lunes, 28 de abril de 2014

DE LA DESVERGÜENZA PÚBLICA E INDIVIDUAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

“La civilidad o la razonabilidad de las que habla Rawls son actitudes características de la ciudadanía, cuya falta debería avergonzar a quienes son incapaces de adquirirlas. Como debería avergonzar el incumplimiento reiterado de las normas de honradez que se presupone en especial en aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas. Que en las democracias liberales prolifere la corrupción y que ninguno de los corruptos se avergüence de serlo ni dé muestras de reconocer sus desvíos pone de relieve que algo falla en tales democracias. Falla el que no se consiga forjar el carácter ciudadano, un fallo que algo debe tener que ver con la desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza o la culpa”.  Victoria Camp    

El pasaje, en cuestión, corresponde al libro “El gobierno de las emociones”[1]. En algunas cosas de esta cita estoy de acuerdo, en otros tengo ciertas discrepancias, a saber:

Primero, “La civilidad o la razonabilidad de las que habla Rawls son actitudes características de la ciudadanía, cuya falta debería avergonzar a quienes son incapaces de adquirirlas”. La ciudadanía es un concepto, y como tal es algo abstracto. La ciudadanía es el conjunto de acciones que acomete el ciudadano, que es un ente público, o sea político, en el sentido de toda práctica social que pertenece a una nación. Entonces, el ciudadano, que es una mujer o un hombre en particular, debe en su práctica socio-política adquirir civilidad o razonabilidad, para que su actuar sea cónsono con los demás ciudadanos. Pues cada ciudadano es una particularidad en una comunidad.

En las condiciones que actualmente nos encontramos la civilidad, o mejor dicho la falta de ésta no avergüenza a nadie, más bien la desvergüenza ciudadana son como medallas de honor que se adquieren en el día a día con mucho honor. Porque cada hombre y cada mujer hace de esta desvergüenza un elogio de méritos, para ganar adeptos y admiradores. Lo que avergüenza es adquirir las actitudes de civilidad, lo contrario enaltece. En la medida que tenga menos civilidad soy más paradigma para la colectiva, soy más ejemplo a seguir. La civilidad de la que habla Rawls me convierte en un pendejo, y todos sus sinónimos y agregados posibles.

Segundo, “Como debería avergonzar el incumplimiento reiterado de las normas de honradez que se presupone en especial en aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas”. A pocas personas avergüenzan «el incumplimiento reiterado de las normas de honradez»; los hombres y las mujeres llegan tarde al trabajo y lo hacen mal sin ningún prurito, para qué voy hacer bien ese maldito trabajo para que el jefe se enriquezca. El estudiante no estudia; el funcionario se cree que el Estado está en la obligación de mantenerlo porque sí. El docente no enseña, menos educa, porque le pagan muy poco; el otro roba porque la sociedad lo obligo a robar, pero todo lo que roba se lo gasta en putas y droga. Cada hombre y cada mujer incumple reiteradamente las normas de honradez, pero «hay cosas más importante que hacer dicen» y lo que «yo hago no daña a nadie».

La excusa de que la honradez «se presupone en especial en aquellas personas que tienen más responsabilidades públicas». Yo no tengo gran responsabilidad social, por tanto mi incumplimiento de la norma de honradez es una nimiedad. Muy diferente es la responsabilidad del diputado, del gobernador, del Presidente de la nación, del dueño de la empresa, del dueño del consorcio, del ingeniero de obra, de la Directora de la escuela; si yo mato a alguien para robarlo, más se perdió en la guerra, dijo.

Y así cada uno va buscando a un superior, para decir que él si debe cumplir con la normas de honradez, ya que él tiene más «responsabilidad pública». La madre y el padre no educan al niño, porque esa vaina es responsabilidad de la escuela, la escuela de la maestra, la maestra del Ministerio, el Ministerio del gobierno central, el gobierno central de la situación mundial, la situación mundial todo se da por la voluntad de Dios. Todo es causal dice alguien por allá, y allí se termina todo en una bella frase que me motiva a seguir en mi incumplimiento de la honradez.

Tercero, “que en las democracias liberales prolifere la corrupción y que ninguno de los corruptos se avergüence de serlo ni dé muestras de reconocer sus desvíos pone de relieve que algo falla en tales democracias”. La democracia sólo es un modo de gobierno más, que desde hace un poco más doscientos años está en boga y se considera el mejor modo de gobierno, es otro asunto. Ni en las democracias, ni en las dictaduras, ni en las monarquías, ni en ningún modo de gobierno nadie se avergüenza se ser corrupto. Más bien es un honor. Ya que puedo tener una mansión, entrar en los mejores clubes y hoteles donde seré bien recibido, tendré muchos amigos que me agasajen.

Por qué alguien se va a sentir avergonzado de ser corrupto si tiene los bienes que todos desean. Lo entrevistan en los medios de televisión, va a grandes fiestas y festejos, hasta le otorgan más de una medalla al mérito. La corrupción me da riqueza, eso es lo que desea la mayoría. Entonces, por qué sentirse avergonzado. El corrupto no se avergüenza de ser corrupto; tampoco se avergüenza de tal el amigo del corrupto, ni la esposa o el esposo, ni la madre, ni el padre, ni el hijo o la hija, ni los vecinos, nadie se avergüenza de él; más bien sienten envidia no haber tenido la oportunidad de estar en ese cargo, público o privado, para ser igual a él. Al paradigma más exaltado de nuestras sociedades. Nadie quiere estar con un honrado, éste no tiene nada que dar. Además, es un fastidioso con ese discurso de la honradez.

Por última, nos dice esta brillante pensadora, “falla el que no se consiga forjar el carácter ciudadano, un fallo que algo debe tener que ver con la desaparición de ciertas emociones sociales como la vergüenza o la culpa”. La vergüenza o la culpa no han desaparecido sino que se han invertido. Siento culpa porque no me robe aquello que estaba a la mano; o siento vergüenza porque no maté a aquel desgraciado para demostrarles a mis compinches que soy un gran criminal o delincuente. Siento vergüenza de no haber podido engañar y hacerle trampa al cliente, al estudiante, al carnicero, a cualquier persona que se me pase por delante.

La desvergüenza en nuestra civilidad, nuestra razonabilidad, es nuestro paradigma social. Ya tenía razón el mostachudo cuando hablaba de la transvalorización de los valores. El carácter ciudadano, consiste en anti-ciudadano. Carecer de culpa, de vergüenza tanto pública como individual. Porque si no tengo vergüenza individual cómo puedo tenerla pública. Y no importa el modo de gobierno en que esté, lo que incumbe es cuál es el paradigma social e individual imperante.



[1] Victoria Camp. El gobierno de las emociones, Editorial Herder, Barcelona, 2011, p. 121.

viernes, 25 de abril de 2014

DEL ESTADO DE PROVECHO A LA EXISTENCIA ESTÉTICA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La experiencia estética de las acciones está relacionada con una parte de nuestro bienestar, ya que ésta forma parte constitutiva de la naturaleza humana. La estética de las acciones siempre es capaz de hacernos sentir todo su poder y de poner en práctica un conjunto de actos que hacen necesario apelar a sentimientos y a principios.

Los individuos pertenecemos a una época así como a un estado de cosas o situaciones, aún cuando alguien desee apartarse de los usos y costumbres del tiempo en que vive siempre está inmerso en éste. Entonces, ¿por qué debemos sentirnos obligados a actuar conforme o disconforme a las necesidades y al gusto del aquí y ahora? La época se pronuncia a favor de la felicidad y el bienestar; no en una dirección hacia una felicidad que abandona el estado de cosas y se eleva por encima de las necesidades.

Ahora bien, aun cuando la felicidad pueda ser hija de la libertad y sólo se deba regir por la necesidad del espíritu, y no por meras exigencias materiales. En nuestro tiempo, por el contrario, impera sobre ella la exigencia de la necesidad, que doblega bajo su yugo la búsqueda envilecida de la felicidad. En este sentido, el estado de provecho es el gran ídolo de nuestros días, al que están sometidas todas las fuerzas y rinden tributo todos los talentos.

El mérito espiritual carece de valor en esta burda balanza y privado de todo estímulo se entrega al ruidoso mercado del siglo. Incluso el anti-espíritu arrebata a la imaginación un territorio tras otro, y las fronteras del ser se estrechan a medida que el provecho amplía sus límites.

El sujeto dirige su mirada pérdida hacia las escenas donde en estos momentos, según parece, se mercadea el destino de los individuos, sólo es una mirada extraviada. El hecho de sólo mirar, delata acaso una indiferencia hacia los modos del espíritu. Este proceso le incumbe de por sí, por su contenido y por sus consecuencias, a todo aquél que se considera un sujeto. Tanto más ha de interesar a aquél que dice pensar por sí mismo.

La mirada extraviada es un asunto que atañe a aquél que es capaz de llegar al punto central de la cuestión y elevarse desde su individualidad a la colectividad; ya que puede considerarse parte interesada de los asuntos cotidianos y verse envuelto, de uno u otro modo, en la búsqueda de alternativas de solución. Así pues, lo que se mercadea no es sólo un asunto particular, sino un asunto colectivo.

En el ámbito de las ideas y las emociones se coincide en las mismas conclusiones cuando se da un espíritu libre de prejuicios, aún a pesar de las grandes diferencias de condición y de la distancia que nos imponen las circunstancias del mundo real. Anteponer la experiencia estética y la libertad al estado de provecho, no creo que haya razón para disculparse por esta inclinación, sino que se justifica por el poder que se vale de los principios humanos.

El estado de provecho no es ajeno al gusto de la época, que se regocija en la búsqueda interminable de sus necesidades. No busco convencer, que para resolver en la experiencia este asunto hay que tomar ante la vida una vía estética; aun cuando a través de la experiencia estética sea un camino a través del cual se pueda alcanzar la libertad del sujeto.

La naturaleza no procede mejor con los individuos que con el resto de las criaturas. El sujeto actúa por sí mismo en cuanto su inteligencia es libre. Esto es justamente lo que lo hace ser sujeto determinado, no permanecer en el estado de la pura de la necesidad. Ya que posee la facultad de hacer y rehacer, por medio de la razón y la emoción, el camino que antes había recorrido en un estado de indeterminación. En esto radica la facultad de transformar la mera necesidad en obra de su libre elección, y de elevar la necesidad física a un acto ético y estético.

El sujeto en su construcción despierta del letargo de la vida sensible, y se reconoce como ser de sí mismo, mira a su alrededor y se encuentra entre lo colectivo. La coacción de las necesidades que lo precipitaron en su entorno mucho antes de que él pudiera elegir libremente, antes que él pudiera implantarse conforme a las leyes de su razón y emoción. Ahora él, en cuanto sujeto ético, no puede conformarse con ese estado de necesidad, en el cual se haya sumergido por determinaciones naturales, ni puede adecuarse pasivamente a ella. Pobre de él si se conforma y sigue viviendo en el estado de provecho.

Con el mismo derecho con que se construye a sí mismo abandona el dominio de la ciega necesidad, se separa de ella en virtud de su libertad. Borra mediante la ética y la experiencia estética el carácter vulgar que la necesidad física. El sujeto recupera así su condición de sujeto; da forma al mundo de sus ideas que le vienen por su experiencia a través de determinaciones emotivo-racional. El sujeto le otorga a su estado actual una finalidad, un propósito que no tenía de modo auténtico en el estado de provecho; y se da a sí mismo el derecho de elección del que entonces no era capaz.


Ahora actúa valiéndose de un discernimiento claro y decide libremente. Cambia el estado de dependencia por un estado independiente y contractual. Por muy sutil que la necesidad del estado de provecho se rodee de una apariencia de respetabilidad, el sujeto la considera como algo inefectivo en su ser y hacer, porque ya las fuerzas ciegas de la necesidad no poseen ninguna autoridad ante su libertad, ni lo harán doblegarse ante ella. Todo se conforma al propósito que en su personalidad el individuo se da a sí mismo. Así nace y se justifica el tránsito del estado de necesidad a un estado ético-estético.

miércoles, 23 de abril de 2014

LAS EMOCIONES COMO PRÁCTICAS DE RELACIONES FUNCIONALES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La búsqueda a través del discurso de las emociones pone de manifiesto las relaciones entre las formaciones discursivas y los dominios no discursivos, esto es, instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y procesos económicos. Estas formaciones y dominios no tienen la finalidad sacar a la luz las continuidades culturales o aislar mecanismos de causalidad, de donde ha surgido ese discurso emotivo.

Ante el conjunto de hechos y enunciados, la búsqueda por el discurso emotivista no se pregunta qué lo ha podido motivar, como es el caso de los contextos de formulación. Tampoco trata de descubrir lo que se expresa en ellos, como es la tarea de una hermenéutica. Intenta, por el contrario, determinar cómo las reglas de formación, de las cuales depende, están ligadas a sistemas no discursivos, trata de definir unas formas específicas de articulación, que caracterizan la positividad a que pertenece este discurso. Por ejemplo, como señala Foucault de la medicina clínica, cuya instauración a fines del siglo XVIII es paralela a ciertos acontecimientos políticos, fenómenos económicos y cambios institucionales.

Entre los hechos y la organización de un discurso emotivo hay, de un modo intuitivo, que sospechar de la existencia de unas relaciones. Un análisis simbólico, tal vez, vería en la organización del discurso emocional, y en los procesos históricos que le son afines, dos expresiones que se reflejan y se simbolizan la una en la otra, las cuales se sirven recíprocamente de espejo, y cuyas significaciones se hallan encarceladas en un juego indefinido de perdones, esto es, dos expresiones que no expresan lo que le es común.

Así, las ideas emotivistas de solidaridad orgánica, de cohesión funcional, de comunicación entretejida hacia la felicidad corresponderían —para reflejarse y mirarse en ellas— a una práctica política, social, económica que descubre, bajo estratificaciones primarias, relaciones funcionales, solidaridades económicas, en una sociedad cuyas dependencias y reciprocidades deben asegurar en la forma de una colectividad, esto es, de una analogía de la vida. Se da, de este modo, el abandono de las participaciones humanas en provecho de las interacciones emocionales, como constitutivas de pactos sociales particulares.

Un análisis causal, por el contrario, consiste en buscar en qué medida los cambios políticos, sociales y los procesos económicos pueden determinar la conciencia de los horizontes de sentidos y la dirección de sus intereses. Así mismo busca el sistema de valores, la manera de percibir aquí y ahora las cosas, el estilo de la emocionalidad y la racionalidad.

En una época de alta tecnología y de altos contrastes sociales se comienza a hacer el recuento de las necesidades emocionales. De allí que las emociones adquieran una dimensión social, política y económica: el mantenimiento de la salud emocional, la curación, la asistencia a la dimensión espiritual, la investigación de las causas y de los focos patógenos de la emocionalidad se convierten en una obligación colectiva, tanto de lo privado como del Estado.

 Tal obligación y preocupación asume, por una parte, este asunto como un proceso de producción, por otra, de vigilar. De ahí surge, la valorización de las emociones como instrumento de trabajo, el designio de institucionalizar las emociones según el modelo de otras prácticas productivas; los esfuerzos por mantener el nivel de salud emocional de la población, el cuidado concedido a la terapéutica emotiva, el mantenimiento de los afectos, el registro de estos fenómenos como un proceso de larga consecución.

El campo de relaciones emotivas se caracteriza por una formación discursiva, lugar en el cual se simbolizan los efectos que pueden ser percibidos, situados y determinados. En este sentido, la búsqueda confronta el discurso emocional con ciertas prácticas, para descubrir unas relaciones menos inmediatas que la expresión denotativa y connotativa; no obstante, mucho más directas que las causalidad reveladas por la conciencia de los sujetos parlantes. Se busca mostrar cómo y con qué título forma la práctica social, política y económica la parte de las condiciones de emergencia, de inserción y de funcionamiento del discurso emotivo.

Estas relaciones pueden ser asignadas en varios niveles. En primer lugar, al del recorte y al de la delimitación del objeto emocional; esto quiere decir, que las prácticas funcionales  han abierto nuevos campos de localización de los objetos emocionales —campos que están constituidos por la población administrativamente enmarcada y vigilada, estimada de acuerdo con ciertas normas de vida y de salud, analizada de acuerdo con formas de registro documental y estadístico— en función de las necesidades de la época que vivimos y de la situación recíproca de las aglomeraciones sociales. 

Las relaciones de las prácticas funcionales con el discurso emotivista se la ve aparecer en el estatuto dado al curador, quien se convierte en la forma de relación institucional que el sanador tiene en el paciente emocional colectivo y con su clientela privada; esto en las modalidades de enseñanza y de difusión que están prescritas o autorizadas para el saber emocional.


Es posible percibir esta relación en la función que se concede al discurso emocional o en el papel que se requiere de él: cuando se trata de deliberar con los individuos, de tomar decisiones, de establecer las normas en una sociedad; de traducir, para resolverlos o para enmascararlos, conflictos de otro orden, de dar modelos de tipo natural a los análisis de la sociedad y a las prácticas que en ésta le conciernen a los individuos.

martes, 22 de abril de 2014

LA POSIBILIDAD O IMPOSIBILIDAD DE MI SER Y HACER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La posibilidad de iniciar mis relaciones a través del conocimiento de mí mismo me abre a la potencialidad de mí conciencia. El conocimiento de uno mismo es camino laborioso y, en la mayoría de los casos, lento; pues no se puede hacer de un rato para otro; lleva tiempo y dedicación este conocimiento que, además, involucra necesaria a los otros. El conocimiento propio desarrolla necesaria la conciencia que tengo de mí y del entorno en el cual me desenvuelvo.

Aprendo a conocer mis atributos, actitudes, virtudes esenciales y todas las modificaciones que a través de éstas experimento. Asimismo tengo conocimiento de lo que para mí es bueno y malo; pero lo que es para mí, no lo que es para otros. En suma, desarrollo un conocimiento reflexivo sobre mí mismo y de las cosas del mundo, de las circunstancias que me atañen y que le atañen al otro. Tengo acceso el propio sujeto que soy y quiero ser.

A través del conocimiento de este sujeto que soy y que quiero ser, me hago un  individuo activo; pues el deseo hace su aparición en el sujeto que quiere, en el conocerme se da un proceso de reflexión-querer que me impulsa a buscar realizar mi deseo, a elegir respuestas, a desarrollar habilidades, e irremediablemente establezco una responsabilidad para conmigo mismo. Me hago responsable de lo que soy y lo que quiero ser.

En este conocimiento y deseo aumento de la eficacia de saberme y saber del otro. Puedo determinar el rumbo de mis acciones, ya que soy consciente de ser la fuerza creativa de mi propia vida. Soy constructor de las condiciones y del condicionamiento de las cosas que hago. Puedo elegir mis respuestas ante cualquier situación y ante cualquier persona, y este ser capaz de elegir es el fundamento de mi libertad, que posibilita el conjunto de mis oportunidades para lograr mi progreso y mi bienestar. Me planteo avanzar a través de un continuum creativo.
           
Por el contrario, si evado este conocimiento de mí y, más aún, mi responsabilidad me realizo como una persona ineficaz, transfiere mi responsabilidad a otros, a quienes culpo por los acontecimientos que puedo padecer y no llego a realizar, o culpo al entorno, o a cualquier cosa o persona de allá afuera. De modo que es otro el responsable de los resultados que obtengo. Entonces a ese otro a quien yo culpo le atribuyo el poder sobre las acciones de mi vida, pongo mi vida en él. Ya no soy yo, soy él. Pues, él tiene poder sobre mis actos. Luego construyo evidencias que apoyan mi afirmación de que es el otro el culpable de mis actos.

Si estoy construyendo el conocimiento de mí mismo, la posibilidad de ser lo que quiero ser, mi imaginación de despliega. Y en este ensanchar mi horizontes me planteo metas, logros, objetivos que deseo alcanzar. Pues no basta el mero impulso del querer, del desear. Me tengo que plantear lo que quiero alcanzar. Bosquejo, entonces, en mi imaginación lo que voy a ser y hacer en el tiempo. Determino el talento y las herramientas con los cuales voy trabajar, yo lo decido, no lo decide otro. Soy útil en mi hacer y en mi ser.

En este ser lleno de posibilidades, de metas está siempre la sensación y percepción de esperanza y propósito. Pues busco crear mi futuro, lo imagino cómo será. Porque para ser eficaz debo concebirme como el timonel de todo aquello que imagino, que planeo y pongo en práctica. Y para ello ejercito tanto mi reflexión como mi creatividad.

En caso contrario, si mantengo y me mantengo en la sensación de la inutilidad de mis metas, de mis propósitos y del esfuerzo por mejorar. Soy un inútil. Soy una víctima por completo; soy, pues así me concibo el producto de lo que antes me ha pasado y me pasa en el presente, y me pasará en el futuro. Me concibo como un ser inefectivo respecto a cualquier cosa, comenzando por mí mismo. Vago sin rumbo por la vida, y particularmente por la vida de otros, esperando que las cosas acaben de algún modo, que el entorno me sea favorable, para de esta forma poder asegurarme que todo es inútil.

Si soy un sujeto reflexivo, creativo, eficaz estoy asociado a la fuerza de mi voluntad. En ésta me asiento, es mi pilar. Con el poder de mi voluntad dirijo una vida disciplinada, que concentra en las actividades vitales, en las actividades importantes. Con mi voluntad construyo una vida potenciada e influyente. Dejo de ser una víctima y me convierto en un ser creativo, abandono la condición de inutilidad y me afirmo en la esperanza y la firmeza. El poder de mi voluntad es lo que soy.

 En el otro extremo, está la vida ineficaz e inconsistente, la vida indecisa y lleva por otros; la vida que elude sus responsabilidades y adopta la vía del menor esfuerzo. No tiene iniciativa y no puede tenerla, pues carece de fuerza de voluntad. Es, a lo sumo, una especie de marioneta, otros son los que mueven los hilos por los que se mueve. Y estos otros son los culpables de que su vida sea como es.  

Al ser un sujeto activo, creativo, la fuerza de mi voluntad niega el egoísmo y me asocio a una concepción de la abundancia. Como sujeto que me sé a mí mismo soy un manantial, piense y me concibo en una relación yo gano y tú ganas, hay para ti y para mí, esta es la posibilidad y oportunidad de la abundancia. Porque, en primer lugar, soy un sujeto creativo y la creatividad no puede ser mezquina, sería una contradicción. Por otra parte, el poder de mi voluntad me hace ser un sujeto seguro de mí mismo, en otro caso no sería un poder; y éste me permite ofrecer y dar, abrir la oportunidad a la abundancia. Una voluntad mezquina no es un poder, sólo será una voluntad.      

lunes, 21 de abril de 2014

DE MIS RELACIONES CONFUSAS A MIS RELACIONES CREATIVAS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Al establecer mi vida en función de un conjunto de relación abiertas con los otros doy cabida a una comunicación sincera con los demás; comunicación que se da en situaciones que, en muchos casos, parece antagónica.  Al establecer relaciones sinceras es porque, en primera instancia, me reconozco a mí y al otro como persona, entonces aprendo a separar a la gente del problema. Asunto éste que conlleva a muchos equívocos en las relaciones personales, vecinales, organizacionales o empresariales.

En la inseguridad o confusión que tengo de mí mismo planteo de manera confusa mi relación con los otros; de allí que si no tengo una relación franca conmigo mismo ¿cómo puedo tenerla con los otros? Un caso particular de relaciones maltrechas es confundir el problema con la persona. Pues, en muchos casos, al establecer una discusión se termina personalizando la disputa, como si el asunto que se trata es la persona y no el problema. Esto es muy común. Lo cual genera discordias que surgen basadas en la confusión de ambos asuntos. La persona es una cosa, el problema es otro. Eso debe estar claro al momento de discutir una cuestión.    

Este tipo de confusión se concentra en los intereses del otro y en la lucha de las posiciones de cada quien. Pero nunca en el problema, que es el centro de la cuestión. Se confunden aspectos psicológicos con aspectos lingüísticos; aspectos personales con aspectos profesionales. Se da preeminencia a lo personal que a lo temático. Y esto no es gratis que ocurra, se debe a la confusión que tengo de mí persona y de mis relaciones. El asunto de tal desorden no está en el ambiente, está en mí ser como sujeto.

     Individualizo  y personalizo cada asunto. En mí desconcierto no sé distinguir cada elemento y, muchos menos, colocarlo en su lugar correspondiente. Creo que el mundo está contra mí; soy una víctima, pues así me concibo a mí mismo. Por tanto, mis relaciones siempre son victimizadas, en ellas busco un verdugo a quien culpar; convierto a la persona en el problema, y tal persona está contra mí. Busco en el exterior lo que, en cambio, está en mi ser; en lo que soy. Por lo cual, lo que debo cambiar, en primer lugar, es mi ser; la concepción de mi ser. Y a partir de este cambio reflexivo, no operativo, el mundo se me mostrará de otra manera. Tal vez más claro y distinto. Por lo que sabré estar en un lugar, y no en cualquier lugar.          

En este conocerme y reconocerme en mi yo se generan nuevos tipos de relaciones, para conmigo mismo y los otros. Mis relaciones se convierten, entonces, en parte de un proceso creativo. En el cual me sé a mí mismo, sé el lugar que ocupo, mis potencialidades; asimismo mis relaciones con los otros se hacen transparentes y abiertas, ya no soy la víctima. Soy, en este caso, una alternativa a la solución de problemas. Puesto que en mi proceso creativo aprendo a distinguir con claridad el problema de la persona, y esto abre otra dimensión en la discusión y toma de decisiones.  

Al ser parte de un proceso creativo accedo junto con otros a soluciones cooperativas. Soy parte de la solución, no un generador de problemas. No individualizo ni personalizo problemas, ahora estoy abierto a plantear alternativas de solución posibles. El espectro comunicativo se abre igualmente, soy tanto emisor como receptor; y los ruidos en el medio se minimizan o se dejan de lado. Ya que éstos no son parte inmanente del problema que se plantea. El problema se distingue y precisa con claridad. La persona es la persona, y el problema es el problema. Es sencillo decirlo, pero en la práctica diaria la confusión es avasalladora.     
           
Al integrar relaciones creativas me convierto en un sujeto activo, propongo alternativas discutibles a las propuestas originales, sin ánimo de bloquear el proceso de discusión sino como aportes reales a soluciones posibles. Son discutibles porque está abierta la posibilidad de que el otro tenga la razón, como dice Gadamer. Interpreto visualizaciones, hago planteamientos, pongo, como se dice, las cartas sobre la mesa, no me guardo ninguna bajo la manga. Pues, soy parte de la solución, no un problema.      

 En este surgir de relaciones creativas establezco soluciones de compromiso conmigo y con los otros, y no puede ser de otro modo; ya que estoy dado a generar alternativas de cooperativas, en las que cada parte cede reflexivamente un poco y gana mucho. En esto consiste el trabajo en equipo, donde la discusión se centra en el problema; en particular, en la búsqueda de alternativas de solución al problema. No se queda en derredor del problema, pues en este caso no hay búsqueda creativa, sino mera elaboración de argumentos explicativos.   

Al conocerme a mí mismo y el conjunto de mis relaciones ejercito la renovación de mi ser, y con los otros que me constituyen en este mundo. Despliego mi persona a través de mi dimensión física, cognitiva y emocional. Me educo como una totalidad integrada, y me ofrezco a los otros en una relación entre iguales.

En este conocerme y reconocerme doy cabida al conocimiento de mí mismo; desarrollo mi imaginación y mi conciencia; mi fuerza de voluntad se hace parte inmanente de mí ser. Asimismo, al ser sincero conmigo y los otros me abre a una mentalidad de abundancia; de valentía y respeto para conmigo y los otros. 


Me convierto en un ser creativo, mis relaciones dejan de ser confusas para convertirse en relaciones creadoras. Me asumo como la renovación de mí mismo en la mediación con los otros. Soy, entonces, parte en la búsqueda de soluciones posibles, soy ente generador de soluciones cognitivas-afectivas.  

lunes, 14 de abril de 2014

MI DISPOSICIÓN ANTE MI VIDA Y LA DE LOS OTROS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La disposición abierta y favorable ante las circunstancias de la vida hace que uno irradie energía optimista. Mi semblante se vuelve alegre y placentero. Desarrollo una actitud y una disposición de buen ánimo ante los acontecimientos que se me presentan. Muestro un espíritu entusiasta, esperanzado y confiado en mí mismo y los otros.

Al disponer de una actitud efectiva y afectiva atraigo y magnifico mis campos de energía favorable, y no sólo mis campos sino la de los otros también. Por el contrario, cuando en nuestra vida entramos en contacto con fuentes de energías desfavorables éstas tienden a neutralizar nuestra buena actitud. En ciertas ocasiones, simplemente, es necesario apartarse de esa órbita desfavorable.

Por lo cual, me es necesario ser consciente de los efectos de mi propia energía, sea favorable o desfavorable, y además comprender cómo irradiarla y dirigirla a mis actos y a las otras personas. En el proceso de mejorar mis relaciones conmigo mismo y con los otros debo ir convirtiéndome en un pacificador y un armonizador de toda aquella energía destructiva que yo pueda generar, debo desactivar y revertir toda energía destructiva; convertirla en energía propicia a mis actos y relaciones.

En el avance y consecución, esto es, en la conversión hacia un sujeto de actitudes y acciones optimistas comienzo a creer en los otros. Esto es incito a tal proceso de transformación. Pues una conversión de mi actitud me proyecta hacia los otros. Ya que al fundar mi vida en argumentos reflexionados no reacciono como un juez ante las conductas desaprobatorias, o ante las críticas o las debilidades humanas. Pues ya no me concibo juez de nadie.  
           
Descubro que mis debilidades y las ajenas son parte de la vida de cada uno. Soy consciente de que esas debilidades existen y nos constituyen. No obstante, considero que la conducta y la potencialidad de cada uno son dos cosas distintas. Creo en la potencialidad imperceptible de todos los demás y de mi mismo. Y hacia ésta dirijo mis reflexiones, esfuerzos, mis acciones y actitudes.

En estas reflexiones me planteo el propósito de buscar construir una vida de forma equilibrada. Me mantengo atento al curso de los acontecimientos y las circunstancias, soy en este hacer intelectualmente activo, y me intereso por diversas cuestiones. Observo y aprendo. Estoy atento al mundo, voy abandonando la indiferencia propia de la ignorancia.  Disfruto del mundo, de las personas, de mí mismo. En este sujeto que voy siendo, porque siempre estaré construyéndome, tengo un concepto sano y una visión honesta de mí mismos.

Distingo mi propio valor y el de los otros. Que se pone de manifiesto en mi valentía y mi integridad. No ostento la necesidad fatua de alardear, de ostentar y mostrar un poderío, que se basan más en debilidades que en fortalezas. Me comunico de manera franca, simple y directa conmigo mismo y los otros. No manipulan a nadie, pues sería un falso con mi conciencia.

En este proceso cognitivo-emotivo despliego el sentido de lo que es adecuado. Ahora la vida la pienso y siento como un continuo construir de mí ser; de prioridades propias y no ajenas; de jerarquías que yo determino. Pues poseo el poder de discernir, de percibir las similitudes y diferencias de cada situación en las que me encuentro.

En este ser que soy recibo con mesura tanto los triunfos como los errores, pues ambos son partes inherentes a mi proyecto de vida. Percibo el éxito y la posibilidad del fracaso, y en ambos trabajos para ser mejor cada día. En cuanto al único fracaso real que puedo tener es el no aprender la experiencia que cada traspié me da y los beneficios que aporta a mí ser.

La vida ahora es una aventura de aprendizaje constante, por ello la disfruto. Soy un ser constituido por mi interioridad y mi exterioridad. Mi seguridad emana de mí ser interior, no me es impuesta desde afuera. No tengo necesidad de clasificarlo y determinarlo todo, para darme una sensación de certeza y predictibilidad. Ahora reflexiono, no juzgo.

La confianza en mí mismo se funda en mi propio hacer, en mi propia iniciativa. Soy la amplitud de mis recursos, de mi creatividad, de la fuerza de mi voluntad; soy mi valentía y mi resistencia. Y por esto mismo descubro que los otros cada vez más parte de mí ser, que se encuentran en él; que son sujetos interesados en las personas. Hago preguntas y me siento interesados por los otros.

Cuando escucho lo hago con todos mis sentidos. Aprendo de la gente. No etiqueto sus éxitos ni sus fracasos. No considero a nadie ni superior ni inferior. Al no juzgar, uno de mis fundamentos es la flexibilidad reflexiva o de pensamiento. Me convierto en un sujeto sinérgico, cooperativo en el que las partes se suman en el todo.
           

Al basar mis acciones en principios cooperativos soy un sujeto activo de cambios. De este modo, mejoran las situaciones en las que intervengo; pues me convierto en un ser productivo para mí y los demás; ya que aporto novedad y creatividad, pues al participar en equipos desarrollo fortalezas y energía favorables al creer en mis capacidades y en la de los otros.

viernes, 11 de abril de 2014

DE LA CONFIANZA DE MI MISMO A LA CONFIANZA DEL OTRO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando en nuestra vida determinamos nuestros propósitos y principios, en ese momento, reconocemos que una forma eficaz de tratar a las personas es hacerlo de la misma forma como queremos ellas nos traten a nosotros, esto es, como un reino en sí ha dicho el filósofo de Königsberg.

En este en reino en sí, individuos, empresas u organizaciones, disfrutan de seguridad, guía, sabiduría y poder. Por tanto, la fortaleza que se genera de y en uno mismo proviene de comprender cuáles los principios y la práctica que de mi vida quiero llevar a cabo.  Si la práctica de mi vivir es mi qué hacer, mis aplicaciones y mis circunstancias concretas en un mundo de acciones prácticas. La comprehensión necesaria de mis principios, valores, objetivos  son el por qué de los elementos sobre los cuales construyo mis aplicaciones o prácticas de vida.

Cuando vivimos a través de prácticas sin principios tendemos a depender de otros para obtener un ulterior reconocimiento, una instrucción, una orientación que no se genera en nosotros mismos, sino que nos viene de afuera. El desafío personal consiste en ser, entonces, una brújula propia, en ser un modelo de mí mismo, y no un crítico destructivo de mí y de los otros. Por el contrario, ser un edificador.

Otro aspecto que nos da una vida sin reflexión propia es que nos convertimos es seguidores de los enfoques instantáneos, inmediatos, de las fórmulas banales del desarrollo personal. Por el contrario, una vida reflexiva nos lleva a aumentar nuestra fortaleza cognitiva-emocional para analizar y romper con un pasado que nos puede estar atando a unas posibles pseudoverdades, a impulsarnos y sobrepasar viejos hábitos, cambiar paradigmas caducos o erróneos. Una vida reflexionada nos permite alcanzar grandeza y eficacia personal e  interpersonal.

Pues al ser sujetos independientes nos conformamos en una interdependencia real y eficaz con las otras personas. Para ello debemos desarrollar nuestra empatía y nuestra cooperación, ya que mis esfuerzos estarán centrados en ser proactivo y productivo en correlación con los otros.

Para llevar a cabo este desarrollo personal debo, en primera instancia, establecer una relación sincera y abierta conmigo mismo. Lo cual generará un nivel de confianza en mí mismo, que se proyectará en mis relaciones personales. La confianza se basa, en primer lugar, en el reconocimiento de uno mismo; de esta se genera el carácter de lo que uno es como sujeto, se desarrolla y establece la capacidad que uno tiene para emprender o hacer algo.

Si uno tiene confianza en su carácter pero no en su capacidad, no confiará en sí mismo. Los otros, en el ámbito laboral, tampoco confiaran. Muchas veces perdemos gradualmente nuestra confianza personal y profesional, y caemos en la rutina hasta convertirnos en sujetos obsoletos para nosotros mismos, y para los otros.

Por otra parte, si nos pensamos como carentes de carácter y de capacidad no nos consideraremos digno de confianza, ni demostraremos demasiada sabiduría en nuestras opciones y decisiones. De allí que debemos lograr progresos relevantes y significativos en nuestro ser y hacer personal-profesional, para que de esta manera ser dignos de confianza en nosotros mismos y en los otros.

El despliegue y desarrollo de la confianza personal conlleva al tránsito hacia la confianza interpersonal. Pues una se basa en la otra. La confianza personal es el cimiento de la confianza interpersonal. La confianza puesta en el otro abre posibilidades emocionales sinceras entre, por lo menos, dos personas; lo cual les permite a ambos establecer, como dice Covey, un acuerdo yo gano-tú ganas en un proceso de cooperación.

Cuando dos personas confían mutuamente entre sí disfrutan de una comunicación sincera, de identificación mental y afectiva, de cooperación y se establece una interdependencia productiva. Ambas equilibran sus potencialidades y fortalezas. De este modo, se formulan y cumplen compromisos mutuos que hacen crecer la seguridad de cada uno, al mejorar solidariamente las habilidades  propias en la construcción de relaciones de confianza.

En la búsqueda del mejoramiento personal, el sujeto reflexivo se educa no sólo en y por sus propias experiencias. Atiende al mundo, lee, se capacita, toma clases, escucha a los demás, aprende a través de sus sentidos y la razón. En el proceso de aprendizaje la curiosidad es importante, pues ésta lleva a formular preguntas constantemente. En el aprendizaje se amplían competencia, se desarrollan nuevas habilidades o habilidades que estaban latentes; se abre la capacidad de formular y hacer cosas. Se crean nuevos intereses. Asimismo, se aprende a efectuar y cumplir promesas, a cumplir compromisos. A desarrollar la confianza.


Esta confianza en mí mismo y en el otro se construye a partir de principios firmes, aunque no absolutos; se considera la vida como un hacer constante, como fuente nutritiva en la cual se está dispuesto y preparado para atenderse a sí mismo y al otro. Pues se desarrolla el sentido de responsabilidad, de colaboración, de atención al mundo.

miércoles, 9 de abril de 2014

LA FORMACIÓN DEL DISCURSO EMOTIVO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Las formación de las emociones, cualquiera que sea su generalidad, no es sólo el resultado de operaciones efectuadas por los individuos en el espesor de los hábitos colectivos; no constituyen el esquema descarnado de todo un trabajo oscuro, a través del cual las emociones afloran a través de las ilusiones, de los prejuicios, los errares y las tradiciones depositadas en la historia.

El campo emocional deja aparecer las regularidades y compulsiones discursivas que hacen posible la multiplicidad heterogénea de éstas, más allá de la abundancia de las creencias, de las representaciones a las que nos acostumbramos a dirigirnos cuando hacemos la historia de nuestras ideas y emociones.

En cuanto al análisis y exposición de las emociones entran en relación los diferentes dominios discursivos, algunas veces de una manera titubeante sin control metódico suficiente; ya que se trata de describir e interpretar la formación discursiva en todas sus dimensiones, y de acuerdo con sus características propias. En muchos casos, se intenta definir las reglas de formación de las emociones, de las modalidades enunciativas, de los conceptos, y de las elecciones cognitivas-emotivas.

El análisis de las formaciones emotivas se opone a muchas descripciones habituales. Pues se tiene la costumbre de considerar que los discursos y la ordenación emotiva no son otra cosa que el resultado de una elaboración largo tiempo sinuosa, en la que están en juego la lengua y el pensamiento, la experiencia empírica y las categorías, lo vivido y las necesidades ideales, la contingencia de los acontecimientos y el juego de las compulsiones formales de cada sujeto.

Detrás de la fachada visible del sistema de emociones se supone, por una parte, la rica incertidumbre del desorden; por otra, bajo la tenue superficie del discurso se presume toda una masa de un devenir en parte silencioso, un conjunto pre-sistemático que no está en relación con el orden del sistema; ya que proviene de un esencial mutismo. En este aspecto, el discurso emotivo se producirá en un conjunto complejo de reservas.

El discurso emocional brota a través de formulaciones manifiestas, que se esconden bajo lo que aparece y que secretamente se desdoblan; cada discurso oculta el poder de decir lo que dice, envuelve así una pluralidad de sentidos. En esta exuberancia de significados quiere establecer relación con un significante único, el sujeto objeto de emociones. El discurso vuelve aparecer como plenitud y riqueza indefinida.

Cada emoción tomada en consideración es admitida como la expresión de una totalidad a la que pertenece y la rebasa. De este modo, se sustituye la diversidad de las cosas dichas por una especie de gran texto homogéneo, no articulado hasta el momento; por medio del cual se va exponiendo lo que los sujetos han querido sentir. No sólo en sus palabras y textos, en sus discursos y escritos; sino en las instituciones, en las prácticas, las técnicas y los objetos que producen.

La connotación emotiva es una manera de reaccionar a lo enunciativo, de compensar la multiplicación del sentido; una manera de hablar a partir de ella y a pesar de ella. El tiempo de las emociones no es la traducción del tiempo oscuro del pensamiento. Es su aparente claridad que deslumbra.

Describir un conjunto de emociones o una formación emotiva, no con la intención de encontrar en ellas el momento del origen, sino de querer encontrar en éstas las formas específicas de una acumulación. Tal descripción no pone al día una interpretación, no descubre un fundamento, ni libera actos constituyentes, sino que ésta consiste en establecer una positividad. Trata de determinar el tipo o forma de positividad de un discurso, que lo caracteriza.

El análisis de las emociones individualiza y describe unas formaciones emotivas en una historia específica, no en una verdad. Busca compararlas y oponerlas unas a otras en la simultaneidad en que se presentan; distinguirlas de las que no tienen el mismo espacio-tiempo, ponerlas en relación con las prácticas discursivas y no discursivas que las rodean y les sirven de fundamento general.

El estudio se ejerce por medio de una multiplicidad de registros emotivos que recorren intersticios y desviaciones; que busca los dominios en donde las unidades se yuxtaponen, se separan, donde se fijan sus aristas, se enfrentan y establecen entre ellas espacios en blanco.


En este caso, la búsqueda se dirige a un tipo singular de discurso —el de las emociones—para establecer comparaciones entre sus límites cronológicos; asimismo busca describir y analizar un campo institucional en el cual éstas se fijan. Un conjunto de acontecimientos, de prácticas, un encadenamiento de procesos en los que figuran oscilaciones de diferentes niveles en los cuales tales emociones se van insertando paulatinamente de manera natural. Y también por una especie de aproximación lateral, que pone en funcionamiento varias positividades distintas, cuyos estados afines determinan y confrontan con otros tipos de discursos, del cual han tomado su lugar en una época determinada.