sábado, 28 de abril de 2018

LA CONFIGURACIÓN DE NUESTRA EXISTENCIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Nuestra existencia es permanentemente un conjunto de dualidades, de  contradicciones; que definen de nuestra existencia de manera insuficiente. Pues, siempre sentimos que nos falta un fundamento más hondo. En la contrariedad de contingencia y esencia, de facticidad y libertad, de singularidad y generalidad hacemos nuestro día a día; lo que nos aporta o construimos una determinada existencia; aún cuando falte el fundamento que haga posible la unión de tal contrariedad.

Este fundamento proviene del hecho de que nos relacionamos con nosotros mismo y con otras personas. De esta forma, configuramos  nuestro ser entero. Donde lo que nos importa, al tener conciencia de ello, es nuestra esencia y nuestra libertad.  Al decir, «me importa» queremos decir que somos responsables y respondemos por nuestro ser y hacer.

De este modo, nuestra configuración contiene el hacernos responsables de nosotros mismos y, en muchos casos, de otros más. Por ello, nosotros somos más que un mero objeto aislado, o un mero hecho sin relación con otro cosa. Nuestra existencia, en este sentido, es una existencia comprometida con realización responsable de nuestro ser y hacer. Es una continua realización de nosotros  mismos en correlación con otras personas.

Somos energía de auto-realización. Actos de existencia que contienen en sí y para sí las metas que nos proponemos. Esta actividad la revertimos sobre nosotros en un acto autorreferencial, al irnos conformando. Nuestra  existencia es movimiento y como movimiento, tal como señala Aristóteles, es posibilidad a una realidad. En este aspecto, nuestra existencia es un existir en la posibilidad.

La realización de nuestras posibilidades es el movimiento de nuestra existencia, que la producimos a través de la reflexión y el hacer. Pues, sin reflexión, sin pensamiento, sin acción consciente no hay existencia. Nuestra existencia no es ni un mero pensamiento ni un mero hacer, no es algo que puedo poner encima como una camisa o vestido. Nuestra existencia en nuestro pensar-hacer en la configuración de las posibilidades que ideamos.

Por ello, la reflexión es acción, por la cual tomamos conciencia de que nuestra vida transita en un conjunto de polaridades, de contradicciones.  Entre las verdades y las no verdades del vivir, que contienen las modalidades del ocultamiento, de la cerrazón, de la ilusión, de la mentira y de sus contrarios.

Estos diferentes planos en que trascurre nuestro vivir nos deben servir como puntos de partida para la reflexión y el hacer de nuestra existencia.  Ya que tales planos son, en el fondo, el conjunto de relaciones con nuestras verdades, creencias, ilusiones, escepticismos, críticas… Y constituyen éstos nuestros planos de cerrazón, de ilusión, de engaños; planos en los que estamos dispuestos a saber y a tomar conciencia de nosotros, de nuestro entorno y nuestras circunstancias. Planos para proponernos metas; planos de apertura, de estabilización y de reflexión como acción, donde ésta no es un simple cavilar.

La reflexión es un elemento de la acción, por medio de la cual rompemos la cerrazón en que nos podemos encontrar, para  apartarnos de una pseudo-verdad, de los engaños. Para plantearnos la visión de lo que somos o queremos ser. Con la reflexión nos abrimos a nosotros mismos y a los otros. Por esta razón, la reflexión es apertura al mundo pues nos conduce a la comunicación. Y en la comunicación estamos abiertos y próximos al amigo, al padre, a la mujer, en fin a otras personas.

Por medio de la reflexión activa estamos ligados a nosotros y a otras personas; decidimos por una propuesta de vida frente a otras; somos honestos con nosotros. La reflexión de nuestra existencia nos descubre como una pensar-hacer, porque aquella es la superación de una cerrazón, de la clausura que retrae nuestra existencia como si fuera una mera cosa.

Nuestra reflexión es el des-ocultamiento de la pesadumbre que aplasta nuestro vivir. Donde nuestro existir está entregado a la dispersión, a lo inconsciente e intensamente enredado en la madeja del mundo, esto es, a las cosas, al trabajo ciego, a la distracción e inmediatez del placer y el entretenimiento.

En esa cerrazón y pesadumbre nos imponemos una clausura que se manifiesta como desesperación. Es la forma pasiva del desesperar, porque estamos en la incapacidad de aclararnos con las fuerzas de la reflexión. Estamos incapacitados en un pensar-hacer inauténtico. De allí la desesperación que nos lleva a lo que no somos, y que nos aferramos caprichosa y obstinadamente a cualquier vacua pretensión, a un proyecto cualquiera que puede acabar una voluntad de autodestrucción.

En oposición a esa cerrazón y pesadumbre, está la apertura reflexiva que descansa en elegirnos nosotros mismos. En asumirnos en la plena consciencia de nuestra situación, en nuestra plena contingencia; una contingencia que opera como una tarea que debemos realizar; que hemos aprehendido y comprendido como la responsabilidad de nuestro pensar-hacer. En este sentido nuestra existencia gana claridad, porque en el instante que percibimos lo que una situación nos exige dejamos actuar la libre posibilidad que somos.

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sábado, 21 de abril de 2018

EN NUESTRAS INCERTIDUMBRES Y CEGUERAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Nuestro estado de incertidumbre y desorientación es ese no saber a qué atenernos. El mismo conduce con frecuencia a la angustia. Esto pasa cuando nos abandonamos a la incertidumbre y la angustia; cuando queremos evitar éstas sin haberlas superado, cuando pretendemos obrar como si supiéramos sin saber, y sobre todo sin esforzarnos por saber.

Caemos en la ceguera. Esa que echa tierra en nuestros ojos; que agranda nuestra confusión intelectual y emocional. Para no ver que la vida está turbia descargamos en ésta más oscuridad. Angustia y ceguera son dos  dolencias fundamentales que padecemos en nuestros días.

En nuestro intento de ir más allá de éstas, recurrimos a lo que hoy se denomina «autoayuda». Los antiguos buscaron la cura a estos dos males en la «ataraxía». Sea en la versión negativa, esto es, la «suspensión», «abstención», el desinterés y la indiferencia. O en la forma positiva, es decir, en el estado de alerta, estado activo y tenso sosiego.

Por lo general, cuando somos asediados por esos dos males nos preguntamos ¿Cómo podemos salir de ellos? En esta pregunta, se anida la ceguera del entendimiento y de las emociones. Pues dejamos a un lado la interrogante ¿Qué esto que padezco? Queremos resolvemos  algo que no sabemos qué es.

Descubrimos, a la larga, que nada de lo que hasta ahora habíamos presumido nos sirve. La consecuencia de tal descubrimiento debe ser la admisión, en primer término, de que no sabemos qué es lo que padecemos y, en segundo lugar, un esforzado empeño en averiguar qué es.

Sin embargo, por lo general, estamos poseídos por la básica creencia de que ya lo sabemos todo. En esto somos, como dice Julian Marias, la persona que «no sabe no saber», es decir, el cegato. De aquí que caigamos irremediablemente en la incertidumbre y en la desorientación de no saber nada. Con lo cual, desembocamos en lo inoportuno, en el injustificado atropellamiento de nosotros mismos y de los demás. En la pura arbitrariedad.

De esa manera, estamos frente a nuestra propia ignorancia. La cual debe movernos a emprender esfuerzos para intentar responder a la desesperada pregunta ¿De qué es lo que padecemos? Y no permanecer en la inercia de la ignorancia. La búsqueda de tales respuestas debemos hacerla con calma jovial, con temple para así llegar a entender ese cuidado de  nosotros mismos.

Esta calma es el sosiego regalado y brioso que podemos crear en medio de nuestra angustia y apuros; cuando al sentirnos perdidos gritamos a los demás y a nosotros mismos ¡Calma! Es en este sosiego que podemos superar y poner en la incertidumbre cierto orden. Donde podemos tomar posesión de nuestra vida.

En este sosiego nos humanizamos. Sin embargo, cada uno de nosotros llevamos en sí el germen de una viciosidad particular. En esto radica parte de  nuestro existir. Todo temple y sosiego puede degenerar en cotidianeidad, en mera adaptación y conformismo. Tal como hacemos con la angustia, que la degradamos en manía o pavor, que nos frenetiza y envilece.

Tal sosiego es la calma activa. La ataraxia positiva, jovial y alerta. Para así en medio de nuestras tormentas y tempestades, en el tiempo más crudo, hagamos posible la calma con nuestra quietud. Día a día nos afanamos sobre la incertidumbre y la ceguera que nos abruman. No obstante, en este vórtice debemos construir diestramente nuestra quietud, nuestra ataraxia activa; para que la vida siga a pesar de todas las tormentas.

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sábado, 14 de abril de 2018

EL SILENCIO Y EL ASOMBRO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


¿Dónde está el silencio? ¿Por qué es importante éste? Ese silencio que debe constituir nuestra discreción inteligente. El cual, además, ofrece la posibilidad de maravillarnos por el mundo que tenemos delante; ya que este maravillarnos es una fuerza de la vida que se vive.

Nos maravillamos por la sensación misma de maravillarse, porque es como un viaje que lleva a un descubrimiento. Y como tal, contiene la semilla que nos conduce a más conocimiento.

Hablar, por su parte, es lo que debemos hacer en el silencio. Pues en éste debemos hablar y conversar para utilizar el potencial que posee. El silencio atento conlleva el maravillarnos y le es inherente un poderío; al no maravillarnos ante el poderío del silencio debemos sentir que el miedo nos somete. De allí puede provenir el temor al silencio, y por eso nos aturdimos con ruidos de forma permanente.

Nos limitamos a hacer cosas para evitar el silencio, vivimos a través de muchos ruidos en cada cosa que hacemos. Hablamos y hablamos sin parar; ponemos música, escuchamos la radio o simplemente dejamos volar el pensamiento en lugar de detenernos. Para no aislarnos del mundo, para no encontrarnos. Descuidamos el cuidado de nosotros mismos.
El miedo que inunda el tiempo y el espacio de palabras, de ruidos es el temor a conocernos, a saber que somos en verdad. Este evitar huele a cobardía. No queremos aprender, consciente o inconscientemente, qué somos.

Buscamos el ruido del vehículo que pasa, el timbre que suena, el repicar del teléfono con alguna llamada o mensaje; a alguien que habla, o susurra o grita. Sumamos sonidos para no oírnos, para no tener nuestro silencio. Para permanecer totalmente distintos a nosotros mismos. No deseamos guardar silencio, porque cuanto más silencio pueda haber tanto más nos oiríamos.

No es cómodo estar solo con nuestras ideas y nuestros pensamientos. Es angustioso porque no hay secreto. Tal vez para llegar al silencio sea necesario ir poniendo un silencio detrás de otro, hasta  el número suficiente de veces. Visto así parece sencillo. El reto consiste en querer hacerlo, después en llevarlo a cabo racionalmente.

Hasta que el silencio se meta dentro sin contacto con el mundo exterior. Para estar aislados con nosotros mismos, con nuestras cosas. Vernos obligados a pensar en las ideas y los sentimientos que ya nos ocupaban. Somos el desierto más grande del mundo; en éste no hay ningún lugar donde escondernos. Las mentiras y las medias verdades que nos contamos o contamos a otros resultan totalmente absurdas en este nuestro desierto.

El silencio, en este sentido, es más bien una idea, un sentimiento. Una representación mental. El ruido que nos rodea alberga muchas, pero el silencio que llevamos dentro es fundamental; porque es un silencio que creamos nosotros mismos. El silencio que proponemos acá es una vivencia personal.

Que contemplemos la vida en silencio. Que contemos despacio, que observemos con cierta mesura. Que nos recordemos que estar bien implica que el otro está bien también. Es extraño esperar y limitarse a mirar, pero después la vida nos sabe mejor. Debemos crear nuestro propio silencio.

El silencio puede ser una experiencia gratuita. El silencio se ha convertido en un abismo, en la imposibilidad de la vida. Debemos convertirlo en las posibilidades de una vida más exitosa, más prospera. Nuestro silencio debe convertirse en el re-descubrir la alegría de tomarnos una pausa para mirar, oír, oler, sentir, degustar y saber de nosotros  y de los otros.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin