miércoles, 27 de enero de 2021

INFLUENCIAS SOCIALES NORMATIVAS

 

Somos capaces de establecer diferentes tipos de relaciones sociales, y lo hacemos porque somos sujetos que formamos relaciones sociales complejas. Tenemos la capacidad social de establecer relaciones de simpatía y sociabilidad con los demás, sean individuales o grupales. Por esta razón, establecemos comportamientos coordinados y complejos con otras personas; por ejemplo, mientras unos trabajan otros cuidan la casa y los enfermos, otros buscan comida o fabricaban herramienta. Esta cooperación y división del trabajo nos proporcionan un entorno más seguro y estable, lo que nos permite sobrevivir y prosperar.

Esta forma de organización hace que tengamos que ocuparnos de otras personas que no están biológicamente relacionados con nosotros. Esta es una labor que trasciende el mero instinto de sobrevivencia. De esta manera, formamos amistades, lo cual significa que nos importa el bienestar de otras personas.

Aunque nuestra tendencia a pertenecer a grupos es útil para nuestra supervivencia, en algunos casos, formar parte de ciertos grupos puede anular nuestro buen juicio o nuestro sentido individual a la hora de actuar. Esto se debe a la presión que ejerce el grupo sobre nosotros, lo que nos fuerza a decir o hacer cosas porque el grupo quiere que así lo hagamos o digamos. En este caso, predomina la influencia social normativa.

Tal influencia prima sobre nosotros cuando no formamos un juicio u opinión propia sobre algo, o si la tenemos la abandonamos porque el grupo influye sobre nuestro parecer. Esto se da, cuando priorizamos la aprobación del grupo para no entrar en discordia con él o porque le damos prioridad a integrarnos al grupos. Esto se conoce como el síndrome de Solomon, del cual hemos tratado en otros artículos.

La influencia social normativa puede calificarse de conductual, porque actuamos como si estuviéramos de acuerdo con el grupo aun cuando no lo estemos. Aunque, a veces, no tenemos ningún inconveniente en decir las cosas claramente sin importar las críticas que se puedan generar, ya que los demás no pueden dictar cómo pensamos. Por ejemplo, si los demás se empecinan en decir que 2 + 2 = 18 o que la fuerza gravedad nos impulsa hacia arriba, nosotros no nos dejamos convencer y pensamos que ellos están equivocados. En estos casos, es porque la verdad nos resulta palmaria y manifiesta; pero en situaciones ambiguas es posible que los demás influyan en nuestro pensar.

Con la influencia social informativa consideramos a las personas como una fuente de información (sean fiables o no) para interpretar situaciones inciertas. Esto puede explicar porque nos apegamos a la opinión de los demás, en muchos casos. Ya que buscar y encontrar información adecuada requiere trabajo. Por eso si alguien, que pensamos sabe del tema, nos cuenta algo de ese asunto nos conformamos con esa información y la consideramos suficiente. Los chismes se basan en esto.

Estamos acostumbrados a tener a otras personas como recurso informativo en situaciones inciertas. Pues nos resulta fácil tener a éstas como referencia. Aunque hay ocasiones en las que basar nuestras decisiones y nuestros actos en otras personas nos puede acarrear consecuencias desagradables. Por ejemplo, tomemos el «efecto del espectador», éste se produce cuando no ayudamos a alguien que lo necesita porque otras personas no lo hacen. Esta reacción se debe a que tomamos a los demás individuos como referencia para decidir nuestras acciones en momentos que no tenemos claro cómo actuar y qué hacer. Asumimos, en este caso, un proceso imitación y lo llevamos a cabo al repetir el comportamiento de los demás.

Formar parte de un grupo puede hacer que pensemos y hagamos cosas que jamás haríamos estando solos. Estar en un grupo nos induce a desear la armonía del mismo; pues un grupo propenso a las peleas y discusiones no es agradable, es normal que la concordia sea algo que todos queremos lograr y mantener. En este caso, el deseo de armonía puede ser tan imperioso que terminamos pensando cosas que, de otro modo, consideramos irracionales o imprudentes. Cuando el bien del grupo adquiere preferencia sobre la racionalidad de las decisiones, nos hallamos ante lo que se conoce como pensamiento grupal.

El pensamiento grupal explica, en parte, porque los grupos adoptan a menudo una conclusión extrema, que los individuos de manera particular no harían. Influye el hecho de que queremos agradar al grupo y alcanzar un cierto estatus dentro de él. El pensamiento grupal produce un consenso en el que cada individuo está de acuerdo y coincide más intensamente porque cada quien quiere impresionar al grupo. Por tanto, todos terminan tratando de ser más que los demás en su adhesión al pensamiento colectivo.

Al alcanzar, tal pensamiento, cierto nivel de intensidad se produce la polarización grupal, muy común en la política y los deportes. Tal polarización se da cuando en el grupo las personas expresan puntos de vista más extremos, que los que tendrían si estuviesen solas. Esto es muy común y deforma la toma de decisiones individuales y colectivas; además, limita e impide la expresión pública de opiniones diferentes y externas. Ya que el deseo de armonía grupal imposibilita la diversidad de opinión y excluye a quien no esté de acuerdo con la opinión general.

La polarización grupal es preocupante porque son muchas las decisiones que se toman en el seno de grupos con intensa afinidad de opinión interna; los cuales son impermeables a las ideas y aportaciones externas. Muchas de las decisiones más desconcertantes son atribuibles a la polarización grupal. Por ejemplo, las malas decisiones de líderes que se traducen en la formación de muchedumbres enfurecidas.

Nosotros percibimos con mucha facilidad los estados emocionales de los demás. Estamos adaptados a captar esa clase de información a través de diversas señales, y cuando nos hallamos entre personas que están en un mismo estado emocional éste puede influir en nosotros. Un estado grupal altamente emotivo o excitado puede influir en nuestra individualidad. Las turbas indignadas y los disturbios callejeros son entornos perfectos para generar esas circunstancias. Cuando tales condiciones se cumplen experimentamos el proceso de des-individuación o de mentalidad gregaria.

Con la des-individuación perdemos la capacidad de contener nuestros impulsos y pensar con racionalidad, tendemos a reaccionar conforme a los estados emocionales de los demás y perdemos nuestra preocupación porque nos juzguen. La conjunción de estos factores hace que nos comportemos de modo destructivo cuando formamos parte de una turba.

Obed Delfín

Consultoría y Asesoría Filosófica

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martes, 12 de enero de 2021

RUPTURAS EMOCIONALES

¿Por qué las rupturas emocionales son un golpe tan grande en nosotros?

Las rupturas emocionales, por lo general, son devoradoras y extenuantes. Son una experiencia desagradable. Y, por otra parte, son fuentes de inspiración de obras artísticas, musicales y poemas, que narran o cantan las desgracias de los humanos.

Aunque no sufrimos un mal físico, pues no hemos heridos ni lesionados sufrimos corporalmente. Lo que nos ha sucedido es que estamos cobrando conciencia de que esa otra persona ya no estará con nosotros y nuestra interacción emocional se ha perdido. En esta situación, quedamos tocados y tambaleantes durante semanas, meses y, en algunos casos según la gravedad e intensidad, durante el resto de la vida.

Las rupturas emocionales nos afectan porque las personas con quienes compartimos y nos relacionamos tienen una gran influencia sobre el bienestar nuestro y sobre toda nuestra personalidad, en general. Esto se hace evidente en nuestras relaciones emocionales.

La construcción de nuestras relaciones filiales y amorosas nos embarca en vínculos afectivos a largo plazo, en los cuales tenemos que reconocer que estamos inmersos en diversos estados emotivos. Esto lo apreciamos en las diversas manifestaciones de aprecio, por ejemplo, el día de san Valentín, las bodas, las comedias románticas, las baladas de amor, la producción poética, las tarjetas de felicitaciones y tantas otras más.

Nuestras relaciones emocionales son múltiples, ya que somos heteroemocionales, aunque esta palabra no existe. Construimos y reproducimos nuestras relaciones en diversas intensidades y grados; la monogamia emocional no existe en nosotros ni constituye ninguna norma. Por eso establecemos diversas relaciones emocionales a lo largo de nuestra vida.

No importa que tantas teorías existan de porqué los humanos nos sentimos impulsados a establecer distintas relaciones emocionales, teorías que van desde la biología hasta la cultura, el ambiente o la evolución. Con éstas o sin éstas igual seguimos construyendo nuestras relaciones. Lo importante, en última instancia, es que las establecemos y sufrimos por sus rupturas.

Tal vez construimos nuestras relaciones con el fin, sin saberlo por supuesto, de hacer mayores nuestras probabilidades de supervivencia como sujetos filiales.  Porque cuando estamos en una relación emocional nos sentimos relajados y menos preocupados por los inconvenientes y las molestias diarias; en ese momento hay en nosotros cierta suficiencia personal.

Sea cual sea la causa de lo anterior, lo cierto es que estamos predispuestos a buscar y formar relaciones emocionales de todo tipo, y esto se refleja en toda la serie de cosas raras que hacemos, por ejemplo, nos volvemos de fanáticos algún equipo de futbol, de un artista, de un edificio, de un grupo de gatos o de perros en facebook, y cosas así. El intento es establecer relaciones afectivas.

Nuestras atracciones filiales se rigen por muchos factores. Esto nos lleva a una dinámica en la cual determinamos ciertos atractivos en los demás y así nos parecen atrayentes. La atracción y el reconocimiento de esa atracción son parte de la construcción de nuestras relaciones. En este sentido, todos tenemos nuestras preferencias y tipos ideales; además, apreciamos patrones generales. Algunas de las cosas que encontramos atractivas en la otra persona son predecibles.

Muchas de las variedades de nuestros gustos son de origen cultural y epocal, pertenecen paradigmas o iconos de una época; lo cual hace que nuestros atractivos estén influidos por imposiciones de modas de momentos específicos, por eso cada generación genera sus atractivos con sus debidos referentes. En estas atracciones buscamos elementos que se nos parezcan, que nos sean afines; esto nos conduce, según algunos, al sesgo egocéntrico que poseemos.

La atracción y la vinculación emocional la asociamos al romanticismo y al amor (sea éste, erótico o filial), asuntos que se encuentran en establecer relaciones a largo plazo, estén orientadas a personas o animales. Por ello, experimentamos placer ante la presencia de lo que queremos y nos es grato.

Podemos considerar que en nuestras relaciones se expande la conciencia de nuestro yo, el éxito personal al estar en una relación, y la sensación de logro derivaba de que la otra persona nos tenga aprecio y quiera nuestra compañía en toda clase de contextos. La relación emocional la percibimos como una meta humana, e incluso, un estatus social.

Nuestra flexibilidad personal se expande por el hecho de estar en un compromiso afectivo. Ya que integramos a las otras personas en nuestros planes, objetivos y aspiraciones; asimismo las integramos en nuestros esquemas vitales y en nuestro modo general de pensar el mundo. Pasan a ser, en todos los sentidos, una parte muy grande de nuestra vida, porque ellas nos definen como individuos.

Pero llega el día en que una relación se termina, por la razón que sea. Por otra parte, hemos invertido mucho en conformar y conservar esa relación emocional: todos los cambios que experimentamos, todo el valor que atribuimos a estar en una relación, todos los planes que elaboramos, todas las rutinas filiales que hemos establecido. Si eliminamos todo eso de golpe, está claro que somos seriamente afectados. La mayor ruptura es la muerte de un ser querido, porque nos es imposible hacer algo.

Al producirse la ruptura, todas las sensaciones positivas a que estábamos acostumbrados se marchitan de manera abrupta, o en poco tiempo si percibimos la pérdida de la relación en el transcurso del tiempo. Se interrumpen nuestros planes para el futuro y lo que esperábamos del mundo en general. Todo deja de ser válido y de tener sentido. Esto representa una gran aflicción para nosotros, porque no gestionamos bien la incertidumbre y la ambigüedad. No estamos preparados, por lo general, para tales rupturas.

En lo social las rupturas nos resultan perjudiciales porque valoramos la aceptación y el estatus social. El hecho de que alguien a quien apreciamos nos considere no aceptable, nos resulta fatal; consideramos que esta persona ha golpeado nuestra identidad social y sentimos dolor. Por eso decimos que el amor duele.

Al romperse la relación emocional conservamos los recuerdos de la otra persona, los cuales pasan a estar relacionados con el hecho negativo de la ruptura. Esto socava la conciencia de nuestro yo. A esto le sumamos que estábamos acostumbrados a sentir algo gratificante que de pronto nos ha sido retirado y negado.

Por supuesto que disponemos de capacidad para lidiar con una ruptura. Podemos volver a poner nuestra vida en orden con el tiempo, aun cuando esto sea un proceso lento. Al centrarnos en los aspectos positivos de esa relación emocional estos se traducen en una recuperación y un crecimiento emocional más provechoso. Ya que, tenemos preferencia por los recuerdos de las cosas agradables y placenteras. Por ello, dedicamos gran parte de nuestra vida a consolidar y mantener relaciones emocionales, aunque sufrimos cuando éstas se vienen abajo y se produce la ruptura.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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jueves, 7 de enero de 2021

THE BRIDGES OF MADISON COUNTY Y LA MUJER INVISIBLE

 

Esta película de 1995 nos muestra la permanente estafa que le hace el hombre a la mujer. Por estafa me refiero al hurto de la vida y de los sueños de la mujer por parte del hombre. La mujer abandona su condición de proyecto para entregarse a un presente a cambio de nada.

El hombre parece que no haber abandonado la condición de sujeto domesticador de hace 10 mil años atrás. Continúa a diario ejerciendo ese oficio de manera consciente e inconsciente, y parece que muy a su gusto.

Esta acción permanente es parte de la historia de la domesticación que incluye a los humanos y, en particular, a la mujer como objeto de dominio por parte del hombre. Por eso, la mujer entierra sus sueños para vivir en un presente vacío.

Se recrea, la mujer, en construir justificaciones que avalan la realidad en que vive, aunque ésta no sea la deseada. Sus sueños y sus anhelos los cubre bajo la capa de la cotidianidad. Del hacer diario que darle un sentido a lo que no lo tiene.

Es la pérdida de la condición del sujeto estético, en el sentido de Schiller. Porque ya no juega a ser humano, sino un ser domesticado. La libertad se deja a un lado o se abandona, para vivir de justificaciones forzadas.

Junto a la pérdida de los sueños se construye el día a día con su hacer interminable, que oculta las ilusiones de lo que se desea ser. Justificaciones y excusas hay muchas, incluso para escoger. Pero la realidad de lo anhelado es una.

En el caso de la película que nos ocupa, el detonante es el amor porque éste es siempre un anhelo no saciado. Es la condición de la menesterosidad. De lo busca llenarse y no puede. En este caso, el amor es algo simbólico, como el relato del «Banquete» de Platón.

Allí radica su fuerza y su dolor. El amor es el detonante del desgarramiento que sufre «Francesca Johnson» al encontrarse de frente con su desamparo y con su presente, que no es el que ella había soñado. Es otra realidad impuesta por las condiciones de la vida marital, que ella ha asumido.

La historia de los puentes de Madison es este conflicto existencial por la libertad pérdida que se reencuentra en un momento dado y en una situación dada, en este caso, la amorosa.  Pero donde el amor lo debemos entender como esa relación de Penía y Poros.

Es el autodescubrimiento de lo que se es, que ha quedado oculto bajo las capas de la vida como el marino de Glauco. Es un despertar, que se regocija en sí mismo. Pero, que a la hora de decidir tiene que decidir por sí; ya que nada más, en el caso de la película, garantiza la libertad deseada.

La escena final bajo la lluvia es monumental, Porque es un decidir por ella o por el otro. La conversación en la cocina es fundamental, porque pone las cartas sobre la mesa. Despliega el conjunto de posibilidades, y entre esas está que todo cambie. Que se vuelva a lo mismo que ella ha vivido hasta ahora. Por la condición de sujeto domesticador que signa la hombre.

En esta estafa el hombre vuelve a la mujer invisible, y ésta se deja sin saberlo. La convierte en una sombra de su hacer y pensar. La mujer se doblega por el peso de las obligaciones diarias, que asume como un propósito de vida. Una mujer vital y enérgica, abierta a la discusión, segura de sí misma hasta lo inverosímil, generosa con su tiempo y de carácter agradable asusta al hombre domesticador.

La llamada táctica del «negging» se usa para que algo que parece a cumplido sea, en realidad, una crítica o un insulto de baja intensidad, con el propósito de minar la confianza de la mujer y volverla vulnerable y más propicia a las posteriores insinuaciones de dominio.

Busca el domesticador una mujer de resignada calma, sin papel de figurante. Pues no desea que la mujer tenga personalidad. Queda ésta sometida a una ideología funesta, periclitada e instituciones autoritarias.

La convivencia se fundamenta en relaciones supuestas por el hombre, donde se insiste en la necesidad de tener a mano a un rival en quien descargar nuestras debilidades y faltas, si éste no existe hay que crearlo. Parece que para el hombre es necesario contar con un opuesto, un enemigo, pues esto le permite definir su identidad y le procura un obstáculo contra el cual mide su sistema de valores, y muestra al encararlo su valor como sujeto dominante y domesticador.

La función matrimonial de la mujer es quedar sometida a la autoridad del marido sin cuestionarla, simple obediencia social. Donde el hombre toma las decisiones y la mujer las sigue confiando ésta en la conducta, el afecto y la superioridad de la inteligencia de aquel.

En caso de disensión entre hombre y mujer, si intervienen familiares y amigos, de ambos se decantan, por lo general, por la institución masculina, porque se percibe que hay un conflicto de intereses con el status masculino de dominación.

En ambas películas, aunque solo he hablado de una, pensamos sobre el poder del silencio; en una sociedad donde el escándalo es asunto de todos los días. Tejido tal silencio por las relaciones de poder, en el sentido que le da Foucault, las cuales nos distraen y ocultan los asuntos neurálgicos de las relaciones mujer-hombre.

El ocultamiento y el silencio impuesto a la mujer nos impide descubrir un otro universo de sentimientos, de gustos, de sentidos y percepciones; ya que están opacados y ocultos en esa relación de poder que vuelve invisible el pensar-hacer femenino. Lo cual nos impide entender y disfrutar de esa otra parte de lo humano.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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