La
investigación de la belleza va paralela a la de lo bueno; la de lo feo, por su
parte, a la de lo malo[1].
Por tal razón se hace necesario indagar sobre la fealdad. Lo feo es lo
indeterminado y “pertenece a la otra columna”[2].
Con ello puede uno formarse una idea de este no-ser
como de una especie sin medida en comparación con la medida, ilimitado en
comparación con el límite, informe en comparación con lo conformativo, siempre
indigente en comparación con lo autosuficiente, siempre indeterminado,
absolutamente inestable, omnipasible, insaciado, penuria absoluta. Y estas
características no son accidentales en él, sino que son como su esencia; y así,
cualquier parte de él que consideres, también ella es todas esas cosas[3]
Además,
“este no-ser es todo lo sensible y cuantas afecciones se dan en lo sensible, o
algo posterior a éstas y como accesorio a éstas, o principio de éstas”[4].
La fealdad está relacionada con la maldad. Pues ésta es privación de forma y no
existe por sí misma.
La
fealdad del alma consiste en la maldad y en el vicio. “El mal existirá en el
sujeto privado de forma; luego no existirá por sí mismo. Si, pues, ha de haber
mal en el alma, la privación que hay en ella será el mal y el vicio, y no algo
exterior”[5].
El alma entregada máximamente a lo irascible y apetitivo.
La
fealdad consiste en el debilitamiento y oscurecimiento del alma. Cuando ésta ya
no participa de lo intelectivo. Por otra parte, la fealdad también se da cuando
la materia se resiste a dejarse conformar en su totalidad por la forma. “Porque
todo lo informe, como que es susceptible por naturaleza de conformación y de
forma, si no participa en una razón y en una forma, es feo y queda fuera de la
Razón divina. Y ésta es la fealdad absoluta”[6]
La
fealdad no es una cualidad ni una entidad positiva, pues en tal caso ésta sería
una realidad en el mismo sentido que la belleza. “Al límite, a la medida y a
cuantas características son inherentes a la naturaleza divina, son contrarias
la limitación, la sin medida, y cuantas otras características posee la
naturaleza mala. En consecuencia, los dos conjuntos son contrarios el uno al
otro”[7].
Si
un cuerpo bello no posee belleza interior, entonces, éste es pura proporción. Por
tanto, en sentido plotiniano, no es bello porque carece de un alma bella. Ya
que un cuerpo bello puede estar animado por un alma viciosa y mala. La fealdad
está en el alma, porque ésta es causa de ella. De allí que la belleza sea una
imagen frágil, siempre sometida a la contingencia de lo variable.
La
fealdad del alma proviene de ella misma. En primera instancia, en estar
mezclada con lo corporal. Por esta causa ella no es ni “pura ni acendrada, sino
inficionada de lo térreo”[8].
En este sentido, la fealdad proviene de elementos que ella misma entraña, como
las afecciones corporales, los apetitos y las pasiones que oscurecen la belleza
de ésta.
La
causa de la fealdad es el alma, que es causa de su propio movimiento. La
fealdad del alma se da por la audacia y el uso insensato de su libertad.
Digamos que el principio del mal es para ellas la
audacia, la generación la diferenciación primera y el deseo de ser ella misma.
Pues queriendo gozar de su independencia, se sirven del movimiento que ellas
poseen para dirigirse al lugar contrario al que ocupa la divinidad. Llegadas a
este punto, desconocen ya por completo de dónde provienen y al igual que unos
hijos arrancados a sus padres y educados por largo tiempo lejos de ellos, se
ignoran verdaderamente a sí mismas e ignoran a quienes les dieron el ser[9]
La
fealdad es privación de la forma, por el vicio y la maldad que el alma
engendra. La fealdad es inmanente al alma, por cuanto ésta tiene la libertad de
entregarse o no a lo irascible y los apetitos más bajos. El alma fea permanece
unida a las apetencias más bajas. Por lo cual, se convierte en “penuria de
sabiduría, penuria de virtud, de belleza, de fortaleza, de conformación, de
forma, de cualidad”[10].
La
fealdad del alma radica en la dimensión irascible y apetitiva inferior de ésta,
que reducen a ésta a la servidumbre del vicio.
La especie irracional del alma la que es receptora
del mal, de sin medida, de exceso y defecto, de los cuales provienen la
intemperancia, la cobardía y los vicios restantes del alma, afecciones
involuntarias implantadoras de opiniones falsas y de la creencia de que las
cosas que rehúye son malas y las que persigue buenas[11]
La
fealdad moral participa del vicio, de la ignorancia, de la irresponsabilidad y
la injusticia. El alma al perseverar en la fealdad se aleja de la conversión y
la belleza. De esta manera se hace
Intemperante e injusta, plagada de apetitos sin
cuento, inundada de turbación, sumida en el terror por cobardía y en la envidia
por mezquindad y de bajeza, tortuosa de arriba abajo, amiga de placeres no
puros, viviendo una vida propia de quien toma por placentera la fealdad de
cuanto experimenta a través del cuerpo… viviendo una vida enturbiada por la
mezcla de mal y fusionada con muerte en gran cantidad, sin ver ya lo que debe
ver un alma y sin que se le permita ya quedarse en sí misma debido a que es
arrastrada constantemente hacia lo de afuera, hacia lo de abajo y hacia lo
tenebroso. Y porque no está limpia, porque es llevada al retortero atraída por
los objetos que inciden en la sensación y porque es mucho lo corporal que lleva
entremezclado y mucho lo material con que se junta y que ha asimilado[12]
El
alma fea está poseída por el amor venéreo, que la conduce a lo irascible y
apetitivo en extremo. Ha perdido la libertad, se encuentra esclava de sí misma.
Es una mera sombra, se arrogado sobre sí el muladar del mundo, se ha quitado a
sí misma la forma.
[1] Cfr. Plotino. Enéada I
6, 6, 24-25.
[2] Plotino. Enéada III 5, 1, 21-25. La otra columna, a la
cual hace referencia Plotino, es la de los pitagóricos. Al respecto ver
Aristóteles Metafísica 986 a 22-26.
[5] Plotino. Enéada I 8, 11,
4-7.
[6] Plotino. Enéada I 6, 2,
14-15.
[7] Plotino. Enéada I 8, 6,
41-44.
[8] Plotino. I 6, 5, 48-52.
[9] Plotino. Enéada V 1, 1,
p. 49.
[10] Plotino. Enéada II, 4,
16, 21-23.
[11] Plotino. Enéada I 8, 4,
9-12.
[12] Plotino. Enéada I 6, 5,
39-43.