martes, 26 de agosto de 2014

VEJEZ, DRAMA Y TRAGEDIA DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Ortega y Gasset en su texto de 1925 «La deshumanización del arte y otros ensayos de estética», y en particular en el ensayo denominado “La intrascendencia del arte” trata un asunto en el cual nos hayamos inmersos, según el filósofo, desde finales del siglo XIX. El asunto, en cuestión, es el gobierno o la preeminencia de la juventud. Cuestión que desde hace años nos es muy natural. Incluso consideramos que siempre ha sido de esta manera, por el tratamiento y el aprecio que la belleza de la juventud ha tenido en el arte.

No obstante, en nuestro tiempo la juventud, o mejor dicho, el culto a la juventud y con ella el culto a la lozanía y frescura del cuerpo se ha convertido en un drama y una tragedia, para quienes la han perdido o van en el camino inevitable de perderla. Pues nos negamos a perder la juventud, no sólo en su lozanía sino en sus maneras y modos; todos queremos ser jóvenes y nos comportamos como tales.

Nos afirmamos unos a otros que estamos «igualitos» que cuando éramos muchachos y muchachas. Para ello, a través, del lenguaje no hemos inventado aquello de «la tercera edad» cualquier día de estos comenzamos a hacer subdivisiones más precisas, para indicar más juventud; otra cosa de estos artificios de engaño es el de «juventud prolongada», y así otros. Lo cierto es que nadie quiere asumir que es viejo o se está haciendo viejo. El siglo XX es el siglo de la juventud, y el siglo XXI, hasta el momento, ahonda en esta concepción del sujeto.             

Ortega y Gasset indica que “El triunfo del deporte significa el triunfo de los valores de juventud sobre los valores de la senectud”. Eso lo ve el pensador, en la década del veinte. Actualmente, esto se da en todos los ámbitos y no sólo en el deporte, aun cuando sigue vigente. La publicidad es uno de los grandes promotores de los valores de la juventud. «Tienes que ser niño toda la vida» proclaman muchos slogan. «El espíritu no envejece, eterna juventud» es la propuesta publicitaria y con ella todos los productos para no perder la lozanía y la frescura exterior. No importa lo que pase al otro lado. 

Todos somos invitamos a asumir los valores de la juventud. «Piensas como un viejo» o «pareces un viejo» son frases que enjuician nuestro comportamiento. Y por supuesto no queremos ser vistos como viejos; todos queremos ser unos «carajitos» y comportarnos como tales. Nos vestimos como jóvenes, nos comportamos y debemos pensar como chamos o pavos (decían antes). El viejo puede ser viejo pero debe tener espíritu joven, es una de esas fórmulas de consuelo, para lo biológica o fisiológicamente inevitable. Envejecer.

“El culto al cuerpo es eternamente síntoma de inspiración pueril, porque sólo es bello y ágil en la mocedad, mientras el culto al espíritu indica voluntad de envejecimiento, porque sólo llega a plenitud cuando el cuerpo ha entrado en decadencia”. Nos señala el filósofo madrileño. Estamos anclados, porque así son nuestros tiempos, en el culto al cuerpo, a la belleza y agilidad de la mocedad, y no queremos desprendernos de ella. Esto se nos ha convertido en un drama. No atendemos al espíritu sino al cuerpo, a esto que somos. Pero de manera desmesurada. Y sin embargo, vamos envejeciendo queramos o no.     

El culto a la juventud, y toda esta visión y percepción del mundo joven, que nos resulta tan natural y no de otro modo. No siempre ha sido así. “Todavía en mi generación gozaban de gran prestigio las maneras de la vejez. El muchacho anhelaba dejar de ser muchacho lo antes posible y prefería imitar los andares fatigados del hombre caduco. Hoy los chicos y las chicas se esfuerzan en prolongar su infancia y los mozos en retener y subrayar su juventud. No hay duda: entra Europa en una etapa de puerilidad”.

Hoy el viejo anhela desesperadamente ser muchacho, permanecer siendo muchacho e imita los andares, maneras y modos de hablar de éste. Rechaza la vejez. El viejo quiere retornar a su infancia, a la potencia de su juventud, se atiborra de viagra de manera desesperada. Los achaques los desea esconder debajo de la cama, como si su cuerpo envejecido fuese de algún otro. Para parecer jóvenes asumimos actitudes pueriles, y cuando las fuerzas del cuerpo ya no dan para más apelamos al niño que todos llevamos dentro. Sólo engaños.       

El viejo quiere seguir habitando este mundo en una estupidez de juventud ya pasada, no quiere reconocerse, se niega a sí mismo. Niega su cuerpo, su racionalidad, sus emociones. Prefiere hacer el ridículo, antes de asumir su vejez. Porque ésta ya no tiene valores, o de otra manera, se ha transmutado en valores de juventud, que ya no le pertenecen. Ha quedado a un lado del camino y se niega a ello. “El cariz que en todos los órdenes va tomando la existencia europea anuncia un tiempo de varonía y juventud. La mujer y el viejo tienen que ceder durante un tiempo el gobierno de la vida a los muchachos, y no es extraño que el mundo parezca ir perdiendo formalidad”. Nos dice Ortega y Gasset.

Ya sabemos que en nuestro tiempo, el gobierno de la juventud no es sólo asunto de la existencia europea sino de todos nosotros. La juventud reina y con ella sus valores. Ese es nuestro tiempo.    


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jueves, 21 de agosto de 2014

ENTRE BRÚJULAS Y MAPAS LA NAVEGACIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La construcción de una brújula personal nos orienta a través de las coordenadas de la vida y nos indica que rumbo o dirección debemos ir tomando en nuestro hacer individual y colectivo. A medida que nuestro territorio va cambiando, y lo hace constantemente, nuestros mapas mentales se tornan obsoletos. En el día a día de cambios rápidos, nuestros mapas de la vida pueden estar caducos y ser imprecisos, aun cuando estén recién salidos de nuestro pensar.

Los mapas que se tornan imprecisos son motivo de grandes frustraciones, para quienes tratamos de encontrar un camino o explorar el territorio de la vida. Muchas veces, en nuestro pensar-hacer, viajamos por aguas y desiertos desconocidos, ya que no disponemos de mapas que los describan con precisión, lo que pasa casi siempre. Para llegar a los sitios que nos hemos propuesto, más que un mapa muchas veces lo que necesitamos es una brújula, que nos diga cuál es nuestro sur, oeste, este, norte y cualquier otra dirección.

Nuestros mapas personales y colectivos ilustran la descripción del terreno en que nos movemos. La brújula, por el contrario, nos brinda una dirección, una perspectiva que realizamos nosotros mismos. Un mapa puede ser algo dado, una buena herramienta que muchas veces no sabemos leer. Pero una brújula es algo que yo debo interpretar y tomar decisiones, por ello ésta se convierte en una herramienta de liderazgo y poder, sea personal, colectivo, gerencial…

Nuestros paradigmas o niveles de razonamientos, que a veces tenemos, equivalen a un mapa que hemos heredado de la realidad, un mapa del territorio al cual hemos llegado, y que nosotros hemos añadido algunos trazos. El asunto, entonces, es que la mayor parte de los asuntos eficaces o ineficaces de lo personal están dados en el mapa social que tenemos, un mapa que nosotros no hemos trazados, y que nunca llegaremos a trazar del todo. El mapa o los mapas por los cuales me rijo en mis recorridos son la causa de mi situación. No estoy poniendo, a modo de excusa, la causa de mi situación fuera de mi voluntad de decidir, lo que señalo que es que mi voluntad es más un mapa dado que una brújula propia. 

Para cuando cada individuo intenta tomar las riendas de su vida, el mapa dado ya es algo incompleto; en el peor de lo casos éste se basa en soluciones instantáneas, en formas de pensar a corto plazo, orientado sólo a resultados. Es un instrumento de uso. Las riendas de la vida no pueden ser guiadas por un instrumento de esta naturaleza. Otro aspecto, de muchos de estos mapas, es que han sido diagramados por una mentalidad de escasez. Y allí la vida naufraga irremediablemente. 

Entre las alternativas que tenemos en esta vida, una consiste en cambiar de nuestro pensar-hacer orientado por mapas a un pensar-hacer orientado por brújulas sentidos personales y sociales. Lo que nos permitirá desarrollar orientaciones estratégicas en nuestro hacer. De este modo, nuestras acciones se centrarán en fines, en visiones de conjunto y en compromisos con marcos de sentidos y principios. Pues nuestra brújula, nos permite discernir con nuestra propia pericia y juicios, para así tomar decisiones y actuar.

Toda persona puede tener su propia brújula, tener el poder de fijar sus propios objetivos y de hacer sus propios planes que reflejan cual es su realidad. Ya que nuestros marcos de sentidos y principios no son prácticas. Nuestras prácticas o praxis son las actividades y acciones específicas que funcionan en una determinada circunstancia, pero no necesariamente en otra. De allí que nuestra terapéutica filosófica no puede estar signada por fórmulas universales, ya que la filosofía no adiestra.

Si administramos nuestra vida sólo por medio de prácticas, posiblemente no tengamos juicios, porque éstos nos serán suministrados bajo la forma de normas y reglamentos, esto es, en forma de mapas. Por el contrario, si uno desarrolla marcos de sentidos y principios se confiere asimismo y a los otros  el poder de actuar, sin tener que estar conduciéndose por parámetros. Además, los procesos de evaluación, corrección y control son reflexivos, no punitivos.

Los marcos de sentidos y principios son de aplicación más general, pues éstos son como faros guías. Cuando se transforman en algo rígido han dejado de ser brújulas y se han convertidos en mapas. Los marcos de sentidos al ser incorporados en nuestros hábitos potencian nuestro pensar-hacer, pues creamos una amplia variedad de reflexiones y prácticas con las cuales plantear diferentes alternativas de solución, según las situaciones en que nos encontramos.

Con nuestros marcos de sentidos nos guiamos a través de nuestros propios principios reflexivos, en actos de pensar-hacer. Donde desarrollamos una mayor pericia, creatividad y responsabilidad personal, que denominamos virtudes; las cuales compartimos sin egoísmo a todos los niveles, sean sociales, comunitarias, organizacionales, empresariales… ya que no constituyen ninguna información secreta, sino nuestra personalidad. En oposición a hacer nuestras praxis personales y sociales por medio de meras prácticas instauradas, que se adquieren por medio de diferentes tipos de capacitación, es decir, de mapas dados.


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martes, 19 de agosto de 2014

CUERPO-MENTE-EMOCIÓN EL SUJETO EN SU TOTALIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La importancia del pensamiento racional en nuestra cultura es fundamental. Nos ha llevado a alcanzar grandes logros en muchos aspectos, aunque también nos haya llevado a mucha desmesura. Que se haya realizado cierto giro en este aspecto es bien venido, pues involucra de manera activa la parte emotiva del sujeto, la cual nunca fue desdeñada por la filosofía, como algunos pretenden indicar. Cuando se aborda esta dualidad del sujeto, emoción-razón, como una totalidad hace entonces su presencia el cuerpo y todas sus metáforas. Eso que soy.    

El efecto de la separación entre cuerpo, mente y emoción se refleja en muchos aspectos de nuestro hacer. Por una parte, encerrados en nuestra mente olvidamos como pensar con nuestro cuerpo y nuestras emociones; lo mismo ocurre si nos encerramos en nuestras emociones o en nuestro cuerpo, nos olvidamos de pensar con nuestra mente. Nos olvidamos de cómo servirnos de cada una de estas partes, que nos constituyen, para llegar al conocimiento de nosotros mismos y de los otros.

Asimismo, nos alejamos de nuestro entorno natural e intentamos hacerlo del social. Pues intentamos olvidarnos de coexistir y cooperar con una variedad intensa de situaciones vivientes. Nuestra conciencia surge en medio de este conflicto conjugando nuestros conocimientos racionales con nuestros conocimientos del cuerpo y las emociones, que no son  de naturaleza lineal con nuestro entorno. Sino que producen bucles, que nos arrastran en contradicciones. 

Estos saberes mezclados son una característica de las culturas, pues en ellas se amalgaman todos estos elementos sin orden ni concierto. La vida se organiza y desorganiza en torno a unos ambientes altamente refinados, de los cuales, generalmente, no tenemos conciencia. Por el contrario, el progreso civilizatorio contemporáneo ha sido, en gran parte, un desarrollo de lo racional e intelectual, que nos da un carácter unilateral. No obstante, no ha podido, porque no puede, deslastrarse de lo corporal y emocional, lo que genera una situación paradójica, que raya en el sinsentido.

Se controlan procesos altamente sofisticados, por ejemplo, viajes espaciales. Pero somos incapaces de controlar mejores condiciones de bienestar para grandes grupos poblacionales. Se propone la creación de comunidades en gigantescas colonias espaciales, pero no somos capaces de administrar adecuadamente los municipios que conforman nuestras ciudades. Nos tratan de convencer de los signos y símbolos de nuestro alto nivel de vida, mientras que, por otra parte, nos susurran que no tenemos acceso a una asistencia sanitaria, a una educación, o a un transporte público adecuado. El hombre es ególatra.

Este exceso de autoafirmación se manifiesta en forma de poder, de control y dominación a los demás por la fuerza; es el modelo que predomina en nuestras relaciones de poder. El poder está en manos de clases dominantes constituidas por jerarquías personales, comunitarias, organizacionales y empresariales, que se expresan a través de discursos racistas y sexistas y violaciones de la integridad del otro ocultos en un discurso triunfalista y exitoso. Se expresa en bellas metáforas dominadoras de nuestra cultura.

Nuestros comportamientos los fundamos en conceptos según los cuales la comprensión de la naturaleza, en todos sus sentidos, implica la dominación de ésta por parte del individuo. Esta actitud tiene como resultado la creación de una biotecnología, de una biopolítica, de una biogerencia, en la que el habita del sujeto es reemplazado por un entorno simplificado, sintético y prefabricado, poco idóneo para satisfacer las complejas necesidades de éste. Incluso se le plantea que las puede adquirir sin gran esfuerzo. 

Nuestras relaciones de poder orientadas al control conforman nuestra sociedad disciplinaria, la producción en masa y la estandarización de nuestro comportamiento domina la administración de nuestras vidas, cuyo fin se centra en un crecimiento ilimitado. En este sentido, nuestra tendencia auto-afirmante sigue aumentando y con ella, paradójicamente, la exigencia de la sumisión.

El comportamiento y la actitud triunfante, yang como señala Capra, es el ideal de nuestra sociedad. No obstante, impone por otra parte la conducta sumisa, que se espera de la mujer, de los empleados y ejecutivos a quienes se les exige negar su personalidad,  para que adopten la identidad y los modelos de comportamiento corporativos. He allí el sinsentido en que se encuentra toda la terapéutica de la biogerencia.

En lo educativo ocurre algo similar, se premia la autoafirmación en cuanto al comportamiento competitivo, no cooperativo. Sin embargo, cuando cuestiona los principios de autoridad se le reprime. De allí la dualidad autoafirmación-sumisión en que se encuentra el individuo, perdido en medio de una bioeducación que termina por no considerarlo un sujeto con conocimiento corporales, emocionales y racionales. Sino un ser autoafirmante y competitivo.     

Tal vez una conciencia con más sentido puede surgir cuando podamos conjugar nuestros conocimientos racionales, emocionales y corporales con esta naturaleza no lineal de nuestro entorno social y natural.


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viernes, 15 de agosto de 2014

FLEXIBILIDAD O RIGIDEZ EN LA CONSTRUCCIÓN AL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Qué vivimos en crisis, eso es algo permanente en todos nosotros. No debe resultarnos extraña tal forma de habitar este mundo. Todos los días nos enfrentamos a algo que nos saca de nuestra armonía, y nos plantea una nueva búsqueda de ésta. Podemos leer en los periódicos, ver en la televisión sobre numerosas manifestaciones de alguna crisis que viven los sujetos, y, además, mucha gente tratando de decirnos cómo debemos manejar esta nuestras crisis.

Nos enfrentamos, pues, a una inflación y un alto índice de nuestras crisis personales, interpersonales y sociales con la simple convicción que somos sujetos, como dijo Heidegger, arrogados en el mundo. De este modo, todas nuestras crisis son distintas facetas de nuestra existencia, crisis de nuestro existir. Y estas crisis estarán esencialmente condicionadas por nuestra percepción individual y social. Pues, a veces ni nos damos cuenta que estamos en crisis, es decir, que existimos.

Muchas veces, nuestras crisis se dan por nuestra tentativa de aplicar conceptos que corresponde a una visión anticuada de nuestro mundo, de aplicar viejos conceptos a una realidad que ya no podemos comprender desde ese punto de vista. Vino viejo y odres viejos, hay que renovar ambos a un mundo caracterizado por interconexiones de fenómenos biológicos, filosóficos, psicológicos, sociales y ambientales entre muchos otros; en donde todos están, a la vez, recíprocamente independientes.

Si intentamos percibir este mundo, nos dicen que necesitamos una perspectiva ecológica; pero en qué consiste esta manera. Nos dicen, también, que lo que necesitamos es un nuevo paradigma, una nueva visión de la realidad, una transformación fundamental de nuestros pensamientos, de nuestras percepciones y de nuestros valores. Y aquí nos enfrascamos en una nueva crisis de saberes, pues a veces nos invitan a estudiar antiguas concepciones de la vida y nos habían dicho sobre nuevos paradigmas. Será qué hace tiempo sabemos lo que tenemos que hacer, pero en nuestra terquedad humana lo olvidamos constantemente. Piedras en el camino hay suficientes para tropezarnos siempre. Re-errar es de humanos.     

Cuando llegamos al auge de nuestra vitalidad tendemos a perder el ímpetu cultural y comenzamos a decaer. Si no decaemos nos fuerzan a ello. Nos fuerzan a perder el ímpetu bajo la influencia cultural sobre lo físico. Toynbee, señalaba que un elemento fundamental de la decadencia es la pérdida de flexibilidad en nuestras estructuras personales, sociales y en nuestros ya «modelos» de comportamiento. Los cuales los tornamos tan rígidos que no podemos adaptarnos a los cambios de nuestra evolución cultural, y derrumbamos nuestra sociedad que se desintegra por nuestras manos. Cuantas personas dicen «en mi época», como si ya estuviesen muertos. Posiblemente ya lo están.  

Por el contrario, cuando nuestras estructuras y modelos son flexibles nuestro recorrido en esta vida presenta una variedad y una versatilidad sin límites, incluso nos consideramos inmortales. Lo decadente se caracteriza por su uniformidad y falta de inventiva. La inflexibilidad que nos conduce a nuestra decadencia está acompañada de una falta de armonía general, que se manifiesta entre nuestros diversos constituyentes, lo que inevitablemente deriva en conflictos y discordias personales, interpersonales y sociales.

Tres cambios van a quebrantar las bases de nuestras vidas y a influir profundamente en nuestro sistema personal, interpersonal y social. El primero, quizá el más profundo de estas transiciones es la lenta y reacia decadencia de nuestro patriarcado mental.  Éste se basa en un sistema de relaciones de poder establecido por la fuerza, por presión directa o por medio de ritos, tradiciones, leyes, lenguaje, costumbres, ceremonias, educación y división del trabajo, el cual determina el papel que debo o no desempeñar, dijo «debo» porque se vuelve, en muchos casos, en una obligación para conmigo y los otros, y no sé porqué.

El segundo, tiene que ver con la disminución de nuestras fuentes de energías intelectuales, emocionales, estéticas, éticas… Pues, éstas son la principal fuente de energía de nuestra vida. No es el petróleo, ni la energía atómica, de ellas carecimos por miles de años y fuimos humanos con nuestras crisis. La pérdida de nuestras propias fuentes de vida traerá consigo el final de nuestra existencia. Al perderlas, tal vez, ni siquiera nos podamos reintegrar con este suelo bendito.

El tercero está relacionado con nuestros valores culturales. Se trata de la búsqueda de paradigmas, no sé si nuevos o no. Pero se trata de cambio o no de nuestra mentalidad, de nuestros conceptos y de los valores que forman nuestra visión particular y colectiva de la realidad. Los paradigmas dominan nuestra cultura, modelan nuestra sociedad e influyen, de manera relevante, en la construcción de nuestro mundo.

Lo que no puede haber es un único enfoque valido para llegar al conocimiento de esta nuestra realidad; ni la idea de una vida compuesta de bloques elementales, somos una pared. Ni la vida en sociedad vista como una lucha competitiva por la existencia, pues como señala Maturana, la competencia es antisocial. Ni solo pensar que el crecimiento tecnológico y económico es para obtener un progreso material ilimitado. Porque la vida siempre se abre espacio.


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miércoles, 13 de agosto de 2014

ENTRE PLACERES Y DESEOS LA EXHIBICIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Nos encontramos, si es que nos encontramos en realidad, en medio de una cultura de la avidez y la insatisfacción. En ésta el deseo está en la antesala del placer. Hemos olvidado, por otra parte, que ambos han sido mirados con inquina y desconfianza. Ya no; ahora el deseo está bien considerado, y hacemos loas por él. Organizamos y nos organizan nuestra forma de vida sobre la excitación continua y sobre un hedonismo asumible.

Vivimos en un catalogo de apetencias programadas, que asumimos como nuestras. La publicidad tiene ahora el fin producir sujetos que desean algo, nos ha convertido en sujetos deseantes. Ella es una fábrica productora de deseos. De este modo, hemos desmantelado cualquier defensa construida para protegernos del placer. Por el contrario, construimos puentes, grandes avenidas para acceder más rápidamente a él.  

El culto del placer libera el conjunto de represiones y hace triunfar pequeñas gulas. Se impone la metáfora practicable del paraíso, el cual se goza a través de la tentación. En el discurso del placer aparecen nuestros comportamientos concretos, que se mueven al unísono de una música seductora que no escuchamos, pero que sí nos roza constantemente.

El deseo y el placer no son fenómenos aislados, conforman nuestro sistema de expectativas. Nuestros deseos operan en un ámbito tangible que conecta nuestros conceptos, emociones, valores, creencias, a través de las cuales creamos una estructura que da sentido a nuestras preferencias, sensibilidades y comportamientos, que aparentemente resultan originales e inconexos, pero que nos hace mover de manera conexa y colectiva.

Un efecto de la publicidad es la afirmación del individuo, en la cual los derechos humanos son individuales y no sociales. En este sentido, nuestra conciencia individual se decreta como el supremo tribunal de nuestro comportamiento, en el que la personal individual es un valor a defender. Así entramos por los derroteros del egoísmo, el cual podemos o no justificar. En este discurso del placer, como lo indica Hume, puede resultar más racional preferir la destrucción del universo a sufrir un rasguño en mi mano.   

El discurso del deseo individual es algo que se ha vuelto natural. Y creo que nadie lo rechazaría. Pero sin darnos cuenta ha anulado ciertos los lazos de unión entre los individuos, lo que deriva del desarrollo de la moral individual que es un triunfo del individuo, pero donde éste a la vez se pierde.

Generalmente, nos pensamos y sentimos como sujetos de apariciones, de cuestiones que consideramos solo nuestras. Sin embargo, sin saberlo somos unos espectadores más de estas apariciones, que es el resultado de acciones que ignoramos. Ya que, somos parte de un entramado que no sabemos explicar, y que ni siquiera conocemos. Pertenecemos a un involuntario hacer personal y social, en el cual creamos relaciones y patrones que transferimos a nuestros deseos y expectativas.

Somos parte de un tramado en el que quedamos atrapados sin darnos cuenta, y en el cual prestamos nuestra colaboración sin ningún esfuerzo. Ya que en éste somos objetos-sujetos de tentación. Todo lo exponemos a la vista. Estamos hastiados de nuestra intimidad. A diario hacemos strip-tease de nosotros mismos, sólo hay que mirar las llamadas redes sociales. En ellas nos ponemos en vitrina y nos exhibimos excitantemente. Y si no es suficiente con exhibirnos a nosotros mismos, exhibimos a los otros.

Nuestra función como seres deseantes nos hace conscientes de nuestras carencias, nos revela lo que nos falta o no. Lo cual, paradójicamente, nos obliga a sentirnos frustrados porque carecemos de abundancia, felicidad, armonía, experiencias… Lo que fomenta mi codicia, mi ambición sobre aquello que tiene lo que deseo, y me induce a un desafío inacabable; para terminar todo esto en un dejarme llevar para así satisfacer mi deseo.

La insistencia publicitaria nos convierte en diseminadores de ansias e insatisfacciones. Se publicita la felicidad, el bienestar, la abundancia, la armonía, la paz espiritual… como productos que podemos adquirir si así lo deseamos. Lo que está planteado es ¿cómo despertar el deseo de adquirir estos productos? En última instancia el producto no importa, lo que importa es el deseo que desea. De allí que se produzcan necesidades y apetencias que sólo pueden satisfechas efímeramente. La obsolescencia planificada de la felicidad, del bienestar, de la armonía…  

En este sentido, se busca preservar el deseo que se necesita para aniquilar un objeto que se desea; y, a la vez, provocar más deseo en este fuego insaciable. Se provoca y se pervive en la insatisfacción del deseo, ya que ésta da muchos dividendos. Por eso es paradójico, porque el deseo que quiere ser satisfecho nunca lo puede ser, un círculo ansioso de satisfacciones insatisfechas. El sujeto se cuece en su propio caldo de deseos, que nunca se termina ni nunca lo cuece totalmente. Debemos recordar el mito de Sísifo.       


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lunes, 11 de agosto de 2014

EL SUJETO Y LA TRANSVALORIZACIÓN DE SUS VALORES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En nuestra transvalorización de los valores, como diría el mostachudo, nos hemos propuesto ser rico sin trabajar. Y hemos hecho de esta práctica de obtener algo por nada un modo de vida. Manipulamos mercados, capitales, personas porque creemos sinceramente que no debemos trabajar o producir valor alguno, sino que debemos limitarnos a manejar personas y cosas para obtener nuestra riqueza, que después dilapidamos a nuestro antojo.

Asimismo, vamos detrás de un placer sin conciencia. Nos hemos vuelto codiciosos,  egoístas y sensuales con el disfrute del placer, sin preguntarnos ¿Qué puedo sacar yo de esto? ¿Me gustará? ¿Me facilitará las cosas? Mucha de nosotros deseamos estos placeres sin conciencia ni sentido de la responsabilidad; hasta el punto de abandonar o descuidar completamente a los otros que nos conforman. Sólo quiero disfrutar esta experiencia del placer que me venden, como señala Marina. 

Buscamos, por otra parte, conocimiento sin carácter. Tenemos muchos conocimientos y carecemos de un ethos propio, carecemos de principios éticos pero nos avergonzamos de tener escasos conocimientos formales.

Desarrollamos negocios sin moralidad. Ello determina cómo nos tratamos los unos a los otros, sin espíritu de la benevolencia, ni de servicio ni colaboración. Ignoramos el fundamento moral y permitimos que nuestra visión económica opere sin él, pronto crearemos una sociedad y una forma de hacer negocios y vida inmorales.

Nuestra ciencia se da, en gran medida, sin humanidad. En muchos casos, prevalece en ésta la técnica y la tecnología, que deja al individuo en un limbo ante su humanidad. Pero no es sólo nuestra ciencia sino nuestra vida, ya que aquella sirve de paradigma para ésta. Y pensamos que todo lo podemos resolver con técnica y tecnología, las cuales son necesarias; pero falta también un tender la mano. 

Una vida sin inversión, sólo con gastos. Somos miembros activos y pasivos de diferentes colectivos sociales, si no invertimos en nosotros y en los otros solo somos seres inactivos. Invertir en nuestras necesidades y en la de los demás entraña abundancia en nuestro orgullo y en nuestro ser. No obstante, vemos que hay vidas que se gastan, se derrochan. Nunca han invertido ni en sí mismos ni en los otros. 

Una politeia sin principios ni fundamentos. Si no existen principios éticos honrados para conmigo y los otros tampoco hay una verdadera brújula que nos oriente, no hay nada de qué depender. Vamos dando tumbos sin sentidos. Una ética de la personalidad, y por ende de la existencia, se centra en la creación de una concepción del mundo, que determina mi relación con éste. Concepción que no se vende ni compra en la plaza ni en la calle del mercado social.

La brújula ética se conforma cuando nos rozamos con las personas, cuando a diestra y siniestra dialogamos, con discrepancias y sin ellas, sobre los asuntos que nos permitirán distinguir cuáles serán los principios que guíen nuestro hacer. Sólo en el diálogo descubrimos formas universales y locales de la justicia, la bondad, la dignidad, la caridad, la integridad, la honestidad, la paciencia, entre otras muchas cosas.

Imaginemos en lo puede significar intentar dirigir nuestra vida personal y social, nuestro negocio fundándonos en principios de injusticia, indignidad, deshonestidad… Que alguien considere la injusticia, la mentira, la bajeza, la inutilidad, la mediocridad o la degradación como fundamentos sólidos para el bienestar y el éxito personal o social resulta un sin sentido. Asunto que aborda el divino Platón en República 351c–352a al preguntar a Trasímaco: “¿crees que una ciudad o un ejército, o unos piratas, o unos ladrones, o cualquiera otra gente, sea cual sea la empresa injusta a que vayan en común, pueden llevarla a cabo haciéndose injusticia los unos a los otros?” La pregunta, desde hace 2500 años atrás, también está dirigida a nuestro pensar-hacer.

Podemos no vivir en completa armonía con los otros, pero de alguna manera creemos en ellos. Cuando reflexionamos sobre nuestros valores personales, ¿cómo lo hacemos? Generalmente nuestras respuestas se centran en lo que cada uno de nosotros deseamos lograr, hacer o deseamos recibir. Cuando reflexionamos sobre nuestros principios, ¿cómo lo hacemos? En ambos casos, nos orientamos a escuchar la voz de la conciencia, a prestar oído a las opiniones, juicios, creencias; prestamos atención a nuestra conciencia individual y social.

Nuestros principios y valores son intentos de describirnos, de representarnos en nuestra relación con nosotros mismos y los otros. Son mapas y territorios que vamos perfilando, dibujando. Cuanto más ajustadamente están alineados a nuestro ser, tanto mapas como territorios son guías correctas, precisas y útiles en nuestro pensar-hacer. Ya que tales mapas determinan nuestra eficacia, nuestros esfuerzos por asumir actitudes y comportamientos adecuados a nuestros fines personales y sociales. Y aun cuando el territorio está en perpetuo cambio, cualquier mapa se puede redibujar permanentemente, para que no se haga obsoleto.


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jueves, 7 de agosto de 2014

VERGÜENZA Y ANORMALIDAD EN LA DISFUNCIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Una actitud que domina nuestro andar por la vida es la indiferencia personal. No así la actitud laboral, ya que en ésta hay determinantes que nos cohíben a actuar; sin embargo, está teñida por la indiferencia personal del desinterés. El dejar hacer porque somos libres, el dejar pasar de una liberalidad rampante ha invadido todos los ámbitos de nuestro hacer.

Una ley positiva que pone límites y coacciona al individuo, se da porque no hay más remedio. No obstante, esta es represión exterior que no genera ningún sentimiento de vergüenza, ni culpa, pues no hay reputación personal ni social que perder. Una acción sólo es reprobable porque es ilegal, no porque de vergüenza en sí misma. Cumplir con nuestro deber no acarrea ningún reconocimiento social, posiblemente se dé lo contrario.

Los héroes desde hace tiempo son personajes que llaman la atención por su hacer, que no necesariamente es un buen hacer, ni por su conducta impecable ni por su entrega a los demás. Los ejemplos a imitar se ajustan a criterios que no son edificantes. Por lo que cada vez existe más dificultad para explicar qué significa la dignidad en la vida. En gran medida hemos perdido el sentimiento de vergüenza. No sabemos si debemos celebrarlo o no.

Se ha relacionado la vergüenza con cierto desagrado y disgusto, que la colectividad manifiesta hacia quienes están fuera de la normalidad que ésta establece y preserva para sí misma. Por esta razón, quienes se encuentran fuera de tal normalidad se ven estigmatizados y marginados, cuando no totalmente excluidos de su entorno. Ahora bien, son las comunidades con vínculos más rígidos o definidos las que exhiben normas y criterios más claros y concretos, y por ello las más propicias a rechazar las conductas que tienden a desviarse de las normas por ellas declaradas.

Las sociedades liberales tienden a dejar de llamar las situaciones, las cosas por su nombre; esto tiene el propósito de evitar el prejuicio que el nombre de la situación o de la cosa acarrea. Para ello inventa apelativos especiales para los negros, los discapacitados, los viejos, los dementes, para no herir el amor propio ni comercial de ninguna de las partes que conforman la sociedad. Pretende evitar que alguno se sienta avergonzado de su condición. Pero la condición sigue estando allí.

Vamos borrando los nombres de dominación para sustituirlos por otros. Todo esto con la vana esperanza de que con ello las situaciones desaparezcan. Hay un preceden, y no en una sociedad liberal, lo relata Tucídides que los helenos corrompidos habían llegado a tal estado, que le cambian el nombre a la cosas para justificar su inmoralidad. Lo cierto es que un cambio de nombre es sólo un cambio de nombre, no es nada más que eso. Con ello no se logra acabar con la exclusión ni la estigmatización. 

Tratamos de normar, de ordena situaciones pretendiendo unificar lo desigual y reducir las diferencias. Pues, la norma devasta con todo lo que no se ajusta a ella, esa es la realidad. Además, produce ensañamiento contra quienes no encajan en la norma. El sentimiento de vergüenza que proviene del saberse fuera de lo normal, es el sentimiento que rechaza Nussbaum, y con razón. Porque éste es un sentimiento impuesto, no viene de nosotros mismos; es una imposición que se nos ha hecho. La comunidad nos ha enjuiciado y declarado fuera de la norma, este sentimiento de vergüenza es algo externo a nuestra vergüenza interior, que nace de nuestra conciencia ante el mundo. 

Debe ser rechazado porque este desagrado, hacia lo que no es normal o no esta normado, es usado y manipulado como principio legal, y convierte en ilegal a todo aquel y aquello que produce disgusto a la mayoría. En este sentido, tal desagrado colectivo es una emoción visceral e injustificada sobre aquello que no encaja en la normalidad.

Distinta es la indignación y la vergüenza que provienen de nosotros mismos, la cual puede y debe ser la base de la regulación justa de nuestra vida. La indignación que provoca el daño injusto, la desigualdad flagrante, el abandono de muchos; la vergüenza por el estado del mundo. Tenemos que aprender a diferenciar entre las situaciones que dañan y perjudican a otros, y las que se rehúyen por temor a ser contaminado por algo que disgusta o daña al individuo.  

Antes de facilitar y promover lo que la mayoría juzga como correcto, debemos de proteger al individuo de las arbitrariedades de las presiones sociales. No debemos hacer uso de instrumentos para causar vergüenza, porque éstos no son rasgos de una sociedad decente. Por el contrario, éstos fomentan un sentimiento antisocial, que conduce a la marginación de todos aquellos a quienes se vulnera.
           
Las emociones ponen de manifiesto la vulnerabilidad y la indefensión humana. Hacer uso de éstas para crea vergüenza es indigno, ya que las emociones son reacciones espontáneas que nosotros no dominamos. No se puede permitir alentar emociones que contribuyen a aniquilar a la persona, en lugar de fomentar la estima de ésta. De allí el rechazo al acoso, en todas las instancias. Porque el sentimiento de fracaso que anida en el acoso, en la estigmatización conduce a destruir al sujeto, y con él a la comunidad. Ya que ésta no es invulnerable a la disfunción del sujeto. Y esto cada día lo vamos pagando caro. 


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martes, 5 de agosto de 2014

LA FRAGILIDAD DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Mantenerse en condiciones de formación permanente es importante y saludable. Porque esto nos permite cotidianamente, por una parte, ampliar nuestras perspectivas; y por la otra, adoptar decisiones y compromisos a la luz de estas nuevas perspectivas.

Entre estas nuevas decisiones y compromisos debemos establecernos algunos principios que guíen nuestro hacer, por ejemplo, hacer sólo promesas que vamos a cumplir; asumir resoluciones y compromisos relevantes y significativos para ser nosotros mejores, y por ende las cosas que hagamos serán mejores; debemos emplear el conocimiento de nosotros mismos compartiendo éste con otras personas; por otra parte, hemos de considerar nuestras promesas como una muestra de nuestra integridad, pues en nuestra integridad personal está nuestro éxito con los demás.

            Esto es un sistema personal que funciona; el cual se extenderá a nuestras relaciones con los demás. De este pensar-hacer podrá generarse nuestro equilibrio y orden necesario para actuar en lo individual y lo colectivo. De esto depende que nuestro sistema de hábitos y de valores esté sincronizado. Pues constantemente nos vemos sometidos tanto a dudas y resistencias internas como externas, lo cual nos lleva a fracasar.

El comportamiento activo y adecuado a nuestras metas nos refuerza nuestras buenas intenciones y resoluciones. Éste se da en un tiempo que es favorable para enseñar y capacitar. Sin embargo, hay un tiempo que no es conveniente para enseñar, éste se da cuando las relaciones se hacen tensas y cargadas de emociones; en estas circunstancias el intento de enseñar y capacitar es percibido como una forma de juicio y de rechazo. Por ello, hay que estar atentos a la disposición emocional personal y de las otras personas.

En un caso como este, tal vez el mejor enfoque sea quedarse a solas con la persona, para conversar en privado la cuestión que atañe. Esto exige paciencia y control, requiere gobierno de las emociones.

Una persona, en la cual el gobierno de las emociones no sea el más adecuado a sus fines, posiblemente tienda a apropiarse de fuerzas externas, las cuales pueden ser de su rango de trabajo, de su fortaleza física, de su experiencia, de su intelecto y de emociones comparadas para intentar imponer un equilibrio en su carácter. A la larga, termina deformando su propio carácter.

En primer lugar, porque desarrolla un carácter débil de sí mismo. Al construir éste a partir de energías ajenas; pues toma sus fuerzas del exterior, sea de la autoridad que tiene en el trabajo que ocupa, con lo cual refuerza su dependencia de factores externos. Es decir, su carácter está enajenado, está fuera de sí, por no estar atendido adecuadamente.

En segundo término, desarrolla debilidades en los demás. Los que están en su entorno aprenden a actuar y a reaccionar por medio de emociones encontradas, por ejemplo, por miedo o conformidad; según este mostrándose en un momento determinado. En este sentido, la persona coarta su capacidad de razonar, su libertad, su crecimiento y su disciplina. Lo mismo hace con las otras personas, que actúan de manera reactiva o defensiva.

En tercer lugar, la persona desarrolla relaciones débiles, tensas fundadas en el miedo, la complacencia. En este aspecto, todas las relaciones implicadas se construyen en un marco de arbitrariedad e inestabilidad. Por ejemplo, para ganar una discusión, la persona usa sus puntos fuertes y sus fuerzas externas para arrinconar a la gente. Aunque gane la discusión, todos pierden. Pues, su propia fuerza y la de los demás se transforman en debilidades. No hay principio de cooperación sino de competencia, y ésta última entraña siempre la derrota del otro.

Cuando construimos nuestro ser con fuerzas externas que tomamos de nuestras posesiones, puestos, títulos, apariencias, acreditaciones, status, estamos construyendo un sujeto externo, un otro. Construimos un extraño. ¿Qué pasa cuando esas fuerzas cambian o desaparecen? Quedamos desnudos, paralizados porque esa otra cosa no somos nosotros. Entonces, se exponen ante nosotros esas debilidades que hemos desarrollado como si fuésemos nosotros mismos. Nos mostramos a nosotros mismos en la fragilidad de nuestro ser.

Y acá afloran nuestros conflictos con nuestro yo, porque no me puedo mentir a mí mismo por tiempo indefinido. El yo mostrará su fractura, lo hará de manera irremediable y empezará a gotear su angustia, su decepción, su ansiedad. No hay manera de disfrazar nuestra interioridad, ésta no nos miente. Estamos solos ante nuestra conciencia desventurada, como diría el filósofo de Suttgart, y ante ésta estamos sometidos a nuestro propio juicio.   

¿Qué queda entonces? Sólo el yo. Y éste tiene que reconstruirse o perecerá. ¿De cuáles fuentes podemos extraer nuestras fuerzas? Las que existen están en nuestro yo, y no excluyen las anteriores porque esas son parte de nuestro pensar hacer. Pero tenemos que repensarla para así reconfigurarlas.



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lunes, 4 de agosto de 2014

EL DESARROLLO DEL SUJETO COMO UNA CADENA DE EVENTOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En el desarrollo de nuestras potencialidades está implícito nuestro crecimiento personal. Este crecimiento no es proceso natural, se necesitan artificios para lograrlo. Se da en la construcción de nuestras relaciones personales y en nuestro propio esfuerzo individual. Y a partir de allí podemos comenzamos a recoge lo que hemos sembrado en nosotros y los demás. Podemos decir, que el crecimiento se da a través de una cadena de eventos, en la cual nos podemos saltar alguno, pero seguro que tendremos que volver a éste, ya que es un eslabón que no se ha realizado.

Durante este proceso estamos en diferentes niveles de crecimiento, que son niveles de pensares y haceres diferentes constituidos por lo físico, lo social, emocional e intelectual. De allí que cada proceso de despliegue personal sea diferente, ya que tiene sus particularidades específicas. Aunque en aspectos generales sea semejante para todos. Por ejemplo, si me encuentro en un nivel de desarrollo personal diferente a alguien, lo más probable es que las cosas sobre las que debo trabajar sean diferentes; e incluso estando en el mismo nivel las trabajaré de manera diferente, ya que somos dos individuos que interpretamos el mundo de forma particular. No hay uniformidad absoluta, eso lo sabemos.  

De allí que las comparaciones siempre sean peligrosas, y hay que actuar con cierta prudencia. Las comparaciones generan mucha inseguridad. No obstante, abusamos de ellas, las hacemos, por ejemplo, con nuestros hijos, compañeros de trabajo, y otros conocidos o desconocidos. Si atinar sobre qué tipo de comparación estamos haciendo, cuál es su fin. Comparamos alegremente, sin atender a las determinaciones que están influyendo en una u otra persona. Por ello, causamos heridas.  

Si nuestro sistema personal de valores y seguridades proviene de comparaciones, esto quiere decir que estamos buscando las miradas de los otros para vernos, no lo hacemos desde nuestra propia perspectiva. Si sólo dependemos de la mirada del otro viviremos inseguros y angustiados, pues somos dependientes de esa mirada. Nos sentiremos superiores o inferiores de acuerdo a esa mirada que el otro hace de nosotros. Somos una mirada del otro.

Sabemos que las opiniones, como las costumbres y las modas cambian constantemente. No puede existir seguridad al sólo estar sometido a la opinión de los otros. Nuestra seguridad, en primera instancia, depende de nosotros; luego provendrá del exterior. Por ello, no podemos construir nuestros valores y seguridades, es decir, nuestro carácter, sólo de instancias externas, ya esta dependencia ni desarrolla ni fortalece, sólo crea debilidades. Es necesario desarrollar y desplegar nuestra mirada sobre nosotros mismos. La otra mirada importa, pero la nuestra es primordial. 

Es nuestro pensar-hacer lo que debemos analizar, si queremos compararnos debemos ser justos con nosotros mismos, y saber que esta comparación no es un juicio sino una mera evaluación, para aprovechar lo que nuestro entorno nos ofrece. Nuestra felicidad la fundamos, en primer lugar, en nuestro progreso, no en el del otro. Luego podemos compartir nuestra felicidad, y es necesario este compartir; porque de que vale tener una felicidad si ésta está replegada sobre sí misma. De este modo, nuestro deseo de bienestar personal lo compartimos con nuestro de deseo de relacionarnos.   
           
Nos basamos en nosotros y en los otros. Esta relación es intrínseca. No existen atajos personales, que como bucles sólo nos hacen volver sobre nosotros. El bucle también nos conduce sobre los otros. Y este proceso es parte de la cadena de eventos de nuestro desarrollo personal. El proceso es metódico, puedo saltar pasos, si así lo deseo, pero a la larga lo más probable es me encuentre volviendo a ellos para completarlos. A veces hacemos esos saltos para impresionar, y ¿a quién queremos impresionar? A los otros, volvemos a estar afuera de nosotros, estamos de nuevo en un inicio de la cadena de eventos.  Cuando tratamos de aparentar ser más de lo que somos, terminamos porque los demás y nosotros mismos nos perdamos el respeto.
   
En este proceso desarrollo personal debemos partir de donde estamos, desde nuestro punto inicial. De este yo que soy aquí y ahora. Para ello necesito pensar en lo que soy y he sido, por eso mi pasado es importante, no lo puedo echar al olvido; pues tengo que analizarlo, pensarlo. Verme en ese espejo que he venido siendo. Reflexionar sobre este que he sido y soy, reflexionar sobre cómo es y ha sido mi relación con otras personas. Este análisis de mi mismo y de mi relación con los otros, es lo que me permite establecer objetivos y metas a futuro. Plantearme qué quiero llegar a ser.    

Esta introspección reflexiva me permite una comprensión de mis fortalezas, de mis oportunidades, de mis posibilidades en futuro que yo me planteo para mí, y  para con quienes mantengo relaciones. Ahora me planteo lo que deseo ser, lo que debería ser según lo que soy y lo voy hacer; lo que deseo ser en mi relación con los demás, cómo va a ser esa relación con los otros. Es por nosotros por donde debemos empezar. Nuestra reflexión se debe iniciar en nosotros mismos, en ésta incluiremos a los otros necesariamente.  

No importa si no sabemos qué cosa irá después de la otra en este proceso. Lo importante, en primer lugar, es iniciar este proceso de reflexión. Nuestro esquema y proceso de desarrollo lo iremos develando solos o con ayuda de otro. Lo importante es comenzar por donde estamos hoy.



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