viernes, 24 de enero de 2014

DEL REDUCCIONISMO RACIONALISTA AL REDUCCIONISMO EMOCIONAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La tradición filosófica llamó a los sentimientos “pasiones” acentuando el carácter pasivo de éstas, ya que la persona padecía las pasiones como algo inevitable y, con frecuencia, molesta y perjudicial. Por ello, la ética se fue entendiendo más como el dominio y la erradicación de las pasiones. Y la sabiduría práctica como el conocimiento que conseguía reprimirlas e intentaba eliminarlas de las acciones humanas.

En la actualidad, el lenguaje de las emociones se ha impuesto en todos los campos poniendo de relieve que lo emotivo ha sido un aspecto ignorado u omitido por las ciencias humanas. El discurso actual sobre las emociones pretende corregir esa tendencia y distanciarse del racionalismo hegemónico.

No obstante, en el desarrollo de este discurso de las emociones cuidado con no caer en el «sentimentalismo» que es el sentimiento sin la guía de la razón. Ya que las emociones y la razón han de ir juntas en el razonamiento práctico. Pues las emociones por sí solas no razonan, y el papel que juegan las razones, en una ética de la existencia, contribuye a modificarlas y a reconducirlas para que sean adecuadas.

            Ahora bien, el discurso de las emociones, que se ha impuesto en la actualidad, ha impuesto lo Michel Lacroix llama «el culto de la emoción».  En cuya celebración y entusiasmo está el darle la vuelta hacia la otra cara lo que ha prevalecido hasta ahora. Pretende, en esta celebración manifiesta, sustituir el reduccionismo racionalista por un reduccionismo emocional.
           
En el lenguaje de las emociones y en el movimiento emotivista confluyen diferentes aspectos, a saber. Confluye un rechazo de las múltiples represiones que han pretendido modelar exageradamente el comportamiento. El discurso emotivo retoma una nostalgia romántica por la diferencia individual y la bondad natural de la persona, y no la diferencia social.

Plantea el desarrollo de la psicología cognitiva como ciencia rectora y la única que explica el comportamiento humano y resuelve sus disfunciones. Por tanto, cualquiera de los ámbitos de la actuación humana, se atrabajo, política, ocio, educación… tiende a ser abordado y visto desde esta perspectiva exclusivamente emocional.  

Ya que las emociones son lo más importante no las toquemos, dejemos que se expandan y que se manifiesten en toda su pureza. El slogan es  ¡Vivan las Emociones! En su extremo se plantea que debemos preservar únicamente la fibra más emotiva de cada individuo, abandonando los razonamientos y yendo directamente al corazón.

Por lo que se puede inferir que emocionarse es bueno, por el contrario razonar es perverso. De este modo, como señala Camp, el gerente-empresario se preocupa por el clima emotivo que modela las actitudes de sus trabajadores; el político se decanta con facilidad hacia el populismo y la demagogia; los padres dan rienda suelta a los deseos de sus hijos; en la escuela desaparecen las reglas porque la represión es traumática. La publicidad comercial, por su parte, vende «experiencia», «sensaciones fuertes», o directamente «emociones».

En fin, hay que sentir en lugar de aprender a pensar.
           
Las emociones se convierten en un objeto de culto, de adoración, de religión. Para Lacroix, ese culto a la emoción «representa el apogeo del culto al yo», expresión manifiesta  del fatuo individualismo que conduce al hedonismo vulgar, al narcisismo ramplón. Tal culto es el clímax y zenit de un culto que ha colocado al individuo en un podio que nadie «debe» derribar.

En el lenguaje de las emociones lo que distingue a una persona de la otra es su sensibilidad, su parte emotiva, y no la parte racional. Pues ésta tiende a unificarlo en el seno de un todo despersonalizado, ésta tiende a generar juicios que ocultan al ser de la persona, los cuales no lo dejan ser. Las emociones, según el discurso emotivo, personaliza va tras la búsqueda del ser; por el contrario, la parte racional lo des-personaliza.

El lenguaje de las emociones es la negación de la ética entendida ésta como algo que viene a ordenar lo que de por sí es caótico y merece evaluaciones distintas. El ser humano está dotado de razón y emociones. Y para llevar a cabo una ética de la existencia debe desarrollar la parte contemplativa-emotiva, que consiste, entre otras muchas cosas, en «aprender» a admirar lo admirable y a rechazar lo que no lo es.


Para lo cual la persona debe tener razones que le indiquen qué es digno de admiración y qué no es admirable bajo ningún aspecto. La persona ha de aprender racional y emotivamente a sentirse afectado por los aspectos nobles y valiosos, por los comportamientos íntegros y justos.  Para esto el sujeto tiene que adquirir una capacidad de discernimiento para saber distinguir lo que vale de lo que no vale. Una capacidad que no se puede dar por supuesta, ya poseída, como si fuese algo natural. Pues tal capacidad se desarrolla  a través de un largo e inacabado proceso aprendizaje que dura toda la vida.

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