jueves, 9 de enero de 2014

EMOCIONES Y RAZONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Las emociones tienen tanto valor para dirigir la conducta de mujeres y hombres como la razón más exacta. Las emociones determinan, junto a la razón, esa partícula de ensueño que se sobrepone a la realidad. Éstas generan un vórtice que conforma una realidad a partir de diversas experiencias cristalizándolas en los moldes para la vida.

            Todo ideal, por ser una creencia, contiene una parte de error y otra de acierto; es una visión de una posibilidad. En muchos aspectos puede ser la coincidencia de muchos individuos tras un mismo afán. Y una manera semejante de sentir y de pensar converge hacia ese ideal común a todos estos individuos.

            Carecer de ideales conduce a esclavizarse a las contingencias de la vida práctica inmediata. Pues los ideales, las aspiraciones conllevan a una transmutación, que no sigue un ritmo uniforme en conformidad con la vida social o individual. Sin ideales el individuo se detiene. La vida recibe calor vivificante a través de los ideales, los deseos, las oportunidades que se anhelan.

            Los hechos han de ser el punto de partida en la consecución de los ideales. La imaginación enciende las aspiraciones sobrepasando continuamente a la experiencia, anticipándose a sus resultados. No obstante, frente a esta fuerza se advierte otra fuerza que obstaculiza las posibilidades de la vida. Tal fuerza contrapuesta son las emociones, que se convierten en una incapacidad de los ideales, de las posibilidades, de las aspiraciones. Me refiero, en particular, a esas emociones, como diría Vallejo, que parecen producto del odio de Dios, que nos encadenan y carcomen cual buitre a Prometeo o nos hacen llevar una vida como la de Sisifo.   

            Tales emociones nos hacen padecer una experiencia sumisa del presente conformada ésta por rutinas, prejuicios, domesticidades asumidas y convertidas en Verdad. En cuya verdad recreamos los cultos del individuo práctico, realista, conforme; sin embargo limitado a las contingencias del presente que renuncia, por estar atrapado en sí mismo, a toda posibilidad.

            El deseo es indispensable para crear; es esa llama que enciende la imaginación y la experiencia hasta convertirla en fuego, en hoguera permanente. Pero el deseo, la imaginación, la creación sólo se da en la libertad; en el despojarse de esas cadenas impuestas y auto-impuestas, más las últimas que las primeras.  Pues al buscar nuestros ideales, nuestras oportunidades nos convertimos en seres inquietos, que todo lo que vive como la vida misma.

            Contra la estabilidad que parece inercia de muerte. Todo impulso creador es inquieto. Ya que el impulso hacia lo mejor sólo puede esperarse de lo que es vivificante, no de lo enmohecidos y moribundo. Sólo el impulso de vida sano e iluminado mira al frente. Nunca los decrépitos prematuramente domesticados por las supersticiones del pasado y del presente son fuente de vida, de creación.

            Sólo hay vida, emoción creadora en aquellos que trabajan con entusiasmo para el presente y el porvenir. Y como dice el poeta Schiller, “voy a presentar la belleza ante un corazón que es capaz de sentir todo su poder y de ponerlo en práctica, ante un corazón que, en una investigación en la que se hace necesario apelar por igual a sentimientos y a principios, tendrá que hacerse cargo de la parte más difícil de mi tarea” (Cartas sobre la educación estética del hombre). Ante la belleza de la vida sólo la libertad vivificante es posible.

            Nada es posible en la tibieza de una vida apagada por el crepúsculo de emociones oscurecidas. En éstos todos los sueños, toda posibilidad, toda oportunidad, todo ideal es algo descarriado. Hay que tomar el fuego que nos regalo Prometeo, el cual abre la exploración de posibilidades futuras basada en indicios presentes. En este que soy ahora y aquí. Sólo así será posible vivir en un afán de mis oportunidades. Pues en mis ideales o sin ellos cifro mi ventura suprema o mi perpetua desdicha.

            Hay que ser exagerados, se necesita serlo. Hay que ser cálido desbordando lo personal sobre lo impersonal. El pensamiento sin deseo es frío, carece de estilo, porque crear una vida de virtud, de belleza se requerimos de nuestro esfuerzo, y éste tiene que ser violento contra la rutina y los prejuicios. La pasión es atributo necesario para que aparezca la vida. Ningún ideal es fútil para quien lo siente. Pues como dijo el Oscuro de Éfeso «ni aun recorriendo todo camino llegarás a encontrar los límites del alma; tan profundo logos tiene».


            Las oportunidades que me constituyen conforman mis verdades, los deseos, las emociones, la razón cooperan en su advenimiento. Mis posibilidades, mis aspiraciones, mis oportunidades se conforman a través de los valores, las creencias de las cuales estoy conformado. En ellos fundamento mi lucha de cada día, por ellos preservo en la vida que he elegido. 

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