sábado, 31 de marzo de 2018

EL ABURRIMIENTO COMO SER COTIDIANO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El aburrimiento cuando se convierte en nuestra cotidianidad es una amenaza que atenta nuestro bienestar, porque es la cara opuesta de nuestro estar a gusto, a placer. Cuando estamos a gusto nos sentimos alegres, reímos, cantamos, bailamos hablamos y mostramos una actitud de bienestar o de estar a gusto con nosotros mismos. Con el aburrimiento sucede todo lo contrario, la vida se convierte en una zona gris.

El aburrirnos, estar en el hastío es entrar en un horror. El hastiarnos no es lo mismo que estar tristes o nostálgicos, en estos estados de ánimos sentimos pérdidas. El aburrirse es vivir en medio de bostezos. Es la ausencia de vida o vivir con poca vida; es un hablar cansado, con la mirada extraviada, no hay estimulan ni animo sean exteriores o internos.

Cada uno podemos, viviendo esta condición, vernos como seres  aburridos, que generamos situaciones fastidiadas por todas partes. A los otros le dañamos el disfrute de la obra de teatro que tanto quería ver, o le salpicamos con nuestra masa gris el libro que desean leer; nos convertimos en una tortura para los demás.

Las reuniones, a los amigos los teñimos con todos los ingredientes de nuestro aburrimiento. Pues vivimos en el tedio, que es un fastidio profundo que roza el asco. Vivir en el tedio es un des-vivirse en un sufrimiento muy hondo, para uno y para quienes nos rodean. Pues es un estado de ánimo ausente de lo vital que condiciona nuestro pensar-hacer.

En el fastidio no hay tono vital, todo está disminuido o ausente. No asoma nada. Es el continuo de un anti-sujeto presente en su condición de aburrimiento. El hastío es irritante para quienes están en el entorno porque deben «calarse», aguantarse la condición miserable de ese anti-sujeto.

El aburrirnos porque creemos o pensamos que nada hay que hacer, lo que nos hace es más desdichados. Nos convertimos en unos miserables. El aburrido, el hastiado no sabe ni quiere saber cómo distribuir las horas del día porque no tienen nada que distribuir. Es una nada, porque así se siente y así se piensa.  

El aburrido de lastima, cuando no asco. Éste es una especie vacía, sin signos vitales, incapaz de llenar o construir algún espacio. Es insoportable en el tiempo porque no se soporta uno a sí mismo. El aburrido es mal del mal ocio, del exceso de tiempo y carente de hacer. Es una muestra creciente de infelicidad.

El hastiado parece que no ha conocido necesidad y todo le ha sido dado, es especialmente parasitario. Por ello es apto para padecer todo tipo de aburrimiento. Su aburrimiento es la muestra de su infelicidad, de su indignidad. El aburrimiento es un agujero.

Sacudidos de arriba abajo, puestos a trabajar y hacer lo posible solos o con otras personas no se tiene tiempo para aburrirnos. El sujeto con un verdadero pensar-hacer permanece en la voluntad de aprovechar lo que tiene que crear y producir, en medio de las condiciones que tiene a la mano.

El sujeto auténtico, como diría Heidegger, se abre y está abierto a las muchas posibilidades que ofrece la vida. El sujeto auténtico es un impulso hacia la vida, una voluntad de poder, donde la imaginación fluye como una acción eficaz. El aburrido, por el contrario, es la antítesis de lo que es ser hombre.

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sábado, 24 de marzo de 2018

DE LA ANGUSTIA Y EL SOSIEGO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


A pesar de la fortuna que tengamos, la sociedad subraya casi siempre el lado negativo de la vida. La forma afirmativa de la fortuna aparece, más bien, en eso que llamamos el sosiego o simplemente sosiego. De resto vivimos abrumados en un estado de angustia.

La angustia la vivimos, la entendemos y la interpretamos como congoja, tribulación, ansiedad, zozobra, desazón, desasosiego, y en los últimos decenios como estrés. Tal estado, Julian Marias[1], lo agrupa en tres núcleos de significados.

En el primer núcleo domina la vivencia de estrechez. Es la angustia como lo que nos reduce la vida a una condición elemental de existencia; ahí se produce en nosotros una opresión, un ahogo. Una congoja como compresión y tribulación de la opresión ejercida activamente por algo o alguien contra nosotros. La cual padecemos en una condición de tribulación, es una ansiedad permanente o duradera.

En el segundo núcleo está la zozobra que no es estrechez, sino inestabilidad, fluctuación, oscilación, inseguridad, incertidumbre, discordia; es decir, nos sentimos en peligro de naufragio. Por lo que al referirnos a este estado hablamos des-sazón, des-asosiego.

El tercer núcleo es la condición del desasosiego, nos dice Marias, que es la privación o la falta de sosiego. Para tener sosiego hay que sosegarse; en este sentido, en el sosiego no se está, hay que construirlo es una acción que debemos realizar nosotros. Debemos calmarnos, darnos firmeza, seguridad y serenidad. El desasosiego es la pérdida de la calma que hemos conseguido, clama que nos habíamos procurado al sosegarnos. La angustia es privación. El sosiego, por el contrario, es la conquista de un estado de serenidad, porque hay que ganarse este estar sosegado. 

Somos en las situaciones más difíciles capaces de retrotraernos en nosotros mismos y sosegarnos, mediante un enérgico esfuerzo. Es algo que está en nuestra posibilidad, que podemos lograr. De este modo, llegamos a nosotros mismos. Por tanto, el sosiego es la autenticidad de conquistarnos desde la alteración que nos saca de nosotros mismos.

El sosegarse es un llegar a, una acción que llega al estado de ánimo de la tranquilidad. La casa pérdida está ya sosegada. Sosegados por el vencimiento y adormecimiento de todas las alteraciones que nos han perturbado. La dificultad está en poder entrar en la pasibilidad interior de nuestro entendimiento.

Un examinarnos con serenidad, para llegar al alejamiento de la tempestad, de la borrasca, y entrar la seguridad del buen puerto que somos nosotros en el cuidado de nosotros mismos.

Referencias:
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[1] Julian Marias. El oficio del pensamiento.

sábado, 17 de marzo de 2018

LA ATARAXIA COMO “ESTAR ALERTA”: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Los sentidos originarios de la ataraxía remiten campos pragmáticos, nos dice Julian Marias[1]. Demócrito, citando Marias a Estobeo, señala que la “ataraxía; consiste en la distinción y discernimiento de los placeres” en tanto éstos son los más convenientes para los hombres.

En este sentido, la ataraxia se despliega en un contexto positivo y activo. Ya que no se trata de ninguna abstención, de ninguna suspensión del juicio ni de la actividad; sino que determina la distinción, por una parte, y el discernimiento, por otra, entre los placeres.

La ataraxia, en este aspecto, no consiste en un «aguantar pasivamente» o en un desinteresarse por las cosas del mundo con indiferencia. Se trata, más bien, de considerar con mirada alerta la situación en que uno se encuentra y de las cosas en ella están.  Para poder discernir, distinguir y lograr, de esta manera, la prosperidad y el bienestar.

Aristóteles, por su parte, en Ética a Nicómaco libro IV expresa la ataraxia en un contexto de equilibrio y moderación. Donde  el hombre desea vivir libre de alteraciones o perturbaciones, y se deja llevar por las pasiones en la medida y el tiempo que la razón manda. Para el filósofo la ataraxia consiste en un término medio. No es ésta una falta de reacción, de impasibilidad o ausencia de indignación y coraje. La ataraxia aristotélica  es una mesura, diferente a la falta de emoción. Por tanto, el «atárakhos» siente indignación, enojo o cólera. No obstante, es dueño de tales pasiones, las refrena y domina, y puede permanecer sereno.

En el libro III, de Ética a Nicómaco, Aristóteles indica que el hombre valiente en los momentos de peligro permanece atárakhos (sereno)  se porta como es debido. Como apreciamos la ataraxia no es apatía, ni es imperturbabilidad en el sentido negativo del término. Por el contrario, es más bien impavidez, de lo que se trata es de conservar la calma en el peligro, de afrontar éste, u otras situaciones, sin alterarse.

Según Aristóteles, es más valiente quien se mantiene impávido e imperturbable ante una circunstancia adversa; por lo que la valentía procede más de hábito que de preparación. 

La ataraxia consiste, desde este punto de vista, en un «estado de alerta», dado por la serenidad y la clarividencia en función de una posible acción. El valor ante las situaciones inesperadas e imprevistas es una actitud hecha de serenidad, de calma atenta que permite obrar con prontitud y acierto; aun sin una previa preparación.

El estar alerta es un ponernos en guardia en caso de un posible ataque o imprevisto, es estar atentos a las situaciones del mundo. Por tanto, es una acción. La diferencia con la abstención o suspensión de los escépticos; con la apatía, la ausencia de perturbación y dolor de los epicúreos, es evidente. Para Aristóteles, en cambio la ataraxia es, a la vez, un estado sereno y tenso, un estado de alerta, un estado de atención hacia las cosas del mundo.

La ataraxia aristotélica es una ataraxia que se dirige hacia algo, que tiene la mirada puesta en algo; de allí que sea un «estar alerta» por y para las cosas que suceden, por las situaciones dadas y que nos afectan. La ataraxia es un movimiento en acto y potencia. Es acción.

Referencias:
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[1] Julian Marias. El oficio del pensamiento.

sábado, 10 de marzo de 2018

LA ATARAXIA COMO “LIBERACIÓN DE”: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


En forma menos extrema que la ataraxia escéptica, nos dice Julian Marias[1], existe una interpretación análoga en la escuela epicúrea y estoica. Pues la ataraxia, la tranquilidad, es la forma de ser en la doctrina de Epicuro; quien señalaba la filosofía es una actividad que procura con discursos y razonamientos una vida feliz.

¿Cómo se consigue esta tranquilidad y felicidad? Para Epicuro, tal tranquilidad se consigue apaciguando los temores que los hombres sienten con respecto a la cólera de los dioses y acerca de la muerte. Desde esta perspectiva, Epicuro da explicaciones de cada fenómeno en la posibilidad de hallar una explicación natural.

Se trata en el filósofo de un «saber a qué atenerse», aunque sea en este caso de un atenerse solamente negativo. No le importa a Epicuro saber ¿qué produce el fenómeno natural? Lo que le interesa es entender que no es algo sobrenatural atribuible, por ejemplo a los dioses; por lo cual no tenemos por qué preocuparnos.

De allí que la ataraxia epicúrea sea, principalmente, una liberación del temor. De este modo, Lucrecio expone la doctrina de la ataraxia epicúrea haciendo énfasis en que el bien supremo es la superación del temor a los dioses. La vida humana, oprimida por el peso de la religión, queda liberada por Epicuro, quien se enfrenta a esta concepción dominadora del hombre y le da el poder de contemplar la vida con mente serena, alejada de los miedos sobrenaturales.

El estoicismo, por su parte, considera que la virtud (areté) del hombre estriba en la conformidad racional con el orden de las cosas. Por ello, el fin natural del hombre es vivir de acuerdo con la naturaleza. Donde la naturaleza coincide con lo que es racional; lo importante es que el hombre se comporte según la razón, le suceda lo que le suceda.

Para el estoicismo casi todas las cosas son indiferentes. Sin embargo, la presión de la realidad los obliga a reconocer que algunas son preferibles a otras. Las cosas no son ni buenas ni malas, pues nada afecta al estoico. Quien se erige como autosuficiente; ya que se basta a sí mismo, soporta y renuncia al mundo.

Para el estoico, nos dice Marias, la ataraxia es el estado propiamente humano. Séneca, por ejemplo, expresa que el no conmoverse es un estado soberano, grande y muy próximo al de un Dios. El estado de imperturbabilidad o tranquilidad.

¿A qué precio compra su tranquilidad el hombre imperturbable? Ese que contempla las cosas con mirada serena, acaso con el desinterés por las cosas del mundo; la indiferencia. En este sentido, la libertad del epicúreo y del estoico es la liberación de las cosas, de los intereses, de los afanes, de los temores, posiblemente de las esperanzas. Es una renuncia.

Tal filosofía de renuncia encarna un empobrecimiento del mundo. Por ser un estado de inactividad, de suspensión y supresión escéptica. Es en tal caso una apatía ante el mundo, ausencia de pasiones. Ambos conceptos, el de ataraxia y apatía, se mezclan y terminan conformando una unidad.

Los epicúreos, por otra parte, emparejaban la ataraxia con la aponía que es ausencia de perturbación, ausencia de dolor, ausencia de inquietud y dolor. Lo cual muestra el carácter negativo de tal concepción. La libertad no es una «libertad para», es más bien una libertad negativa, que afirma la ataraxia, la tranquilidad, la imperturbabilidad y la apatía.

Referencias:
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[1] Julian Marias. El oficio del pensamiento.

miércoles, 7 de marzo de 2018

ATARAXIA ESCÉPTICA O NEGATIVA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA


Julian Marias[1] nos dice que el pensamiento griego está cruzado por una quejumbre. Donde el hombre para ser feliz tiene que ser dueño de sí mismo. Y se pregunta el autor: ¿Es que no lo es? Y si no lo es, ¿por qué y de qué manera no lo es? ¿Qué es lo que al hombre lo esclaviza y lo priva de sí mismo?

Todo el pensamiento occidental está signado por este sino, que sin darse cuenta olvida esta situación y no pone o no encuentra el remedio. El sujeto ocupado en ejercer su dominio sobre las cosas y sobre él no es nunca o casi nunca dueño de nada, menos de sí mismo.

Suficiencia, independencia, libertad, imperturbabilidad fueron los ideales helénicos y de nosotros los contemporáneos. A medida que va pasando el tiempo vamos acumulando experiencias, fracasos y desengaños, que nos hacen sentir inquietos y desconfiados; por lo cual, un tanto asustados nos replegamos sobre nosotros mismos.

Los filósofos antiguos, de escuelas distintas y aun opuestas, están un tanto de acuerdo en que la felicidad se presenta con ese mismo rostro. Así el individuo que ha alcanzado la ataraxia, constituye el sentimiento radical de independencia y suficiencia que define al sujeto apartado de la necesidad.

Para el griego algo es de verdad real, cuando se basta a sí mismo, cuando es autárquico. Y por esta condición se puede separar de los demás, cuando se da a sí su propia ley y es autónomo. De este modo, el hombre libre de Aristóteles es libre cuando es suficiente en sí mismo y no necesita de los demás para darse su autonomía.

Ahora bien, en la fase helenística, el sabio se va despojando cada vez de más cosas, y el ideal de los cínicos se aproxima al despojado, al mendigo. Ante tal despojamiento se pregunta Marias: ¿no será una fácil simplificación? ¿Será de verdad independiente y dueño de sí mismo el mendigo cínico que no necesita de nada y a quien nada importa? ¿No habrá reducido tanto su propia realidad que ya no tiene de qué ser dueño?

Desde el Romanticismo, la angustia goza de excelente publicidad. Kierkegaard hace una exaltación de ésta. Se la considera como una condición privilegiada del hombre, en la cual él es propiamente. A muchos les parece a condición propia de la autenticidad humana. En nuestros días podemos decir que es el «stress» el que tiene mucha publicidad y ascendencia entre la gente, pues parece que quien no está estresado no es sujeto propiamente.

La aproximación de nuestro tiempo, semejante a la crisis del mundo antiguo, está en conformar una “moral para tiempos duros” hecha ésta de ataraxia —relax, paz interior…— con un ideal humano que es precisamente el individuo sereno y posiblemente un tanto indiferente a los avatares de la vida. Lo que lleva a Marias a preguntarse: ¿Será oportuno volver los ojos a esa vieja idea de la ataraxia?

Por otra parte, es necesario atender que la doctrina clásica de la ataraxia se encuentre en las escuelas escépticas. Donde la “«abstención» es una posición estable de la mente, en virtud de la cual ni afirmamos ni negamos cosa alguna. Ataraxia es la serenidad y la calma del alma”. Cita Marias a: Sexto Empírico, Hipotiposis pirrónicas I, 4

Para Marias se trata de una ataraxia negativa, nacida la misma de una cierta desesperación, hecha de una renuncia a lo que se considera imposible. Porque, citando a Cicerón, “estamos poseídos por la desesperación de no poder conocer”

Lo decisivo en el escepticismo es la conexión entre la ataraxia y la abstención del juicio, porque tal abstención es el medio por el cual se consigue la imperturbabilidad.

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Twitter: @obeddelfin


[1] Julian Marias. El oficio del pensamiento.

sábado, 3 de marzo de 2018

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE PROSPERIDAD?: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cuando hablamos de prosperidad ¿a qué nos estamos refiriendo? Por lo general, asociamos la prosperidad exclusivamente, excluimos con esto otras cosas, al dinero. Esta es una asociación automática que hacemos todos, mucho más si estamos escasos del mismo. Prosperidad → dinero.

Esa relación nos hace pensar millones de dinero, lo que nos conduce a imaginar yates, cruceros exclusivos, aviones privados… Pero ¿es esta la única prosperidad posible? Incluso hay gente que ve esta prosperidad como algo pernicioso.

En Consultoría Filosófica nos adherimos a la idea de que son posibles por lo menos cuatro tipos de prosperidad, a saber: Conocimiento, Financiera, Corporal y Valores. La idea además es buscar cierto equilibrio entre estas cuatro formas de prosperidad, para tener una vida exitosa.

La prosperidad de conocimiento está referida a: aprender, investigar, conocer, preguntar, capacitarnos para llegar a ser poseedores de cierta prudencia o sabiduría, en relación con nuestras acciones prácticas en el mundo.

La prosperidad financiera consiste en: ahorrar, invertir, ser trabajadores, creativos, ser buenos administradores de los bienes; saber hacer dinero con nuestras fortalezas y habilidades. Está asociado al dinero, pero también a la buena administración de éste y de nuestras fortalezas.

La prosperidad corporal se refiere a: salud física, el cuidado del cuerpo, comer adecuadamente, hacer ejercicio, dormir bien, chequeos médicos preventivos… El cuidado de nuestro bienestar corporal.

La prosperidad de valores, es decir: ser justos, la generosidad, magnanimidad, respeto, deferencia a lo demás, ser comprensivos… Tiene que con nuestras relaciones con los demás, en el trabajo, en lo social…

Si no tenemos prosperidad de conocimiento somos, entonces, unos indigentes intelectuales. Unas veletas arrastradas por ficciones, miedos, prejuicios, envidias mal sanas… Somos pobres intelectualmente ¿Cómo podremos solucionar los asuntos de nuestra vida? ¿Tendremos la capacidad intelectual para abordar una situación difícil? O ¿actuaremos a los golpes y porrazos?

Si no tenemos prosperidad financiera somos pobres en dinero. ¿Cómo podremos cuidar de nuestra salud corporal? ¿De nuestra capacidad intelectual? O ¿de nuestros valores? Si no tenemos prosperidad financiera estamos en el borde del estado de naturaleza; el de estar viviendo por vivir. En donde no podemos comprar un medicamento o algo que en verdad necesitamos.

Si no tenemos prosperidad corporal somos unos enfermos, esto no quiere decir que estemos postrados en una cama. Sino que no atendemos a nuestra salud: descuidamos nuestra higiene dental, fumamos, hacemos uso del alcohol o de las drogas con intención suicida. Buscamos más la muerte que la vida. En este caso, me refiero a cuando no atendemos nuestra salud, cuando la descuidamos por incapaces e irresponsables. Cuando somos nuestro agente destructor.

Si no tenemos prosperidad de valores somos inescrupulosos, buscamos hacer todo con un interés malsano. Si llegamos a tener prosperidad financiera posiblemente la misma esté fundada en el fraude, en la avaricia, en el robo. Todos nuestros actos son inmorales. Pretendemos utilizar a las personas para nuestro beneficio, somos rastreros.

La carencia de algún tipo de prosperidad nos hace renquear, porque afecta a las otras. No podemos expandirnos plenamente. Si nos falta alguna las otras sufren tal carencia. De allí la necesidad de buscar el mayor equilibrio posible. No temerle a la prosperidad financiera ni hacer más relevante la prosperidad de valores o pensar que el único tipo de prosperidad.

Pensar en la prosperidad con un criterio más amplio nos ayuda a ser más prósperos. A entender que ésta no pertenece a una sola área de acción, sino a un conjunto de acciones a través de las cuales podemos conducir nuestro pensar-hacer.

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Twitter: @obeddelfin