martes, 29 de septiembre de 2015

«ALIEN» NUESTRO ÚNICO PASAJERO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

     Esa maravilla cinematográfica llamada «Alien» siempre nos acecha. Irrumpe en nuestras vidas sin mediación. Solo hace su aparición y nos deja sin aliento. ¿Qué es el Alien? Son los miedos que nos constituyen. Todos aquellos temores que nos rodean en nuestra vida. Es lo indeterminado, lo no definido ni controlado de nuestro existir. Ese ser que repta permanentemente por nuestras entrañas.    

            El Alien se nos aparece en esa nuestra aparente vida controlada. Cuando pensamos que nada nos puede pasar. Es lo otro. Lo afuera y oscuro. Sin embargo, anida en nuestro interior; allí se alimenta y va creciendo. Es la madre que le dice al niño allí viene el coco, allí está loco. Cada miedo que se nos inculca y cada miedo que desarrollamos a lo largo de nuestra vida. No tenemos escapatoria. El Alien siempre está allí.

            En tanto es el afuera que nos inquieta, éste es la vida en la calle; el motorizado que tememos nos robe o mate; quedar despedido del trabajo que tenemos; ser aplazados en el examen. Es lo otro, lo desconocido, lo que no tiene forma. Son nuestras relaciones confusas e imprecisas. La enfermedad, la vejez, la soledad; cada una de ellas se va convirtiendo en ese Alien que nos persigue y del cual huimos. La muerte del ser querido, que nos es arrebatado de un zarpazo. El niño que teme la ausencia de la madre.

            Cada miedo que está allí acechando. Nuestras ciudades se han convertido en nuestro Alien más preciado. Nos movemos por ellas sin saber que nos espera y que nos puede suceder. A veces, decimos sabemos que salimos pero no sabemos si regresamos. Allí está lo otro, eso desconocido. Porque ante lo preciso y determinado, siempre está la otra cara; el lado oscuro al cual tememos.  
 
            E incluso, nuestra primera relación con el mundo, según el texto sagrado judeo-cristiano, se establece a través del miedo. En éste se dice: “Y llamó Jehová Dios al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”. La salida del Paraíso Terrenal se inicia con el miedo, porque acá el dios se ha hecho otro, a quien hay que temer. Este miedo nos acompaña, y siempre se fomenta.

            Las leyendas y cuentos de misterios acrecientan el temor por lo desconocido. Por lo que está allá, por lo ominoso. El miedo que instiga el político de un bando sobre el otro, del cristiano por el judío, de Occidente por el Islam, del blanco por el negro. El miedo nunca es inocente. Siempre nos consigue desnudos porque algo hemos hecho. Siempre hay una razón para temer. Es la pasión por excelencia de todo hombre, de toda mujer. El temer.

            Ese nuestro tejido social se construye en gran parte sobre el miedo. Sobre nuestros temores fundados o infundados, no importa cómo sean están allí. Por ello peleamos por abandonarlos, superarlos, hacerles trampas; pero nos acechan como el Alien a través de todos los intersticios de nuestro pensar-hacer. No hay maneras de hacerle trampa, siempre está allí de una u otra manera; incluso, a veces, muta.

            Cuando no está en nuestro consciente, está en nuestro inconsciente. Espera nuestro sueño, para hacerse presente. ¿Qué hacer? Esa es la interrogante. ¿Entregarnos a él y que nos devore? ¿Hacerle frente, cuando no tenemos fuerza suficientes para resistirnos? ¿Huir? Entonces siempre será una carrera interminable, sin cuartel. ¿Cuando en el fondo de nuestro ser vemos temor y vemos sospecha? Es más fuerte que nosotros, porque tiene muchas maneras y modos de ser.

            No podemos evadirlo, siempre estará en nuestro presente incierto. No importa cuanta certeza digamos que tenemos, siempre lo indeterminado hará su presencia. Un cambio de política en el trabajo, en el país; un suceso telúrico; cualquier incidente enciende nuestros miedos. Y como siempre está presente, entonces para nosotros no es extraño. Por ello, como dice Charly García “yo no voy a correr, yo no voy a correr ni a escapar de mi destino, yo no pienso en peligro”.

            No importa si el Alien está allí, porque siempre estará. Aunque no sepamos que es debemos confiar en nosotros. Porque al final no es un problema. ¿Por qué Sigourney Weaver vence al monstruo desnuda? Es algo extraño en esa escena final. No tiene armas, ni equipo especial cuando al fin solo están ella y él. Pensando en este desenlace, algo me recordó el cuadro de Eugène Delacroix «La Libertad guiando al pueblo». Ésta está desnuda.

            Así como el hombre adánico se planta desnudo ante dios para decirle que tuvo miedo; la libertad desnuda con todos sus miedos e indeterminaciones guía al pueblo. Lo mismo hace la mujer desnuda ante el Alien. Solo desnudos con nuestros miedos, con nuestra fragilidad podemos enfrentarnos a nuestros miedos internos y externos. Tenemos que despojarnos de todos nuestros haceres, para plantarnos cara a la vida. Desnudos con todos nuestros sentires podemos verle la cara a nuestros temores.

Así, en nuestra desnuda libertad tenemos que llegar a saber que al final el miedo no es un problema. Y con una nueva fascinación, saber qué placer esta pena del miedo que es solo eso, miedo. Que no nos puede devorar porque somos nosotros quienes lo alimentamos. Y nos debemos más que eso. Nos debemos toda la posibilidad de ser nuestra libertad, de plantar cara y decir ya, hasta acá está bien. Y saber que algo ha cambiado.    



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jueves, 24 de septiembre de 2015

PLURALIDAD CULTURAL E INTERPRETACIONES PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando comenzamos a revolear en nuestra cabeza sobre las cosas que nos rodean iniciamos nuestros choques frontales con ese o esos modelos en los que hemos vividos. Modelos que nos van marcando y dominando sin saberlo, que dejan su impronta en nuestro pensar-hacer. Por ejemplo, esos modos sociales por la competitividad y el individualismo.

Todos sabemos que la comunidad es el lugar en que nos reconocemos, aunque en muchos casos se da la negación de este hecho, en ese momento estamos escindido de nuestro yo individual y nuestro yo social. Es en la comunidad (familia, trabajo, escuela…) donde el nosotros como realidad es palpable de nuestras identidades; allí se fijan, de diversas maneras, nuestra individualidad con los grupos con los cuales coexistimos.

Por ello, debemos trabajar para potenciar el uso de instrumentos que favorezcan los proyectos comunes, los cuales hacen posible nuestro protagonismo en cada comunidad que participamos. Para ello, debemos respetar la pluralidad cultural y las interpretaciones para participar en ese desarrollo social. Eso nos lleva a tomar conciencia de nosotros mismos y de los otros, lo que facilita el camino de ese trabajo social. Acá me refiero a nuestras interacciones sociales, no me refiero a trabajo comunitario como políticamente se conoce.

Nuestras interacciones socioculturales son prácticas sociales, culturales y educativas;  que manejadas adecuadamente se pueden convertir en un instrumento fundamental para nuestro desarrollo personal y social. Ya que podemos actuar como mediadores en medio de los cambios constantes en que estamos inmersos, para ello es necesario la diversidad de nuestros puntos de vistas, los cuales nos permiten sentirnos o no corresponsables del quehacer cultural cotidiano. Por medio de éstos podemos trabajar en el favorecimiento de actitudes y comportamientos que potencien la capacidad creativa de nuestras expresiones, en tanto realización individual y social.

En este sentido, es necesario creer que podemos convertirnos en un recurso social capaz de proyectar y desarrollar capacidades y potencialidades capaces de llegar a las personas, que son, a la vez, espectadores-receptores de esas capacidades y potencialidades. Esta posibilidad de contemplarlos como agentes activos constructores transformadores de su propia realidad cultural como elemento patrimonial.

Para ello, tenemos que abogar por una perspectiva distinta a nuestro modelo taciturno de vida, basado en una sociedad del hastío, de la indiferencia ramplona. Debemos interceder por un hacer individual y social que intente desarrollar entre las personas la comunicación, el uso de la palabra, el diálogo, la interacción hacia la construcción de una comunidad que está destruida, la cual hay que reconstruir. Relaciones laborales destruidas, vecindades destruidas, escolaridades destruidas e igual familiaridades destruidas.

Hay que aupar aquello que una comunidad ha sido capaz de producir a lo largo de su hacer; al entorno tal y como es percibido y considerado por las personas que participan de él. Hay que distinguir las formas de relacionarnos que surgen en nuestro hacer cotidiano y que están basadas en un modelo social de comportamiento; con el objeto de saber si éste contribuye a poner de manifiesto y ensalzar los signos de identidad y las prácticas colectivas de nuestros grupos sociales.

De hecho, nuestras relaciones sociales deben estar signadas por la reflexión, para destacar que este hacer responde a nuestras necesidades de estructurar un quehacer social al mismo tiempo que conservar nuestra personalidad; por lo que se pueden convertir en un núcleo permanente de nuestra formación.

Desde esa perspectiva, nuestras relaciones interpersonales no son meras relaciones sino que son un proceso de formación personal y social. Es un instrumento favorable para nuestro pensar-hacer, ya que ofrece la posibilidad de interactuar y participar de manera activa, al poner en práctica estrategias que promueven la posibilidad de expresarnos para atender nuestras necesidades y la de los otros.

En este intercambio, surgen experiencias en las que se conjugan nuestros modos de ser hacer y ser; las cuales se visibilizaban en el desarrollo cultural y social de nuestro entorno. De este modo, podemos llegar a identificar nuestros problemas, que nos afectan y determinan nuestra vida en comunidad.

Para ello, es necesario formar nuestros criterios en relación con esos espacios en que nos desenvolvemos, dado que lo social ha de entenderse como algo que se construye y no está dado. Por lo que tiene significados que definen en ese conjunto de relaciones en las que estamos inmersos. Que, a la vez, construimos y nos construyen como sujetos.

El trabajo hacia nuestro desarrollo social contribuye a ofrecer la posibilidad de transformación de las condiciones que obstaculizan nuestra vida, en este contexto debemos reivindicar esos procesos reflexivos sobre las prácticas cotidianas, los cuales nos permitan hacer evidente la íntima relación entre lo individual y lo social como un hecho de formación. Por ello, es necesario crear espacios para el diálogo y libertad, ya que éstos se convierten en los principios organizadores que nos permiten estructurar nuestras relaciones entre ese yo que somos y los demás que nos conforman.



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martes, 22 de septiembre de 2015

LA BRÚJULA DE JACK SPARROW: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

          La brújula de Jack Sparrow es como nuestra vida en general, un andar sin un sentido determinado. No apunta a ningún norte definido. Se mueve sin un rumbo claro. Es decir, es un planeta, en su significación helénica, un ser errante, un vagabundo. Así somos nosotros en la mayoría de los casos. No se nos nota mucho, porque estudiamos, trabajamos, tenemos una familia… Hacemos algunas actividades y pertenecemos a conjunto de normas que más o menos encausan nuestro hacer diario.

            Si nos preguntamos sobre nosotros mismos, lo más probable que es que no sepamos que responder, o no responderemos muy acertadamente. En la mayoría de los casos no tenemos fines o metas. Incluso, muchas veces, ni no las planteamos. Por ello nuestro horizonte es brumoso y ambiguo. Somos como Alicia en la encrucijada, no podemos decidir qué camino tomar porque no sabemos para donde vamos.

            Es una realidad nuestra vida. No un drama. Porque ya en el drama podemos suponer que sabemos que estamos dentro de él. Solo vivimos. Sin fines ni metas. Además, no vinimos a este mundo o estamos predestinados a ser felices, alegres o tristes. Solo estamos acá porque vivimos. Así de simple. Lo demás es una construcción de nuestros deseos. Deseo ser feliz, deseo ser exitoso. Son aspiraciones. Pero en nuestra vida, en el mero vivir, somos una brújula que apunta a cualquier parte.

            Admitir este juicio, es saber que estamos vivos. Y con ello, afirmar que somos un proyecto posible. Lo que nos hace un proyecto de vida, es ese errar por el mundo de nuestros apetitos, de nuestros deseos, de nuestras aspiraciones. Que se cumplan o no es otra cosa. Queremos esto, queremos aquello. Vamos a la derecha, vamos a la izquierda. Todo parece posible a la vez. Todo parece a la mano como dice Heidegger o Sartre. De allí que la vida nos sea algo tan maravilloso.  

            Parecemos personas centradas en lo que hacemos. No obstante, divagamos permanentemente. Entramos en ensoñaciones y en éstas nos quedamos disfrutando. Nos quedamos mirando el atardecer y allí permanecemos absortos, perdidos en el afuera y en el adentro de nuestro ser. De niño tenían que llamarnos, porque nos perdíamos en el juego, y el tiempo-espacio se extraviaba ante nosotros. Solo la norma nos devolvía a este mundo.

            De grandes seguimos siendo iguales. Sin embargo, nos embarga el conflicto de las obligaciones asumidas. De allí vienen nuestros remordimientos. Porque ya no podemos volver a perdernos en el juego; porque ahora somos adultos, padres, abuelos, gerentes, maestros, obreros, profesionales… nos hemos impuesto nuestras obligaciones. Y ellas rigen nuestra vida. Así lo hemos asumido, o por libre elección u obligados por las circunstancias. Qué más da.

            Ha sido una elección a fin de cuenta. Una elección nuestra. Si no ha sido así el tormento es mayor. La elección, dijo Aristóteles, tiene su causa en el deseo y en el pensar deliberadamente. Elegimos por lo deseamos y lo reflexionamos. En caso contrario, hemos sido empujados por la vida misma. La vida siempre tienes recursos suficientes para meternos dos goles en contra. Entre estos nos movemos constantemente, o elegimos o nos empujan. 

            He allí los sentidos de nuestro haceres. En ir reconociendo todas estas circunstancias. Para buscar, en esa brújula pérdida que somos, un camino para nuestra vida. Conseguir un norte posible en ese nuestro proyecto que somos. Dejar de ser meros errantes, vagabundo que vamos para allá y para acá. Poder trazar un sendero propio y con sentido; porque lo propio muchas veces no es suficiente si éste carece de sentido. Que importa si la comida es abundante, si ésta no tiene sal es insípida. La paladeamos y la tragamos; sin embargo, no nos satisface.        

La brújula de Jack Sparrow al igual que nuestra vida: “Apunta hacia aquello que tú más quieres de verdad en este mundo”, así lo dice el Capitán del Perla Negra. Su norte son nuestros deseos verdaderos. No los deseos fatuos que tenemos a cada rato. La vida está lleno de éstos últimos, por ello tenemos que apartar la paja del grano. De deseos estamos conformados, y por ellos nos movemos a diario. Pero lo que da o puede dar sentido, dar rumbo a nuestra vista son los deseos verdaderos. Esos que configuran nuestro ser y solo a éste pertenecen. 

Cuando Jack Sparrow arrojado nuevamente a la isla solitaria junto con Elizabeth Swann, recostado y borracho de ron en la playa cual Dionisio tropical le dice a la damisela: “Lo que realmente es el Perla Negra es la libertad”. Está expresando el deseo de toda mujer, de todo hombre; ese deseo verdadero de ser libre. Ese deseo de elegir la posibilidad de nuestra vida, de nuestro proyecto de vida. De que la brújula apunte hacia lo que más deseamos de verdad. De ser lo deseamos ser.     

            Por ello, la brújula de Jack Sparrow es, a la vez, como nuestra vida; un andar sin un sentido determinado y la posibilidad de apuntar hacia aquello que más queremos de verdad en este mundo. 


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jueves, 17 de septiembre de 2015

INDIVIDUALIDAD CULPABLE O EXITOSA SIN ENTORNO APARENTE: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Tener actitudes desfavorables a nuestras metas tiene sus consecuencias y, a veces por alguna razón o razones, no nos damos cuenta de ello. Cuando no actuamos sin que medie nuestra reflexión sobre esa no-actuación, nos sentimos indignos de nuestra pasividad. De allí, que la indignidad nos tironea hasta caer en el nuestro propio desmerecimiento y llegar a un sentimiento de culpa.

En esta situación damos marcha hacia la ansiedad, y de ésta a la parálisis de nuestro pensar-hacer, y así caemos en un círculo indefinido. Si fallamos porque no hemos actuado de acuerdo a nuestras metas, ocasiona que nos encontremos en el sendero de considerarnos víctimas porque no hemos podido ser consecuentes con nosotros mismos. Esto nos causa mucho pesar. Nos recriminamos permanentemente por esta actitud blandengue ante nosotros y la vida. 

El proceso de nuestro desarrollo personal y social depende de que tengamos el valor y la fortaleza de actuar favorablemente, en primera instancia, para nosotros; luego para con los demás. Cuando iniciamos nuestra re-construcción personal y social, comenzamos a tener cierto control sobre nuestras acciones y reacciones ante nosotros y el mundo. Comenzamos a dar respuestas adecuadas a nuestro pensar-hacer ante cualquier evento que se nos presente en la vida cotidiana. A partir de acá, obtenemos resultados, aunque no siempre son los esperados, se conforman con nuestra responsabilidad y nuestro hacer.
  
Al arriesgarnos a acometer nuestra vida vamos adquiriendo seguridad a medida que vamos dominando las herramientas de nuestro hacer. El hacer no es algo meramente espontáneo, tenemos que aprender a ser-hacer lo que somos. Indudablemente aumenta nuestra estima hacia nosotros, nos vemos y percibimos de otra manera; porque el tomar decisiones y hacer compromisos nos da un valor personal y social. De aquí que se produzca ese cambio en nuestra percepción sobre lo que somos y hacemos.

Cuando no actuamos adecuadamente a los fines que nos hemos propuesto, sentimos que hemos fallado y esto nos puede llevar a convertirnos en víctimas. Fracaso tras fracaso, sin reflexión, nos dirige por este sendero. Al percibirnos como víctimas comenzamos por agredirnos a nosotros mismos, luego los demás lo harán. En muchos casos, nuestra re-construcción debe darse a partir de las agresiones que hemos sufrido de los demás y de las situaciones adversas del mundo que nos rodea. No nos inventamos que somos víctimas, esa es una posición criticable en este individualismo del mercado de la felicidad; el cual quiere culpar al individuo de su propia condición, como si no existiese o no perteneciéramos a un entorno que es hostil.    

Toda la culpa está en el individuo que no arriesga y que está constantemente retrocediendo. Él es culpable de su propia condición. Esta es una posición sesgada e individualista en la sociedad del triunfalismo. Yo como entidad aislada del mundo tengo toda la culpa de lo que me pasa: el jefe no tiene culpa por su abuso, igual mis padres; no los que hacen acoso permanentemente. Solo yo soy culpable. El sujeto sin contexto social. La pura abstracción del sujeto.  

El individuo, él solo ha generado su complejo de víctima; nada ha influido sobre él. Cuando mucho nos dicen que todos «tenemos en cierto grado de víctimas». Como el caso, de la muchacha que fue violada porque ella (ella culpable) se puso una falda corta, no porque hay un depredador que la violó. Este mercado del triunfalismo, nos dirá que nosotros sentimos que las experiencias de nuestra vida, sean agradables o desagradables, son responsabilidad de otras personas o de las circunstancias de la vida. Nos no valoramos, porque nos consideramos víctimas, el esfuerzo que hemos hecho. Como si ese sentir fue algo meramente personal sin relación alguna con nuestra vida.  

Tenemos que quitarnos, nos dicen, esa actitud de víctimas. Como si fuese algo como bañarse.  Además, nos conminan a que tenemos que tomar una decisión, entre elegir la «acción positiva» o permitir que la duda y la desconfianza sobre nosotros influyan en nuestra mente. Como si todo lo que nos sucede fuese un hecho mental, que nos lo podemos quitar diciendo una cuantas palabras. Estas concepciones del éxito son instrumentales, por eso siempre insisten en el cómo; no en el qué ni en el por qué. Todo lo quieren resolver de manera instrumental.  

En la vida no jugamos ningún juego. Lo que hacemos es vivir una compleja, con muchos matices. No es algo positivo o negativo, éstas son simplificaciones banales. Para llegar a ser dueños de nuestro propia pensar-hacer y así tomar nuestras decisiones, debemos reflexionar, pensar sobre lo qué somos, sobre lo qué han hecho de nosotros, como bien decía Sartre. De este modo, podremos avanzar en la re-configuración de nuestro hacer personal y social, porque ambos van conjugados en una unidad múltiple.  

Nuestra vida puede desplegarse si le hacemos frente a nuestros miedos, que casi siempre nos han sido inculcados o hemos heredados de otros miedosos. Porque cuando nos damos cuenta de nosotros ya han pasado varios años de nuestra vida. En este nuestro pensar sobre nuestras circunstancias interiores y exteriores podemos resistirnos o aceptar la responsabilidad de nuestra vida. Responsabilidad que debe darnos la emoción de confianza, porque no hay otro que decida por nosotros. Y en esto está el compromiso con  nosotros mismo, lo que no siempre acarrea una vida fácil, pero si propia.


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martes, 15 de septiembre de 2015

FELICIDAD Y ÉXITO EN LA CONFIGURACIÓN DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

            En el mercado del éxito y de la felicidad, éste nos convierte en objeto-mercancía o en signo-mercancía a través del ritual de la transparencia. Y con esto nos llevan al estereotipo de la simulación. De la simulación del éxito y de la felicidad, en donde todo debe cambiar. Irrumpe la felicidad tratada de una manera ascética y simplificada. El genio de la mercancía nos suscita un efecto engañoso.

            En esta simulación que configura la felicidad como una mercancía caemos en la estilización del sujeto, y de la felicidad. Y el dilema es este, ¿no hay nada más allá de la simulación? ¿Es la felicidad un acontecimiento o una banalización en nuestro mundo mercantilizado? Nos preparamos para la repetición de fórmulas, en una cultura que espera un acontecimiento que se diluye vertiginosamente.

            La felicidad se constituye en una cualidad que resucita las apariencias. El éxito se ensaña contra el sujeto. Se añade lo mismo a lo mismo, como si fuese otra cosa. En esto hay una doble postulación, una de anonadamiento, y otra de borrar todos los rasgos del mundo en que nos encontramos, mera negación. Cualquier resistencia se culpa de no querer salir de una zona de tranquilidad que nos ata al pasado.

            En mercado construye imágenes sobre imágenes, hasta la saturación donde ya no hay nada que ver y sentir. Solo la nueva imagen que fabrica. Una felicidad, un éxito que no dejan rastros, que no tiene consecuencia duraderas porque siempre hay que recomenzar; no hay lugar para la contemplación, menos para la reflexión.  

            Esta producción de imágenes hace desaparecer nuestro entorno real; no ninguna pregunta sobre su existencia. Solo se centra en el individuo aislado. Al intentar representar la felicidad y éxito para mayor glorificación de éstos, se termina por disimular el problema de su existencia. Cada imagen es un pretexto para no plantear el problema de la existencia de la felicidad, de la existencia del éxito, esto es, su problemática. Solo es un jarabe que hay que tomar por cucharadas.    

            Detrás de cada imagen de la felicidad y del éxito desaparece el problema o no se plantea la existencia de éstos. Tal problema queda resuelto por la simulación. Esta es la estrategia desaparecer y desaparecer detrás de cada imagen feliz y exitosa. En cada desaparición, hay la ausencia del rastro. Así queda realizada la máxima: vivimos en un mundo de felicidad y éxito. Donde la más alta definición de éstos es hacer que desaparezca la realidad y, a la vez, esconder tal desaparición. El destino es uno: felicidad y éxito.     

            Algo debe esconderse en esta exuberancia. Tal vez otra forma de ilusión o de desilusión. Tal vez la ironía misma de la vida, del querer arrancarnos de lo real. Queremos inventar otra escena, otra puesta de la realidad, inventarnos otro juego y otra regla para esa nuestra realidad. Pero esto no es posible porque las imágenes forman parte de nuestra construcción social, y no podemos escapar de ellas. Éstas son, a la vez, espejo y centro de nuestro pensar-hacer. Hemos llegado a ello.

            Aparentemente no otro destino, el éxito y la felicidad. Cualquier otro es un paria. Siempre nos ponen dentro de esa realidad. La realidad es el éxito, la realidad es la felicidad. Pero extrañamente eso no es lo que vemos, pero si lo que deseamos. Ahora bien, será un deseo nuestro o algo que nos ha sido puesto como deseo. Ya que el éxito y la felicidad han pasado a formar parte de nuestro patrimonio sociocultural. Una imagen de nuestro pensar-hacer. Tenemos que transfigurarnos, soñarnos en función de éstos. Porque la imagen se ha convertido en la realidad.

            Las imágenes se han tragado a los sujetos. Aquellas se han vuelto tan transparentes que dudamos de nosotros, no de ellas. Nosotros no tenemos transparencia, la tienen la posesión de esas imágenes. No tenemos secretos, pues somos esa imagen. Éstas nos dan visibilidad, virtualidad o nos transcriben en un mundo en que nos inscriben. El mercado de la felicidad y el éxito se convierte en sujeto y objeto. Es la totalidad.

            Toda atopía es excluida de este mercado, solo hay una realidad. La que él determina. Una realidad que ahuyenta la realidad. Una hiper-realidad que en última instancia está vaciada de sentido, o saturada de un único sentido. En la cual toda perspectiva es absorbida y digerida. Que deja una especie de superficialidad carente de profundidad. Es representación de representación. Fin en sí misma. Donde hay un efecto paradójico; la felicidad se aleja de sí misma, lo mismo le pasa al éxito. No obstante, escenificamos una carrera en un anillo de moebius tras de éstos.

            A la contrapartida de la perdida de la ilusión aparece la objetividad de lo feliz, como forma espiritual que es posible alcanzar, pero que es inalcanzable por nuestra torpeza. Espiritualidad que termina por surgir de la banalidad misma de las imágenes y los objetos. Que nos entrampa en esta búsqueda, como el galgo que corre tras la liebre en el canódromo.                  



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jueves, 10 de septiembre de 2015

IMAGEN Y COMUNICACIÓN EN NUESTRAS RELACIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Las habilidades comunicativas y expresivas son tan deseables como las directivas. Ya que, unas y otras tienen que convivir para lograr una buena gestión, en cualesquiera sean los ámbitos o comunidades en que nos desenvolvamos. En muchos casos, la falta de preparación para asumir una comunicación exitosa es lo que causa el deterioro y fracaso de y en nuestras relaciones interpersonales, laborales, vecinales… y termina por causarnos temor a hablar delante de un conjunto de personas más allá de nuestro círculo más íntimo.

Comunicarnos y expresar una imagen de manera coherente tiene estructuras y secuencia a seguir. Asimismo, éstas están constituidas por una suerte de improvisación, que dependen de las circunstancias que en un momento cualquiera nos encontremos. Además, del carisma que cada persona pueda transmitir de manera adecuada. Todos estos elemento se conjugan en la comunicación y en la imagen exitosa.

Para que nuestras relaciones comunicativas las realicemos de modo beneficioso a nuestros fines, tenemos que desarrollar una serie de tácticas y disciplinas que estructuran entre la retórica y la expresividad corporal. En el arte de hablar en el desarrollo de nuestras relaciones se funda, en primera instancia, en nuestra naturalidad; es decir, debemos ser nosotros mismos. Aunque en verdad, un ser nosotros mismo mejorados por el uso de la retórica y la expresión corporal adecuada.

Para generar una comunicación exitosa tenemos que tener argumentos apropiados. Revestidos éstos de lógica y razones. Nuestros argumentos tienen que tener sentido y estar bien ordenados. Tenemos que saber expresarlos con convicción, ya que la falta de ésta lleva al oyente a ponerlos en duda. Además, debemos utilizar la enunciación conveniente y la expresión corporal apropiada. Lo verbal y lo corporal no pueden estar en contradicción. Cicerón decía que «ser un buen orador requiere hablar con convencimiento, de manera ordenada, con los ornatos del lenguaje y de memoria, todo ello acompañado también de una cierta dignidad de gestos».

Hay, por lo menos, tres aspectos a considerar para tener buena comunicación e imagen. Primero, los argumentos deben ser producto de una reflexión y ordenación del pensamiento adecuados a los fines que se desean lograr. Segundo, el uso estratégico de las distintas figuras retóricas o del habla. Tercero, la adecuada expresión vocal y corporal o lo que se conoce como «puesta en escena».

Siempre estamos comunicándonos, no podemos dejar de comunicar y transmitir una imagen. Aunque no digamos ni una palabra, nuestra expresión corporal está transmitiendo gran cantidad de expresiones sobre nosotros. Constantemente estamos en una comunicación verbal o corporal. A diario utilizamos para comunicarnos el lenguaje oral o verbal. Es decir, nos comunicamos mediante la palabra o el cuerpo. Recuerden esos ojos que a veces matan.

Para tener una  comunicación efectiva o exitosa debemos tener en consideración tres elementos fundamentales: Primero, lo que decimos tiene que ser verdad o tener veracidad; los contenidos que transmitimos deben ser ciertos. Si pensamos que vamos a construir una comunicación fundada en la mentira, hemos comenzado erradamente. Segundo, nuestra pasión debe estar puesta en lo expresamos; debemos contar los hechos y nuestros argumentos con expresividad y emoción, con la intención de despertar en el oyente el máximo interés. Por último, nuestros razonamientos los debemos utilizar de manera hábil y estratégicamente, para comunicar con persuasión y precisión lo que deseamos.

Una comunicación adecuada y favorable a las metas propuestas se compone de una dosis adecuada de lenguaje verbal y corporal. Los dos son importantes en el marco de toda comunicación. Puesto que, ambos se complementan y se refuerzan. Esto es importante recordarlo siempre. Más allá de lo verbal y corporal, para una comunicarnos podemos hacer uso de los recursos audiovisuales, cuando éstos sean necesarios para lograr un mayor efecto. En este presente, la tecnología audiovisual es parte fundamental en la retórica.

Con nuestro lenguaje verbal transmitimos de manera consciente, mediata o espontánea. Nos referimos directa o indirectamente a lo que decimos. La manera cómo lo expresamos está compuesta de: argumentos, razones con que apoyamos nuestros argumentos. La lógica en la que basamos nuestras razones. En nuestra voz ponemos volumen, velocidad, tono, pronunciación, acentos… Contamos hechos, opiniones, damos ejemplos…

Por otra parte, con nuestro lenguaje corporal transmitimos de manera consciente o inconsciente expresiones naturales o aprendidas socialmente. Nuestra expresión corporal está conformada por las distintas expresiones de nuestro rostro; las posturas y movimientos de la cabeza, piernas, brazos, manos, inclinación… tenemos un conjunto de micro-lenguajes conformados por tics, gestos sociales, coloración de la piel, sudoración, respiración, movimientos oculares involuntarios, las diversas distancias que adoptamos respecto a las demás personas… Y nuestra imagen personal, constituida por el vestuario, el peinado, los complementos, el perfume…


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martes, 8 de septiembre de 2015

ILUSIÓN, SIMULACIÓN Y DESILUSIÓN DE LA VIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Formular una interrogante adecuada, indicar una carencia, un olvido, una meta alcanzada o por alcanzar puede llegar a ser una tarea crucial, cuando las circunstancias en que vivimos producen en nuestra vida gran incertidumbre, desencanto y confusión. Pues éstas pueden conducir a una reflexión productiva que encause nuevamente nuestro pensar-hacer de manera productiva.

            La vida se realiza en todas partes, no tiene que ser la nuestra necesariamente. La vemos por allí, se manifiesta de múltiples maneras. E incluso en la banalidad misma. El mundo es una totalidad de vida. La cual se enfrenta, se opone o se entrega a la materialización burocrática, a la materialización tecnológica, a la mediatización publicitaria de la vida como mercancía. Nos enfrentamos o estamos ante una cosificación semiótica de la vida.

            La vida, a veces, es entendida como la oficialización de signos y de los intercambios de estos signos. Nos quejamos de la comercialización de la vida, y, sin embargo, sin darnos cuenta participamos de éste. Ya esto se está haciendo historia vieja. Hacer natural. Debemos temer, sino lo tememos ya, de esa transcripción oficial de la vida. Que nos conduce a una reproducción cultural de un inventario semántico más o menos planificado. La cual nos conduce a una re-simulación permanente de todas las formas de hacer en que vivimos.         

            Nos preguntamos ¿existe una ilusión o una alucinación de la vida? ¿Hay lugar para el acontecimiento, para la potencia de ésta? Para una estrategia de formas y apariencias ante tal ilusión. La vida mercantilizada está abocada a la tarea de la disuasión entre la imagen y la ilusión. Un duelo casi siempre fallido entre la pulsión y la simulación. Este duelo trae consigo una pseudo-nostalgia que nos conduce a un reciclaje absurdo de nuestra historia y sus vestigios, la cual nos empuja a una depresión generalizada. Nos dedicamos a una retrospectiva de lo que nos precedió, aunque no nos pertenece como hecho de nuestra existencia.

            Nos queremos apropiar de un pasado que no es nuestro, allí comienza nuestra simulación existencial. Porque es una apropiación artificiosa, una apropiación kitsch de las formas con la cual queremos determinar nuestra vida, y generar un pasado glorioso. Este reciclaje de la vida es irónico, pero una ironía desgastada como un trapo viejo. Tal reciclaje es la simulación de la ilusión. El resultado de la desilusión de nuestro pensar-hacer.

            Una desilusión y simulación que nos muestra como un fósil. Somos en este estado un efecto engañoso, un mal chiste. Estamos enclavados entre el arrepentimiento y el resentimiento con respecto a nuestra vida. Este enclavamiento constituye la forma última de nuestro manifestarnos, el estadio supremo de nuestro pensar. Somos, en última instancia, una parodia característica de nuestra desilusión.

            En esta desilusión, hurgamos en los basureros con el fin de redimirnos en los desechos de este nuestro hacer. Y entonces nos mostramos como en alta definición, pero esto no es nada más que el desvanecimiento de la ilusión. El desvanecimiento de nuestra personalidad. El retiro a nuestra propia oscuridad. En la medida que las redes sociales dominan, la ilusión se va. No hay ni ilusión ni alusión; solo simulacro de vida. Pues, hay un modo hiper-sofisticado que aparenta hiper-visibilidad, donde ya no hay vacío. Donde lo que nos confunde es este eclipse de la vida. 

            Nos acercamos cada vez más a través del ciberespacio de la imagen; de la perfección inútil del simulacro. A fuerza de querer ser real vamos perdiendo la ilusión, y nos vamos entregando al poder de la desilusión. Hay una especie de obscenidad en ese intento de querer añadir realidad a lo irreal, con el propósito de querer recrear una ilusión perfecta; que no es nada más que un estereotipo de la realidad. No obstante, termina acabando con los últimos jirones de la ilusión.

            Este estereotipo de la realidad nos elimina la dimensión del deseo, y descalifica toda seducción por la vida. Es la des-imaginación de todo nuestro hacer. La pérdida de nuestro pensar, imagen desdoblada de nosotros. Una imagen que no es imagen. Un ser que no es ser. El mundo sin dimensión. La virtualidad sin posibilidad de nuestras acciones. No hay ilusión productora, es solo simulación de un algo. Exterminación de nuestra vida.

            Ese efecto engañoso nos quita la dimensión de la realidad, y lo suplanta por algo otro. Indefinido, pero hiperreal. La irrealidad misma se apodera, sin darnos cuenta, de nuestra vida. Y en ella naufragamos. Somos entonces mera imagen, un holograma; extasiados por los encantos de la desilusión y la simulación. En ese éxtasis radica el encanto del señuelo, del engaño en que nos enredamos cotidianamente.  En la cual perdemos la idea de nuestra presencia, porque somos pura ausencia. Incapaces, por demás, de agregar lo simbólico a esa nuestra ausencia. Nos hundimos en una ilusión desencantada, de la proliferación del objeto, de la palabra y la emoción vana.  


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martes, 1 de septiembre de 2015

DEL SUJETO QUE NO ES SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Muchas veces nos resulta difícil hablar de nosotros porque cuesta mucho vernos. Parece paradójico pero es así. O sucede que otras veces nuestra vida no quiere que se le mire, nos rehúye. No nos deja huella ni rastro, es una mera sombra o fantasma. De este modo, nuestra vida viene a ser una forma simplificada, o desmenuzada, de un intercambio imposible con nosotros y con los otros.

            El discurso que mejor da cuenta de esta situación es el discurso del que no hay nada que decir. Una vida en la que no hay nada que ver. Un sujeto que no es sujeto, tal vez mero objeto; mero cuerpo en el peor sentido de un cuerpo sin vida, se le llama cadáver creo. En muchos casos, esto se da en un gran número de personas. La vaciedad de la vida. Pero no es la nada; ya que es una presencia vacía y material.

            El problema se plantea cuando ese vacío se hace subjetividad en los confines de la indiferencia general. Porque se encuentra con otras vaciedades, de allí la indiferencia. En este caso, ¿qué somos? ¿El reflejo mecánico de un mundo indiferente? O la ilusión exagerada de nuestro vacío, el cual no es posible compartir. En medio y parte de un mundo condenado a la indiferencia. Si no nos atendemos, lo que podemos hacer es añadirnos a esa indiferencia y girar en su mismos vacío.

            En esta insignificancia, exploramos el mundo tras la búsqueda de imágenes que añadan algo a nuestra desilusión. Volvemos a ésta algo palpable, una misma realidad. O añadimos agitaciones frenéticas al mundo de nuestras representaciones y, por ello va en aumento nuestra desilusión.  Somos una desilusión. Pues, renegamos de nosotros mismos, nos parodiamos haciendo una gestión de nuestros propios desechos, eternizamos nuestra desdicha. No hay aquí posibilidad de vernos, menos de sentirnos.          

            En esta situación no se suscita nada. Ni una mirada pérdida. Todos los sentidos están embotados. La vida no tiene nada que ver con uno, es algo ajeno. No nos podemos ver porque ya no tenemos nada que ver con nosotros. Nos somos indiferentes. Nos somos otro cualquiera sin interés. Mera ilusión sin realidad.

            En este estado caemos en la simulación de nosotros mismos. Somos nuestra propia burla. Nos encaminamos a nuestra propia desaparición como sujetos. Estamos en nuestro acabamiento. No somos ni huellas ni banalidad; solo somos des-intensificación de vida. algo acuoso o gaseoso. Algo desencarnado. Nuestro hacer nos es algo dado desde hace rato. Y todo nuestro pensar-hacer está signado  por estigma de la indiferencia.

            No es esto, ni una condena ni una denegación, sino que es el estado actual de nuestra vida que es mera cosa. Indiferentes a nosotros mismos somos el reflejo de un mundo indiferente. Un metalenguaje de nuestra propia banalidad. ¿Podemos sostenernos infinitamente en esta indiferencia? ¿En esta banalidad? O ¿En esta simulación? Aquí está el asunto de nuestra desgracia.

            Estamos metidos, hasta el cuello, en un psicodrama de la desaparición y de la transparencia. De un querernos mostrar como maniquíes. No hay que dejarse engañar por esas y ciertas historias del mercado de la felicidad. Porque quizás estamos más allá de esas historias, en otros dominios.

            Tal vez solo tenemos un aura de la simulación; tal vez, solo eso. Mera simulación. Nunca hubo un original. He allí nuestro engaño. Tal vez, ni siquiera hubo una simulación auténtica. Solo, quien sabe, hemos sido una simulación inauténtica. Un algo. Esa posibilidad es abismal. Solo falsedad de la falsedad. Más triste aún. Mero brillo sin que nada en verdad brille. Una incógnita.

            Solo falsedad. Donde elaboramos un ritual, para tratar de mostrar una aparente transparencia. Con esto solo nos apoderamos de un estereotipo de la simulación. De este modo, nos reproducimos como algo no original, ya que no somos nada original. Solo somos una repetición de una simulación. Un intercambio incesante con nuestro propio fracaso.

            De sombra de una sombra diría Platón. Mero fantasma. Simulación y más allá de ésta la desilusión. No somos ni siquiera un acontecimiento. ¿Cómo podemos llegar a producir un acontecimiento si no somos sujetos? Pura banalidad de una desilusión. Nos convertimos en una obscenidad de sujeto.

Somos la repetición insensata de nuestra vaciedad. Una apariencia. Por eso nos ensañamos, de manera implacable, con ese nuestro propio cadáver. No hay nada que añadir a lo mismo; para seguir en lo mismo. Por el contrario, hay que arrancar lo mismo a lo mismo. Es necesario, arrancarle cada máscara a la realidad del mundo; hasta arrancarle la realidad misma y quedarnos desnudos sin ilusiones, ni simulacros ni desilusiones. Solo el sujeto desnudo.


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