miércoles, 28 de febrero de 2018

TRES TENDENCIAS FUNDAMENTALES DE LA VIDA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Asumamos que hay, por lo menos, tres tendencias fundamentales en nuestra vida, a las cuales corresponden tres necesidades y tres posibilidades fundamentales de llevarlas a cabo.

La primer tendencia nos permite relacionarnos o con ésta nos relacionamos con lo que ya existe, es decir, compartimos con el mundo, con nuestro entorno; con las personas que están a nuestro alrededor y con las cosas que conforman nuestro hábitat. En este sentido, interactuamos con lo que hay en el mundo, que no pertenece a nuestro concurso pero que está listo para nosotros, que está a la mano.

Ser aceptados en nuestro entorno es el contenido de esta tendencia. Pues buscamos vivir a cubierto, estar bajo la protección de lo que preexiste. De allí, la construcción de nuestro entramado social-afectivo, porque necesitamos de los otros para vivir. Establecemos relaciones con el mundo, entiéndase nuestro entorno social e ingresamos en él para poder convivir con los otros.

La segunda tendencia contiene en sí el abandono de la anterior esfera, y por ello nos exponemos a la confrontación directa con las cosas y con las demás personas. Generamos el roce, lo provocamos; en este sentido, vivimos a descubierto con el mundo.

Es nuestro esfuerzo por conservar y prolongar nuestra existencia, por definir nuestra personalidad, nuestra identidad mediante el manejo de las cosas. Es nuestra proyección en los demás y en las cosas; por ejemplo, la caracterización de nuestro modo de vestir, de nuestra habitación. Acá humanizamos las cosas del mundo, para convertirlas en nuestro mundo; ejemplo, nuestros amigos, nuestros colegas. Hacemos una cosificación.

Este encuentro-desencuentro con las cosas y las personas resulta para nosotros la tendencia más peligrosa. Porque es aquella en que nos amenaza la mayor locura, en estar fuera de nosotros. La dimensión acá es el presente, no concebimos un más allá.

La tercer tendencia es la de la existencia auténtica, que solo puede producirse sobre la base de las dos anteriores. Ésta se plantea como una relación explícita con nosotros mismos; en las dos tendencias precedentes la relación se hacía posible en el trato con las cosas y las personas.

El objeto de esta tendencia es que somos esencialmente nosotros, lo que hace posible cada una de las tendencias anteriores. Lo es porque abre la posibilidad cierta de nuestras relaciones y roces con el mundo, con los otros. Con esta establecemos una conexión de sentido para con nosotros y los demás, y nos abre la clave para comprender lo que somos.

Tal tendencia es fundamental para entender que vivimos y que a través de este vivir nos proyectamos hacia un futuro. El carácter de esta tendencia tiene el significado de que nosotros somos un haz de luz, que ilumina de un modo distinto y nuevo. Es en sí la posibilidad de todas nuestras posibilidades.

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sábado, 24 de febrero de 2018

LA CONSTRUCCIÓN DE NUESTROS CEREBROS: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Oímos hablar de cerebro triuno, lado derecho e izquierdo, neurotransmisores, sinapsis… No obstante, por mi ignorancia no he oído ni leído acerca de la conformación de nuestros múltiples cerebros a lo largo de nuestra vida. ¿A qué me refiero con esto?

A lo largo de nuestra vida pasamos por diversos ciclos o edades, es decir, somos en cada tiempo: bebe, niño, adolescente, adulto y anciano. En cada una de estas edades nos comportamos de manera diferente y tenemos actitudes diferentes. Pensamos y sentimos diferentes. No pienso igual cuando soy un adolescente a cuando soy un anciano, me refiero a una misma persona.

Al ser un adolescente no pienso, ni siento ni me comparto igual a cuando era el niño que antes fui. Todo esto se da aparentemente en un mismo cerebro. Se habla del cerebro límbico, del neocortex… Sin embargo, no se habla del cerebro niño o cerebro adulto. Cómo si estos no existieran.

El adulto siente el mismo desamparo por la pérdida de la madre que cuando siendo bebe era separado de ésta. La misma persona a diferentes edades siente lo mismo. El niño no puede comportarse ni pensar como el adulto que no es ni ha sido; ya que su cerebro no ha transitado por la edad adulta. En cambio, si puede comportarse como el bebe que ha dejado de ser. Cuando un niño hace o dice algo que parece de adulto decimos que es un niño «muy maduro», con lo cual hacemos referencia a algo que todavía no es.

Cada ciclo vital de nuestra vida contiene retos diferentes que nos imponen distintos criterios de realización y nos exigen diversas vías de consecución. En cada ciclo generamos y mantenemos metas vitales por las condiciones personales y contextuales que nos facilitan o impiden se realización. En cada ciclo nuestro cerebro corresponde a una edad y con éste enfrentamos nuestros problemas. El adolescente es atrevido, el viejo timorato.

Cada edad o ciclo es un marco útil donde desarrollamos nuestra personalidad individual y social; en este marco llevamos a cabo complejas dinámicas de acomodación y asimilación a los nuevos retos. Estos condiciones o circunstancias cambiantes generan en nosotros fuerzas para adaptarnos a los nuevos roles que surgen en cada edad; por ejemplo, ser padres.

Tales cambios vitales esperados o inesperados aparecen en cada ciclo; por ejemplo, que en la adolescencia terminemos el primer romance. Por tanto, en cada edad generamos estrategias y recursos cognitivos-emocionales acordes con cada edad. Por ello, cuando un viejo asume un rol de adolescente se le critica o decimos que se ve ridículo, porque nos parece que no está acorde con su edad actual.

Frente a un niño asumimos el rol de niño para jugar con él, lo que hacemos es  hacer uso de nuestro cerebro de niño, que está ahí guardado. El niño no puede hacer lo mismo con el adulto o el anciano, el se comportará como niño o asumirá al del bebe que fue.

A lo largo de la vida, a medida que vamos pasando de un ciclo a otro, nuestro cerebro se va constituyendo en un palimpsesto. Por esa razón, estamos constituidos por diversos cerebros que se van activando con los años, y en la vejez éstos están superpuestos. A eso lo llamamos experiencia. Aunque la experiencia se aplica en acciones prácticos, no siempre estamos ejecutando tales acciones. ¿Es esto solo experiencia o es el conjunto de cerebros que se han conformado?

Pensar en esta complejidad de cerebros es interesante. Porque nos permite replantearnos cómo somos, lo que hacemos y pensamos. Muchos adultos que son padres quieren que sus hijos adolescentes se comporten como adultos, lo cual no es posible. Por ejemplo, si a un niño le asignamos una responsabilidad de estar atento a algo en un momento determinado él se distraerá, por el ciclo de niño que es, y empezará a jugar. No lo puede evitar eso constituye su naturaleza en esa edad.

No es solo experiencia, es que nuestro cerebro es otro y uno a lo largo de nuestra vida. Estamos conformados en acto o en potencia, como diría Aristóteles, por diversos cerebros. Estos se irán activando a medida que ingresos a los diversos ciclos de nuestra vida. Debemos entender esto, para estar en consonancia con cada edad de nuestra vida. Esto no tiene nada que ver que me tengo que convertir en un gruñón porque he llegado a viejo o ser un díscolo sin freno por estoy en la adolescencia. 

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miércoles, 21 de febrero de 2018

EL PORQUÉ Y POR QUÉ EXPLICACIÓN O JUSTIFICACIÓN DE NUESTRO PENSAR-HACER: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


El estudio de la gramática nos dice que «el porqué» es un sustantivo que señala: causa o motivo de algo. Y plantea el siguiente ejemplo: No explica nunca el porqué de sus decisiones. La persona no explica la causa o motivo de sus decisiones

Por otra parte, «por qué» se usa solo en oraciones interrogativas, sean éstas directas e indirectas. Donde «por» es una preposición y «qué» es un pronombre interrogativo. Por ejemplo: ¿Por qué no has venido a la fiesta? Es una oración interrogativa directa. Una oración interrogativa indirecta tenemos: no sé por qué se ha portado tan mal.

También tenemos, nos dice la gramática, «por que» el cual está compuesto por la preposición «por» y el pronombre relativo «que», éste se puede sustituir por "el cual, la cual". Ejemplo: Fueron varios los delitos por que fue juzgado.

¿A dónde quiero llegar con esta introducción de gramática? Hay cierta tendencia en la psicología terapéutica que rechaza el porqué. Y tiene una expresión más o menos así «porqué, porqué, porquería» para expresar su rechazo. Tal tendencia considera que el «porqué» más que explicar la causa o motivo de nuestro comportamiento lo que sirve es para escudarnos, escondernos o justificar nuestro comportamiento.

Debe tener razón tal tendencia. Porque es muy cierto que muchas veces usamos las causas para refugiarnos o justificarnos en ellas, y no para explicar y entender nuestro comportamiento. Y la diferencia es importante acá. Por ejemplo, un hijo visita a sus padres muy ancianos (no hay ningún conflicto evidente) muy esporádicamente; el hijo aleja diferentes razones todas válidas. Estas razones nos explican porque las visitas son tan escasas. No obstante, no justifican la poca atención que el hijo brinda sus ancianos padres.

Una cosa es explicar y otra es justificar. En la Consultoría Filosófica es importante la indagación del ¿por qué? Sea ésta directa o indirecta. Porque busca tal interrogante conocer y entender las causas que nos llevan a realizar actos exitosos o no en un mundo de acciones prácticas. Si son exitosos los reforzamos, si son fracasado debemos entender por qué se fracasa en los mismos. La idea es alcanzar un resultado feliz.

Porque sin el conocimiento de las causas estamos un poco extraviados. Por ejemplo, inculpo a alguien porque llegó tarde a la reunión, pero no desconozco que en la madruga una hermana enfermo gravemente y hubo que llevarla de emergencia al hospital. En este caso, la causa explica y puede justificar el retraso. La persona también podía haber llamado (si tenía espacio mental) para cancelar la reunión. Hay muchas variables o variaciones para una acción posible.

Explicar la causa o causas de un conjunto de acciones es constructivo y de aprendizaje cuando la explicación nos permite analizar lo que está sucediendo, con vista a una toma de decisiones adecuadas que nos permita salir del problema en que estamos inmersos. En este sentido, la búsqueda de las causas tiene por objeto desenredar esa madeja que no nos permite salir del problema. Hay casos en que la persona no puede entender el problema porque desconoce las causas del mismo, no sabe qué es lo que produce el problema en sí. Por ejemplo, ¿por qué el proyecto de adquirir un vehículo no se concreta? Cuáles son las causas de que este proyecto siga fracasando.

Justificar nuestra condición a partir de unas cosas que conocemos o suponemos no es constructivo ni nos pone en el camino de un proceso de aprendizaje. Con la justificación no nos explicamos ni buscamos explicar o entender nada, lo que hacemos es consolarnos de una situación dada. La diferencia es relevante. Por ejemplo, el porqué de haber nacido en el barrio tal, es la razón por la que no puedo superarme en la vida.

La forma en que usemos «el porqué» es fundamental en la manera como guiaremos nuestro pensar-hacer en la vida práctica. Por ejemplo, nací en una familia donde todos eran analfabeta, eso ha hecho que mi esfuerzo de aprendizaje sea mayor.

La interrogante me permite conocer el porqué suceden tales hechos. Ahora bien, si el porqué lo uso para justificar mis acciones erróneas o inadecuadas, esto es otra cosas. Por ejemplo, porque mi padre me castigaba, por eso yo castigo a mis hijos. Esto es tomar el atajo de la justificación, de las acciones irresponsables para conmigo y los otros.

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sábado, 17 de febrero de 2018

EL MARCO DE LA CULPA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


El tercer error que cometemos en nuestras conversaciones del ¿qué pasó? tiene que ver con enmarcar a la otra persona en la culpa. Por ello, en la mayor parte de nuestras conversaciones difíciles nos concentramos en ver ¿quién tiene la culpa del problema en que estamos metidos? ¿Quién es el culpable de esta situación? Y, por supuesto, la culpa siempre será del otro, nosotros inocentes.

En esto se nos va la mayor parte de nuestra energía. En descubrir o más que descubrir en achacar a la otra persona la culpa de lo que estamos viviendo. Nos concentramos en la culpa, y no en la solución. Porque la primera es más fácil de abordar; la segunda requiere inversión y esfuerzo, entre otras cosas.

En este señalar quien tiene la culpa perdemos o gastamos mucho tiempo. Es un derroche de energía y tiempo, además de ser una acumulación de malestares y rabias. Entramos en vórtice de desorden emocional, en un estado de supervivencia de nuestra identidad, de nuestra relación interpersonal. Somos caóticos en este echar la culpa a otros u otros. Esta actitud es tóxica y si perseveramos en ella lo es mucho más.

El echarle la culpa al otro produce desacuerdos, negación y deja poco que aprender. E incluso si nos echamos la culpa a nosotros mismos igualmente nos colocamos en una posición de negación, la cual deja poco que aprender. La culpa cierra los caminos al aprendizaje, a la interacción porque se basa en desacuerdos que no se buscan resolver. La culpa es una acusación directa, que nos descarga de la búsqueda de alternativas de solución. 


La culpa contiene en sí el temor al castigo o la imputación de un castigo; por ejemplo, eres culpable te dejo de hablar o no tendrás merienda hoy. Si soy culpable temo el castigo que recibiré, si el otro es culpable impondré sobre él castigo que se merece. La culpa observa nuestra parte más primitiva, la que pone en riesgo nuestra supervivencia física o emocional.

Por otra parte, la culpa está dirigida a una respuesta: blanco o negro. Dos extremos que se excluyen. Me quieres o no me quieres. En la culpa no hay punto medio; el equilibrio supuestamente se salda con una respuesta extrema. Te castigo o te ignoro. La culpa arraiga en lo más hondo del individuo, por eso es de larga duración y de consecuencias aterradoras.

Ninguno de nosotros queremos que nos culpen, pues la culpa se convierte en un estigma. Y a veces, quien nos culpa la esgrime como un trofeo que puede mostrar a los otros, con lo cual nos hace más daño.

En el hecho de no sentirnos culpables o evitar que alguien nos culpe invertimos mucha energía, mucha disposición para evitarlo. Si alguien nos culpa ponemos nuestra máxima energía en defendernos, por cuanto nos sentimos amenazados. Y al defendernos cerramos toda otra opción, solo nos concentramos en la defensa, ya que ésta no permite distracción.

Por ello, cuando entramos en el marco de la culpa quedamos impedidos de poder averiguar ¿por qué resultaron mal las cosas? y ¿cómo podemos corregirlas? La culpa excluye el aprendizaje, excluye la indagación constructiva. Porque o asumimos un estado de defensa o una posición de acusador. En el primer caso, no hay apertura solo defendemos nuestra supervivencia; en el segundo, el acusador esgrime la culpa como una verdad.

Para poder darle solución a las conversaciones difíciles es necesario, en primer término, suspender el juicio de la culpa. Éste nos conduce a un atolladero, a un camino sin salida. Nos encontramos con muros de contención. Por un lado, la defensa; por el otro, la verdad absoluta.

En segundo lugar, al suspender el juicio de la culpa tenemos la apertura para enfocarnos en la comprensión del «sistema de contribución». Que por una lado, pueden «contribuciones inadecuada o negativas» y por otro «contribuciones adecuadas o positivas». El análisis de este sistema de contribuciones nos permite conocer las causas reales del problema y trabajar en ellas para corregirlas.

La suspensión del juicio de culpa y la apertura al sistema de contribución implica una actitud de aprendizaje importante, en nuestra capacidad de buscar soluciones a las conversaciones difíciles. Por lo que es necesario explorar ambos aspectos.

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sábado, 10 de febrero de 2018

LA INVENCIÓN DE LAS INTENCIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


En nuestro último o anterior artículo quedamos pendientes por tratar sobre «La invención de las intenciones», las cuales conforman la segunda discusión en la conversación del ¿qué pasó? Y me refiero a la invención de las intenciones del otro. Porque ambas partes que conforman la discusión inventan las intenciones del otro.

Lo que yo piense o imagine acerca de las intenciones de la otra persona afecta a mi manera de pensar y sentir sobre esa persona; asimismo afecta el modo en que se desarrolle nuestra conversación. Si pienso que las intenciones de la otra persona son dañinas para mi asumiré una actitud defensiva; si en cambio, pienso que tienes buenas intenciones me abriré a sus propuestas.

Por eso, cuando le tenemos desconfianza a alguien cada vez que esta persona se dirija a nosotros reaccionaremos de manera defensiva, estaremos al acecho para descubrir en qué nos quiere perjudicar. Por esta razón, cuando las relaciones interpersonales están deterioradas siempre tenemos una predisposición o prejuicio hacia la otra persona.

El error, por lo general, que cometemos con la invención de las intenciones es profundo. Ya que suponemos que conocemos de antemano la intención de la otra persona, cuando en realidad no es así. Y esto lo hacemos hasta con personas que no conocemos. En otros casos, cuando no estamos seguros de las intenciones de alguien, por lo general imaginamos o decidimos que tiene malas intenciones.

Podríamos considerar que son un mecanismo de defensa, de protección de nuestro cerebro reptil. Y en este caso nos protegen de las acechanzas externas. Pero acá nos estamos refiriendo a las intenciones que inventamos en el transcurso de nuestras relaciones, de nuestras conversaciones que pueden con amigos, pareja, compañeros de trabajo…

En el caso del párrafo anterior no son solo un mecanismo de defensa; son también un problema que debemos solucionar, para que nuestras conversaciones y relaciones no sigan deteriorándose. Es cierto que las intenciones las deducimos, imaginamos o inventamos a partir de la conducta de las otras personas. No son gratis en la mayoría de los casos. Tienen un fundamento.

No nos inventamos las intenciones del otro de una nada, existen razones para hacerlo. Sin embargo, muchas veces asumimos las intenciones del otro permanentemente, no preguntamos cuáles son. Solo decidimos que son las que nosotros imaginamos. Y aquí es donde se comienzan a presentar los problemas, y más que comenzar a ahondarse. Que es lo más grave de nuestras invenciones.

 Ante esta situación de un inventar constante de cuáles son las intenciones del otro debemos detener esa práctica. Ese mal hábito, porque en eso se transforma. El quiere hacer esto o ella pretende esto otro… y así estamos permanentemente. Debemos romper esta manera de llevar nuestras relaciones y conversaciones. Porque es inadecuado.

Es inadecuado porque no damos margen a la otra persona. En última instancia, lo que tenemos es un soliloquio dentro de nuestra cabeza. No importa lo que la otra persona diga, nosotros somos un tribunal que juzga a partir de nuestra invención al otro. No hay apertura posible. Este es el problema de la invención de las intenciones del otro.

Nuestras invenciones las asumimos como verdad. Y esto cierra toda posibilidad a destrabar una conversación difícil. Por tanto, debemos detener tales invenciones y dar cabida a las interrogantes, a la indagación sobre lo que el otro pretendía o pretende.

Preguntarle abiertamente qué desea hacer, cuáles son sus pretensiones… A lo mejor no tiene ninguna o tiene unas intenciones confusas, o no sabe cuáles son. O tiene unas intenciones equivocadas a partir de sus propias invenciones. O tal vez sí tiene malas intenciones para nosotros, pero esas no nos las dirá.

Para allanar las conversaciones difíciles es necesario indagar sobre las intenciones del otro, no inventarlas. La invención indiscriminada de las intenciones del otro es un camino inadecuado para solucionar las conversaciones difíciles. Lo adecuado y beneficioso es la indagación abierta de las intenciones del otro.

El tercer error que cometemos en la conversación del ¿qué pasó? tiene que ver con el marco de la culpa, éste lo abordaremos en el próximo artículo.

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miércoles, 7 de febrero de 2018

LA CONVERSACIÓN DEL ¿QUÉ PASÓ?: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Esta conversación, me refiero a la conversación del ¿qué pasó?, nos consume una gran cantidad de tiempo. Primero, porque es una de las conversaciones difíciles en la cual nos enfrascamos constantemente. Segundo, porque en ésta nos pasamos luchando con nuestras diversas versiones sobre: ¿Quién tiene la razón? ¿Quién quería decir qué cosa? y ¿Quién tiene la culpa? Es una lucha de suposiciones y, por tanto, de enredos personales e interpersonales.

En cada una de estas preguntas, que muchas son certezas nuestras, anidan la verdad, las intenciones y la culpa. Y para nuestra desgracia, la mayoría de las veces, suponemos algo equivocado a lo que pasó. Por tanto, es necesario que busquemos aclarar cada una de esas suposiciones, con el fin de mejorar nuestra capacidad de manejar adecuadamente las conversaciones difíciles. Sino seguiremos viviendo en nuestras ficciones.

¿Cuál es la historia aquí? Veamos, en primer lugar, la presunción de nuestra verdad. Cuando queremos, por terquedad muchas veces, plantear nuestro punto de vista, nos olvidamos cuestionar ¿cuál es la presunción sobre la cual armamos toda nuestra posición? Acá la hago en interrogante, pero por lo general asumimos nuestra suposición como una afirmación tajante. Por ejemplo, yo tengo razón, usted se equivoca. Lo cual causa interminables molestias, ya veremos por qué.

La suposición de nuestra verdad excluye toda acción que nos permita determinar los hechos de lo que pasó. De lo que trata la misma es solo de nuestras percepciones, de nuestras interpretaciones y de nuestros valores; que son por los cuales entramos en conflicto con las otras personas. Por lo general, no entramos en conflicto por los hechos, sino por nuestras percepciones o valores con los que juzgamos a los mismos y los individuos.

Debemos tener siempre presente que la búsqueda de la solución en las conversaciones difíciles no se trata acerca de lo que es verdadero, sino de lo que es importante. Por esta razón, si buscamos establecer si algo es cierto o falso, o si es una interpretación o un juicio acertado vamos desencaminados.

Porque insisto, lo importante es explorar las interpretaciones y los juicios. Tenemos que indagar ¿Qué contienen en sí o qué ocultan tales interpretaciones y juicios? ¿Por qué hemos emitido tales juicios e interpretaciones? ¿Cómo podemos solucionar los conflictos que nuestras interpretaciones y juicios han generado?

En la conversación del ¿qué pasó? Al apartarnos de la suposición de nuestra verdad nos liberamos de la auto-imposición de que tenemos la razón. Y se abre la posibilidad de comprender las percepciones, interpretaciones y valores del otro; se abre la disposición de comprendernos ambos.

Esta apertura hacia el otro se refleja también hacia nosotros mismos. Por lo que dejamos de enviar mensajes y comenzamos a hacer preguntas, con las cuales tratamos de averiguar cómo ve el mundo la otra persona, es decir, por qué se dan sus interpretaciones, sus juicios. Asimismo nos auto-interrogamos sobre nuestras presunciones de verdad, las ponemos en tela de juicio.

Al mismo tiempo, esta apertura nos permite plantear nuestros puntos de vista como percepciones, interpretaciones y valores, y no como la verdad que poseemos. Nos concebimos como una circunstancia en medio de otras circunstancias. Cambiamos nuestra verdad, por opiniones y suposiciones lo que nos permitirá abordar las conversaciones difíciles desde otra perspectiva personal e interpersonal.

En el próximo artículo analizaremos la «invención de nuestras intenciones», que corresponde a la segunda discusión en las conversaciones difíciles.

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sábado, 3 de febrero de 2018

LO QUE PODEMOS CAMBIAR EN NUESTRAS CONVERSACIONES DIFÍCILES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


En las conversaciones difíciles hay cosas que no podemos cambiar y otras que sí podemos cambiar. Nos interesan, particularmente, éstas últimas porque en ellas somos agentes activos y modificadores de una situación o relación que nos perturba. Las que no podemos cambiar, no interesa porque podemos conocerlas, saber que están allí.

Por muy hábiles que lleguemos a ser en el manejo de nuestras conversaciones, siempre hay aspectos que no podemos cambiar. Por lo que, seguimos involucrados en situaciones en las cuales desenredar «lo que pasó» nos resulta más complicado de lo que pensamos que iba a ser. Ya que, cada uno de los involucrados posee información de la que el otro carece, por ejemplo, yo no sé todo lo que la otra persona piensa y siente, solo sé una parte o puede ser que suponga una parte, que es peor aún.

 Esta carencia de información o de ignorancia sobre lo que la otra persona piensa o siente resulta difícil superarla. Que cada uno de nosotros nos pongamos al tanto del otro no es fácil. Debemos agregarle a esto, que seguimos involucrados y enfrentados en situaciones emocionales, las cuales tienen un gran peso en nuestras relaciones interpersonales. Estas situaciones emocionales nos resultan amenazantes, porque ponen en peligro aspectos importantes de nuestra identidad. De lo que somos o creemos que somos.

Entre las cosas que sí podemos cambiar está: el modo cómo respondemos a cada una de nuestras conversaciones y situaciones. Para cambiar las cosas que sí podemos modificar podemos comenzar por preguntarnos y averiguar fácticamente: ¿Qué información tiene la otra persona que nosotros no tenemos? Esto es fundamental porque vivimos en un mundo de relaciones basado en supuestos, es decir, en nuestros supuestos. Que terminan por convertirse en nuestras verdades, pero que en realidad solo son ficciones.

Nunca preguntamos: ¿Qué es lo que el otro siente? ¿Qué piensa el otro? ¿Cómo nos ve a nosotros? ¿Qué siente por nosotros? Solo nos imaginamos o nos hacemos el supuesto de lo que esa persona siente, piensa y como nos ve. La importancia de indagar esto es que nos permite aclarar porque nuestras conversaciones son difíciles y complicadas; porqué no  superamos las situaciones pantanosas en que nos encontramos metidos.

No es suficiente con indagar, indagamos con el fin de buscar alternativas de solución. La indagación no es un mero ejercicio intelectual, es el inicio de una praxis de relaciones humanas favorables y adecuadas. Con el fin de tener una vida prospera en cuanto a nuestra salud mental y corporal. 

El segundo aspecto que podemos cambiar en las conversaciones y situaciones difíciles es el modo cómo manejo nuestros sentimientos.  Con el fin de llegar a manejar de manera constructiva nuestros sentimientos. Por lo tanto, debemos preguntarnos ¿cómo estamos manejando nuestros sentimientos? Tanto en lo personal como con los otros. No importa si se es una persona que se involucra o no emocionalmente, lo importante es si manejamos adecuadamente nuestros sentimientos.   

Esto nos lleva a explorar asuntos más profundos o nucleares que pueden estar molestándonos, que no conocemos. Esta molestia puede ser solo personal. Sin embargo, por lo general, terminamos proyectándola sobre los demás; por lo cual termina por afectar nuestras relaciones con las demás personas. En esta indagación, si se desea hacer partícipe a otros, resultan adecuados el terapeuta, el consultor y los amigos, aunque para recurrir a éstos últimos se debe poseer una identidad sólida y el amigo a consultar debe ser una persona seria y prudente.

 Al indagar sobre el núcleo de nuestros sentimientos y su proyección exterior a los otros, podemos llegar a reconocer lo que está en el fondo o sustrato de nuestra ansiedad y perturbación emocional. No es fácil, ni cosa que se hace en un rato. Debemos abordar nuestros sentimientos con lentitud, detenernos en ellos con paciencia. Porque debemos saber que éstos son producto de un largo proceso y asimismo debemos tratarlos.

Hemos señalado que podemos cambiar dos aspectos para mejorar nuestras conversaciones y situaciones difíciles, a saber: Primero, el modo cómo respondemos a cada una de nuestras conversaciones y situaciones. El segundo, el modo cómo manejo nuestros sentimientos. Como estos aspectos podemos modificarlos, entonces nos convertimos en sujetos activos y transformadores. Esta será nuestra función de ahora en adelante.

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