viernes, 28 de junio de 2013

LO SUBLIME AHORA: LA INTERPRETACIÓN ICONOGRÁFICA

Eugenio Trías en Lo bello y lo siniestro[1] realiza un análisis iconográfico del Nacimiento de Venus y La Primavera de Botticelli. Botticelli, en el Nacimiento de Venus,  representa pictóricamente el mito del nacimiento de Afrodita.

            El mito en cuestión ha sido narrado por Hesíodo en la Teogonía. Según el mito, Cronos castra, instado por Gea su madre, a Urano, quien es su padre; y lanza al mar los genitales del dios, de cuya carne inmortal brota una blanca espuma de la cual nace Afrodita[2].

Sostiene Trias que el fundamento arcano del Nacimiento de Venus es lo siniestro, que se oculta bajo el agua seminal de la que nace Afrodita, esto es, la mutilación de Urano. Lo cual otorga a la obra de Botticelli un carácter sublime.

Señala que la “belleza primera se representa desnuda, sin velos, en escenario elemental —mar y cielo abierto— surgiendo de la Unidad, como primera y originaria manifestación de lo inefable”[3]. Damascio (siglo VI d. C.) es quien hace uso del término inefable, que escinde la experiencia de lo Uno en dos realidades; por un lado, la experiencia de lo puro racional; por el otro, la experiencia de lo puro irracional. De este modo, Damascio coloca un trasfondo a lo real que designa con el término de lo inefable[4].

La Afrodita celestial, hija de Urano, es “el primer velo, un paradójico que en cierto modo es revelación pura, presencia sin reverso y sin secreto, pura patencia; pero que en otro sentido es recubrimiento de algo tenebroso, abismal, y como veremos siniestro”[5]. Oculta el acto cometido por Cronos, la castración de Urano. Oculta lo no representable.

Está omitida la revelación siniestra del acto inaugural precedente al que remite y en el que se fundamenta la presencia entrevista de la belleza: ésta es revelación fugitiva, instantánea, suspendida y sorprendida por un instante ante nuestros ojos atónitos, de algo resplandeciente que tiene por soporte un fondo terrible y tenebroso… Lo bello es ese comienzo de lo terrible que los humanos podemos todavía soportar. Lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto y secreto, se ha revelado, se ha hecho presente ante nuestros ojos[6]


El ocultamiento no permite que aparezca lo impresentable, es la presencia-ausencia del contenido; no obstante, ofrece al espectador un motivo solaz y placer. El nacimiento de Afrodita muestra lo impresentable en la presentación misma; aquello que niega el solaz de la forma adecuada.

Sólo el consenso de un buen gusto hace posible compartir lo inaprehensible, aquello que busca nuevas presentaciones para impartir un nuevo sentido de lo impresentable. El parricidio “esa crueldad y ese carácter siniestro sirven a los neoplatónicos florentinos para alegorizar el pasaje de la Unidad primera a la primera hipóstasis… El paso de lo Uno a la originaria división y escisión es pensado profundamente, como catástrofe y cataclismo y se echa mano para describirlo simbólicamente de las mitologías más terribles”[7].

            Lo siniestro inhibe todo razonamiento por una fuerza irresistible y arrebatadora. Las pasiones que provoca en el alma son poderosas, tanto que el alma parece quedar suspendida, paralizada, horrorizada. Todo aquello que provoque temor es algo sublime; ya que el principio dominante en lo sublime es el terror.

            Para Lyotard, esta contradicción del sentimiento sublime es el conflicto que se presenta entre las facultades del sujeto, la facultad de concebir una cosa y la facultad de presentar una cosa , tal vez, de no poder representar lo que se concibe, pues lo sublime contiene la imposibilidad de no poder ser representado. 

            Lo sublime descubre el poder de sobreponerse a las limitaciones de las facultades receptivas, y encuentra algún tipo de placer allí donde la integridad física está en juego. De esto resulta un tipo de placer asociado al displacer. Los sentimientos y las emociones se desplazan desde lo frecuentado a lo estético. Lo que suscita lo sublime es un placer que proviene de un pesar; la pena y la angustia son condiciones necesarias para lo sublime.

Aun cuando la estética moderna es una estética de lo sublime; permite que aparezca lo impresentable únicamente como falta de contenido; pero la forma debido a su coherencia identificable continúa ofreciendo al espectador un motivo de solaz o placer.

            El sentimiento de lo sublime soporta, a la vez,  la dualidad entre el placer y la necesidad. El placer, en lo sublime, es provocado por la percepción de ese peligro que soporta a la destrucción de sí mismo. Peligro que es terror y dolor, que en su ocultamiento se muestra presente sin poder llegar a ser expresado.

            Barnett Newman en su obra Vir Heroicus Sublimis no violenta la naturaleza para mostrarla poderosa, grandiosa, colosal. No violenta el espacio. Newman en el ensayo "The sublime is now", señala:

Con mi pintura busco que el cuadro de al hombre una impresión de lugar: que sepa que está ahí y que, por lo tanto, sea consciente de sí mismo. En este sentido, ya se relacionaba conmigo mientras yo realizaba el cuadro, porque en ese sentido yo estaba allí [...] Cuando estás frente a mis cuadros te das cuenta de tu propia escala. Antes mis cuadros, el espectador sabe que está allí. Para mí, esa impresión de lugar no sólo encierra un misterio sino que tiene algo de hecho metafísico.


            Para Lyotard, lo sublime se encuentra precisamente en el "now" de Barnett. “¿Cómo comprender que lo sublime digamos provisoriamente el objeto de la experiencia sublime sea aquí y ahora?… Newman escribe que en sus cuadros no se consagra «a la manipulación del espacio ni a la imagen, sino a una sensación del tiempo»”[8]. Es el ahora, el instante, el sucede y no lo que sucede, lo que se presenta como indeterminado, como irrepresentable, poseyendo un poder que nos convoca con esa especie de horror y placer que caracteriza a lo sublime.

            Lo que acontece, lo que ocurre, no importa qué, se trata del hecho mismo del acontecer, del suceder. De la indigencia del ahora, suerte de esperar a que suceda algo, y volviendo nuevamente a esperarlo. Que muestra lo impresentable en la presentación misma de lo inalcanzable; aquello que busca nuevas presentaciones para impartir un sentido más fuerte de lo impresentable.

Lo siniestro en la interpretación de Trías acerca del Nacimiento de Venus está influido por la concepción freudiana de lo siniestro, que concibe el miedo a la castración como un acto siniestro. Freud, con respecto a lo siniestro, señala:

El estudio de los sueños, de las fantasías y mitos nos ha enseñado que la angustia por los ojos, la angustia de quedar ciego, es con harta frecuencia un sustituto de la angustia ante la castración… tras la angustia de la castración no se esconde ningún secreto más arcano ni un significado diverso. Sin embargo, así se dejará sin explicar el nexo de recíproca sustitución que en el sueño, la fantasía y el mito se da a conocer entre ojo y miembro masculino y no se podrá contradecir la impresión que tras la amenaza de ser privado del miembro genital se produce un sentimiento particularmente intenso y oscuro, y que es ese sentimiento el presta su eco a la representación de perder órganos[9]


            Lo siniestro es lo que está oculto, lo que es una amenaza; es lo no cotidiano, lo no familiar ni amigable. Lo impresentable. He ahí el horror, la conciencia de un placer inmovilizador.

            "El caminante sobre el mar de nubes" de Caspar David Friedrich produce en el espectador el sentimiento de lo sublime mediante la representación de un escenario imponente y grandioso. El cuadro representa a un hombre vestido de negro con ropa de ciudad apoyado en un bastón en lo alto de una montaña, éste contempla el paisaje medio cubierto por un piélago de nubes tempestuosas de entre las cuales surgen los picos rocosos y filosos de las montañas.

            El movimiento está representado por las nubes que pasan y los cabellos revueltos del hombre. El caminante ha llegado al final de su camino no puede dar un paso más, solo sus pensamientos pueden seguir avanzando. El cuadro hace alusión a la indigencia del hombre frente a la grandeza de la naturaleza; también muestra que el tiempo pasa lo mismo que delante de él pasan las nubes. El hombre está suspendido en el presente entre dos precipicios. Entre lo visible y lo oculto.

            Lo sublime referido a ese sentimiento de la existencia que provoca la visión de la naturaleza en su máximo esplendor, es un sentimiento ante la grandeza que envuelve, un sentimiento de miedo y admiración. Es aquí cuando se alcanza plenamente la impresión de lo sublime; cuando el espectador se encuentra ante un poder infinitamente superior que amenaza a éste con aniquilarlo, lo que Kant denomina lo sublime dinámico.

            En lo sublime dinámico es donde el espectador se encuentra presenciando la escena a buen resguardo, y experimenta en toda su plenitud la impresión de lo sublime; en este estado alcanza la duplicidad de su conciencia, donde la naturaleza se presenta de enfrentándosele con un poder que supera cualquier resistencia conformando formas íntimas y subjetivas de expresión, que otorgan un nuevo enfoque a lo oscuro, a lo tenebroso.

            El sentimiento del drama humano que aparece ante la visión del destino, ante la visión de la insignificancia en el mundo, de las limitaciones ante la visión del infinito. No obstante hay un límite, una cuota máxima de dolor y peligro que es posible soportar, cuando este máximo se excede no pueden dar ningún deleite, y son sencillamente terribles.

            La sensación del profundo tiempo enfrentado a lo oculto acaba rindiéndose ante el final. El silencio absoluto, la oscuridad de lo inmenso y tenebroso, de lo inenarrable. Esa sensación sobrepasada por lo inconmensurable. Es la atracción ante lo que no se puede soportar; lo doloroso, lo placentero y lo patético. Ante el silencio absoluto, el vacío, la oscuridad, la inmensidad, lo infinito y eterno, ante la muerte.

            Tal cosa lleva hasta los límites la capacidad de sentir y produce las emociones más fuertes, que son siempre las que se asocian los dolores más poderosos e intensos que las procedentes del placer.
            El sujeto reconstruye lo conocido, lo representado en el horizonte de toda experiencia posible y objetiva de la naturaleza. El sujeto está detrás de su desbordamiento; desde su interioridad se abre hacia el afuera, proyecta el tiempo de los objetos de su experiencia.

            Desde esta perspectiva, lo sublime aparece como un derrotero que acorta las distancias entre las facetas de la subjetividad. Lo sublime reunifica al sujeto en su propio reino espiritual, pero arrobado en un mundo que le resulta extraño y hostil a sus pretensiones.

El objeto a partir del cual apreciamos lo sublime en la interpretación iconográfica es la totalidad de lo sin-límite. Lo sublime está saturado de la negatividad, lo sin-forma. La medida de lo sublime es la desmedida de la desmesura, en esta inconmensurabilidad se oculta la acción del tiempo, de cronos, del placer de lo negativo.

            La oposición surge entre objetos determinados, con su contorno, sus bordes, su finitud. El tiempo es la imagen en sí. Lo que una conclusión curiosa y atractiva. El tiempo en lo sublime es inconmensurable. Nada de lo que se refiere a ver una versión cuantificable, reloj impulsado de tiempo.

Lo sublime se refiere a lo sin límite y sin forma, y es apreciado sólo con ocasión de un concepto indeterminado de la razón. No hay narración, sin principio ni fin, el tiempo se oculta y no se devela. No es sólo la pintura en sí misma - el color, la profundidad, la extensión sin horizontes. Para estar delante de una obra es permitir el funcionamiento tic-tac de la vida cotidiana que se evapore. Se trata de experimentar un momento que no-es, porque no sucede o puede dejar de suceder, donde nada puede ser concebido.



[1] Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1984.
[2] Cfr. Hesíodo. La Teogonía. Barcelona, Editorial Iberia, 1972, pp. 100-101.
[3] Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1984, p.58.
[4] Cfr. Émile Bréhier. La filosofía de Plotino, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1953, pp. 199-200.
[5] Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1984, p.58.
[6] Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1984, p. 74.
[7] Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1984, p. 73.
[8] J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 95.
[9] Sigmund Freud. “Lo ominoso”, Obras Completas, Vol. 17 (1917-19) Buenos Aires, Amorrortu editores, 1988, p. 231.

KANT IMMANUEL: DEL SENTIMIENTO MORAL


El juicio acerca de lo sublime permite que una síntesis propia de la necesidad sirva de signo de la obligación moral. Se trata del terror en lo presentado y de la exaltación en lo impresentable; puesto que en lo sublime la causalidad estética está presente en cuanto place o displace. De lo contrario, la analítica de lo sublime es parte de la razón práctica.

La disposición del espíritu que conviene al sentimiento de lo sublime es una disposición particular que atrae y al mismo es terrible para éste; ya que la razón ejerce su influencia sobre la imaginación con el objeto de extender a ésta de conformidad con el dominio práctico.

Aun cuando el juicio sobre lo sublime supone cierta cultura, éste no se origina ni de la cultura ni de una convención social, “sino que tiene su basamento en la naturaleza humana y, ciertamente, en aquella que, a la par con el sano entendimiento, puede serle atribuida a cada cual y de cada exigida, a saber, en la disposición para el sentimiento relativo a las ideas (prácticas), es decir, para el sentimiento moral”[1].

En este medio se articulan las relaciones entre lo práctico y lo teórico. Tal articulación ocurre en el juicio estético, que posee una legalidad propia, de manera que se opera una separación de la parte pero que, a la vez, se reunifica el todo reformando el nexo de las dos partes de la articulación inicial. “En las cualidades morales sólo la verdadera virtud es sublime”[2].

Para Kant, el sentimiento sublime trata del signo estético negativo de una trascendencia propia de la ética, la de la ley moral y la libertad[3]. De allí que “genuina virtud, a la que descansa sobre principios… pero sólo la segunda es sublime y venerable… en cambio, se atribuye con justicia un noble corazón al virtuoso, según principios, y a él mismo se le llama recto[4].

Lo sublime en tanto sentimiento del espíritu sólo se siente a sí mismo. De este modo, lo sublime es el anuncio sacrificial de la ética en el campo estético[5]. Desde este momento lo sublime se apoya en el fundamento de la naturaleza humana, y “es sublime en grado sumo, tanto por la invariabilidad como por la generalidad de sus aplicaciones”[6].

Podemos considerar si en este punto la idea ética y lo sublime son lo mismo. Pues entre éstas se da una relación de analogía. Lo sublime  se relaciona con las acciones prácticas, ya que se da como algo virtuoso. Donde al juicio sobre lo sublime se le exige el asentimiento de otro.

Lo sublime se refiere al posible uso de una finalidad que sea del todo independiente de la naturaleza. En contradicción con lo señalado en tanto que “un juicio puro sobre lo sublime no debe tener fin alguno del objeto por fundamento de determinación si ha de ser estético y no estar mezclado con algún juicio del entendimiento o de la razón”[7]. Entonces tenemos un juicio ético de lo sublime.

Dado que [la facultad de juzgar] refiere allí la imaginación a la razón como la facultad de las ideas, lo exigimos sólo bajo una suposición subjetiva (que, sin embargo, nos creemos autorizados para poder atribuir a cada cual), que es la del sentimiento moral en el hombre y, con ello, también atribuimos necesidad a este juicio estético[8].


La imaginación referida a la razón es exigida como una condición subjetiva del sentimiento moral, por lo que se le atribuye la necesidad al juicio estético. La imaginación trasciende la naturaleza estética en vista de lo moral.

En esta modalidad de los juicios estéticos, o sea, en la necesidad [que para ellos] se pretende, reside un momento capital para la crítica de la facultad de juzgar. Pues dicha modalidad da a conocer en éstos, precisamente, un principio a priori, y los saca de la psicología empírica, en que éstos permanecerían de otro modo sepultados bajo los sentimientos del deleite y el dolor (sólo con el vacuo adjetivo de un sentimiento más delicado), para ponerlos y, por medio de ellos, a la facultad de juzgar en la clase de los que tienen por fundamento principios a priori, y como tales trasladarlos a la filosofía trascendental[9].


El contenido afectivo es parte de la sublimidad del sentimiento moral. Pues el estado subjetivo del pensamiento puede dar paso a lo sublime. Lo sublime difiere más por la cantidad de energía que por la cualidad de los sentimientos implicados. El entusiasmo es la idea del bien en cuanto va acompañada de afecto.

El sentimiento moral, está emparentado con la facultad de juzgar estética y sus condiciones formales, en tal alcance que puede servir para hacer representable la legalidad de la acción [que se hace] por deber a la vez como estética, esto es, como sublime, o también como bella, sin desmerecer su pureza; lo cual no ocurre si se lo quisiera poner en vinculación natural con el sentimiento de lo agradable[10].


La moralidad de la acción hecha por deber se puede representar como sublime, sin alterar en nada su pureza; de allí que el sentimiento moral esté ligado al juicio estético y a sus condiciones formales de éste. Hay una estética de la moralidad, puesto que lo moral intelectual, en sí mismo, es considerado estéticamente como sublime.

Se establece un puente entre la facultad de pensar, del querer y el sentimiento estético sirve. Se trata de un diferendo entre el gusto y el querer referido a principios subjetivos; aun cuando la sensibilidad, esté satisfecha al mismo tiempo que el entendimiento contemplativo o que se encuentre contrariada en provecho de los fines de la razón práctica, tiene una relación con el sentido moral.

La idea moral se relaciona con lo sublime. En este sentido, la idea es un concepto al que no le corresponde una intuición como ocurre normalmente en los conceptos del entendimiento. La libertad, como idea moral de la razón práctica, es entonces impresentable.

No se puede pensar un sentimiento para lo sublime de la naturaleza, sin ligar a él un temple del ánimo que es parecido al temple para lo moral… sin embargo, la libertad es representada más bien en el juego que bajo un quehacer conforme a la ley, lo cual es la genuina eticidad en el hombre, donde la razón tiene que hacer violencia a la sensibilidad; sólo que en el juicio estético sobre lo sublime esta violencia es representada como algo que la imaginación misma ejerce a título de instrumento de la razón[11].


El carácter de lo sublime, como la moralidad o la razón, violenta la sensibilidad. En el juicio sobre lo sublime esta violencia es ejercida por la imaginación por medio de un instrumento de la razón. En lo sublime encuentra Kant una forma de experiencia estética de la razón.

La conformidad a fin estética es la conformidad a la ley de la facultad de juzgar en su libertad. La complacencia en el objeto depende de la relación en que queremos poner a la imaginación; pero ella ha de mantener por sí misma al ánimo en ocupación libre. Cuando, por el contrario, otra cosa es determina el juicio, ya sea una sensación de los sentidos o un concepto del entendimiento, él es entonces, sin duda, conforme a ley, pero no es el juicio de una facultad de juzgar libre[12].


       La legalidad en la libertad del juicio es la finalidad estética. El juicio es libre si está determinado por esta legalidad. Si está determinado por la sensación o un concepto del entendimiento será legítimo, pero no libre. El concepto de legalidad inspira el sentimiento moral, sí se liga con el interés práctico. La ley moral se acoge a la voluntad por obligación, ella es la ley moral y se impone universalmente.

El objeto de la satisfacción intelectual, pura e incondicional, es la ley moral considerada en cuanto a su poderío, el cual ejerce sobre el espíritu

Este poderío sólo se da propiamente a conocer estéticamente a través de sacrificios (lo cual es una privación, si bien en pro de la libertad interna y que, en cambio, descubre en nosotros una profundidad inagotable de esta facultad suprasensible, con todas sus consecuencias que se extienden hasta perderse de vista), la complacencia es, considerada desde el lado estético (en relación con la sensibilidad), negativa, esto es, contraria a este interés, pero, considerada desde el lado intelectual, positiva y ligada a un interés[13].


        Este poderío supone una privación en provecho de la libertad interior. De allí que, la satisfacción relativa a la sensibilidad estética es negativa, contraria a los sentidos. En cambio,  bajo el punto de vista intelectual es positiva y ligada a un interés. Para juzgar estéticamente se debe representar, primero, el bien intelectual contiene una finalidad absoluta, esto es, el bien moral; segundo, que excite el sentimiento de respeto.

El interés ético es fundado en un concepto de la razón. El respeto es lo que determina a la voluntad en cuanto la realización de la moral. Aparece  un interés que no puede estar mediatizado y  que se deduce de la concepción de la ley, un interés que inicia como contradicción un desinterés estético, Ya que en la estética trascendental del juicio, no debe existir cuestión más que acerca de los juicios estéticos puros, que suponen el concepto de un fin.

Toda afección del espíritu excita las fuerzas a vencer toda resistencia. “Lo sublime debe tener, pues, siempre, relación con el modo de pensar, es decir, con máximas que procuren supremacía a lo intelectual y a las ideas de la razón por sobre la sensibilidad”[14]. Lo moral considerado estéticamente es un sentimiento del espíritu, en oposición al gusto. Por esto es representado como sublime, pues el sentimiento del espíritu pertenece a las ideas morales.

No hay que preocuparse de que el sentimiento de lo sublime pierda por causa de semejante modo de presentación tan abstracto, que en vista de lo sensible resulta enteramente negativo; pues la imaginación, aunque ciertamente no halle nada más allá de lo sensible a lo que pueda aferrarse, se siente, no obstante, y precisamente por esta eliminación de las barreras suyas, ilimitada; y esa abstracción es, por tanto, una presentación de lo infinito, que, precisamente por eso jamás puede ser otra cosa que presentación meramente negativa, la cual empero, amplía el alma[15].


El sentimiento de lo sublime pierde porque la imaginación no encuentra nada que esté más allá de lo sensible en lo cual poder asentarse; sin embargo, se siente ilimitada por cuanto se elevan sus propios límites que ensancha el espíritu, en este modo abstracto de presentación que es en un todo negativo.


[1] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 200-201.
[2] I. Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 139.
[3] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, pp. 140-141.
[4] Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 140.
[5] Cfr. J. F. Lyotard. Lo inhumano (charlas sobre el tiempo), Buenos Aires, Editorial Manantial, 1998, p. 141.
[6] Kant. Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, México, Editorial Porrúa, 1991, p. 142.
[7] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 185.
[8] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 201.
[9] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 201.
[10] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 203.
[11] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, pp. 204-205.
[12] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 207.
[13] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 208.
[14] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 211.
[15] I. Kant. Crítica de la facultad de juzgar, Caracas, Monte Ávila Editores, 2006, p. 211.