miércoles, 1 de enero de 2014

LO SIMBÓLICO Y EL SENTIDO DE LA VIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

            En el intento por descubrir alguna ecuación para la felicidad nos damos cuenta, o caemos en ella, que somos unos seres, a la vez, tan frágiles y tan fuertes. Esta mediedad, entre otras, es parte de nuestra condición humana, pero no una condición universal sino particular, la condición particular y propia de cada mujer, de cada hombre de carne y hueso. Porque en última instancia, no soy un concepto universal, una definición; simplemente soy un ser que vive, que siente, que tiene nombre y apellido, constituido por casualidades, oportunidades, desgracias imprevistas, alegrías. Esa es mi condición humana, la que me pertenece a mí. La de otro son otras.

            En muchos casos construimos nuestra vida a través de un lenguaje simbólico, que nos sirve  para abrirnos a la dimensión de nuestra conciencia y que tiene diversas resonancias en nuestro interior. Tal lenguaje nos transporta más allá de nosotros, nos libera de algunas limitaciones, alimenta el contenido de nuestras expresiones, de nuestros sueños. Son producto de nuestra creatividad individual, que se emparenta con la creatividad colectiva, por lo cual llega a formar parte de las creencias colectivas.

            Tal lenguaje y creencias proponen ejemplos, en un sentido amplio, ya que son formas compartidas. Si tal lenguaje y creencias trascienden el espacio-tiempo, tal como lo hacen, es quizá porque aluden a un mundo interior, a un sentido de la vida, que puede ser aparentemente nuestro sentido de la vida, o al que sólo nos adherimos.

            Ventaja del lenguaje simbólico es que cada uno puede entender la realidad a su medida, porque éste es una construcción colectiva. De esta manera, nos convertimos en nuestros propios maestros, porque escuchamos nuestra voz interior y a ese gran maestro que lo habita y al que tantas veces queremos escuchar pero no sabemos cómo. Pero una objeción, al no ser el lenguaje simbólico una construcción propia éste necesita de una interpretación personal, para ver si tal lenguaje en verdad me constituye.  Por ello, no es cuestión de aprender frases milagrosas ni recetas que parecen funcionarle a todo el mundo menos a uno.

            Se trata de reconocer nuestro propio lenguaje como herramienta y utilizarlo a nuestra medida. De esa manera, es posible reconocer y comprehender nuestras fortalezas, nuestros miedos, nuestras posibilidades e imposibilidades, para que no nos tomen por sorpresa cuando parecen olvidados, ni nos asusten o nos esclavicen. Tal reconocimiento y comprehensión nos permite cuidarnos para intentar ser felices.

            El lenguaje simbólico nos permite cerrar los ojos e imaginarnos un mundo de magia. Pero a esto hay que estar atentos, pues al cerrar los ojos no podemos olvidar que hay un mundo que no es de magia, sino mágico y en ese andamos con los ojos abiertos. Si este mundo mágico te asusta, sólo tienes que seguir adelante. A través de lo simbólico expresamos la belleza de seres especiales y hermosos. ¿Son éstos en verdad los paradigmas de tu belleza?  ¿Compartimos ese fondo común de toda belleza con nuestras experiencias? ¿Nos muestra, en verdad, de manera simbólica nuestra experiencia vital?

            Ahora bien, qué pasa cuando ese lenguaje simbólico no sea adecua a nuestro sentido de vida, o no le dice nada. ¿Cómo se reacciona ante eso? ¿Cómo se mira uno a sí mismo en ese simbolismo? Sin embargo, cada vez que pretendemos dirigirnos al sentido de nuestra vida  realizamos un acto mágico. Puesto que abrimos la puerta a lo que somos, a ese misterio de lo qué yo soy, y no sé que soy.

            En tal reflexión de mi mismo me puedo perder. Puedo encontraré algo terrible.  Pero de seguro de ahora en adelante ya no seré la que soy. Sin lugar a dudas descubriré mi verdad, tal vez que no soy un príncipe o una princesa, que soy un monstruo, un monstruo horrible. Tal mi verdad puede ser tentación y promesa, pero también miedo. Pero casi todos nosotros, en determinados momentos de nuestra vida, nos vemos compelidos a entrar en esos compartimentos de nuestro interior, de nuestro ser que nos constituye.


            Y nos preguntamos: ¿Está oscuro? La respuesta es SÍ. Y nos volvemos a interrogar: ¿Quiero entrar? La respuesta es NO. Si no entramos, seremos unos desconocidos para nosotros mismos, y no habrá, tal vez, final feliz. Nadie lo puede asegurar. Este es el precio que pagamos por vivir. Después de ese largo proceso hay un final que, si a veces no es feliz,  siempre será mucho mejor que el comienzo del cual partimos. A partir de ahora tú eres quien decide si quiere seguir adelante o no. Se trata de un compromiso con uno mismo.

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