miércoles, 15 de enero de 2014

EL CUIDADO DE UNO MISMO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Para el sujeto y su verdad existe el concepto antiguo de épiméleia/cura sui, que significa “el cuidado de uno mismo”. En esta cuestión del sujeto, sin embargo, se ha planteado asimismo la fórmula délfica del “conócete a ti mismo”, la cual va acompañada de la exigencia de “ocúpate de ti mismo”.

Entre estos dos preceptos existe una relación de subordinación. Ya que, “el conocimiento de uno mismo” es un caso particular de “la preocupación por uno mismo”, es decir, aquel es una de las aplicaciones concretas que éste conlleva en sí.

El “ocuparse de uno mismo” constituye el principio básico de cualquier conducta racional, de cualquier forma de vida activa que aspira a estar regida por el principio de la racionalidad ética. Por ello, se hace necesario distinguir en “el cuidado de uno mismo” tres importantes aspectos, a saber:

En primer lugar, el concepto “el cuidado de uno mismo” equivale a una actitud general, a un determinado modo de enfrentarse al mundo, a un determinado modo de comportarse, de establecer relaciones con los otros. Implica entonces una actitud en relación con uno mismo, con los otros y con el mundo.           

En segundo término, “el cuidado de uno mismo” es una determinada forma de atención, de mirada. Preocuparse por uno mismo implica que uno reconvierte su mirada y la desplaza desde el exterior, desde el mundo, y desde los otros, hacia uno mismo, hacia sí mismo. La preocupación por uno mismo contiene en sí una cierta forma de vigilancia, sobre lo que uno piensa, sobre lo que siente o padece; y sobre lo que acontece en el pensamiento, en las emociones y pasiones.

En tercer lugar, “el cuidado de uno mismo” designa un determinado modo de actuar, una forma de comportarse que ejercemos sobre nosotros mismo; a través de la cual uno se hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica, se transforma o se transfigura. De aquí se derivan una serie acciones prácticas fundadas en nuestra historia, nuestras interpretaciones, nuestra moral, nuestra ética y nuestra espiritualidad. Representaciones que se hacen presentes y configuran nuestra forma de ser.

“El cuidado de uno mismo”, como he señalado, conlleva a unas prácticas fundadas en nuestra espiritualidad. Si en este caso, la filosofía práctica es una forma de pensamiento que se plantea la cuestión de cuáles son las mediaciones que permiten al sujeto tener acceso a su verdad, esto es, a la ontología de su ser; podemos señalar que la “espiritualidad” es la búsqueda, la práctica, las experiencias a través de las cuales el sujeto, es decir, yo, realizo sobre sí mismo las transformaciones necesarias para tener acceso al conocimiento de mi ser.

La espiritualidad es el conjunto de mis búsquedas, de mis prácticas y mis experiencias entre las cuales se encuentro las purificaciones, la ascesis, las renuncias, las conversiones de mi mirada, las modificaciones de mi existencia que constituyen para el ser mismo del sujeto que soy, el precio a pagar para tener acceso a mi verdad, esto es, a saber el ser que soy.  

La noción de “el cuidado de uno mismo” implica, también, un corpus que determina nuestra manera de ser, nuestra actitud, nuestras formas de reflexión, de tal modo que esta determinación es nuestra historia, nuestras representaciones, es decir, nuestra subjetividad, o si se prefiere las prácticas del sujeto que somos.

“El cuidado de mí mismo” no se reduce a un mero impulso de vivir, a un mero querer, a una simple vivencia, no es una cosmética. Las vivencias, el vivir, el querer tienen su raíz en “el cuidado de mí mismo”. Ya que este “cuidado de mí mismo” me define como sujeto que soy en mí existir, el cual siempre está en riesgo; la realidad de mi ser consiste en lidiar permanentemente sobre mí mismo, en un proyectarme sobre mí para poder llegar a ser lo que pretendo ser como sujeto.


El que hayamos privilegiado “el conocimiento de uno mismo” sobre “la preocupación por uno mismo”, se debe a que “el cuidado de uno mismo” aparece como algo melancólico, algo cargado de connotaciones negativas, algo a lo que hay que encerrar en la esfera de lo privado, algo que no tiene que ver con la ética personal y social. De esta manera, nos encontramos con la rareza de que “la preocupación por uno mismo” ha significado más bien egoísmo o repliegue sobre sí mismo. Por el contrario, en la antigüedad clásica gozó de un significado efectivo y consistente con la existencia individual y colectiva.

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