En nuestra sociedad son necesarias las
expresiones de respeto y de reconocimiento a los demás. La idea de tratarnos
unos a otros como iguales afirma la condición del respeto mutuo. Sin embargo,
¿podemos respetar solamente a nuestros iguales? Pues existen, y no podemos
negarlas, desigualdades. Algunas son arbitrarias, otras son difíciles de tratar
como, por ejemplo, las diferencias de talento. Ahora bien, si solo nos respetamos
porque somos iguales ¿Cómo hacemos en las desigualdades? Por tanto, es
fundamental generar expresiones de consideración y reconocimiento más allá de
nuestras diferencias.
Para que profesionales con educación
superior y trabajadores no cualificados puedan hablarse libremente se necesita
confianza; no es fácil que el bello y el feo hablen entre sí de sus cuerpos; la
gente de vida afortunada y la gente forzada a permanecer en la estrechez de las
rutinas tienen dificultades en relacionarse. Porque la cadena emocional de
acontecimientos complica el precepto de mostrar respeto por alguien que ocupe
un lugar más bajo en la escala social o económica. Se puede temer que la estima
parezca condescendencia y, por tanto, retraerse de establecer un mínimo de relación.
Para ganar respeto no tenemos que ser ni
agresivos ni fuertes, tampoco tenemos que ser débiles o padecer necesidades. En
muchos casos, cuando instamos a una persona a que gane respeto en y por sí
mismos lo que queremos decirle es que se haga materialmente autosuficiente.
Pero el respeto en y por uno mismo no depende solo del nivel económico que
alcanzamos, depende particularmente de la manera en que lo logramos.
El respeto por uno mismo no lo ganamos de
la misma manera que podemos ganarnos el dinero. Pues una vez más se interpone
la desigualdad. Se da quienes alcanzan el respeto por sí mismos en el escalón
más bajo de la estructura social, pero su conservación es frágil. No perdemos
el respeto, tengamos por caso, por quienes dejamos atrás, pero la valoración de
nosotros mismos se apoya en la manera de haberlos dejados atrás. Además, de la
manera que hacemos uso de nuestra superación social, económica…
La falta de respeto adopta por sí misma
una forma hiriente. Con la falta de respeto insultamos a otras personas y no les
concedemos ningún reconocimiento; no vemos a esta persona como un ser humano
cuya presencia importa. Cuando tratamos de esta manera a las personas y destacamos
solo a un pequeño número de individuos como objeto de reconocimiento. La
consecuencia es la escasez de respeto, como si no hubiese suficiente cantidad
de éste para todos. El respeto es obra humana y tiene un gran valor para todos
nosotros, pues a todos nos gusta y deseamos que nos traten con respeto.
Por otra parte, cuando nos convertimos en
meros consumidores de nuestras necesidades experimentamos la falta de respeto de
no ser vistos, de no ser tenidos en cuenta como auténticos seres humanos. Perdemos
así nuestra condición humana.
El desarrollo de todo talento implica una
habilidad, la cual nos permite hacer bien algo por el solo hecho de hacerlo
bien, y es esta habilidad la que nos da el sentido interior de respeto por
nosotros mismos. No se trata solo de avanzar exteriormente sino volvernos hacia
dentro, hacia nosotros mismos.
El respeto que ganamos de los demás al hacer
algo bien da satisfacción, a la vez da una sensación de valor personal que
depende de los demás. Que hacemos bien las cosas solo para competir con los demás
o para obtener su respeto, no es cierto. Esto sería una experiencia que disminuiría
nuestra implicación en lo que hacemos; por otra parte esto sería una visión superficial
de nuestro hacer.
Hay una diferencia entre el significado
de respeto dado por lo social y lo personal, es decir, entre ser respetado y
sentir que lo que uno hace tiene valor intrínseco. La pérdida de confianza en
nosotros puede hacernos más conscientes de los otros. Por ello, debemos tener la
capacidad para responder desde nuestro interior a la pregunta ¿Qué tenemos que
ofrecer a los demás?
El respeto es fundamental en nuestras
experiencias sociales y del yo. Tenemos que comprender el «amor a nosotros
mismos» y el «amor propio», que es la distinción entre la «capacidad para
cuidar de nosotros mismos» y la «capacidad de atraer la atención de los demás».
El «amor a nosotros mismos» es el sentimiento natural que nos lleva a preocuparnos
por nuestra conservación; el «amor propio», por su parte, es un sentimiento relativo nacido dentro de la
sociedad, que lleva a cada sujeto a ocuparse más de sí que de cualquier otro.
El «amor a nosotros mismos» contiene en
sí la «confianza en nosotros mismos», como la convicción de que podemos
mantenernos en el mundo al adquirir esta confianza mediante el ejercicio de
nuestro pensar-hacer, el cual nos permite alcanzar el respeto propio y el de
los demás; de este modo podemos ofrecer nuestro a respeto a los otros.
Referencias:
Facebook:
consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter:
@obeddelfin