martes, 18 de julio de 2017

EL RESPETO EN UN MUNDO DE DESIGUALDAD: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

En nuestra sociedad son necesarias las expresiones de respeto y de reconocimiento a los demás. La idea de tratarnos unos a otros como iguales afirma la condición del respeto mutuo. Sin embargo, ¿podemos respetar solamente a nuestros iguales? Pues existen, y no podemos negarlas, desigualdades. Algunas son arbitrarias, otras son difíciles de tratar como, por ejemplo, las diferencias de talento. Ahora bien, si solo nos respetamos porque somos iguales ¿Cómo hacemos en las desigualdades? Por tanto, es fundamental generar expresiones de consideración y reconocimiento más allá de nuestras diferencias.

Para que profesionales con educación superior y trabajadores no cualificados puedan hablarse libremente se necesita confianza; no es fácil que el bello y el feo hablen entre sí de sus cuerpos; la gente de vida afortunada y la gente forzada a permanecer en la estrechez de las rutinas tienen dificultades en relacionarse. Porque la cadena emocional de acontecimientos complica el precepto de mostrar respeto por alguien que ocupe un lugar más bajo en la escala social o económica. Se puede temer que la estima parezca condescendencia y, por tanto, retraerse de establecer un mínimo de relación.

Para ganar respeto no tenemos que ser ni agresivos ni fuertes, tampoco tenemos que ser débiles o padecer necesidades. En muchos casos, cuando instamos a una persona a que gane respeto en y por sí mismos lo que queremos decirle es que se haga materialmente autosuficiente. Pero el respeto en y por uno mismo no depende solo del nivel económico que alcanzamos, depende particularmente de la manera en que lo logramos.

El respeto por uno mismo no lo ganamos de la misma manera que podemos ganarnos el dinero. Pues una vez más se interpone la desigualdad. Se da quienes alcanzan el respeto por sí mismos en el escalón más bajo de la estructura social, pero su conservación es frágil. No perdemos el respeto, tengamos por caso, por quienes dejamos atrás, pero la valoración de nosotros mismos se apoya en la manera de haberlos dejados atrás. Además, de la manera que hacemos uso de nuestra superación social, económica…

La falta de respeto adopta por sí misma una forma hiriente. Con la falta de respeto insultamos a otras personas y no les concedemos ningún reconocimiento; no vemos a esta persona como un ser humano cuya presencia importa. Cuando tratamos de esta manera a las personas y destacamos solo a un pequeño número de individuos como objeto de reconocimiento. La consecuencia es la escasez de respeto, como si no hubiese suficiente cantidad de éste para todos. El respeto es obra humana y tiene un gran valor para todos nosotros, pues a todos nos gusta y deseamos que nos traten con respeto.

Por otra parte, cuando nos convertimos en meros consumidores de nuestras necesidades experimentamos la falta de respeto de no ser vistos, de no ser tenidos en cuenta como auténticos seres humanos. Perdemos así nuestra condición humana.

El desarrollo de todo talento implica una habilidad, la cual nos permite hacer bien algo por el solo hecho de hacerlo bien, y es esta habilidad la que nos da el sentido interior de respeto por nosotros mismos. No se trata solo de avanzar exteriormente sino volvernos hacia dentro, hacia nosotros mismos.

El respeto que ganamos de los demás al hacer algo bien da satisfacción, a la vez da una sensación de valor personal que depende de los demás. Que hacemos bien las cosas solo para competir con los demás o para obtener su respeto, no es cierto. Esto sería una experiencia que disminuiría nuestra implicación en lo que hacemos; por otra parte esto sería una visión superficial de nuestro hacer.

Hay una diferencia entre el significado de respeto dado por lo social y lo personal, es decir, entre ser respetado y sentir que lo que uno hace tiene valor intrínseco. La pérdida de confianza en nosotros puede hacernos más conscientes de los otros. Por ello, debemos tener la capacidad para responder desde nuestro interior a la pregunta ¿Qué tenemos que ofrecer a los demás?

El respeto es fundamental en nuestras experiencias sociales y del yo. Tenemos que comprender el «amor a nosotros mismos» y el «amor propio», que es la distinción entre la «capacidad para cuidar de nosotros mismos» y la «capacidad de atraer la atención de los demás». El «amor a nosotros mismos» es el sentimiento natural que nos lleva a preocuparnos por nuestra conservación; el «amor propio», por su parte,  es un sentimiento relativo nacido dentro de la sociedad, que lleva a cada sujeto a ocuparse más de sí que de cualquier otro.

El «amor a nosotros mismos» contiene en sí la «confianza en nosotros mismos», como la convicción de que podemos mantenernos en el mundo al adquirir esta confianza mediante el ejercicio de nuestro pensar-hacer, el cual nos permite alcanzar el respeto propio y el de los demás; de este modo podemos ofrecer nuestro a respeto a los otros.

Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
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sábado, 15 de julio de 2017

EL PODER DE DEJAR ATRÁS LA VIDA QUE UNO HA CONOCIDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Richard Sennett indica que “nadie es capaz de construir una vida nueva si odia su pasado”. Porque toda vida tiene obligatoriamente un pasado, no existe un aquí y un ahora absoluto. La construcción del presente o del futuro se cimienta en un pasado, en una historia de la cual extraemos nuestra experiencia, algunos ardides. Por tanto, nuestro pasado es necesario, aunque no determinante de ni nuestro presente ni de nuestro futuro.

En la actualidad, en todas las tendencias de autoayuda y del desarrollo personal —tendencias triunfalistas— se habla de asumir el desafío de nuestra vida. Se da por un hecho que esto es así sin más. No obstante, la realidad desmiente tal postura. Ya que en las comunidades pobres, dice Sennett, el adolescente con habilidades se encuentra bajo presión. En tales comunidades no sobrevives por ser el mejor, sino por mantener la cabeza baja; es decir, por evitar el contacto visual en la calle que se interpreta como desafío. En la escuela, el dotado procura hacerse invisible para que no le peguen por obtener mejores notas que los otros. Entonces, ¿cómo hablarles a tales individuos de asumir el desafío de sus vidas? El discurso, por supuesto, pertenece a otro ámbito.

El sujeto que ha salido adelante —según el paradigma triunfalista— hablaba el lenguaje de una élite. Esto se debe a que su lenguaje es el de la potencialidad, el de un proyecto vital. Por el contrario, el lenguaje de quien no ha podido salir adelante —contrario al paradigma triunfalista— suena extraño, aun cuando éste puede proporcionar orientación a muchas personas sobre qué hacer consigo mismos; por lo general, éste es el lenguaje de los pequeños pasos, de victorias concretas, limitadas.

Acá influye el relato motivacional triunfalista, que es en cierto sentido una provocación; el cual te dice a la cara «Si yo pude hacerlo, ¿por qué no tú?» Nos gusta creer que todos tenemos algún tipo de talento y que éste es valioso. El talento adopta dos formas desiguales. Primero, la particularidad de hacer algo bien está en el círculo de acciones objetivas, por éstas los individuos son respetados y se respetan a sí misma. Segundo, el talento potencial pertenece a otra categoría; lo evaluamos entrelazado con cuestiones de motivación y voluntad así como de dotes naturales. Esta diferencia da lugar a una profunda desigualdad.

La idea de auto-transformación supone el poder de dejar atrás la vida que uno ha conocido. Esto significa dejar atrás a la gente que uno ha conocido. Por ello, muchos a quienes suponemos motivados no ven tan lejos en el futuro ni imaginan otra versión de sí mismos. La confianza en sí mismo de quien ha dejado atrás su vida puede agudizar la sensación de carencia personal, y pueden sufrir pasivamente esa condición de soledad. De allí el peligro de muchas tendencias triunfalistas, esto se vio en la década de los ochentas; razón por lo que hubo un giro hacia lo emocional.   

Importa encontrar una vía de comunicación acertada con el sujeto, con la que se pueda compartir por pequeños pasos a la acción adoptada. Para mostrar qué podemos hacer y en quién podemos convertirnos. Pues, en toda relación social estamos en manos de otra persona que nos puede guiar. La tarea de quien extiende la mano es presentar su propia competencia, de tal manera que la otra persona pueda aprender de ella. Nuestras capacidades son un componente elemental en el sentido del valor propio, pues se exponen como modelo para hacer frente a un problema afín, sin que éstas resulten una comparación ofensiva que impidan a los otros hablar de sus habilidades.

Muchas veces, al no mencionar las desigualdades divisorias sólo se contribuye a poner de relieve las diferencias no expresas. Debemos tener presentes las semejanzas y las diferentes con el fin de que cada quien pueda definir su potencialidad propia, pues ambas son formadoras. Por lo general, sabemos más de nuestros límites que de nuestras competencias. Es necesario establecer una conexión real entre nosotros, explorar las respuestas que la gente da; debemos dar algo de nosotros mismos a fin de merecer una respuesta y una relación abierta.

Por ello antes que esperar oír ecos de nuestra propia vida, debemos utilizar nuestra experiencia para comprender a los otros; llegar a entender su experiencia. Debemos reconocer la realidad propia de la existencia personal de la otra persona, respetar el hecho elemental de que somos distintos. Por lo que no podemos proyectarnos en el otro. Es otro que nos muestra su vida, su experiencia, su historia. En la vida cotidiana, sin saberlo, nos confundimos constantemente con los demás.

Debemos tratar el «error de identificación» para no quedar atrapados en la red de la comprensión autorreferencial. La comprensión autorreferencial es solo un primer paso en la comprensión, no podemos permanecer en ella. Porque la confusión entre uno mismo y el otro puede ser a la larga perjudicial. La autorreferencia solo puede servir como punto de partida para construir un vínculo social, el cual podemos convertir en una relación social.

De allí que debemos tomar en serio las necesidades de los otros, que no son las nuestras. Se trata de una cuestión de carácter, en la que establecemos nuestra comunicación con otras personas por medio de instrumentos sociales que compartimos. Cuando toca o ejecutamos tales instrumentos sociales  conectamos fácilmente con los demás, nos involucramos en acontecimientos impersonales, nos comprometemos unos con otros. Esta capacidad implica abrirnos a un mundo más amplio determinado por muchas personas; el carácter lo podemos concebir acá como el aspecto relacional entre las personas.

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martes, 11 de julio de 2017

EL ESTRÉS EN LA SOLUCIÓN DE CONFLICTOS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Siempre solucionamos nuestros problemas y tomamos las decisiones dentro de un entorno o contexto determinado, es decir, lo hacemos en el ámbito en que nos desenvolvemos o que nos rodea. Este contexto determina, en gran medida, las soluciones que damos y las decisiones que habitualmente tomamos.

A partir de lo anterior tenemos algunos aspectos del entorno que influyen en nuestra toma de decisiones y en la solución de nuestros conflictos. En primer lugar, INFLUENCIA DE LA AUTORIDAD en la toma de decisiones. Esto se refiere a la obediencia, que muchas veces tenemos, a la autoridad en nuestro ámbito, tal autoridad es sin duda uno de los condicionantes más importantes en la toma de nuestras decisiones. Por ejemplo, nuestros padres en el ámbito familiar; el gerente o patrón en el ámbito laboral.

Esta obediencia a tal autoridad, en muchos casos, supera nuestro razonamiento, nuestros sentimientos e incluso nuestros valores. Contrariamente a nuestras expectativas obedecemos a aquellas personas a las que otorgamos o a quienes se les ha otorgado una autoridad. El joven, tenemos por caso, que no se atreve a estudiar la carrera que anhela por no contrariar la autoridad de sus padres.

Lo mismo ocurre en el mundo organizacional, en el cual es muy común observar el tipo de influencia regido por la autoridad de un jefe, la cual determina el rumbo de la solución de conflicto y de la toma de decisiones. La opción más adecuada, en estos casos, es difuminar o disminuir la presión de tal autoridad, especialmente, cuando estamos inmersos en procesos de crítica, de búsqueda de soluciones o de procesos creativos… En definitiva, en todas aquellas situaciones donde se requiera explorar opciones distintas y definir alternativas de acción es necesario minimizar el enfoque autoritario, ya que éste no contribuye a los produces productivos.

En segundo término, tenemos la PRESIÓN DE GRUPO. Esta presión se produce o cuando pertenecemos (solidaridad automática) o cuando queremos ser aceptados por un grupo determinado. En ambos casos, trasladamos nuestra opinión y nuestra toma de decisiones a lo que sea mejor para el grupo, ergo, mejor para nosotros. Hace un proceso de doble identidad, dando prevalencia al grupo.  

 El «deseo de aceptación» nos hace susceptibles de conformarnos o doblegarnos a las normas y criterios del grupo. Aunque muchas veces digamos lo contrario. Pues, se sabe que los grupos ejercen fuertes presiones sobre sus integrantes, para que éstos cambien de actitud y conducta ajustándose así a la norma del grupo.

Cuando la opinión de un individuo sobre datos objetivos difiere considerablemente de la de otros miembros del grupo, éste siente una fuerte presión por modificar su opinión y ajustarse a la de los demás. Llegado el caso, somos capaces de llamar a «lo blanco negro» máxime si el grupo en el que formamos parte es nuestro punto de referencia.

Algunas veces, la presión del grupo puede resultar decisiva cuando tenemos que elegir una opción entre varias o dar nuestro punto de vista en una reunión. Debemos permanecer atentos a este efecto y no dejarnos llevar por la presión del grupo. En la acción grupal debemos utilizar nuestra propia razón como punto de referencia. Esto no quiere decir llevemos siempre la contraria al grupo.

El tercer factor a considerar es el ESTRÉS. Pues, éste es la respuesta no específica del cuerpo a cualquier demanda que se ejerce sobre él. Hoy en día es común escuchar «estoy estresado», «voy a relajarme porque tengo estrés», «déjala está estresada»...  Todas estas expresiones hacen referencia a una concepción negativa y perjudicial del estrés. Sin embargo, el estrés no es necesariamente perjudicial; por el contrario, es necesario y positivo porque nos alerta sobre esas «exageradas demandas externas» que se ejercen o ejercemos sobre lo corporal y mental.

Tal alerta producto del estrés es la respuesta no específica al esfuerzo adaptativo de nuestro organismo frente a un problema, independiente de cuál sea el problema. Las reacciones de estrés son causadas tanto por agentes nocivos así como por sucesos placenteros, como recibir una buena noticia. Los efectos son diferentes pero nos conducen a un estado de estrés.

El estrés es, por otra parte, un componente de la vida normal y como tal no podemos evitarlo. Lo podemos minimizar, pero no evitar. Ya que forma parte de nuestros procesos adaptativos, los cuales tienden a mantener nuestras constantes vitales dentro de los límites que posibilitan nuestra vida diaria.

El estrés no es un fenómeno nuevo. Siempre ha existido íntimamente ligado a la evolución del ser humano y a los diversos fenómenos de nuestra vida. Lo que sí podemos considerar relativamente nuevo es la cualidad del estrés, el cual se ha hecho más psicológico y emocional que físico; aunque termina por afectar lo corporal.

Las situaciones estresantes desencadenan reacciones fisiológicas que alteran nuestro sistema endocrino (metabolismo alterado), el sistema cardiovascular (hipertensión), el sistema digestivo (náuseas), las hormonas sexuales (alteraciones del ciclo menstrual) y el sistema neuromuscular (debilidad muscular). O desencadenan reacciones psicológicas y emocionales; por ejemplo, la ansiedad; ésta se caracteriza por sentimientos de aprensión, incertidumbre o tensión; los niveles de ansiedad pueden llegar a bloquear nuestro desempeño mental y corporal afectando nuestra toma de decisiones y solución de conflictos.

La efectividad de nuestra toma de decisiones y solución de conflicto disminuye en la medida en que se hace mayor nuestro nivel de estrés, entre mayor es nuestra ansiedad peor es nuestra ejecución. Aunque mucha gente dice «que trabaja mejor bajo presión», esto puede ser cierto. No obstante, tal presión no llega a convertirse en un estrés sostenido. Podemos aceptar que, en ciertos casos, hace falta una cierta presión para alcanzar altos niveles de ejecución. Sin embargo, desenvolverse en niveles bajos de estrés produce una mejora de nuestro rendimiento.

Cuando el estrés supera cierta barrera el desempeño personal y grupal sufre un deterioro importante. Éste se produce, primero porque «disminuye el cuidado» con el que se selecciona y procesa la información. Segundo, por «la necesidad de completar una tarea» en un tiempo muy reducido. Tercero, por «el miedo a cometer errores», esto hace que los sujetos den mucho más valor a la información desfavorable que a la favorable. Cuarto, porque el «análisis en tales condiciones es más superficial» y es más propenso a incluir errores. Por tanto, tenemos que observar los efectos que el estrés tiene en nuestra toma de decisiones y en nuestra solución de conflictos para minimizar tales efectos erráticos.

Referencias:
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