viernes, 26 de julio de 2013

PLOTINO: DE LA FEALDAD DEL ALMA

La investigación de la belleza va paralela a la de lo bueno; la de lo feo, por su parte, a la de lo malo[1]. Por tal razón se hace necesario indagar sobre la fealdad. Lo feo es lo indeterminado y “pertenece a la otra columna”[2].

Con ello puede uno formarse una idea de este no-ser como de una especie sin medida en comparación con la medida, ilimitado en comparación con el límite, informe en comparación con lo conformativo, siempre indigente en comparación con lo autosuficiente, siempre indeterminado, absolutamente inestable, omnipasible, insaciado, penuria absoluta. Y estas características no son accidentales en él, sino que son como su esencia; y así, cualquier parte de él que consideres, también ella es todas esas cosas[3]

Además, “este no-ser es todo lo sensible y cuantas afecciones se dan en lo sensible, o algo posterior a éstas y como accesorio a éstas, o principio de éstas”[4]. La fealdad está relacionada con la maldad. Pues ésta es privación de forma y no existe por sí misma. 

La fealdad del alma consiste en la maldad y en el vicio. “El mal existirá en el sujeto privado de forma; luego no existirá por sí mismo. Si, pues, ha de haber mal en el alma, la privación que hay en ella será el mal y el vicio, y no algo exterior”[5]. El alma entregada máximamente a lo irascible y apetitivo.

La fealdad consiste en el debilitamiento y oscurecimiento del alma. Cuando ésta ya no participa de lo intelectivo. Por otra parte, la fealdad también se da cuando la materia se resiste a dejarse conformar en su totalidad por la forma. “Porque todo lo informe, como que es susceptible por naturaleza de conformación y de forma, si no participa en una razón y en una forma, es feo y queda fuera de la Razón divina. Y ésta es la fealdad absoluta”[6]

La fealdad no es una cualidad ni una entidad positiva, pues en tal caso ésta sería una realidad en el mismo sentido que la belleza. “Al límite, a la medida y a cuantas características son inherentes a la naturaleza divina, son contrarias la limitación, la sin medida, y cuantas otras características posee la naturaleza mala. En consecuencia, los dos conjuntos son contrarios el uno al otro”[7].

Si un cuerpo bello no posee belleza interior, entonces, éste es pura proporción. Por tanto, en sentido plotiniano, no es bello porque carece de un alma bella. Ya que un cuerpo bello puede estar animado por un alma viciosa y mala. La fealdad está en el alma, porque ésta es causa de ella. De allí que la belleza sea una imagen frágil, siempre sometida a la contingencia de lo variable.  

La fealdad del alma proviene de ella misma. En primera instancia, en estar mezclada con lo corporal. Por esta causa ella no es ni “pura ni acendrada, sino inficionada de lo térreo”[8]. En este sentido, la fealdad proviene de elementos que ella misma entraña, como las afecciones corporales, los apetitos y las pasiones que oscurecen la belleza de ésta. 

La causa de la fealdad es el alma, que es causa de su propio movimiento. La fealdad del alma se da por la audacia y el uso insensato de su libertad.

Digamos que el principio del mal es para ellas la audacia, la generación la diferenciación primera y el deseo de ser ella misma. Pues queriendo gozar de su independencia, se sirven del movimiento que ellas poseen para dirigirse al lugar contrario al que ocupa la divinidad. Llegadas a este punto, desconocen ya por completo de dónde provienen y al igual que unos hijos arrancados a sus padres y educados por largo tiempo lejos de ellos, se ignoran verdaderamente a sí mismas e ignoran a quienes les dieron el ser[9]

La fealdad es privación de la forma, por el vicio y la maldad que el alma engendra. La fealdad es inmanente al alma, por cuanto ésta tiene la libertad de entregarse o no a lo irascible y los apetitos más bajos. El alma fea permanece unida a las apetencias más bajas. Por lo cual, se convierte en “penuria de sabiduría, penuria de virtud, de belleza, de fortaleza, de conformación, de forma, de cualidad”[10].

La fealdad del alma radica en la dimensión irascible y apetitiva inferior de ésta, que reducen a ésta a la servidumbre del vicio.

La especie irracional del alma la que es receptora del mal, de sin medida, de exceso y defecto, de los cuales provienen la intemperancia, la cobardía y los vicios restantes del alma, afecciones involuntarias implantadoras de opiniones falsas y de la creencia de que las cosas que rehúye son malas y las que persigue buenas[11]

La fealdad moral participa del vicio, de la ignorancia, de la irresponsabilidad y la injusticia. El alma al perseverar en la fealdad se aleja de la conversión y la belleza. De esta manera se hace

Intemperante e injusta, plagada de apetitos sin cuento, inundada de turbación, sumida en el terror por cobardía y en la envidia por mezquindad y de bajeza, tortuosa de arriba abajo, amiga de placeres no puros, viviendo una vida propia de quien toma por placentera la fealdad de cuanto experimenta a través del cuerpo… viviendo una vida enturbiada por la mezcla de mal y fusionada con muerte en gran cantidad, sin ver ya lo que debe ver un alma y sin que se le permita ya quedarse en sí misma debido a que es arrastrada constantemente hacia lo de afuera, hacia lo de abajo y hacia lo tenebroso. Y porque no está limpia, porque es llevada al retortero atraída por los objetos que inciden en la sensación y porque es mucho lo corporal que lleva entremezclado y mucho lo material con que se junta y que ha asimilado[12]

El alma fea está poseída por el amor venéreo, que la conduce a lo irascible y apetitivo en extremo. Ha perdido la libertad, se encuentra esclava de sí misma. Es una mera sombra, se arrogado sobre sí el muladar del mundo, se ha quitado a sí misma la forma. 


[1] Cfr. Plotino. Enéada I 6, 6, 24-25.
[2] Plotino. Enéada III 5, 1, 21-25. La otra columna, a la cual hace referencia Plotino, es la de los pitagóricos. Al respecto ver Aristóteles Metafísica 986 a 22-26.
[3] Plotino. Enéada I 8, 3, 12-18
[4] Plotino. Enéada I 8, 3, 10-11.
[5] Plotino. Enéada I 8, 11, 4-7.
[6] Plotino. Enéada I 6, 2, 14-15.
[7] Plotino. Enéada I 8, 6, 41-44.
[8] Plotino. I 6, 5, 48-52.
[9] Plotino. Enéada V 1, 1, p. 49.
[10] Plotino. Enéada II, 4, 16, 21-23.
[11] Plotino. Enéada I 8, 4, 9-12.
[12] Plotino. Enéada I 6, 5, 39-43.

domingo, 21 de julio de 2013

METAFÍSICA DE LO BELLO

Todos los hombres tienen y tienden al deseo de lo bello. La belleza causa placer, en primera instancia, a las percepciones de nuestros sentidos, esto es una prueba de que la belleza agrada, no de que ésta sea verdadera. La belleza agrada por sí misma, en cuanto sensible, a la vista y al oído, independiente de su utilidad. Eleva al alma a dimensiones superiores en su propia conformación. 

La belleza de los sentidos arropa los sentidos, puede dar a conocer o velar los objetos, descubre u oculta las diferencias. Puede, por demás, llegar a enmascarar la dimensión intelectiva del alma, cuando la belleza de lo irascible y de lo apetitivo predomina sobre aquella. Por este modo de belleza el alma se arrastra a lo inferior de su dimensión. Más que belleza son placeres venéreos o desenfrenos del alma puesta en lo irascible y apetitivo.

En cambio, la belleza sensible ya de por sí está en la dimensión intelectiva del alma, por ello puede dirigirse a lo superior. En este sentido, en la metafísica de lo bello hacemos el camino de conversión para encontrarnos con lo que es primero. Así pues la conversión es el deseo, que es el movimiento de la cosa que va hacia lo otro, como hacia lo que le falta a sí misma. Esto quiere decir que lo otro, lo que se anhela, está presente en quien lo anhela, y lo está en forma de ausencia.

De otro modo no lo desearía. Pues quien desea ya tiene lo que desea. Se vuelve a él. A lo deseado. El movimiento del deseo hace aparecer al objeto deseo. Pues tiene necesidad del otro para determinarse, para complementarse y hacerse pleno. E allí la ausencia presencia.

La presencia de lo deseado, sobre un fondo de ausencia. Porque lo otro está allí como lo deseado, como lo poseído. De allí que Plotino terminé identificando al Alma con Afrodita, y como compañero de ésta señale a Eros.

DE LA RESPONSABILIDAD DE NUESTROS ACTOS SEGÚN PLOTINO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El hombre es responsable de sus actos, sean éstos voluntarios o involuntarios. De los actos voluntarios no hay dudas acerca de su responsabilidad. Con respecto a los involuntarios, si es arrastrado por causas externas a cometer un acto involuntario es que él no se ha preocupado de ser un hombre esforzado, y allí recae su responsabilidad; por otra parte, si realiza el acto por ignorancia, es porque ha sido indolente consigo mismo. "Sólo el hombre —el hombre malvado—  es digno de reproche, y lo es tal vez con toda razón, porque no es sólo su hechura, sino que posee un principio distinto y libre"[1]

Por ser el alma responsable de sus actos ésta es castigada. Así "cuando delinquen, hallan su castigo en la depravación de sus almas por sus actos de maldad y son degradados a un alma inferior, pues ningún ser ha de escapar jamás a lo prescrito en la ley del universo"[2]. Esto es, actúa la providencia para restituir el principio de orden y armonía del cosmos, de la cual el compuesto doble no puede escapar.

Todo acto del alma, sea cual sea la dimensión con la cual se ha cometido, siempre recae en ella la responsabilidad. "Porque sea que la constitución del sujeto es tal como para sumirlo en una especie de fondo turbio, sea que predominan los apetitos, en todo caso es necesario admitir que la responsabilidad está en dicho sujeto"[3]. Plotino es inapelable al respecto. 

Todo acto del alma está bajo el gobierno de ésta. Y debe estar normativamente gobernado por el alma intelectiva. Esta es la primera responsabilidad de todo hombre.

Pero lo de «involuntariamente» significa que el pecado es involuntario; mas eso no quita que los agentes mismos obren por propia cuenta. Bien al contrario, porque son ellos mismos los que obran, por eso son también ellos mismos los que pecan. Porque si no fueran ellos mismos lo que obran, no pecarían en absoluto[4]

Siempre el alma elige sus acciones, como señala  J. M. Rist: “Nosotros de hecho escogemos tales cosas, engañados por nuestro ambiente o por nuestras pasiones, por pensar que ellas nos traerán bienes”[5].

Todo acto, sea involuntario o voluntario, es acción del alma. De allí que siempre la responsabilidad recae sobre ella. "Un impulso primero y repentino, si se descuida y no se enmienda al  punto, induce a la elección del extravío en que uno ha caído. Sin embargo, el castigo no se hace esperar"[6]

  Para Plotino, el indolente es peor que el malvado. Por cuanto el alma ha sido negligente para consigo misma viviendo descuidadamente. Esta es un alma deficiente.

Los que se malearon hasta aproximarse a los animales irracionales y las fieras arrastran a los medianos y les hacen violencia. Y aunque los medianos son mejores que los que les hacen violencia, sin embargo, son vencidos por los que son peores que ellos precisamente por cuanto ellos mismos son peores, es decir, porque no son buenos ni se prepararon para no salir malparados[7]

Plotino rechaza contundentemente al alma blandengue. Que implora  llorosa y lastimera la protección de los dioses. "Dios no tenía porqué pelear en persona en favor de los no aguerridos, pues la ley manda que hay que salir salvos de las guerras luchando varonilmente, y no rezando. Porque tampoco se recogen cosechas rezando, sino cultivando la tierra, ni se está sano descuidando la salud"[8]. Esta alma una vez que acarrea su propia miseria no puede esperar ayuda de los dioses. Pues quiere que los dioses sean causa de sus actos. 

En el cosmos plotiniano, la salvación por cualquier intervención de Dios está excluida. Como señala J. M. Rist: “Si el hombre no está capacitado para elegir lo correcto sin auxilio adicional de Dios, entonces él no podrá elegir lo correcto para nada"[9]. Por tanto, los hombres no tienen derecho a esperar ayuda de los dioses. 

La libertad no es simplemente el poder de elegir, es ser responsable por los actos que se realizan. Una y otra están indisolublemente unidas. 
             
Las obras malas son secuelas, pero necesarias; las causamos nosotros por nuestra cuenta, no forzados por la providencia, sino sacándolas de nosotros, que las juntamos con las obras de la providencia o derivadas de la providencia... La acción puesta por el disoluto ni es obra de la providencia ni es acorde con la providencia, mientras que la acción puesta por el casto, aunque no es obra puesta por la providencia, pues es puesta por él, sí es acorde con la providencia, porque concuerda con la Razón[10]

Las acciones nobles y rectas están acordes con la providencia. Las malas y disolutas no, éstas merecen castigo. Por esto la vida debe estar dirigida a realizar acciones acordes a la providencia.


[1] Plotino. Enéada III 3, 4, 5-7.
[2] Plotino. Enéada III I 2, 4, 23-26.
[3] Plotino. Enéada III 3, 4, 27-29.
[4] Plotino. Enéada III 2, 10, 8-12.
[5] J. M. Rist, Op. cit., p.135.
[6] Plotino. Enéada III 2, 4, 41-46.
[7] Plotino. Enéada III 2, 8, 12-16.
[8] Plotino. Enéada III 2, 8, 37-40.
[9] J. M. Rist, Op. cit., p. 138.
[10] Plotino. Enéada III 3, 5, 33-49.