sábado, 20 de abril de 2019

DEJAR O NO DEJAR SER NUESTRO PENSAR-HACER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Muchas veces miramos o nos encontramos con alguien que nos gusta, que nos atrae o que termina gustándonos por lo corporal, lo intelectual o por lo que sea… Lo que importa acá es que establecemos una relación con esa persona que nos atrae, relación que puede perdurar o no. Esto último dependerá de las circunstancias en que se desenvolverá la relación, con los altibajos propios de la misma.

Así mismo sabemos que en una relación cada uno de nosotros es un yo, una personalidad propia. Y cuando la relación se establece hay muchas cosas que nos gustan de la otra persona, por ejemplo, cómo piensa, como es, como se desenvuelve, lo que hace, sus aspiraciones presentes y futuras… Hasta acá todo parece o es muy normal y natural. Incluso entrecruzamos aspiraciones, y cada uno nos sentimos entusiasmado por la afinidad con el otro. Nos identificamos mutuamente, eso nos parece realmente maravilloso.

A medida que la relación se va desenvolviendo uno o los dos sujetos de la relación vamos sintiendo la necesidad de hacer algo con esa realidad que es la otra persona. Sentimos la necesidad de sacar o producir del otro algo que creemos que él o ella siente, que consideramos es manifiesto o que pensamos necesita hacerse patente. No obstante, lo que realmente intentamos hacer, consciente o inconscientemente, es no dejar que la otra persona sea en lo que es, no dejarla en su pensar-hacer. Intentamos interrumpir el ser que esa persona es.

Resulta que la intervención que hacemos sobre la otra persona consiste en alterar la realidad de lo que ella es. Alterar su pensar-hacer, que antes tanto nos gustaba. Intentamos hacerla ser otra persona, ponerla en nuestra mismidad. Forzarla a nuestras aspiraciones o miedos. Convertirla en nuestro proyecto excluyéndola de su propio proyecto de vida. Pensamos que con esto la estamos poniendo en su mismidad o autenticidad, pero lo que hacemos es lo contrario.

Consideramos que nuestra mismidad es también la de la otra persona, que ella es nuestro mismo pensar-hacer. Pensamos que nuestro pensar es el de ella. Sin embargo, ella es otra persona. Nuestra verdad, no es la de ella. Suponemos esto porque ni siquiera preguntamos qué es lo en verdad ella quiere. Nos proyectamos y queremos construir sobre la otra persona algo que ella no es; lo cual requiere que esa persona abandone su yo, su personalidad. Como sospechamos esto es motivo de tantos conflictos en las parejas, del «tú no me entiendes», del «yo quiero lo mejor para ti»… y un largo etcétera lleno de conflictos inter e intrapersonales.    

Estas acciones, repito conscientes o inconscientes, que se dan entre las personas que conforman una pareja conducen a suprimir la realidad del otro y permiten poner a la otra persona en nuestra verdad, no en la de ella. Porque su verdad queda ignorada. Pretendemos poseer la realidad del otro, y nos afanamos en conferir a la realidad de la otra persona lo que es propio de nuestra mismidad y verdad. Lo que intentamos con estas acciones es hacer nula a la otra persona. Y lo peor es que muchas veces es con lo mejor de nuestras intenciones, o por lo menos eso decimos.

Estas acciones son una forma muy usada y nada insólita en las relaciones, acciones que producimos entre nuestra realidad y la realidad de la otra persona; entre nuestra verdad y la verdad de la otra persona. Las cuales negamos. Con esta negación lo que pretendemos es duplicar nuestro proyecto de vida en la otra persona.

 Pretendemos hacer una copia de nosotros, de nuestros deseos. Aunque no parezca evidente. Negamos en la otra persona la realidad que ésta necesita para ser efectivamente lo que es; negamos lo que le corresponde de suyo. Y pretendemos hacer de esa persona un espejo de nosotros. En esa dialéctica nosotros necesitamos de esa otra verdad para ser lo que somos, lo que propiamente pretendemos ser. Hay una doble negación, sin  afirmación posible.

Por el contrario, lo que necesitamos es permitir que la realidad de la otra persona se haga manifiesta; para eso es preciso dejarla ser lo que es. Nuestras acciones, como intervención interpersonal, deben tener como resultado que la realidad de la otra persona no sea alterada, dejar que ella misma sea; contribuir a que se conforme en su propia mismidad y autenticidad. En la verdad de su proyecto de vida.

La acción honesta y productiva tiene que permitir a la otra persona acceder a su verdad, a su verdadero ser, esto es, a su propio pensar-hacer. Para que pueda poseer su realidad, para que sepa a qué atenerse respecto a ella. Cada persona necesita hacer lo que le confiera a su realidad su propia mismidad y verdad. Lo que en sí misma necesita para ser efectivamente lo que ella es, y desea ser según su proyecto de vida.

Necesitamos, cada cual, esa posibilidad para en verdad llegar a ser lo que nos es propiamente. Lo que pretendemos ser, puesto que la vida de cada uno de nosotros no nos es dada hecha, sino que tenemos hacerla, configurarla. De esta manera, es que establecemos conexiones entre nosotros y las circunstancias en que nos encontramos, y así hacemos funcionar la autenticidad de nuestro pensar-hacer.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin



miércoles, 17 de abril de 2019

LO QUE NOS DÉCIMOS A NOSOTROS MISMOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Muchas veces estamos muy atentos a lo que los demás dicen de nosotros, y esto se convierte o es en una actitud de vida. Tal vez, sea por inseguridad hacia lo que somos o falta de confianza en nuestro pensar-hacer; tal vez necesitamos que los demás nos reafirmen en sus opiniones o necesitamos estar bien ante los demás. o quizás, necesitamos identificarnos con la tribu, con el entorno social en el cual nos desenvolvemos.

Esta falta de confianza o de inseguridad personal es algo que debemos corregir, pues muestra que somos dependientes de otras personas. Que dependemos de ellas para movernos en el mundo. En cada acción que acometemos nos sentimos vigilados: ¿Por el qué dirán? Anteponemos la opinión del otro a la nuestra, prevalece más lo que la otra pensar pueda pensar o decir que lo que nosotros pensemos o digamos. En este sentido, permanecemos fuera de nosotros mismos.

Podemos permanecer, en gran medida, indiferentes a lo que digan de nosotros. Pero para hacer esto debemos reafirmar nuestro yo, esa persona que somos, esto es, nuestro pensar-hacer-sentir. Necesitamos un ego solido, fuerte y valiente. Así mismo debemos saber o tener conocimiento de qué y quiénes somos, y en esto consiste en saber ese yo que soy. Esto es tener bien determinada nuestra relación intrapersonal, es decir, saber que nos queremos.  

Además, como sujetos sociales debemos saber a quién queremos y a quién no; y quién nos quiere y quién no. Debemos tener esto bien claro. Porque el sujeto inseguro busca que lo quieran, ya que necesita ser querido; de allí su sumisión a la opinión de los demás. Por el contrario, al tener nuestros quereres interpersonales bien definidos, ya no nos preocupamos por buscar aceptaciones forzadas. No mendigamos las aceptaciones de la tribu o de los demás.

Al poseer ese dominio o gobierno de nosotros mismos se minimiza esa búsqueda de «caer bien o no» a los demás, porque no estamos detrás de su aceptación. Somos sujetos independientes con nuestras semejanzas y diferencias, y con esta actitud nos relaciones con el mundo. No con una actitud prepotente, sino con una actitud bien definida de lo que somos y queremos.

Tal actitud nos permite desarrollar un carácter independiente, que nos hace consiente de relacionarnos de manera selectiva y juiciosa con las demás personas. Y nos permite ignorar de forma natural y con gusto la «opinión y la mirada ajena», a la que de manera irracional solemos conceder una importancia desmesurada. Importancia que nos hunde en el anonimato de nuestra personalidad y minimiza nuestro ego.

Lo anterior nos lleva a que tenemos que aprender a arreglar nuestros asuntos sin esperar o tener esa necesidad de ser queridos, valorados o aceptados por los demás. Porque como apreciamos, entonces, no tenemos movimiento propio, ya que dependemos primero de la opinión de los demás para iniciar alguna acción. Permanecemos paralizados a la espera del asentimiento ajeno. En tal caso, no somos nosotros sino una mera sombra de los demás.   

Al ser nosotros, somos nuestro propio señorío y nos es suficiente nuestra propia mirada. Pues, la «mirada ajena» se convierte realmente en eso que es, en algo ajeno. El señorío de nosotros mismos inclina la balanza de la estima propia y la confianza hacia el lado correcto, es decir, hacia nosotros. De esta manera, permanecemos en equilibrio con nosotros y con los demás.

Nuestro señorío carece de la necesidad de «aparentar». Pues este aparentar también es un síntoma de inseguridad, de la búsqueda de la «opinión y de la mirada ajena». En ese aparentar queremos convertirnos en un objeto de culto y todo objeto de culto depende de los otros, nunca del yo propio. Pues, es estar volcado hacia fuera. De allí, que el aparentar solo es la coronación del autoengaño.

Aparentar o parecer: estar a la moda, joven, rico listo, tolerante, divertido, abierto de mente. El aparentar solo es mera apariencia, una mera sombra; algo insustancial que requiere la «mirada y opinión del otro» para que lo confirme, nunca es una opinión propia. Necesita ser confirmado. De allí su inautenticidad. Es un yo falso, un pseudo yo.    

El señorío de nosotros mismos no necesita del «parecer» tal cosa u otra. Porque no necesita auto-convencerse o engañarse, ni necesita «la mirada ajena» para ser.  Por el contrario, en el «parecer» lo que el sujeto necesita es la complacencia de sentirse admitido y aceptado por los otros. En tal caso, no es gobierno de sí mismo y necesita de la afirmación exterior.

En el «parecer» lo que importa es demostrar y aparentar a los demás. Por el contrario, en el señorío propio lo fundamental es ser lo que somos; lo que valoramos es nuestro propio pensar-hacer, que nos puede otorgar grados de éxito y prosperidad.

Tenemos que desprendernos, quitarnos de encima la dictadura social del «parecer», pasar ante ella de manera olímpica. Debemos fiel a nosotros mismos, a nuestros deseos, a nuestro carácter y necesidades propias. No estamos obligados a encajar en un molde social, ni mostrar una determinada imagen para complacer «la mirada ajena», donde lo más probable es que ésta carezca de algún punto de referencia.

Tenemos que ser íntegros y fieles con nosotros mismo. Inspirarnos socialmente en vivir con ideas no homogéneas, no vivir con modos de ser cortadas con un mismo patrón estéril o con discursos convencionales y repetitivos. Debemos de una vez por todas conectarnos con nuestro pensar-hacer, con nuestros deseos.  Olvidarnos de las «opiniones ajenas» y ser nosotros mismos. Para ello es importante oír lo que nos decimos a nosotros mismos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin




sábado, 13 de abril de 2019

SEAMOS NUESTRO PROPIO CENTRO DE ATENCIÓN: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


El único riesgo que corremos al hacernos cargos de nosotros mismos es el de prosperar. Prosperar como personas en cuanto al conocimiento, en cuanto a lo financiero, lo espiritual y la salud. Ese es el riesgo, y más que un riesgo es una inversión con grandes intereses a la corto y largo plazo. Somos nuestra propia inversión, esto debemos tenerlo bien claro.

Para hacer lo anterior, nosotros debemos ser nuestro mayor centro de atención. Porque si estamos distraídos de nosotros mismos nos perdemos de saber que somos y quienes somos. Yo, en primera persona, debo ser el centro mi centro de atención. Muchos pueden decir eso es egoísmo enfermizo. Pues, no. Por el contrario, descuidarnos a nosotros si puede ser una actitud enfermiza o evitativa para con nosotros mismos. Debemos estar atentos a esto, pues nos puede causar mucho daño olvidarnos y no atendernos a nosotros mismos.

De lo que hablo es de lo que los antiguos griegos llamaban «el cuidado de nosotros mismos». Y no es ninguna actitud enfermiza, sino una actitud responsable para conmigo o para con nosotros. Debemos ser, pues, como los gatos el centro de nuestra propia atención. Querernos mucho. Incluso debemos desafiarnos a querernos, a estar atentos de los cuidados que necesitamos. Esto es el cuido saludable del yo que somos cada uno.

No podemos librarnos de nuestra presencia, porque nos tenemos y eso es por muchos años. De ahí que empezar a querernos sea algo que va a durar un buen rato. Incluso los más reticentes con respecto a su yo debiesen pensarlo, porque no van a poder huir de sí mismo. Estamos con nosotros mismos todo el tiempo, entonces por qué no dedicar un buen rato a acicalarnos, a mimarnos.   

En tanto somos, seamos el soberano de nuestra casa. Pero para esto debemos ser, repito, el centro de atención. No el centro de atención de otros, eso es narcisismo. No, debemos ser el centro de nuestro propio yo. Tomarnos en cuenta, atender nuestras necesidades afectivas, materiales, intelectuales… Muchas veces, sin darnos vivimos descuidados y desatentos de nosotros. Atendemos a los demás y nos tratamos de manera abandonada. 

¿Qué hacer para conseguirlo? Otra pregunta, nos hemos preguntado acaso ¿Qué somos? ¿Nos conocemos realmente? O solo cargamos cada día con nosotros, sin jamás detenernos a mirarnos ni aunque de reojo. Para eso no debemos estar frente a un espejo, sino frente o en nuestra reflexión sobre nuestro pensar-hacer-sentir. Sabemos, acaso, ¿qué es esta biografía que hemos conformado a lo largo de nuestra vida? ¿Hemos pensado que somos una construcción de nosotros mismos?

Tenemos que acercarnos a nosotros mismos de manera afectuosa y amable ofreciéndonos la oportunidad de acariciarnos; dedicándonos mucho cariño y atención. En esta vida que es la nuestra tenemos que mirarnos de una vez por todas de frente y concedernos toda nuestra atención, como a alguien que vemos por primera vez.

Acercarnos afablemente a ese espacio de existencia que por años hemos conformado y acariciarnos verdaderamente para atraer más nuestra propia atención sobre nosotros. Esto es un tendernos la mano para alcanzar algo intangible: un poco de tranquilidad y de serenidad. Un sabernos.

Eso es un mirarnos. Un dejar hacernos, un permitir sosegarnos; y de allí un sonreírnos cuando por primera vez nos acariciamos. Nos queremos y somos el centro de nuestra propia atención. ¿Qué hemos hecho para ser el centro de atención?

Nos hemos ofrecido algo. Nos hemos ofrecido nuestro yo, con el simple hecho de presentarnos ante nosotros como un regalo tranquilizador, accesible y que podemos tocar. Nos hemos ofrecido a nosotros mismos como nuestro propio regalo. Y nos hemos olvidado por un momento de lo que nos rodea. Hemos dejado de escuchar a los demás y nos escuchamos a nosotros por primera vez.

¿Por qué? Por la atención que nos hemos dedicado, por el caudal de vida y reflexión que acabamos de poner al alcance de nosotros; porque nos hemos tomado de la mano y en ese momento nos hemos sentido más valiosos que cualquier otra cosa. El mundo, en ese momento, nos resulta algo disparatado.

Para atraer la atención de nosotros mismos debemos ser un manantial, un centro de gravedad. De esta manera, podremos ofrecer algo a los demás. Y empieza por conocernos y cuidar de nosotros mismos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin






lunes, 1 de abril de 2019

QUIÉRETE Y ACÉPTATE POR LO QUE ERES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Los hombres y las mujeres parece que somos los únicos en este mundo que tenemos problemas en vernos como somos. Por ejemplo, un gato no tiene ningún problema ser un gato. Es muy sencillo, los gatos no sufren de complejos, o como dice Bachelard, no sufren de simplejos. No tienen ambivalencias o conflictos con lo que son y, además, no muestran ningún indicio de desear ser perros. Todo lo contrario somos los humanos.

Lo podemos ver a diario, nosotros no logramos aceptarnos tal y como somos. Por eso sufrimos de diversas tristezas y de múltiples decepciones. Todos tenemos nuestras particularidades, pero la mayoría de nosotros estamos insatisfechos con nuestro carácter, nuestro cuerpo, nuestra posición social... Y eso nos lleva a vivir decepcionados de nosotros mismos, a vivir en un conflicto permanente con nosotros.

Por eso, muchísimos de nosotros no nos queremos, incluso nos podemos odiar. Sentimos un auto-odio, y por eso podemos ser destructivos con nosotros mismos.  Muchas veces, y es muy común, que nos gustaría ser otro, estar en otro lugar. Sencillamente no nos aceptamos como somos ni quiénes somos. Esto acarrea los males de nuestro vivir, si es que podemos llamar vivir a ese rechazo y repudio de nosotros mismos.

Aceptarnos es reconocer y valorar nuestras fortalezas, nuestras prosperidades, esto es, las capacidades que poseemos de forma individual. Esto no es pensar en la resignación y el aceptarse pasivamente, eso también es parte del odio de sí mismo. Nosotros permanentemente rechazamos quiénes somos y envidiamos en otros lo que nos gustaría ser, pero no hacemos nada. Esa envidia y pasividad es la mejor manera de ser infelices.

Por supuesto, terminaremos para nuestra autocomplacencia echándole la culpa al mundo. ¿Nos planteamos ser otro? El artista famoso, el sujeto adinerado… Sí, vivimos en el auto-desprecio, en la auto-humillación, nos flagelamos permanentemente por no vivimos en la urbanización donde vive el otro, porque no tenemos esto o lo otro. Somos y nos sentimos unos miserables. Pero, eso sí, no hacemos nada con lo que tenemos y somos. Ni siquiera nos aceptamos como el miserable que somos.

Si sabemos lo quiénes somos, conocemos nuestras fortalezas, sabemos valorar nuestras prosperidades y nuestra condición de posibilidades no se nos pasa por la cabeza imaginarnos siendo otro, ya que eso es completamente innecesario. Podemos tener referentes, eso es sano y normal. Pues eso ayuda en tanto guía, pero no queremos ser ese referente, porque es solo un referente.

Si somos unos seres llenos de auto-desprecio no podemos estar contentos y orgullosos de ser quienes somos. Nuestra actitud es de miserables. Por el contrario, si nos valoramos en la justa medida de lo que somos, hacemos, pensamos y sentimos puede parecer que tenemos una actitud altiva, y por qué no. Acaso no poseemos un valor en nosotros mismos.

Seamos con los gatos. Que son lo bastante inteligentes para sentirse orgullosos de ser lo que son. Nos complicamos la vida con inseguridades, con angustias fútiles que llamamos erradamente existenciales. Vivimos con tantos pensamientos estériles nos hacen rumiar toda nuestra existencia. Lo que, en consecuencia, nos lleva a despreciarnos; en vez de querernos por lo que somos. Y llegar a sentirnos complacidos por lo que hacemos y pensamos.

Vivimos permanentemente a disgusto con nosotros. Sin imaginar que podemos encontrarnos muy a gusto con nosotros mismos, aunque posiblemente esto debe ser algo muy difícil de aceptar para alguien que nunca se ha querido. Pero, que tampoco quiere salir de esa situación de no quererse, porque en última instancia le gusta flagelarse, verse como víctima.  

A la mayoría de las personas les gustan los gatos porque éstos se quieren a sí mismos. Tendríamos que hacer una «gato-terapia»: ver su porte, cómo se comportan, cómo asumen su naturaleza de gato y aprender de ellos a querernos.  ¿Por qué no seguimos el ejemplo de los gatos? Y así aprendemos a reírnos sinceramente y aprendemos a saber querernos. Sin tanto rollo mental.

Parece sencillo, ¡pero intentemos actuar sinceramente como lo hace el gato! Aunque sea una vez y sin temor. Posiblemente terminemos sonriendo de la desfachatez gatuna. Y cuando  estemos sonriendo, nos preguntamos: ¿Significa esta sonrisa que podemos querernos y aceptarnos por lo que somos? ¿Qué nos podemos querer en verdad? Sin que nos importen los demás.

En función de esa sonrisa, la tristeza huye. Hay que ser divertidos con nosotros, estar de novios con nosotros dijo una vez Cabral. Y así aprenderemos a conocer cuál es el camino para encontrarnos con nosotros mismos, y salir de ese abismo en que nos hemos metidos y del cual somos responsables. Que falta mucho camino que recorrer para llegar a querernos ¿Y cuál es el problema?

Aceptémonos. Para que a uno lo quieran, primero es necesario que nos aceptemos y nos queramos. Sin no nos queremos nunca seremos atractivos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin