digo con
esto que haya que descuidar el cuerpo, porque tal cosa eso sería absurdo. Pues
el cuidado mí mismo está constituida por la dietética, que es la relación entre el cuidado y el régimen general de la existencia entre cuerpo
y alma; la economía, relación entre el cuidado de uno
mismo y la actividad social; por último, la erótica que es relación
entre el cuidado de uno mismo y la relación amorosa.
Como apreciamos el cuerpo, el entorno y la casa (dietética, economía y erótica)
son los tres ámbitos en los que se lleva a cabo la práctica de la relación con
uno mismo, y entre éstas se da un continuo intercambio.
En el cuidado
de mí mismo se da la referencia al «conócete a ti mismo» del oráculo de Delfos.
Como regla de prudencia, cuando quiero ocuparme de mí mismo debo comenzar por
preguntarme: ¿Quién
soy? A continuación, el conocimiento de mí mismo me
lleva a preguntarme: ¿A qué uno mismo me refiere la preocupación por uno mismo? Por último, ¿En qué consiste el cuidado de uno mismo? La
respuesta a esta cuestión es que el «cuidado de uno mismo» consiste en «el
conocimiento de uno mismo».
En el momento
en que abro el espacio del cuidado de mí mismo, y tan pronto como comprendo que
el mí mismo se define como el alma, en tanto sujeto de acción-reflexión, todo este espacio que se abre se ve determinado
por el principio del «conócete a ti mismo».
Se trata de que el
conocerme a mí mismo es el espacio abierto por el cuidado de mí mismo. Se produce una atracción dinámica y recíproca entre el conocimiento
de mí mismo y el cuidado de mí mismo; y ninguno de ellos puede ser relegado en
beneficio del otro.
Ocuparse de uno mismo significa conocerse a uno
mismo, esta es la relación conmigo mismo; relación que establezco en el momento
que abro el espacio de conocimiento y cuidado de mí mismo.
¿Cómo puede uno conocerse a sí mismo? ¿En qué consiste el conocimiento de uno mismo?
Para conocerse a uno mismo hay que contemplarse en un
elemento que es el equivalente de uno mismo; hay que contemplarse en ese
elemento que es el principio propio del saber y del conocimiento, es decir, el
elemento divino. Es
preciso contemplarse en el elemento divino para conocerse a uno mismo; hay que
conocer lo divino para conocerse a sí mismo. ¿De qué hablo?
El proceso del
conocimiento de uno mismo conduce a la sabiduría. A partir de este movimiento yo estaré
dotado de sabiduría, podré distinguir lo verdadero de lo falso, sabré cómo
tengo que comportarme éticamente, de esta forma estaré capacitado para
gobernarme. Ocuparse de uno mismo es un privilegio y
un imperativo para quien quiere gobernarse a sí mismo. Este imperativo me
indica que debo
de ocuparme de mí mismo durante toda la vida.
La
preocupación por mí mismo, en primer término, encuentra su forma y su
perfeccionamiento en el conocimiento de mí mismo, pues es la forma soberana del
cuidado de mí mismo. En segundo lugar, está que este conocimiento
de mí mismo me da acceso a discernir entre mi verdad y mi falsedad; en último término, está el
hecho de que el acceso a mi verdad y mi falsedad me permite conocer lo que ha
de existir de divino en mí.