miércoles, 28 de octubre de 2020

NUESTRAS EXPRESIONES CORPORALES


Por lo general, nos cuesta esconder lo que realmente estamos sintiendo. Por otra parte, a la gente no le gusta ver una expresión de tristeza, pues le perturba esta emoción. Aun cuando tenemos motivos para esbozar un gesto de esta naturaleza, sea cual sea la razón de nuestra tristeza, la reprimimos y tratamos de mostrar una expresión alegre o neutra. Si alguien con buena intención intenta sacarnos una sonrisa puede empeorar nuestro estado de ánimo.

Las expresiones faciales, y las corporales en general, nos permiten deducir lo que alguien está sintiendo en un momento dado. Esto es leer las expresiones en el rostro o cuerpo de alguien. Por cierto, la lectura corporal constituye una herramienta útil de comunicación, cosa que no sorprende ya que poseemos una extensa variedad de expresiones; a esta lectura se le denomina semiología corporal y nos permite intercomunicarnos con los demás.

Ya es lugar común eso de que el 90% de la comunicación es corporal y un 10% verbal. Por eso, la mayor parte de nuestra comunicación interpersonal se efectúa por medio de la expresión corporal, de manera inconsciente. Más allá de que tales porcentajes sean ciertos o no, tenemos la capacidad de leer las diversas expresiones corporales. Y estas la debemos leer en un contexto determinado para no cometer errores de interpretación, ya que el contexto influye en la uso de las expresiones.

Disponemos de diversas formas para procesar del lenguaje corporal y el hablado. Qué expresar, qué decir y qué palabras relevantes debemos colocar en el orden correcto es importante para entendernos mutuamente; para entender los diversos significados y las interpretaciones posibles que de ellas deriven.

La expresión corporal es importantes porque nos permite detectar si alguien está enfadado, contento, asustado o alguna otra cosa le sucede. Pues, adoptamos involuntariamente expresiones asociadas con nuestro estado de ánimo y así revelamos lo que estamos sintiendo. Lo cual contribuye en la comunicación interpersonal. Alguien puede decirnos ciertas palabras y éstas tendrán distintas connotaciones si son pronunciadas con un estado de ánimo de felicidad, de enfado o de tristeza, y están asociadas a las expresiones que las acompañen.

Porque las expresiones corporales son bastante universales las podemos reconocer en los rostros e interpretar los semblantes y las posturas físicas. Por eso se ha vuelto común usar signos básicos para transmitir estados como la felicidad, tristeza, ira, sorpresa, y muchos otros más. Son los llamados emoticones, con los cuales transmitimos diversos de estados de ánimos en las redes sociales, sin elaborar un discurso escrito o verbal.

Las expresiones corporales son útiles porque transmiten un mensaje directo e inmediato. Si las personas, por ejemplo, que nos rodean tienen un semblante de miedo concluimos que hay alguna amenaza cerca, y nos preparamos para luchar o huir. Esto es más rápido que intentar entender un discurso verbal que nos quiere alertar sobre alguna amenaza presente.

Tales expresiones son de ayuda en las interacciones sociales. Ya que si hacemos o estamos haciendo algo y vemos en los demás un gesto de alegría o de agrado, sabemos que lo estamos haciendo de manera adecuada y nos hemos ganado su aprobación. Por el contrario, si tienen un gesto de desagrado o enfado sabemos que no lo estamos haciendo de manera correcta y debemos dejar de hacerlo o hacerlo de otra manera. En este sentido, las expresiones corporales nos ayudan a orientar nuestro comportamiento.

A través de emociones reconocemos las emociones de otras personas, de esto se genera la empatía. La relación entre las emociones y las expresiones corporales es fuerte, pero no infranqueable. Por eso algunas personas controlan sus expresiones corporales para no mostrar su estado emocional; por ejemplo, quienes que ponen «cara de póquer» para mantener una expresión neutra o falsa, con el objeto de ocultar sus sentimientos. Al estar atentos y ser conscientes de que algo se nos adviene nos facilita el dominio y control de nuestras expresiones. No obstante, lo inesperado hace que aparezcan espontáneamente nuestras expresiones.

Nuestras expresiones son voluntarias  o involuntarias. Las voluntarias son aquellas que adoptamos por elección como, por ejemplo, cuando ponemos cara de entusiasmo al mirar algo que nos resulta tedioso; éstas las transmitimos desde una perspectiva racional, al ser capaces de mentir. Las involuntarias son las producidas espontáneamente por las emociones reales; en éstas interviene el sistema límbico, que es franco.

La racionalidad del neocortex y el sistema límbico a veces entran en conflicto en ciertas situaciones, porque las normas sociales suelen obligarnos a no ser tan sinceros a la hora de dar nuestras opiniones, y tenemos que reprimirnos en muchos casos. Si el corte de cabello de alguien nos parece feo, no está bien visto que se lo digamos de manera tan sincera.

Tenemos la capacidad de detectar e interpretar las expresiones corporales, lo que éstas significan. Por eso podemos determinar si alguien está experimentando una contradicción interna entre la franqueza y las normas sociales, sonriendo forzadamente, por ejemplo. También la sociedad también considera grosero recriminarle a alguien que se está comportando de esa manera, con esto se genera cierto equilibrio social.

Lo importante ante las expresiones corporales es saberlas interpretar correcta y adecuadamente para que cometer desatinos, ya que muchas veces la persona está contenida en su emoción y no sabe qué hacer con ella; no sabe cómo expresar eso que está sintiendo y que se refleja en su cara. Saber manejar las situaciones que se presentan en nuestras relaciones interpersonales y donde las emociones están a flor de piel.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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lunes, 26 de octubre de 2020

INFLUIRNOS MUTUAMENTE

 

Muchas veces decimos que no nos importa lo que los demás piensen y digan de nosotros. Incluso lo decimos con frecuencia y en voz alta para jactarnos de nuestra independencia, y hasta nos atrevemos de hacer cualquier cosa con tal de demostrar, a todo el mundo, que esto es así.

Sin embargo, el supuesto de que no nos importa lo que los demás opinan de nosotros es una actitud, que confirma que sí nos importa lo que dichas personas opinan de nosotros. Que no es tan verdad eso que nos trae sin cuidado. Pues, esos que pregonan que desprecian las normas sociales, terminan formando parte de algún grupo que los reconozca. Somos sujetos sociales, en fin.  

Lo primero que hacemos cuando no queremos conformarnos con las convenciones sociales que nos rodean es buscarnos otra identidad grupal, a la cual nos ajustamos placenteramente. Esto porque se da porque seguimos ciertos códigos comunes, por ejemplo, en el vestir. Y aunque no tengamos respeto por las convenciones y normas sociales, sí queremos la aceptación de quienes consideramos iguales.

No podemos resistirnos al impulso de formar parte de algún grupo. Esto parece estar arraigado en nuestro cerebro. Que nos aíslen socialmente, por rechazo o por lo que sea, lo consideramos un abuso psicológico y social. Esto muestra que el contacto humano tiene mucho de necesidad y de deseo.

La verdad es que gran parte de nuestra personalidad está dedicada a formar interacciones con otras personas, pues dependemos de los demás hasta extremos que no reconocemos.

Lo innato y lo adquirido tienen impacto en las cosas que hacemos y en lo que somos. A través de la información recibida y de la experiencia adquirida nos conformamos como seres sociales. Lo que las personas nos dicen, cómo se comportan o qué hacen y piensan, sugieren, crean, creen tienen repercusión directa en nuestro proceso de formación e intercambio humano.

Mucho de nuestro yo, de nuestro ser, por ejemplo: nuestra estima, nuestro ego, nuestras motivaciones, nuestras aspiraciones; se derivan de lo que piensan otros individuos y de cómo se portan con nosotros. Como dice Ortega y Gasset, nuestro yo es lo último que aprehendemos.

Si tenemos en cuenta lo que influyen otras personas en el desarrollo de nuestro ser personal y social, podemos señalar somos controlados por las normas y convenciones sociales y humanas. Esto quiere decir que los humanos inter-controlamos nuestro propio desarrollo. Desde siempre esto ha sucedido, es tan común que nos desarrollamos entre nosotros mismos. Esto, por otra parte, implica que los humanos por separado somos poca cosa. Por eso tenemos tan extendida nuestra interacción colectiva.

Entonces, cómo pretender que no nos importa lo que digan y piensen de nosotros. Puede ser que no nos importe lo que diga y piense el vecino con el cual no tenemos trato, o lo que diga y piense el vender de la esquina. Eso puede no importarnos y es cierto. Pero sí nos importa lo que digan las personas del grupo al cual pertenecemos o queremos pertenecer.

Ahora bien, el enredo mental que nos hagamos por lo que los demás piensen y digan de nosotros es nuestro problema. Es nuestro asunto personal. Ese enredo mental que viene porque sí nos importa lo que ciertas personas en particular piensen y digan de nosotros corresponde a nuestra forma de ser y de ver el mundo. Recodando a Epicteto podemos decir que por nuestra forma de pensar y ser: “te lamentarás, te confundirás, y terminarás culpando a los dioses y a los hombres de tu desgracia”.   

La realidad es que estamos interrelacionados unos con otros. Nos influimos mutuamente, e incluso a veces nos influyen personas que ni siquiera saben quiénes somos, o nosotros influimos en otras personas sin saberlo. Esa es la dinámica existente.

Unas personas nos importan y por eso nos importa lo que éstas piensen de nosotros. Otras no. En esto no hay ningún misterio, ni es ningún descubrimiento sensacional. Ahora si toda opinión directa o indirecta de cualquier persona empieza a alterarnos debemos estar atentos a esta situación, por qué algo nos pasa, algo está afectando nuestra opinión de nosotros mismos y nuestra estima.

Nuestra opinión no puede doblegarse sumisamente a la opinión o al decir de otro cualquiera. Hay cosas que nos importan y cosas que no, esta es la realidad. Lo mismo nos pasa con las personas. Unas nos importan y otras no. De las que nos importan nos interesan sus opiniones y lo que digan, de los demás no.

Nuestro yo en gran medida es un yo social, con ciertas particularidades que definen lo que somos. Ver una parte del conjunto de nuestras complejas relaciones es ser un poco simplista. Porque asimismo hay otras personas que sin saberlo nosotros están imaginando qué pensamos y qué decimos nosotros de ellas.

Por eso las relaciones humanas son complejas. Debemos recordar que nos influimos mutuamente, que estamos interrelacionados más de lo que pensamos e imaginamos. Por eso nos desarrollamos en nuestras interacciones diarias. Somos sujetos mezclados unos con otros, pero asimismo somos individualidades. Y esta individualidad es importante cultivarla, preservarla y cuidarla.    

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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