sábado, 28 de septiembre de 2019

CENTRARNOS EN LO IMPORTANTE DE FORMA NATURAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Debemos centrarnos en lo importante y tratar el resto con indiferencia. Ahora bien, ¿Qué es lo importante? La respuesta es sencilla: Lo que nos importa. O para decirlo de otra manera, lo que está en nuestro horizonte de interés, que en la mayoría de los casos son varias cosas que tenemos en mente.

Cuando observamos a tanta gente prestar atención a su aseo, a su elegancia y al mismo tiempo rebuscan algo que les interesa en las labores de su trabajo o familia,  se nos debe plantear la siguiente reflexión: le importan tanto el lujo, los bienes materiales como cultivar su imagen. Son sus intereses.

Nos gustan y son de nuestro interés diversos ámbitos y haceres. El futbol y la lectura. En eso no hay ninguna contradicción. Liberarnos del entorno, de los bienes materiales, dejar de darles demasiada importancia, o atender nuestro entorno, nuestros bienes materiales, o disfrutar de una buena comida es algo que deberíamos hacer más a menudo, para recuperar nuestros intereses, nuestra autenticidad y conseguir discernir lo que es importante de lo superficial.

Como ahora tenemos comida que muchas veces es más de la que nos comemos, o tenemos varios pares de zapatos andamos en la onda de lo espiritual, como si solo esto fuese lo universalmente relevante. Es importante, pero no es lo único que importa. Lo significativo es lo que nos importa, es a eso a lo que ponemos atención.

Esas actitudes pseudo-espirituales me resultan sospechosas porque se convierten en algo de carácter universal excluyendo cualquier otro centro de interés. Si alguien cultiva el materialismo y el estatus social es porque eso es lo que está en su universo de interés. Por el contrario, a otro le importaran sus placeres y deseos.

¿Qué pensamos nosotros? ¿Cuáles son nuestros intereses? ¿Qué es lo que nos importa? ¿Qué nos decimos cuando queremos algo nuevo? «Sí, lo voy a conseguir». Esto no es un mero capricho, se nos va nuestro vivir en eso. Ponemos todo nuestro empeño en aprender algo, en hacer algo. No por novedoso sino porque nos interesa.
 
Debemos disfrutar lo que nos gusta hacer cuando queramos hacerlo y cuando lo estemos haciendo. Esto es lo que nos permite centrarnos en lo que nos importa. Porque lo que le importa a cada quien es algo individual. A uno le importa la mecánica a otro la medicina, o la música. Esos son sus centros de interés. 

Queremos imponer nuestro interés a los demás. Sin querer frustramos a los demás al asumir esa actitud dominante y controladora. Muchos alumnos de diseño me contaban que sus padres les decían que cómo iban a vivir con esa carrera. El alumno sencillamente estaba por alcanzar algo que a él le interesaba, no a sus padres.

Lo que nos interesa acabará por poseernos. En eso consiste vivir. También habrá tiempo para trabajar, para la familia, para la pareja, para descansar… Los compromisos insustanciales nos hacen perder una vida de relax a cambio de una supuesta vida eficaz. Nada de falsa seducción, ni de teatro, ni de estilo impostado. Nunca debemos aparentar lo que no somos para acercarnos a lo que nos interesa. Queramos lo que queramos o pidamos lo que pidamos siempre lo tenemos que hacer fieles a nuestra personalidad.

Ser honestos es de lo más fácil. ¿Por qué, entonces, vamos a fingir para hacer lo que nos es importante? Si lo hacemos, muchas veces, es por falta de confianza. ¿Para qué nos sirve? Para nada. Si nos mentimos a nosotros, también mentimos a los demás. Sin disfraces debemos hacer frente a nuestras situaciones y a las personas. De este modo, seremos más creíbles.

Los falsos decorados no pueden sustituir la importancia de nuestros intereses. Al asumir lo que nos interesa con naturalidad evitamos resultar invisibles y no tener ni gracia ni carisma. Nuestra naturalidad nos hace irradiar todo lo que somos y nos atractivos y creíbles ante nosotros y los demás.

La naturalidad es la prueba de que somos sin recovecos ni falsedades. Tenemos que saber ser naturales en todo tipo de situaciones, asumir quiénes somos sigue siendo la mejor forma de que nos aprecien y de deslumbrar. Nunca debemos subestimar la importancia de lo que nos interesa, para así actuar con naturalidad en todo tipo de circunstancias.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin


sábado, 21 de septiembre de 2019

SER UN AMIGO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Al ser dignos de afectos podremos ser amigos, nunca esclavos. Es algo que tenemos claro pero que muchas veces confundimos, quién sabe por qué razón. Cuando admitimos a alguien en nuestro universo de intereses, pretendemos que esa persona se convierta en un amigo, el cual puede llegar a ser fiel e incondicional. Y a veces no. Porque también la amistad tiene grados.  

La amistad debe tener, por lo menos, el principio o la máxima de cuidarse mutuamente; de estar atentos de ver cómo está cada cual, escuchar las preocupaciones del otro, saber o aprender a tranquilizarse y consolarse... Estar ahí para los momentos bajos y los momentos alegres. No en todo momento, porque eso es muchas veces un poco difícil, si así lo exigimos lo que deseamos no es una amistad.

Nosotros, como humanos que somos, debemos preguntarnos ¿estamos siempre disponibles y receptivos con nuestros amigos? Sinceramente, por lo general, descuidamos esa relación de tanto en tanto, sin darnos cuenta del vivir que hemos necesitado para construirla. Así somos, lo cual no es nada extraño en nuestro hacer.

Podemos hacer profesión de fe acerca de la fidelidad, la abnegación, el cariño y la amistad, y querer aplicarlos casi al pie de la letra con nuestros amigos. No obstante, siempre fallamos. Lo que ocurre es que cuando somos nosotros quienes fallamos buscamos alguna excusa para justificarnos, siempre habrá alguna a mano. Cuando son los otros, nos queremos dar de victimas e incomprendidos. 

Son las distintas situaciones y cambios en nuestro vivir lo que hacen que, a menudo, hagamos paréntesis voluntarios o involuntarios en la relación con nuestros amigos o seres queridos. Y esto tenemos que tenerlo claro. Como siempre somos seres cambiantes en nuestro ser y hacer, por lo cual no siempre estamos a la mano de la otra persona. No estamos disponibles, pero eso no impide que la amistad esté ahí.

Toda nueva amistad es un nuevo amor, eso es evidente. Lo que no quiere decir que los amores anteriores desaparezcan. Sino que lo nuevo llena de pasión y hace que momentáneamente olvidemos el mundo que nos rodea durante algún tiempo. Una situación que todos comprendemos y conocemos, que poco después vuelve a la normalidad cuando reanudamos nuestras relaciones con nuestros seres queridos.

También puede suceder que al conseguir nuevas amistades decidamos, de manera consciente o no, cambiar de vivir y no volver con las personas que llevábamos años conociendo. Pues nos consagramos al cultivo de esa nueva amistad. Por lo general, esto genera un alarde de reclamo ya que sienten un sentimiento de abandono y casi de traición.

Hay varios dichos para expresar ese malestar «escoba nueva siempre barre bien» o «cuando hay santos nuevos, los viejos no hacen milagros». Las cuales son frases de decepción. Sin embargo, tenemos que aprender que en muchos casos ese sentimiento es infundado, y si es fundado es porque la persona se ha abierto a otros intereses.

La amistad en el sentido que la estoy tratando acá se da sin estrategias ni cálculos. Por ello ser fiel a las amistades no es permanecer con ellas porque sí. Ya que nuestro horizonte de intereses puede variar y con él nuestras amistades, esto es importante tenerlo claro. Esto hace que se den esos cambios en nuestras amistades.

Por ello, no podemos exigirle a nadie que permanezca desde el primer hasta el último día junto a nosotros. Lo que no podemos olvidar es nuestra capacidad de humanidad para con los demás; ni intentar replegarnos en nuestro vivir para intentar olvidar todo lo que hemos dado y dicho, u olvidar todo lo nos han dado.

La amistad es un amor potente que suele durar mucho tiempo, que influye en nuestro pensar-hacer. Sacrificarla a cambio de algo perecedero no tiene sentido. La amistad y a los amigos hay que cuidarlos porque son un tesoro muy valioso en nuestro vivir, por lo que nunca debemos sacrificarlos.

La amistad es un arte que debemos aprender. Un hacer delicado que debemos cultivar para que florezca siempre, porque es algo de lo cual no podemos prescindir. La necesitamos siempre para la construcción de nuestro yo y de nuestras relaciones con este mundo que a diario vivimos.    

Referencias:
Twitter: @obeddelfin


miércoles, 18 de septiembre de 2019

RELATOS E INTERPRETACIONES DE SENTIDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Hace un siglo o tal vez un poco más se hizo evidente, por una parte, que el lenguaje es un instrumento muy importante para la construcción de nuestro entorno. Por otra, que el lenguaje es un instrumento no inocente, pues el mismo incide en la forma como vemos, comprendemos y actuamos en el mundo. Esto estructuró dos nociones básicas: Primero, la diferencia entre sentido y denotación. Segundo, la noción de juegos de lenguaje.

La diferencia entre sentido y denotación:
Antes de esto, se pensaba que el lenguaje nombraba los objetos con una correspondencia total. Frege notó que esa correspondencia no es tal, ya que a un mismo objeto le pueden corresponder diferentes sentidos. Un hombre si es padre tiene un sentido para un hijo y otro para otro; otro significado para la esposa; otro para la madre y el padre; otro para los vecinos. Poseemos distintos significados según quienes se relacionen con nosotros. Lo importante, entonces, es entender los diversos significados que tenemos en nuestro entorno.

En una familia, el desafío no es describir ¿qué es esta familia? Sino cuáles son las distintas visiones que tienen de ella los diversos miembros. A la pregunta ¿qué es esta familia? La respuesta depende de quién la va responder y qué piensa de ella. Lo mismo se da para una organización, la respuesta depende de a cuál grupo de interés o actor le hacemos la pregunta.

El ámbito en que nos desenvolvemos depende desde cuál perspectiva lo estamos interpretando. Eso que llamamos nuestro mundo, nuestra vida es una interpretación desde una perspectiva particular.

A través del lenguaje interpretamos nuestro entorno, a nosotros mismos y a los demás. Asimismo, definimos la capacidad de acción que podemos tener en él. La interpretación de sentidos y significados nos permite determinar nuestra forma de decidir, actuar, sentir e, incluso, nos permite determinar nuestra identidad personal, para abordar los cambios y grados de bienandanza que deseamos alcanzar en ese entorno.

Al vivir en una permanente interpretación podemos construir un mundo de escenarios. Si el entorno lo interpretamos como un problema sin solución nuestro quehacer será muy distinto a si lo interpretamos como una circunstancia de la cual podemos sacar algún beneficio. Por ello, nuestras interpretaciones inciden en nuestra forma de vivir y capacidad de acción.

Juegos de lenguaje:
Esta noción proviene Wittgenstein, para quien el lenguaje es un conjunto de «juegos» interpretativos que desempeñan variadas funciones. Esto es lo que llamó «juegos de lenguaje». Hay muchos juegos de lenguajes: el de la ciencia, el lúdico de los niños, el artístico, el técnico y el emocional… por nombrar algunos. Y cada uno interpreta el mundo a su modo.

En este sentido, el lenguaje es como una «caja de herramientas» que podemos usar en distintos contextos, con distintos fines y bajo muy diversas circunstancias. Es importante saber ¿Cuáles son los juegos de lenguaje en que nos movemos?

Una organización, una familia, una persona son un conjunto de juegos de lenguaje en interacción para alcanzar un resultado. En el caso del pensamiento creativo de los sombreros de Edward de Bono éste posee seis juegos de lenguaje: los hechos, las emociones, los riesgos…

La utilidad de los «juegos de lenguaje» radica en que nos permiten describir cómo opera la comunicación y la coordinación de acciones al interior de una organización, en nuestra familia, en nuestras relaciones interpersonales. De esta manera, podemos identificar las reglas de nuestra toma de decisiones o de la resolución de conflictos, por decir algo. Además, nos permite diseñar prácticas de comunicación para mejorar nuestro desempeño en las circunstancias en que nos desenvolvemos.

El lenguaje como forma de vida cotidiana nos sirve para trabajar, resolver conflictos y diseñar el futuro, entre otras muchas cosas. La comprensión y el sentido se dan en el uso y en la utilidad que nos da el lenguaje para enfrentar la vida, tomar decisiones, solucionar problemas o producir escenarios. La capacidad de nuestra acción práctica está incorporada al lenguaje.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin



sábado, 14 de septiembre de 2019

CAPITAL SOCIAL Y NUESTRO HACER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


En un artículo anterior[1] señalé que al capital social, por lo general, lo llamamos «tener contactos» y éstos tienen que ser productivos. Además, señalé que este tipo de capital se tiende a soslayar o, en el mejor de los casos, se da por sobreentendido. Es necesario insistir que todo hacer tiene necesariamente que construir un capital social adecuado; pues el mismo nos permitirá el «apalancamiento» que necesitemos.

Todos necesitamos dinero. Este es la razón causal de todo hacer rentable. Puede ser: empleo, autoempleo, negocio o inversión. La verdad es que deseamos poseer más de lo que tenemos actualmente. Es allí donde los «contactos» nos abrirán las puertas hacia el capital económico que aspiramos.

El capital social lo comenzamos a construir y acumular, en primer lugar, donde habitamos: la calle, el barrio, la urbanización, la ciudad. Posteriormente, lo hacemos en los lugares de estudio: escuela, universidad… y por último en el trabajo.

Este capital nos servirá para realizar nuestro hacer y obtener lo económico. Al tener un capital social solido debemos tomar las medidas necesarias para asegurarnos de que nuestro hacer sea posicionado favorablemente. Para ello debemos contactamos con nuestros amigos para que nos faciliten el acceso al lugar que deseamos llegar.

Existe una asociación intrínseca entre capital social y dinero. Ya que el primero  implica cierta proximidad al dinero debido al estatus social y éste está asociado con la posibilidad de llevar a buen término lo que nos hemos propuesto.

Por el contrario al carecer de un capital social adecuado, sea por privaciones materiales o aislamiento social, no contamos con una red de amistades que estén al alcance del capital económico.

De allí que el capital social debe cultivarse con vista a un fin.  Pues unos y otros somos sujetos que podemos ayudarnos mutuamente para conseguir un capital económico. 

Identificar nuestro capital social es fundamental, para saber si el «endogrupo» al que pertenecemos es adecuado a nuestro hacer y si nos permitirá realizar nuestros proyectos con buena fortuna. Ya que el «endogrupo» tiende a apoyarse mutuamente. Estas son las imbricaciones efectivas de este tipo capital.

La necesidad de poseer «contactos» es fundamental. Porque a través de éstos formamos tribus o clases. Puede ser que en nuestro hacer no poseamos, inicialmente, capital económico pero si poseemos un capital social solido lo más probable que salgamos delante de manera más afortunada y más rápida, gracias a los vínculos garantizados por nuestra pertenencia a un «endogrupo» determinado y a los lazos que nos atan a él. El capital social es un tejido de redes.

El capital social forma parte de nuestro capital cultural. La relación entre ambos es intensa. Ya que éste proporciona estatus, contactos y competencias. Tales competencias nos convierten en sujetos apropiados para un hacer determinado.

Las competencias adquiridas tienen un valor real, pues las usamos y nos sirven para llevar a buen término nuestro hacer. No obstante, si las competencias que poseemos no están respaldadas por un capital social adecuado pueden convertirse en algo improductivo, al no poderse ejecutar. Son unas competencias que permanecen en sí mismas. De allí la necesidad e importancia del capital social  para producir el «apalancamiento» que siempre necesitamos.  

Referencias:
Twitter: @obeddelfin


jueves, 12 de septiembre de 2019

EMPRENDEDOR Y TRES TIPOS DE CAPITAL: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


El emprendedor y el emprendimiento son un «constructo», es decir, son una construcción individual o asociada. Por lo cual, el emprendimiento requiere para su realización de tres tipos de capital. A saber, el capital económico, cultural y social. ¿En qué consiste cada tipo de capital? Es lo vamos a intentar mostrar en este artículo.

Empecemos por el «capital económico» que es el más evidente de los tres. Todos sabemos que para iniciar un emprendimiento necesitamos una cierta cantidad de dinero. Tomemos el siguiente caso: Si una persona individualmente se plantea dedicarse a la pastelería de tipo casera, el dinero que tiene que invertir está, en primero instancia, en los diversos productos o insumos que va a usar (harina, azúcar, huevos…) Pues suponemos que esta persona hará uso de los utensilios que ya posee en su casa: cocina, horno, ollas… Más adelante tendrá que comprar otros implementos, pero por ahora estos les son suficiente.

El capital económico, en el caso que exponemos, está restringido al alcance del emprendimiento que esta persona se propone llevar adelante, y así es en todos los casos. La persona, del caso que tratamos, decide vender sus pasteles (tortas) a la cafetería de la escuela que está cerca de su casa. Esta persona es productora y vendedora al mismo tiempo. Imaginamos que aún no necesita de un ayudante. Ella hace todo. Este es el nivel básico y fundacional de un emprendimiento individual[1] con un capital económico mínimo.

Inicialmente la persona ha invertido una cierta cantidad de dinero (capital económico) en insumos para la pastelería. Posteriormente requerirá de otros utensilios y enseres, para adquirir estos tendrá que invertir más dinero que se generará por las ventas de los productos de la pastelería. Junto a este capital económico está involucrada la fuerza de trabajo, es decir, el esfuerzo físico realizado para elaborar la pastelería y venderla.

Como bien sabemos todas las personas no sabemos o desconocemos como hacer pastelería. Para llevar a cabo este oficio, la persona necesita un «capital cultural», esto es, un conjunto de conocimientos o saberes que deben ser adquiridos por la práctica y de manera teórica. Este capital cultural, en el caso del emprendedor que venimos exponiendo puede haber sido adquirido de manera práctica.  Ejemplo, la madre de esta persona le enseñó a hacer pasteles (tortas) en su casa, ese es todo el capital cultural que hasta el momento el emprendedor posee.

Si es de esta forma como ha llegado a obtener su conocimiento, el capital cultural es artesanal y elemental. La persona trabaja con una pastelería básica: hace un bizcocho y lo decora. No realiza una pastelería elaborada ni de alto nivel. El emprendimiento, en este caso, es individual y primario. Invierte un capital económico y cultural mínimo.  

Recordemos los emprendimientos son de diversos tipos. Considerando la división que hace Kiyosaki en este caso tenemos que el emprendimiento es un «autoempleo». La persona no delega en otra persona nada de su emprendimiento, trabaja para ella. Así como lo hace un médico que tiene su consultorio, aunque en este último caso el capital cultural es mucho más avanzado.  

Si esta persona en su emprendimiento se plantea realizar una pastelería más elaborada tendrá que ampliar su capital cultural. Tendrá que invertir capital económico en su formación de pastelería, que le permita poder asistir a clases en una escuela de este tipo. Como vemos hay una relación entre la formación cultural y el capital económico.

Si esta persona decide asistir a clases de pastelería debe estar pensando que su emprendimiento debe pasar a otro nivel. Aunque el emprendimiento puede seguir siendo individual su capital cultural no será ni artesanal ni elemental, porque comienza a involucrar elementos culturales más elaborados. O, por el contrario, puede sencillamente permanecer en ese nivel, lo cual no es ningún problema. Tenemos el caso de muchos profesionales universitarios que solo se quedan con sus estudios de tercer nivel.

Al inicio hemos planteado, que la persona al plantearse el emprendimiento de la pastelería había decido vender sus pasteles a la cafetería de la escuela que está cerca de sus casa. Esto lo ha decido o porque la Directora de la escuela es amiga y le ha ofrecido la oportunidad de hacerlo, o es amiga de quien administra la cafetería escolar y esta persona le ha ofrecido la oportunidad de vender las tortas en la cafetería, o el emprendedor les ha planteado el caso y ambos aceptan gustosamente.

En este caso, el emprendedor hace uso de su «capital social». El emprendedor recurre a sus amigos o conocidos para poder colocar su producto en un establecimiento determinado. La persona opta por vender su producto a un local determinado porque allí tiene un capital social al cual puede recurrir, y éste le facilita la colocación del producto. Invierte un capital económico, cultural y social mínimo.  

En otros casos, la gente opta por vender el producto en la calle o venderlo entre sus conocidos porque carece del capital social para ubicarlo en un sitio determinado. No obstante, en el caso de vender el producto directamente en la calle se requiere de alguien que se convierta en vendedor. En este caso, hay otro sujeto involucrado en el emprendimiento y para esto se recurre, por lo general, a algún miembro de la familia. En este caso, ya no estamos hablando de capital social sino de capital humano.

Como podemos apreciar los tres tipos de capital están relacionados entre sí. Por ello es fundamental conocer la dinámica de los mismos para sacar el mayor provecho de cada uno y de su interrelación. Sobre los tres podemos tener cierto dominio o cierto control. Podemos, primero, tener el capital económico porque hemos ahorrado o alguien  nos ha prestado un dinero para empezar el emprendimiento. Segundo, el capital cultural lo podemos haber adquirido inicialmente de manera empírica y posteriormente estudiarlo de modo formal, tal como lo hemos planteado en nuestro ejemplo. Tercero, el capital social lo elaboramos o está conformado, la mayoría de las veces, de manera fortuita, casual o imprevista. En el caso planteado el emprendedor por casualidad, ¡por suerte!, era amigo de la Directora de la escuela o amigo de quien administra la cafetería. Tal amistad era un hecho casual. Sin embargo, cuando el emprendedor inicia los estudios formales de pastelería esto debe cambiar, pues debe plantearse conocer más gente en el medio en que se desenvuelve.  

Es fundamental poner mucha atención en la conformación del capital social. Ya que éste es muy importante evitando que éste solo se dé de manera fortuita. Porque, por ejemplo, en los emprendimientos de asesoría y coaching el capital cultural es relevante, pero mucho más importante lo es el capital social. Pues este tipo de producto requiere de un capital social solido para poderlo posicionar, por ejemplo, en una organización. 

En otro artículo abordare el capital social, que en muchos casos no se nombra o se deja bajo la alfombra al tratar los aspectos del emprendimiento. En nuestros países este tipo de capital se denomina «tener contactos» y hay cierto prurito en esto, por diversos aspectos que en su debido momento abordaremos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin



[1] Por esta razón, no estoy considerando el capital humano, que consiste a grandes rasgos en los empleados.

sábado, 7 de septiembre de 2019

EL LENGUAJE DEL SILENCIO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Muchas veces es importante callar y observar. Pues en muchas circunstancias no entendemos nada. En tales momentos es imprescindible sumirnos en nuestros pensamientos y nuestras observaciones, para intentar alcanzar cierto bienestar sin entablar ningún debate estéril con nosotros mismos y menos aún con alguien más. Ya que todo resultaría incomprensible.

El lenguaje del silencio es importante. Ya que cada día hablamos cada vez más, incluso a veces lo hacemos sin ton ni son. El cual es, en muchos casos, un hablar por hablar carente de reflexión o meditación. Al llegar a ese vacío del hablar es imprescindible detenernos para ensimismarnos, diría Ortega; es decir, para mirar hacia nosotros. Esto se hace necesario.

En última instancia, tenemos que aprender a callarnos. Los pitagóricos hacían por un tiempo más o menos largo un voto de silencio, todavía se usa en ciertas religiones o se impone. Este callarnos debe ser cultivado con el fin de aprender a oír, de aprender a mirar, de atender a los demás. Más relevante aún debemos cultivar este silencio para aprender a mirarnos, oírnos, atendernos a nosotros mismos.

La idea no es volvernos asociales, sino todo lo contrario. Es conocernos a nosotros mismos para empezar a interactuar con los demás. Esa socialización empieza por ese lenguaje de silencio que nos permite contemplarnos. En este sentido no creo que la filosofía sea un pensar solitario, es más bien un pensar en sociedad con los otros, de ahí el diálogo.

A lo que aquí hago referencia es a ese parloteo vacuo en que nos sumimos diariamente sin darnos cuenta, un parloteo con otros y con nosotros. Una cháchara fútil que no nos deja pensarnos ni comprendernos. Que solo se ha convertido en un distractor de nuestro pensar-hacer. De allí que abogamos por el silencio y la observación de nosotros y de lo que nos rodea.

Puede ser que no nos guste nuestro silencio y eso está bien. No puede ser una imposición, ya que cada quien se descubre a su manera. Cada quien establece a su manera el diálogo consigo mismo y esto es lo importante. A esa manera particular de comunicarnos con nosotros mismos es lo que denomino el lenguaje del silencio. Puede ser que alguien lo haga a gritos, pero lo más probable es que lo haga apartándose momentáneamente del mundo.

Ese lenguaje silencioso es el que nos puede conducir a observarnos, a estar atentos de nuestro hacer y a los cambios de nuestro entorno, sin hacer ningún comentario. Ya que nuestra tendencia es a opinar continuamente, como sujetos locuaces que somos. Y esta locuacidad oculta que no sabemos callarnos, que no sabemos estar en silencio atentos a nosotros mismos.

Como habladores que somos, por lo general, decimos banalidades para dar y tomar. A veces por ese hablar desmesurado nos malinterpretan o hablamos influidos por un estado de ánimo inadecuado que deforma lo que deseamos decir. No queríamos decir eso pero ya es tarde. Las palabras han salido sin pasar por ninguna reflexión previa, muchos menos por ningún conocernos.  

Aprender a callarnos es aprender a controlar nuestra impulsividad. Es tratar de no decir banalidades, es reflexionar y sopesar las ideas que tenemos en mente y que cuentan distintas situaciones. Es escuchar lo que los demás tienen que decir y no monopolizar la conversación. Es no imponer nuestra opinión como una verdad absoluta y definitiva. Es abrir el espacio a la duda de nuestro pensar-hacer.

Aprender a callarnos es mantener cierta perspectiva con los demás y con nosotros. Recordemos que tratamos sobre el silencio y la observación del mundo que nos rodea y sobre nosotros mismos. En este silencio aprenderemos sobre la transparencia que nos debemos a nosotros, a lo que somos y hacemos.

Debemos aprender a expresarnos, a hablarnos. El observarnos y escucharnos es importante porque muchas veces somos sordos y ciego (dice una canción) ante nosotros mismos. Tenemos que aprender a callarnos para aprender a oírnos y hablarnos. A saber del silencio.

En este aprender en el lenguaje del silencio comenzamos a ser el centro de nuestro mundo, aprendemos a conocernos y a querernos. Aprendemos a hablar con nosotros mismos y a escucharnos. Al saber callarnos aprendemos una forma mejor de expresarnos.

De esta forma el lenguaje del silencio es dialogar con nosotros mismos, develar nuestro pensar-hacer, llegar a entendernos y comprendernos. Es parte importante para el conocernos a nosotros mismos.

Referencias:
Twitter: @obeddelfin