martes, 26 de abril de 2016

UN PENSAR-HACER PARA EL ÉXITO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Para la conformación de un patrón mental de éxito podemos hacer uso de herramientas externas, es decir, hacer uso de técnicas de emprendimiento, de administración y estrategias de inversión del emprendimiento. Es importante adquirir herramientas de primera calidad, para ser un artesano de primera. Muchas de estas herramientas se adquieren en talleres, conferencias, programas de formación, estudios académicos… Siempre hay que separar el grano de la paja, como dice el dicho.    

Junto a las herramientas externas, está ese artesano de primera que debemos llegar a ser.  Para ello debemos ir configurando la persona adecuada, en el lugar y en el momento justo. Esto es, desarrollar las herramientas internas. Para esto debemos comenzar por hacernos y responder un conjunto de preguntas, por ejemplo: ¿Quién soy? ¿Cómo pienso? ¿Cuáles son mis creencias? ¿Cuáles son mis hábitos? ¿Cuáles mis rasgos de carácter? ¿Cómo me siento con respecto a mi mismo? ¿Qué grado de confianza tengo en mi mismo? ¿Cómo me relaciono con los demás? ¿Cuánto confío en los demás?  ¿Siento que verdaderamente merezco el éxito? ¿Cuál es mi actitud para actuar a pesar de: los inconvenientes, preocupaciones, miedos, las molestias?

¿Qué se anida en todas estas pregunta? La duda. Y podemos agregar la duda socrática o cartesiana. Esa duda que nos incita a buscar las respuestas y las acciones adecuadas a un fin, a una meta. Y esa meta, en el caso que nos compete, es el éxito. Para qué tanta pregunta, podemos decir. Este desdén por la pregunta es algo muy común, porque parece que nos la sabemos todas más una. Y como resultado, por lo general, tenemos un sujeto confuso, carente de metas; que navega en un océano sin brújula, sin sentido. Pero que nunca se cuestiona, porque todo está bien.   

Lo cierto, es que nuestro pensar-hacer constituye la parte fundamental y determinante de nuestro éxito y prosperidad. O de nuestro fracaso e infelicidad. Una de las claves esenciales del éxito consiste en elevar y proyectar nuestra energía optimista. Con esto atraeremos a la gente y éxito hacia nosotros. Es el principio de atracción y repulsión expuesto por Empédocles.

          Al configurar las herramientas internas conformamos en sujeto en su pensar-hacer, es decir, nos configuramos a nosotros. Y en consecuencia construimos nuestro patrón mental del éxito. ¿Por qué es importante este patrón? Porque si no estamos preparados y sintonizados para el éxito, en caso de alcanzarlo, lo más probable es que nos dure poco y terminemos perdiéndolo. Será un éxito efímero.

La mayoría de las personas no tienen la capacidad interna para crear y manejar el éxito. De allí que éste se les escapa constantemente de las manos, se les diluye; lo derrochan. Esto se da porque no hay un sujeto adecuado para el manejo del éxito. Se embotan y éste los abruma. Más complicado estas personas no están preparadas para afrontar los retos que acompañan al éxito. El éxito los asalta, más que ellos lo construyan. 

Cuando este fracaso se da tendemos a regresar a nuestro lugar original de seres sin éxito. Porque éste nos resulta un lugar más cómodo de manejar y estamos habituados a manejarlo. Algo como la fábula de la «Zorra y uvas verdes» ¿Por qué se da este fenómeno? O porque no tenemos la capacidad emocional habituada al éxito o no tenemos un patrón mental de éxito adecuado. Incluso, podríamos estar hablando de una forma inadecuada de éxito. Por ser, en este caso, tan perecedero.

Tenemos realmente éxito cuanto elaboramos y llevamos a cabo nuestro patrón mental de éxito. La mayoría actuamos de manera inconsciente a esto. O solo deseamos el éxito, como solo deseo. Para hablar propiamente de éxito, éste tiene que generarse a partir de un patrón mental exitoso, de un patrón mental de riqueza. En ese caso, sería un pensar-hacer constante, sólido. Y no algo voluble.


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jueves, 21 de abril de 2016

EL ÉXITO, ENTRE EL DESEAR Y EL HACER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Sin darnos cuenta muchas veces, y son muchas, sin ser conscientes de esto tenemos miedo al éxito y a la riqueza. El éxito es el logro de un resultado feliz, la riqueza una consecuencia de aquel. Ahora bien, muchas veces tenemos solo el deseo de alcanzarlo. Bien sabemos que esto no es suficiente; pues el mero deseo no es el éxito, es solo el deseo de éste. Y esto es una tranca, porque cómo pasar del deseo al éxito propiamente.

Entre el deseo que tenemos de lograr el éxito y el éxito mismo falta un eslabón. ¿Cuál es este eslabón? Alguno podría decir que es la acción, el hacer; ya que no es suficiente el desear, sino que es fundamental el hacer. Y esto es cierto. Sin embargo, para el hacer es necesario un conjunto de disposiciones con vista a un fin. Sin estas disposiciones no somos nada. O en otros términos estamos condenados a no hacer nada o nuestro deseo es vacío.

Tal conjunto de disposiciones, en este caso, está determinada por nuestro patrón mental del éxito; y éste acecha en nuestro subconsciente. Si nuestro patrón está programado para el éxito, nos dirigiremos al éxito. En caso contrario, nada de lo que aprendamos, o sepamos y de lo que hagamos nos conducirá a éste. Seremos como la brújula de Sparrow, que apunta hacía cualquier parte, mientras no determinemos que es lo que más queremos. Nuestro patrón mental es el eslabón entre el deseo del éxito y el éxito mismo. Y a éste es que tenemos que atender antes.

Todo patrón este es modificable, puede ser cambiado. En caso, que el mismo no esté sintonizado con nuestro deseo del éxito. Por ello, debemos interrogarnos ¿cómo pensamos y actuamos con respecto al éxito? Porque aunque mucha gente habla del éxito. Sin embrago, le tiene miedo a éste, como ya dijimos antes. Habla del mismo, pero su pensar no está sintonizado con tal, y su hacer tampoco. Algo así, como aquel que quiere ganar la lotería pero nunca compra el boleto; aquel que quiere graduarse pero no estudia. La razón es que entre el deseo o pseudo-deseo y el patrón mental del éxito hay un abismo insalvable.

Con respecto a patrón mental de éxito, nos debemos plantear al menos estas preguntas: ¿Cuál es nuestra experiencia con respecto al éxito y la riqueza? ¿Cuál es nuestro patrón mental del éxito? ¿De dónde procede éste? ¿Cómo se ha configurado? ¿Qué le está pasando a nuestro potencial con respecto al éxito? Estas interrogantes nos llevan hacer algo de reflexión. Pues nos inducen a examinar nuestras creencias, ya que tenemos algunos juicios muy arraigados. Que no hemos evaluados conscientemente.

Si nos va mal y nosotros queremos que nos vaya bien, es porque hay algo que no estamos haciendo bien, y esto no lo sabemos. Parece algo evidente y muy transparente de ver; pero es ese el problema, que tan claridad deslumbra. No sabemos qué estamos haciendo mal, y tampoco sabemos por qué lo estamos haciendo mal. Muchas veces, porque toda la vida lo hemos hecho de esa manera, y peor aún porque toda la vida lo hemos pensado de esa misma manera. El problema es nuestro pensar-hacer. Algo no funciona en esta unidad. Porque creemos que ambas actividades están separadas.

Aquella reflexión nos llevará preguntarnos ¿cómo debemos platearnos un pensar-hacer para ser un sujeto exitoso? Un pensar-hacer que está signado por nuestro patrón mental del éxito, o éste es nuestro pensar-hacer. Un sujeto exitoso, aquel que alcanza resultados felices, tiene que cumplir los compromisos que se establece. Por acá inicia la cuestión. Plantearnos una filosofía del éxito. ¿En qué consiste ésta?

Puede iniciar, por un primer aprendizaje por modelaje, es decir, estudiar a la gente exitosa, ver cómo piensan y hacen. Para plantearnos estrategias de emprendimiento, estrategias de pensamiento. Comprometernos a lograr el éxito, no quedarnos en el deseo del mismo. Trabajar para ganar, lo otro es trabajar para trabajar. Centrarnos en las metas que nos planteamos, evitar el divagar sin sentido.

De este modo, podemos generar un patrón mental de éxito dirigido al éxito. Recordemos que el cerebro emocional y racional, como lo denomina Goleman, pueden ser nuestro mayor obstáculo para lograr el éxito. Por lo que, debemos asumir un pensar-hacer que estimule el logro del éxito. Porque como señala Goleman “el optimismo —al igual que la esperanza— significa tener una fuerte expectativa de que, en general, las cosas irán bien a pesar de los contratiempos y de las frustraciones”.  

Lo que estamos haciendo, entonces, es diseñar un programa de filosofía del éxito, donde combinamos nuestro ser interior con el ser exterior con el fin de alcanzar resultados exitosos. Que consiste en comprender el ser interior del éxito para ganar el éxito. Aprendemos a pensar en el éxito para hacernos exitoso. Construimos y aprehendemos un patrón mental de éxito programado verdaderamente para el éxito.  

Pues, en muchas ocasiones, lo que llega a constituir nuestro mayor obstáculo en la vida es lo que creemos que sabemos. Pero resulta que no sabemos por qué lo creemos, de dónde ha salido esa creencia, y cómo aplicamos o realizamos ésta en nuestra hacer. Es esencial que reconozcamos por qué nuestro pensar-hacer nos ha llegado a poner en el lugar que nos encontramos. De este modo, podemos iniciar la construcción de un patrón mental adecuado al éxito de nuestra vida.


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martes, 19 de abril de 2016

EUGENITA TIENE MIEDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Eugenita tiene miedo. Desde que su corazón dejo de moverse al ritmo de New Orleans, y asumió la forma atonal de Arnold Schoenberg comenzó el miedo a poblar cada momento de su hacer. Aunque ella no supo que fue lo que sucedió para que se produjera ese cambio de ritmo, su cerebro siempre lo ha sabido. Porque éste que es nuestro hacedor, asimismo es nuestro gran destructor. Ya que siendo él, el ser en cuanto ser nunca nos deja quietos. Esa masa perversa de neurotransmisores nos perturba y se cobra cada cosa de esta vida.

            Eugenita conscientemente no lo entiende. Sin embargo, allí está el miedo acechando. Inventando cada peligro. Buscando la inseguridad de la vida para hacerse más acucioso, más vengador. Miedo endeble para sentir que no podrá llegar hacer lo cotidiano, lo que siempre ha hecho. La impotencia ante el abismo. Esto es lo sublime que acecha sin tocar, pero roza. De allí esa aprensión oculta que no da tregua. El paraíso siempre está lejos.

            Cada incertidumbre aviva esa sospecha. De allí los sueños recurrentes que han aparecido. El perderse y no encontrar lo que se ha perdido, que es ella misma. La conciencia en el subconsciente se hace desgraciada aflorando en la oscuridad del sueño. Ataca sin compasión, acrecienta la turbación y hace la vida una zozobra. Nos vuelve vulnerables ante esta vida, porque ante ésta se presenta inmisericorde la muerte. Y ante ésta Eugenita es humana demasiado humana. Algo la perturba, algo irresuelto. Solo su dios lo sabe.

            Eugenita está muriendo. Muriendo con miedo y eso es más doloroso. Se extravía en las brumas del sueño y de la vida vivida. Los arquetipos del desasosiego se muestran fantasmales, sin permitir asirlos. El cuerpo se ha debilitado y el espíritu también. En última instancia, somos cuerpo. Esa estrecha línea de la vida se va angostando a cada momento, pocas alegrías muchas angustias para un cuerpo ya endeble. Saturno ocupa el lugar de cualquier otro dios, éste ahora mueve los hilos de cada instante de su vida. Dios poderoso y de temer. Nació ella en «La Saturnalia» esa fiesta en honor a Saturno, en la que había libertad para hablar y actuar, y se actuaba con placer y alegría. Sin embargo, el Dios de la melancolía, de ese abatimiento que disminuye el rendimiento y los límites de la actividad vital, es demasiado feroz. 

Las Moiras ya van tejiendo el final de su huso, y con ello el fin del destino. Ya todo se va escribiendo irremediablemente. Eso lo sabe el subconsciente, que es lo más alerta que tenemos. Y éste se repliega contra sí mismo. Se esconde de sí mismo, y hace su aparición en esos momentos desgranando lo ominoso de nuestra vida. Tan endeble, como una barca abatida por la tempestad; encallada en la orilla de los recuerdos que se escurren entre sus manos arrugadas de anciana. En la peinadora reposan, a la espera, los zarcillos de plata y coral rosado con más de treinta años de un deseo mortuorio.

La mirada se pierde en el desamparo, en la búsqueda de otros tiempos alejados. No en este presente de temores y ofuscamientos. Tal vez su alma añora encontrarse con Feliciano y Eulalia, volver a ser la niña que correteaba entre la neblina del tiempo.  Porque las cadenas que atan el alma al cuerpo ya son frágiles. Así el amor florece en la abundancia y perece en la penuria, y llora la muerte como obra del Saturno destructor en el cual se duele su propio destino. 

            La muerte sobre la vida se sabe vencedora. El escabullirse no es solución. El querer evadir lo que es, es solo retrasar lo que el cuerpo sabe. Ese constante nerviosismo que nubla el entendimiento; que prima sobre un moverse sin sentido y sin dar tiempo a la reflexión. La preocupación sin medida que no distingue lo importante y lo fútil; que no distingue donde debe hacer pausa. Que quiere abarcar todo, es una preocupación destructiva. Pues termina por no reconocer límites. Se apodera de toda acción, de todo hacer. El cerebro asesina a su portador. Mata al mensajero.

            El cuerpo se va vaciando de sus dioses, y en su lugar es habitado por sus demonios. Que logran desunir nuestra potencia y nuestro vivir; desunen el dominio de nosotros mismos y de nuestra belleza gestual. Socavan nuestra voluntad de poder, hasta dominarnos con su voracidad. Ahuyentan de este modo la felicidad, y aumentan los sentimientos negativos y los estados preocupación menguando el caudal de la energía disponible. Se da una sensación de intranquilidad, que hace que el cuerpo no se recupere de las emociones perturbadoras. No hay reposo ni para el cuerpo ni para la mente que se siente extraviada. El entusiasmo se contrae y la disponibilidad para afrontar cualquier tarea se disuelve. La consecución de una variedad de objetivos ya no existe. Solo la laguna, como dice Bumbury, que llamamos la eternidad.

            Se convierte la vida en algo unidimensional. Triste espectáculo el del miedo y la tristeza.   Esta última marchita la energía y el entusiasmo de nuestro hacer vital; del horizonte desaparecen las diversiones y los placeres. La tristeza se abraza a la depresión disminuyendo la vida corporal y anímica. Nos convertimos en fantasmas. Atrapada en la telaraña de una tensión emocional prolongada, que obstaculiza sus facultades intelectuales y su capacidad de hacer. Esto la lleva a la inseguridad de resolver su diario hacer, a vivir en su miedo. No hay sosiego para recorrer todas las partes de su vida, ni para mirar con calma hacia adelante.

La vida se hace más breve y más llena de inquietudes, al temer el futuro. Un futuro que es cada día más inmediato. Atrapada en sus emociones se siente desbordada por éstas y le resulta difícil escapar de ellas; su estado de ánimo la esclaviza. Se hace voluble y pierde consciencia de sus sentimientos, éstos la abruman; siente que su ser emocional se disipa y no puede escapar de sus estados de ánimo negativos.

En este tránsito de la vida, antes que llegue el desamparo del adiós, atender las consolaciones del viejo Seneca y seguir sus palabras se hace necesario, al decir éste “no me atrevería a enfrentarme a tu dolor, en el que incluso los hombres de buen grado se estancan y languidecen, ni habría esperado, en una ocasión tan desaconsejable, ante un juez tan desfavorable, frente a una acusación tan desagradable, poder conseguir que absolvieras a tu suerte. Me dieron seguridad tu fortaleza de espíritu, ya puesta a prueba, y tu valor, que demostraste en una dura experiencia”.


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sábado, 16 de abril de 2016

DE LA BIOGERENCIA A LA PSICOGERENCIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Películas, novelas, músicas, discursos, conferencias… Todo sirve de pretexto para celebrar la emoción. El éxito de las anteriores manifestaciones culturales se basa fundamentalmente en el ambiente emocional que suscitan. Lo emocional se empareja ahora con el cociente intelectual, patrón de referencia para la educación. Pues se buscaba conocer y medir el cociente intelectual para conocer el alcance educativo, laboral, social de la personal. A partir de éste que se perfilaba la orientación y los escalafones que podía alcanzar la persona; se preveían las puestas que se abrirían o se cerrarían ante cada quien. Es relevante tener en cuenta que, en nuestros días, es el cociente emocional con el que se intenta medir lo que antes se medía con el cociente intelectual. Porque estos da otra perspectiva sobre el mundo, en general.

Artículos, investigaciones y gestión de recursos humanos encuentran ahí su fuente de inspiración. Esto merece atención, porque en el nuevo imaginario se está forjando a partir del factor emocional, y éste ocupa un lugar destacado. Para evaluar este retorno al afecto, es importante tener presente que la visión eurocentrica se basaba en la valoración, e incluso hiper-valoración, de la razón soberana. En este sentido, para el sujeto moderno lo que prevalecía era el libre examen y el pensamiento crítico. Un libre albedrío que obedecía exclusivamente a la razón.

Esto es lo que se impone como ideal insuperable, restrictivo para todos y cada uno. El concepto del contrato social se elabora a partir de la supremacía del individuo racional, que piensa de una manera autónoma y es dueño de sus emociones; por eso es capaz de contratar con otros individuos, quienes también poseen estas mismas cualidades.
Los logros del mundo moderno se fundamentan en la razón y en la racionalidad de los individuos. Sin embargo, al mismo tiempo su crisis tiene posiblemente las mismas causas. No es la primera vez, que la decadencia de una sociedad tiene su causa en la saturación del racionalismo del cual se nutría.

La crisis en una sociedad se da cuando ésta deja de ser consciente de lo que es, y entonces pierde la confianza en lo que es. Es en este momento, cuando se expresa una visión más compleja y completa de la condición humana. No ya el individuo que sólo reconoce en sí mismo el aspecto intelectual; sino que se reconoce como persona plural, que junto con lo cognitivo valorara los afectos, las emociones y las pasiones. Esto es lo que está caracterizando el espíritu de la época.

No asombra que se busque calcular el cociente emocional. Se pretende cuantificar lo que pertenece a la categoría de lo imponderable. Sin embargo, se trata de un síntoma interesante. Así se concibe al animal humano como un sujeto traspasado por pulsiones que hacen que sea lo que es, y no solo un sujeto racional. Lo emocional se va apoderando, poco a poco, todos los ámbitos de la vida social, personal, laboral, educativa...

Las empresas y sus gerentes han aprendido que no pueden gestionar los recursos humanos a partir de los vestigios del racionalismo imperante, reglas que constituían el fundamento de todas las escuelas de gestión. Lo cualitativo emocional se ha impuesto. A partir de entonces se ha tenido en cuenta la noción de los equipos afectuales o emocionales. Ya no se desdeñan las afinidades afectivas. En definitiva, se ha considerado lo humano en toda su plenitud y complejidad.

El factor emocional se manifiesta, asimismo, en el marketing, en la publicidad; éstas ya no se dirigen solo al intelecto del consumidor, sino a la totalidad de sus sentidos. De allí el éxito neuromarketing. Se trata de una de las características fundamentales de la cultura publicitaria. Se plantea, cómo movilizar el inconsciente colectivo, con el fin de incitar en el consumidor el efecto de la pulsión afectiva que lo predispone a la compra y lo incita al consumo.

Encontramos, la emocionalidad en múltiples campañas y ámbitos que permean la vida social. Por ejemplo, cuando se pretende es persuadir la atención de la población sobre tal o cual causa humanitaria, sobre los padecimientos animales, sobre las catástrofes naturales, sobre la depresión, sobre las relaciones interpersonales y sociales, se pone el acento en las emociones comunes. Los nuevos gurús posmodernos saben «poner el dedo sobre la llaga emocional». El verbo sensibilizar comprime nuestra época. Se pone el empeño en suscitar la emoción común, la emocionalidad colectiva y personal.

El factor emocional se manifiesta incluso en el ámbito de lo político, hasta entonces considerado ámbito de la razón. Resulta evidente sea cual sea la tendencia política de izquierda, conservadora o de derecha, ahí está la comunicación emotivista. El look, la puesta en escena y el espectáculo predominan las campañas electorales y las congregaciones políticas. La consecuencia es que lo político no busca convencer, sino seducir, es publicidad emocional. El desplazamiento de la convicción a la seducción es lo que determina el debate político contemporáneo.

El retorno masivo a lo emocional constituye el elemento referente de la decadencia de la modernidad. No obstante, el final anuncia un renacimiento, el acabamiento de un mundo no es el fin del mundo.

Tenemos que atender que el término emocional, en contraste con la utilización mercantil que hacen de él los gurús apresurados, no remite a una categoría psicológica. El término emotivo, en este caso, constituye una proximidad de la comunidad. En este sentido, lo emocional es un estado de ánimo colectivo, una atmósfera común.

Representa un espíritu de la época. Un ambiente clima algo vaporoso, un punto impalpable; que determina lo que éste es y la manera de relacionarse con los otros. Lo emocional en esta función contagiosa es el retorno del aspecto comunitario en la vida social. El cual permite captar más allá de la decadencia del racionalismo moderno, el retorno al principio vital del estar-juntos. Expresa, entonces, la integración de las capacidades humanas, esto es, la integración de la razón y de la dimensión afectiva-emocional.


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miércoles, 13 de abril de 2016

DEL «MÁS QUE AMOR ES FRENESÍ» A LA DESESPERANZA: Consultoría y Asesoría Filosófica

La desesperanza es una pasión extraña, por lo que ella encarna. Ya que en sí contiene tristeza, la ausencia, el punto final de algo, la rabia contenida, y otras emociones  mezcladas. De allí su extrañeza. Es un poco difícil de precisar que se siente, cuando ésta se anida en nuestro espíritu. Asimismo, esta pasión contiene mucho de peligro, porque las reacciones son impredecibles. Desde la máxima pasividad hasta la más virulenta de las furias. La desesperanza es una caja de Pandora.

            Entre los resquicios del vivir diario se ha aposentado poco a poco, pero no desapercibida, la desesperanza entre todos. En las vicisitudes del diario vivir, que se ha convertido en un sobrevivir, se ha adornado esta caja de Pandora. El desconcierto propio de la desesperanza está en el hablar, y si como dice Heidegger el ser habita en el lenguaje, en éste está aquella. Las razones son palpables.

            Tanta zozobra para vivir cobra lo suyo. La figura desdibujada de un presidente gris, el cual solo existe como una sombra de otra sombra difunta. Aferrado a un discurso inútil y repetitivo. Hecho de palabras vacuas y rememoraciones gaseosas. Alientan la desesperanza cada día a modo agigantado. Será, ¿que uno no se da cuenta cuando es inútil?

            Se esperaba un período opaco en la política, después de haber tenido un caudillo arrollador. No obstante, esta ausencia de la esperanza es otra cosa. Andamos ausentes de nosotros mismos, aunque la sonrisa ilumine nuestro rostro. Pues detrás de esa sonrisa está la incertidumbre. Lo ominoso de no saber cómo vendrá el mañana inmediato.

            La realidad de hoy es abrumadora, oscura. La del mañana casi no existe; se hace difusa. Esperamos y solo llega la nada. Son momentos de ausencias. Toda promesa está en la lista a olvidar. Toda vecindad se derrumba. La solidaridad existe, pero se hace liquida entre las manos. Parecen momentos de ser viejos para hacer apresuradamente lenta la reflexión. Son momentos del Job bíblico, para no desgarrarse el alma con la furia del joven.

            Tiempos de estoicismos, de epicureísmos y hedonismo. Esto nos han enseñado los filósofos antiguos. Todas ellas fundadas en la reflexión y el hacer sobre el derrumbamiento del mundo. Sin embargo, nuestra situación está amenazada por el hambre no saciada, no espiritual sino hambre real. Lo cual agrava la situación. Ya lo dice Primo Levi, cuando te descamisan ya no tienes voluntad para protestar.

En esta situación, los discursos esperanzadores parecen un acto de cinismo. Algo así como aquello que cuenta Blacamán el Bueno hacedor de milagros:

“Por último me echó a pudrir en mis propias miserias dentro del calabozo de penitencia donde los misioneros coloniales regeneraban a los herejes, y con la perfidia de ventrílocuo que todavía le sobraba se puso a imitar las voces de los animales de comer, el rumor de las remolachas maduras y el ruido de los manantiales, para torturarme con la ilusión de que me estaba muriendo de indigencia en el paraíso”.

            Pero esta misma voluntad quebrada; esa que guarda amargamente la desesperanza tiene la resistencia de un Prometeo encadenado y de un Job postrado. La furia que anida por debajo es lo que hace la resistencia posible, no la alegría. Solo las emociones negativas nos ponen cara a cara con la realidad cruda y sangrienta. En esta cosificación existe la posibilidad de quebrar el estado de humillación. Y vuelvo al relato de Blacamán el Bueno

“Cuando por fin lo abastecieron los contrabandistas, bajaba al calabozo para darme de comer cualquier cosa que no me dejara morir, pero luego me hacía pagar la caridad arrancándome las uñas con tenazas y rebajándome los dientes con piedras de moler, y mi único consuelo era el deseo de que la vida me diera tiempo y fortuna para desquitarme de tanta infamia con otros martirios peores. Yo mismo me asombraba de que pudiera resistir la peste de mi propia putrefacción, y todavía me echaba encima las sobras de sus almuerzos y tiraba por los rincones pedazos de lagartos y gavilanes podridos para que el aire del calabozo se acabara de envenenar. No sé cuánto tiempo había pasado, cuando me llevó el cadáver de un conejo para mostrarme que prefería echarlo a pudrir en vez de dármelo a comer, y hasta allí me alcanzó la paciencia y solamente me quedó el rencor, de modo que agarré el cuerpo del conejo por las orejas y lo mandé contra la pared con la ilusión que era él y no el animal el que se iba a reventar, y entonces fue cuando sucedió como en un sueño, que el conejo no sólo resucitó con un chillido de espanto, sino que regresó a mis manos caminando por el aire”.

            Así, en ese acto de resucitación romperemos la perversión de esta situación de hundimiento. La paciencia del dolor sufrido nos permite sobrevivir ante esta humillación diaria. Para cobrarnos por tanta infamia inmerecida. Pues nunca nos hemos merecido esta desesperanza y vivir como unos desgraciados. La vida nos alcanzará para volver a vivir mejores tiempos.

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