martes, 21 de abril de 2020

DISTANCIAMIENTO O COOPERACIÓN SOCIAL


El amigo Antonio Volpicelli planteaba en estos días la siguiente pregunta: ¿Distancia o distanciamiento social? A tal interrogante, él hacia el siguiente planteamiento: “A propósito de las reglas para disminuir las posibilidades del contagio de la peste, considero inapropiado el uso del término "DISTANCIA SOCIAL" o "DISTANCIAMIENTO SOCIAL", entendiendo que van más hacia la separación o segregación de individuos dentro de un colectivo, grupo, etnia, raza o creencia, como forma histórica ya desaprobada por los criterios universales de igualdad estrictamente "SOCIAL". Quizás esos términos van en contra de mantener y preservar de por sí, ese acercamiento tradicional, muy necesario, de carácter familiar, de amistad y de contactos o relacionados, que antes disfrutábamos a plenitud y que tendríamos el derecho y el deber de preservar después de pasar esta gran contingencia pandémica. Es probable que términos más cónsonos y coherentes sean "DISTANCIA FÍSICA", "DISTANCIA SANITARIA" o "DISTANCIA PROFILÁCTICA", porque precisamente el rigor que se nos impone hoy está dirigido hacia esa "separación" de al menos seis pies (1,8 metros) que todos debemos respetar para cuidar nuestra integridad física, para salvaguardar nuestra salud, o para evitar el contagio de enfermedades, como lo queramos ver, para enfrentarnos en este momento al terrible virus MADE IN CHINA”.
El planteamiento del Volpi es correcto y muy acertado. Además debemos agregar que si haber vamos, en realidad, nosotros vivimos en un permanente distanciamiento social, sea por las razones que sean. Nos mantenemos distanciados de los demás y no queremos o nos negamos a interactuar con ellos. No queremos ser polites, solo queremos ser bestias o dioses como diría Aristóteles.
En el distanciamiento en que vivimos, por ejemplo, desconocemos a nuestros vecinos y no nos interesan, ellos igual para con  nosotros. Cualquier intento de conversación trivial se asume como una agresión a nuestra intimidad o espacio vital. Somos, por lo general, sujetos asociales e indiferentes al mundo y así queremos preservarnos, incluso nos glorificamos de ello. Con la imposición del distanciamiento social, por motivo de la peste, posiblemente no estaremos convirtiendo en sujetos más abandonados de nuestro entorno, y al terminar la misma nos estaremos viendo unos a otros como enemigos potenciales a los cuales tenemos que temer. Ante cualquier futuro estornudo o tos pensaremos en la exclusión social de tal persona.
A cuento de qué viene ahora a plantearse el llamado “distanciamiento social”, si éste ya existe y es practicado de hecho; además, lo aupamos en nuestras relaciones interpersonales. Este “distanciamiento social” nos propone, soterradamente, la permanencia de tensiones entre nosotros, en las cuales debemos convertirnos en sujetos armados y, por tanto, autosuficiente como una bestia o un dios, en aquel sentido aristotélico. La misma procura que tengamos muy poca necesidad de los demás, muy pocos motivos para tratar a los demás amablemente; pues las interacciones amables exigen que no hallan las asperezas defensivas propias de la propuesta del distanciamiento social en la actual peste.
La exclusión y el alejamiento social en vez de mostrarnos el  sentimiento de nuestra imperfección, más bien nos procura el intento de protegernos contra amenazas y heridas que nos pueden infligir los demás, los demás son nuestros enemigos. Y esto entraña competición que conduce a un comportamiento colérico y agresivo contra los demás, a los cuales consideramos amenas por su sola presencia. Los cuales ya pueden estar teñidos por el resentimiento y la envidia, tales sentimientos llevan al deseo de dañar a los otros que podemos ver como obstáculos a nuestra supervivencia. Tal vez, el término “distanciamiento” sea un anglicismo mal empleado en la lengua española en este momento, el cual hay que corregir como recomienda Volpicelli.
La experiencia del distanciamiento social que hemos estado viviendo desde hace años tiene muchas deficiencias y vulnerabilidades, las cuales nos llevan a montar rebuscadas estratagemas de autoprotección, con las que creemos apuntalar los límites de nuestro vivir. Tales estratagemas no tienen éxito, pues nuestra finitud no puede ser derrotada. Por lo cual, hacemos intentos cada vez más frenéticos de asegurar nuestra mala individualidad, por lo que somos arrastrados a conductas cada vez más agresivas contra los demás y, a la vez, propiciamos otras formas de vulnerabilidad.
En vez de abogar por la cooperación o la sinergia social, lo que se nos pide es que nos distanciemos, que nos separemos más de lo que estamos. Alguien puede decir que no es esa la intención, que lo que se busca es el resguardo sanitario que debemos tener unos con otros. En este caso, es correcta la apreciación del amigo Volpicelli cuando recomienda el uso del término español de “distancia sanitaria”. Y en verdad, en el caso de la peste, lo que hay que mantener es una distancia sanitaria como bien lo apunta el amigo.
Pensar que la confusión entre “distanciamiento” y “distancia” es inocente cuesta creerlo, porque después de Auschwitz, como dice Umberto Eco, el mundo perdió su inocencia y no creo que la misma haya renacido de pronto. La semiología oculta del mensaje de tal distanciamiento nos puede estar diciendo por debajo de cuerda: «sepárate de todo el mundo porque no los necesitas» promoviendo y ahondando así en ese mal individualismo que nos acogota desde hace tiempo; un distanciamiento social donde los otros son nuestros enemigos, ya que atentan contra nuestra vida. Por lo cual, no es extraño que la misma, en alguno casos, haya desembocado en agresiones de unos contra otros.
En esta peste lo que necesitamos es cooperación y solidaridad. Lo que debemos es estar al tanto de cómo están los amigos, los familiares, los vecinos, los conocidos. Tener la mano tendida hasta donde podamos. Recordemos que somos sujetos débiles y menesterosos, no seres autosuficientes. En la cooperación reforzamos nuestro apego a la vida como algo valioso.
Toda peste requiere de cuarentena, tal medida no es nada extraordinaria. Se ha aplicado desde hace milenios. La misma debe ser la práctica médica por excelencia y tal vez la única que ha perdurado. Pero eso no conduce a que ahondemos en nuestro distanciamiento social, que cada día es más abismal. Y ahora virtual o digital.
La cooperación y la solidaridad no quieren decir que estemos uno encima de otros, sino atentos de los otros. La distancia o proxemia profiláctica es parte de la cooperación social. La cooperación en este caso radica en que hay que debemos cuidarnos unos a otros, con el fin de evitar que la peste entre a nuestras ciudades y casas. Que ha sido el mayor terror de la humanidad.
Por otra parte, en la presente peste estamos confiando más en la ciencia que en nuestra prudencia. La primera trabaja con ahínco, pero nada puede hacer sino nos convertimos en sujetos imprudentes y con poca cooperación. La peste, en tal caso, desbordará a la ciencia. La prudencia la contendrá.
Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica


domingo, 19 de abril de 2020

ENCARGARNOS DE NOSOTROS MISMOS


Para encargarnos de nosotros mismos debemos considerar dos elementos. El primero, consiste en dirigir permanentemente la mirada sobre nosotros mismos, con el fin de conocer cuáles son nuestras capacidades y cuáles los asuntos que debemos hacernos cargo en nuestro diario vivir.
Cuánto más nos demoramos en reconocer éstos, más tardamos en realizar una interpretación y una toma de decisiones adecuadas, más tardamos en generar alternativas de solución y horizontes de acción.
Al encarar nuestras circunstancias con efectividad producimos acciones acertadas y productivas. Lo contrario, son acciones desacertadas e improductivas. Por ello, en los momentos de crisis de sentido es necesario actuar con phronesis, pues por medio de ésta definimos las acciones adecuadas a tomar con respecto a nuestras creencias y estados de ánimo.
Con una capacidad adecuada de pensar y una toma de decisiones efectiva podemos enfrentar nuestras circunstancias y llevar a cabo nuestras ideas. Además, debemos conseguir herramientas y formas de organizarnos para desenvolvernos eficientemente en nuestro entorno. De lo contrario, solo seremos una abstracción.
Vivimos en medio de actividades, circunstancias y desempeños no estructurados; en éstas encontramos nuestras certezas, la tranquilidad de la costumbre y la solidez de lo evidente. Nuestro hacer es, en este sentido, precario. Por lo cual, es necesario sostenernos en nuestra voluntad de poder, esto requiere capacidad de aprendizaje, de diseño y adaptación. Aprendizaje para incluir nuevas prácticas y visiones en nuestro vivir. Adaptación para vivir en un mundo inicialmente ajeno o incómodo. Diseño para abordar nuevas prácticas, tecnologías y formas de relaciones.
El segundo elemento en este encargarnos de nosotros mismos, consiste en entender cómo se configura el lenguaje en el mundo cotidiano. Ya que por y en él se consolidan las creencias que la tradición nos provee. En nuestro lenguaje conviven nuestras concepciones de lo bueno y lo malo, de lo bello y lo feo; a través de él organizamos la visión de lo que somos y de nuestras relaciones interpersonales. Por otra parte, por medio del lenguaje preguntamos y cuestionamos, con lo cual podemos abrir nuevas posibilidades de acción.
El lenguaje, en su cotidianidad, es la mejor expresión del mundo en que estamos inmersos y de las posibilidades que tenemos en él. Por lo cual, al desafiar nuestros relatos podemos transformarnos y desarrollarnos. Al desafiar nuestras erradas interpretaciones les restamos a éstas su capacidad de acción sobre nosotros.
Desafiar y movilizar los relatos que nos encapsulan en el resentimiento y en la mediocridad es necesario. Porque debemos abrir otros vínculos, otros relatos que nos conecten racionalmente con el entusiasmo, nos coloquen en el camino del protagonismo y nos saquen de la cuneta de la victimización.
En el lenguaje hay una relación de costo-beneficio, seductora por su capacidad de acción; la misma nos liga con la actividad humana y nos pone en riesgo si no la sabemos manejar. En esa relación debemos concebirnos tanto como usuarios de un universo de recursos, como responsables del cuidado y mantenimiento de los mismos. En otros términos, lo que nos dice Heidegger, es que somos nosotros los que cuidamos y dotamos de sentido al mundo.
Nuestra crisis como sujetos, nuestra fractura como personas, está en la acumulación de información como mera tecnificación y su vínculo para convertirnos en fuerza laboral capacitada para el trabajo. En ello hemos aplicado sobre nuestro hacer la lógica del uso y de la relación instrumental, que solo nos permite la función de trabajar, proveer, arreglar y conseguir. De este modo, hemos perdido todos los momentos de sentido y de conexión con lo profundamente humanos que hay en nosotros mismos y en los demás.
Nuestra pérdida de sentido se expresa en el auto-aburrimiento; el cual nos asalta y domina cuando nos quedamos solos con nosotros mismos y no sabemos qué hacer. No sabemos estar con nosotros mismos. Somos extraños y ajenos a nosotros mismos, a nuestro pensar-hacer. Nos desconocemos.
Por el contrario, en la vida pública nos sentimos bien en la medida en que ésta nos distrae nuestro vivir. En la medida en que nos distrae del aburrimiento personal y nos lleva del hogar a la desidia del trabajo; del trabajo sin sentido al “hoy es viernes y el cuerpo lo sabe”. Convencidos de que nuestra trascendencia radica solo en alcanzar bienes de consumo, que nunca nos alcanzan para vivir.
Aunque los bienes de consumo son necesarios, la responsabilidad sobre el cuidado de nosotros mismos  y la construcción de sentido son fundamentales para llegar a convertirnos en sujetos plenos. Para convertirnos en personas en todo el sentido de la palabra. Esto es, para encargarnos de nosotros mismos.
Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica