sábado, 29 de septiembre de 2018

EL APRENDIZAJE UN ASUNTO EN COOPERACIÓN: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Como te decía antes, no es esta la primera vez hablamos sobre el valor que tiene el aprendizaje en su forma comunitaria, es decir, que se realiza entre varios. ¿Por qué ese valor se da en tal modo de aprendizaje? creo te decía una vez que es porque desarrolla la capacidad crítica y creativa de todos aquellos que participamos en él. Además, considero que cada grupo, también lo podemos llamar si bien lo deseas comunidad u organización, tiene que adecuar el aprendizaje  a sus propias condiciones y necesidades; para que con esa dinámica que le es propia le sirva de punto de referencia para construir su propio saber. 

En lo comunitario, como siempre te digo, aprendemos mutuamente a enseñar a pensar, aprendemos a estudiar, a hacer, a reflexionar. Aprendemos, eso lo has visto, a desarrollar propuestas que integran nuestros recursos intelectuales, afectivos y volitivos de los que en tal proceso participamos, es decir, que aprendemos a educarnos unos con otros.  

Como hemos hablado, lo que se pretende superar en el aprendizaje social o comunitario es  ese individualismo enfermizo, fatuo; la competencia necia que nos hace creer que somos los mejores.  Fomentamos más bien un individualismo creativo, capaz de integrarse en sus relaciones interpersonales. Tal vez, de este modo, podemos superar el desfase entre los procesos de aprendizaje, al hacer de éste algo más integrado entre el conocimiento y la sociedad. Y con sociedad me refiero a ese grupo con el cual interactuamos día a día. No una idea abstracta de sociedad.

Estoy de acuerdo contigo cuando me has comentado que el aprendizaje comunitario es un asunto de ética. Ya que se basa en métodos de intercambios que busca una construcción social de la personalidad, ya que no somos personas aisladas. Además, bien has dicho que en este aprendizaje se fomenta el uso compartido de la información, nadie se queda con una propiedad que es de todos.

Lo anterior, hace que el conocimiento lo percibamos como un bien social. Por otra parte, junto al conocimiento, incluimos el valor que tienen nuestros sentimientos y afectos para aprender; porque constituyen parte de nuestras inteligencias múltiples.

Comparto contigo, eso que me dijiste el otro día, sobre que todos tenemos derecho de aprender; pero yo incluyo que también todos tenemos el deber de enseñar. No podemos quedarnos solo en el derecho y olvidarnos de nuestros deberes. Porque como siempre comentamos el aprendizaje cooperativo abre la oportunidad de descubrir el valor de trabajar juntos, en hacer equipo. Recuerda la diferencia entre equipo y grupo.

La cooperación en el aprendizaje nos lleva a comprometernos y responsabilizarnos con el aprendizaje personal y grupal. Esto me parece importante. Pues, así podemos desarrollar ambientes existenciales que favorezcan la solidaridad, el respeto, la tolerancia; el pensamiento crítico y creativo. Podemos incluir, si lo deseas, el desarrollo de la toma de decisión, la autonomía y la auto-regulación de nosotros como seres sociales. Así hicimos realizamos nuestro aprendizaje y construimos nuestra personalidad.

Te recuerdo, porque somos frágiles en la memoria, que en el aprendizaje comunitario aprendemos con y entre amigos, allí aprendemos en comunidad. En este proceso hacemos nuestra vivencia personal y grupal, porque nos apropiamos mutuamente de conocimientos, de habilidades, actitudes y valores que uno de nosotros aporta.

Siempre me has insistido que la transformación personal y social se da permanentemente por lo participativo, por el intercambio mientras cooperamos. Y lo concedo. Ya que la cooperación demanda involucrarse e interrelacionarse de todos aquellos que participamos en este tipo de aprendizaje. Pero te digo que necesariamente no tiene que ser un aprendizaje formal, nosotros lo hicimos de manera informal. Creo que la formalización del mismo lo convierte en una cosa cosificada.

Por ello, aunque muchos proponen que es necesario la organización y la coordinación de acciones para crear una comunidad de aprendizaje, la cual debe garantizar el desarrollo continuo de los participantes y de la comunidad. Considero que esto está enfocado a convertir este tipo de aprendizaje en algo formal, y no sé si es una buena solución; porque de este modo alcanza un estatus burocrático, una formalización estricta. Se convierte en dogma. Por eso tengo mis dudas. Ya que sabes que cualquier forma de compulsión autoritaria e impuesta no genera lo cooperativo.

Tú siempre decías que quienes participan en el aprendizaje de comunitario deben tener una «tarea común», que posibilite la interacción. Es esto una forma de practicar el intercambio de funciones y de representaciones internas. Todo eso parece cosa de hippies, pero ahora andan las organizaciones y las grandes empresas practicando en sus diversas gerencias este tipo de aprendizaje gerencial. Lo que quiero decir es que esto se está convirtiendo en algo formal.

Tengo otras cosas que comentarte, pero lo voy a dejar para cuando luego vuela a escribirte.
  
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sábado, 22 de septiembre de 2018

NUESTRA INDIGNACIÓN Y NUESTRO COMPROMISO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Muchas veces no atendemos a los problemas de los otros porque consideramos que no es asunto nuestro. Además, argumentamos que esta despreocupación es signo de la expresión de nuestra independencia negando, de esta manera, la interdependencia en la que estamos sumidos y queremos ignorar. 

Queremos valorar, por encima de todo, nuestra independencia, porque a veces consideramos que necesitar a los demás es una debilidad personal y social. Esgrimimos, entonces, que nuestra autosuficiencia y autonomía son las virtudes cardinales de nuestras relaciones interpersonales. Dejamos tales debilidades para los ancianos, enfermos, niños y otros débiles sociales. 

Tal vez debido a lo anterior no nos indignamos o nos indignamos muy selectivamente. Mucho menos asumimos un compromiso. Podemos agregar que el compromiso social resulta algo controvertido y muchas veces rechazado, en tanto es un inconveniente para el sujeto independiente o para que éste exprese su independencia.

La indignación contiene el rechazo de ciertas acciones, y algunas veces la ira por esos mismos actos. Tal ira o molestia pasional debe tener algo de aprovechable e incluso algo de bueno. Pensamos en una ira bien administrada, suena extraño, pero debe ser ésta un deseo que no nos incite por odio a hacer mal a quien odiamos.  Sino a estar atentos a la injusticia.

La ira como pasión desbocada engendra el deseo de vengarnos de quien se ha mostrado despreciativo. En un acto de desdén, una vejación o un ultraje. Tal acción la percibimos como algo injusto e inmerecido, sin otra razón de ser que el gusto de hacer daño, de ultrajar o despreciar a nosotros u a otro. De allí que Aristóteles considerará que la ira es «un apetito penoso de venganza por causa de un desprecio manifestado contra uno mismo o contra los que nos son próximos».

Sin embargo, cotidianamente, nos indignamos más con los amigos que con aquellos con quienes tenemos poca amistad o con quienes solo conocemos superficialmente. Ya que de los amigos esperamos más, que de aquéllos otros.  Y nuestra indignación suele ser mayor encolerizarse si nos encontramos en una situación de inferioridad, por ejemplo, si estamos enfermos o si estamos mal económicamente. Nos irritamos contra quienes se muestran indiferentes ante tales situaciones, que necesariamente no tienen que ver directamente con nosotros.

Lo que provoca nuestra indignación es la falta de consideración para con los otros y para con nosotros, el no reconocimiento de lo que somos, ser tildados de inferior, el ser anulado o no ser visto. Que nos ignoren de manera rampante.   

Como ocurre con las pasiones, el de la indignación nos muestra en la debilidad del sujeto que no recibe el trato que merece, que es despreciado, aniquilado o directamente injuriado. La indignación, en su estado de ira, provoca deseo y sed de venganza, pues al estar iracundos esperamos poder resarcirnos del desprecio del cual somos objeto.

La indignación es una emoción distinta a la ira; por otra parte, es opuesta a la compasión. Aquella es provocada en nosotros por la percepción de una injusticia. Nos indigna que alguien disfrute de una suerte que no merece, así como nos indigna no obtener lo que creemos que merecemos.

La indignación conlleva en sí un buen criterio, como observa Aristóteles.  Ya que quien suele indignarse es el hombre bueno, al no obtener lo que considera es justo; quien tiene buen juicio y odia la injusticia. También se indigna quien aspira a cosas importantes.

Para Aristóteles, en su concepción del término medio o mesura, la indignación es provocada porque consideramos que existe un desajuste social, personal… que carece tanto de explicación como de sentido. En tal desajuste detectamos una falta de justicia; por lo cual la indignación bien encauzada y medida nos servir de incentivo para el ejercicio de la virtud.

Lo que nos lleva a establecer un compromiso social o personal con los otros. La indignación se produce solo si tenemos los ojos abiertos al mundo; si nuestra idea de independencia es adecuada en un entorno social. La indignación solo es posible en nuestras relaciones interpersonales, en nuestra atención al entorno. En entendernos que somos partes de un contexto, en el cual ejercemos nuestra personalidad individual y social, de manera mesurada e inteligente.

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sábado, 15 de septiembre de 2018

LA PÉRDIDA DE NOSOTROS MISMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Por lo general, un emigrante es alguien que se ha ido de su lugar de origen. Y siempre pensamos que éste se ha marchado a un lugar extraño y en el cual se encuentra extrañado de sí y de lo que lo rodea. Sin embargo, podemos pensar que alguien se ha convertido en un emigrante cuando se ha salido de su lugar existencial y para esto no tiene que desplazarse físicamente, sino existencialmente.

Lo anterior lo dijo porque actualmente ante la pérdida de los referentes muchos conciudadanos sin haber abandonado su ciudad y mucho menos su país, se han convertido emigrantes de sí mismos. Esto está ocurriendo muy a menudo, por lo que es un hecho muy doloroso. Es lo que conocemos como la enajenación de nosotros, el salirnos de nuestro propio ser.

Lo antes dicho ha sido y fue tema del existencialismo expresado en la literatura por  Sartre y Camus, quienes lo mostraron en sus novelas. La pérdida del en sí es el extravío de nuestro propio referente, de nuestro yo. Tomaré, como referencia, el caso de Venezuela donde la mirada está puesta en la emigración en tanto ocurre el desplazamiento hacia otros países. Sin embargo, a lo interno el desgarramiento existencial de los sujetos es tan doloroso como el otro.

El venezolano, en su propio país, está extrañado de sí mismo; no se encuentra. Está extraviado, desorientado, es decir, enajenado. Sus puntos de referencias externos e internos se van diluyendo, sino se han diluido ya, viviendo en un estado de permanente angustia y de desesperanza. La sociedad venezolana es un conjunto de sujetos desorientados. Es el tiempo de desgarramiento, como señalaría Hegel.

A lo interno, me refiero al país, la problemática no se puede paliar con la búsqueda de nuevos aires o de un nuevo ambiente, porque no los hay. Estamos como dice la canción de Rodolfo Páez “en un mismo lugar, y bajo una misma piel y en la misma ceremonia” Y esa es la desgracia de quienes se han quedado. Es un emigrante, un extrañado en su propio país.

Este emigrado de sí mismo es quien se ha desgarrado en su mismo lugar y en su misma piel. Quien está atrapado en su propio desgarramiento sin posibilidades de llevar a cabo una posibilidad distinta. Este sujeto padece y permanece en su desgarramiento, en el descarrío de su yo.

Ese desgarramiento lo percibimos en el Metro, en las calles, en las plazas, en los centro comerciales donde exhibimos y exponemos nuestras caras de desorientados, de sujetos extraviados. Buscamos afuera reconocer algo y no lo encontramos. No es solo el país lo que ha cambiado; hemos cambiado nosotros, ya no somos los mismos. Nuestra pérdida está en lo interno, en nuestro interior. Nuestra emigración es una emigración del alma.

Somos sujetos que no nos sabemos. Pues, ya la calle no es la calle por donde siempre transitamos, es otra cosa. La actitud de la gente no es la misma, es otra. El desánimo es lo que campea, la nausea diría Sartre. De la nada se han poblado las calles, el vecindario y nuestras casas. Todo se ha deshabitado y en su lugar el desgarramiento se ha asentado.

La vida se ha convertido en algo ausente, donde no hay asidero. Donde cada mañana cuesta cada vez más levantarse para enfrentar a la vida. Es un desamparo de país. Un estero poblado cada día más de fantasma, como el pueblo de Comala. Cada uno es su Pedro Páramo y su llano en llamas.

Nos movemos entre la enajenación y la sin razón. No conseguimos explicarnos qué pasa aunque lo sabemos. Nos inventamos ficciones y retorcemos la realidad para poder llevar adelante el día a día. Nos disfrazamos de alegrías que no lo son. El sujeto traspapelado está como la marioneta sin marionetista arrogado a su desamparo.

Es difícil y descarnada la situación ¿Qué hacer? Dar una respuesta es difícil y urgente. Tal vez, intentando llegar a comprender en qué nos hemos convertido o en qué nos han convertido, podemos  llegar a asumir una posición ante este vendaval que a diario nos abate y en el cual nos dejamos llevar. Los antiguos, en el periodo helenístico y romano, pudieron asumir una postura estoica, o cínica, o epicúrea, o platónica, entre otras. Esto puede ser una posibilidad válida para plantarle cara a la vida.

Comprender y tener consciencia de este desgarramiento es fundamental, no es suficiente con sentirlo y padecerlo. En este momento, la sola emoción no es suficiente ni contribuye a mejorar el espíritu; por el contrario, contribuye al desaliento y a la desesperanza. Es necesario, pues, pensar filosóficamente. Establecerse un norte firme y asir con fuerzas el timón de nuestra vida individual, porque lo social no podemos dominarlo. No abogo por un individualismo fatuo; sino por un individualismo atento al mundo, el cual es necesario preservar y cuidar.

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sábado, 8 de septiembre de 2018

EL SENTIR UNA INQUIETUD DE NUESTRA IDENTIDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Sin la posibilidad de sentir no podríamos conocer nuestras dificultades ni las limitaciones de las mismas. Sin llegar a sentir no podemos responder a las situaciones que nos rodean con empatía o rechazo. Sin este sentir, que nos genera un atender el mundo, no nos inquietaríamos ni pensaríamos que en algún momento podemos llegar a ser como el otro.

Sin ese  nuestro sentir, tal vez no pensaríamos que nos podríamos ver caminando con la misma penosa perplejidad de los otros o sintiendo la misma mortificación, que vemos reflejada en sus rostros. Este atender al mundo amplía el impacto de nuestros sentimientos al participar en una escena de la vida cotidiana.

La atención del mundo, que se da por nuestro sentir hacia nosotros y hacia los otros, es la posibilidad de una vida que reflexiona acerca de las situaciones del mundo cotidiano. Nuestro sentir busca saber acerca de los sujetos, de sus esperanzas, de sus anhelos, de sus lágrimas, de las risas, los golpes, los reveses; intentamos comprender los sentimientos que se encarnan, las palabras y las historias no contadas, pero sí sentidas.

En este sentir buscamos conocer ese flujo de imágenes que denominamos vida, y que se revela en nuestros pensar-hacer. Este estrato básico y simple nos permite sentir el apremio irresistible de seguir vivos —la voluntad de vivir, diría Schopenhauer— y desarrollar una inquietud por nuestra identidad. En la etapa interpersonal, más compleja y elaborada, nos permite actuar por el otro y refinar así el arte de vivir.

Nuestros sentimientos se dan en los límites de nuestro pensar-hacer. En éste nos topamos con nuestra conciencia, y en particular, con nuestro yo. Porque la percepción de nuestros sentimientos la experimentamos en esa sensación de ser nosotros mismos.

El sentir es una presencia. En ese sentido, la presencia de nuestro sentir sucede cuando en el acto de aprehender algo éste modifica nuestro ser. Esta presencia jamás descansa, estamos en ella desde el despertar hasta el dormir. Tal presencia está allí, en caso contrario no habría un nosotros.

La presencia de nuestro sentir nos debe llevar a reflexionar sobre nuestra habilidad para construir patrones, imágenes, lugares… y sus relaciones, esto es, el conjunto de imágenes y relaciones temporales y espaciales que unificamos para comprender algo. Así como los patrones e imágenes que transmitimos, automática y naturalmente, en el intercambio con los otros en el acto de conocer. Nuestro sentir es ese conjunto de patrones e imágenes unificados en el que se conjugan los otros y nosotros mismos.

Por medio de esa presencia elaboramos una historia o una película en nuestra cabeza; además, engendramos las sensaciones de que hay uno que proyecta y otro que observada tal historia. Ambos están relacionados, tanto que el segundo se ampara en el primero. Cuando generamos las sensaciones entre quien proyecta y quien observa elaboramos las influencias que subyacen a nuestro sentir. Sean ciertas o no.

El ámbito del sentir, que se da en un aquí y ahora, se proyecta al futuro. Ahora hay un antes y un después. La modalidad del sentir, cuyos grados son varios, nos redefine la sensación de nosotros; esto es, nos presenta nuestra identidad, nuestra personalidad. Ahora somos. Por otra parte, nos instala en un punto determinado de nuestra historia individual dotándonos de información acerca del pasado vivido y del futuro previsto. De este modo, nos da la apertura para conocer el mundo circundante.

Nuestro sentir hace salir a la vida la construcción de lo que somos. Por medio de éste percibimos tanto el pasado como el futuro posible junto con el aquí y ahora, en una visión panorámica. Es otro modo de ver, de percibir el mundo. Ahora somos nosotros y los otros.

La sensación de nosotros mismos emerge en nuestro sentir; en la medida que cada sujeto y objeto interactúa con nosotros o que nosotros interactuamos con ellos. La noción de nosotros se vincula con nuestra identidad, y ésta corresponde a la colección de hechos y maneras de ser que nos caracterizan. Somos esa identidad que Antonio Damasio denomina  el «self autobiográfico».

En tanto «self autobiográfico» dependemos de recuerdos, de situaciones donde el sentir-pensar percibe y elabora las características variables de la vida: cuándo, dónde, quién; gustos y repugnancias; es decir, las  diversas formas en que reaccionamos ante un problema o conflicto determinado. Esta biografía que somos son los registros de los diversos sucesos de nuestro vivir.

Nuestro sentir-pensar, en cuestión, es aquello que nos ocurre; es el proceso de conciencia y las relaciones interpersonales e intrapersonales que nos ocurren como sujetos. Son los contenidos de ese conocimiento que contenemos en nosotros como personas. La presencia del  sentir consiste en construir unos saberes acerca de los hechos y las relaciones en las cuales estamos involucrados cotidianamente. Los cuales terminan por definir en tanto sentir nuestra identidad.

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sábado, 1 de septiembre de 2018

LA GRAN OLLA DEL TESORO AL FINAL DEL ARCOÍRIS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando el niño, en su niñez, le decía a la abuela que si estaban tan pobres porque no iban hasta final del arcoíris y sacaban algunas monedas del cofre para comprar lo que necesitaban. Proponía, en su inocencia de estar en el mundo, la solución honesta a la preocupación material de un adulto en su menesterosidad.

Era esa la solución adecuada ante la preocupación de la abuela y habiéndole contado ésta la leyenda al niño la solución era lógica: lo que había que hacer era caminar por ese camino de colores y al llegar final encontrarían la gran olla; entonces se meterían unas cuantas monedas en los bolsillos e irían luego a la bodega de la esquina a comprar lo que necesitaran para el día a día.

Lo que el niño no sabía, en ese entonces, es que aquel relato era una leyenda muy colorida y bella. Mientras que la vida, por su parte, es un conjunto de grises donde no nos espera ninguna olla de la abundancia, de la cual sacar el tesoro que deseamos. 

La leyenda como toda leyenda nos hace soñar y es aleccionadora. Y, tal vez, debe contener alguna parábola. Luego el niño aprendería, que en la vida, no hay que seguir el camino del arcoíris, sino que éste hay que construirlo cada día. Pues no conseguimos el arcoíris como ese que vemos en el cielo, sino que es necesario edificarlo con nuestras acciones.

Debemos pensar-hacer nuestro arcoíris para ir llenando nuestra gran olla de tesoros, los cuales no siempre son de oro. Tal fenómeno post-lluvia siempre nos maravilla y embelesa, porque guarda en sí nuestras esperanzas como seres que habitamos esta tierra.

En los momentos de dificultades económicas, social e individual, siempre nos angustia nuestra miseria. Tal preocupación nos arrincona. Nos hace miopes y nos hace perder la brújula, que si ésta ya no apuntaba correctamente ahora es más errática aún. Entramos de lleno en una existencia desgraciada y en ésta permanecemos.

Nos imaginamos que todo nuestros problemas los vamos a resolver si tenemos dinero, algo así que si nos encontramos ante la gran olla del tesoro. Sin embargo, no queremos hacer el camino del arcoíris; sino que la gran olla, de una buena vez, se aparezca delante de nosotros para llenarnos los bolsillos a granel.

¿Cuál será el problema? El no tener dinero o el problema seremos nosotros; tanto como sujeto social así como sujeto individual. Todos queremos dinero, pero no sabemos cómo tenerlo. Andamos dando «palos de ciego» dice el dicho popular. Perdidos en el laberinto. En una existencia donde la nada es más que el ser.

 En nuestra pobreza andamos desolados. No es que la pobreza nos impida pensar en cómo hacer dinero, es que nunca hemos sabido hacerlo. ¿Por qué no sabemos hacerlo? Además, ¿qué llamamos hacer dinero? Las respuestas si las hay son oscuras y más confusas todavía.

La pseudo-ilusión de la prosperidad que no se tiene nos lleva al desatino mental, que es la proyección de nuestra decadencia como sujeto. Pues aspiramos a una riqueza que no buscamos construir, sino que queremos que se nos aparezca como por arte de sortilegio.

Nuestra confusión mental se traduce en una existencia inauténtica, la cual arrastramos cada día quejándonos miserablemente. Pero sin hacer nada por construir nuestra existencia. Vivimos, si es que vivimos, la espera de una riqueza que creemos nos merecemos.

Entre la inocencia del niño, que recomendaba a la abuela caminar hasta el final del arcoíris, y nuestras ansias de miseria humana hay un trecho muy largo, es más bien un abismo insalvable.

No pretendo negar la necesidad del dinero, porque éste es muy necesario. Pero vivir una vida enfermiza anhelándolo el mismo para luego derrocharlo; que es, por lo general, lo que hacen las plañideras de la menesterosidad. Ya que, no tienen ni un fin ni una meta productiva para ese dinero que anhelan que se merecen.

Confundir la necesidad monetaria con una vida inauténtica, es un problema existencial o tal vez in-existencial. Una vida de la nada. Una vida que no avanza, que no es productiva, ni sabe ni le interesa apreciar lo productiva que ésta puede llegar a construirse.

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