jueves, 28 de abril de 2022

EL ENDEBLE ARGUMENTO DE LA AUTOAYUDA

 


Toda doctrina de autoayuda, no importa en qué ámbito sea ésta, se fundamenta en el argumento del «deseo», se abraza a éste como su tabla de salvación. Para la autoayuda el «deseo» lo es todo. Tal vez, de allí venga la monserga de “Querer es poder”, como si una cosa llevase irremediablemente a la otra. Por eso es que debe haber tanta gente frustrada, porque sabemos que el deseo no es causa suficiente para alcanzar algo.

Insistir en el deseo como principio de todo hacer es ya de por sí una sin razón. Leer argumentos como este: “No confíe en «la razón» a la hora de crear su plan para acumular dinero a través de la transmutación del deseo”. Da una sensación de patetismo, a menos que uno se esté comiendo el cuento del deseo.

Entre los primeros que asentaron el principio del deseo como motor que pone en movimiento al sujeto fue el viejo Aristóteles, quien en la Ética a Nicógmaco o Ética nicomáquea como también se la conoce, formuló que el deseo mueve.  El filósofo dijo “el pensamiento por sí mismo no mueve nada”, sino que el pensamiento es movido por “el deseo del fin”. Ahí quedó asentado esto.

El deseo puede ser de tres especies, a saber: apetitivo, irascible y racional. Lo del deseo viene de vieja data y no es un descubrimiento de la autoayuda; quien lo hace suyo como una bandera que sirve para todo y, podemos agregar, para nada si solo se queda en deseo.

¿Algo le falta a ese solo deseo? Porque si se queda en solo desear debe haber un vacío, ya que el deseo se quedaría en el feliz impulso de desear. Y dijo feliz, porque así todo se resuelve de manera satisfactoria en él mismo. ¿A quién culpar si el deseo no se cumple? Si no lo lograste fue culpa tuya, porque no deseaste con suficiente intensidad, te falto deseo. Y si lo lograste, entonces, el deseo lo hizo todo.

El querer quiere, decía Hegel. Y ahí se queda.

Todo ser vivo tiene múltiple deseos, sean éstos: sexual, de comer, de rascarse, de moverse, de ir para allá, de tomar el sol y así muchos otros más. ¿Por qué entonces todos no somos capaces de alcanzar lo que deseamos? Si el deseo es de por sí suficiente, más allá de su intensidad.

Si, por ejemplo, me siento en el vehículo, carro o coche como quieran decirle, en el puesto del conductor pasó la llave del encendido y le doy ligeramente a la inyección de gasolina se produce una chispa, una explosión interna y el motor se pone en funcionamiento. Hasta allí todo bien. Pero si yo no sé conducir lo más probable es que termine empotrado en alguna pared, en el mejor de los casos, si me arriesgo a salir a la calle con el vehículo.

No basta con ese deseo, que a modo del motor se enciende, pero que aun no se ha puesto en marcha. Necesito aprender a conducir. Es decir, necesito algo más que el puro deseo.

En Venezuela hay un dicho que dice: “Deseo no empreña”.

Además, de desear hay que hacer la diligencia y hacerla bien para que el deseo se pueda cumplir. Si nos quedamos en el deseo, es solo en el deseo donde nos quedamos.

Pero para entrar en honduras, se requiere decir otras cosas que a veces no queremos decir.

Vuelvo al ejemplo del vehículo, si quiero ir con ese coche de una ciudad a otra conduciendo yo, tengo que plantearme aprender a conducir y eso requiere un conjunto de acciones que tengo y debo realizar, porque con el deseo solo no voy a ir a ninguna parte.

¿Cuáles son este conjunto de acciones desde el punto de vista filosófico?

Aquí es donde vuelve a intervenir Aristóteles, quien plantea:

Después del deseo, quien inicialmente mueve, es la razón la que se hace cargo de ese deseo para conseguir que se cumpla el mismo. La razón, y veremos que es la razón práctica y no otra cosa, la que hace posible que el deseo se pueda llevar a cabo.

A menos que sea un deseo irracional, que no necesita de la razón.

Siguiendo a Aristóteles, podemos indicar que del deseo pasamos a una deliberación, y de ésta a una elección. Considera Aristóteles, que la «elección es un deseo deliberativo» de cosas que están en nuestro poder; es decir, de cosas que realmente podemos hacer. Indica que “la elección implica necesariamente tanto intelecto y pensamiento”, y añade que debe existir, además, cierta disposición de carácter en nosotros. Si nos llega a faltar carácter para emprender la acción: ¿cómo quedará esa elección y esa deliberación?

Nosotros tenemos el poder de elegir y elegimos lo que está en nuestro poder. Lo demás son meras ilusiones.

Nosotros, esto debe estar claro, deseamos «fines», por ejemplo, ser ricos o profesionales. Por el contrario, deliberamos y elegimos «medios» para concretar ese deseo.

Son dos ámbitos diferentes.

Luego, de la elección de los «medios», vamos a la acción que ejecutamos.

En este sentido, deliberar y elegir pertenecen al conjunto de acciones prácticas.

El deseo nos puede parecer maravilloso o descabellado. En cambio, la elección y la acción será acertada o desacertada, si hemos conseguido o no el fin deseado.

La deliberación y la elección deben ser sobre algo factible. Esto quiere decir, que estamos en el ámbito de las acciones prácticas, y no teóricas, ni menos fantasiosas.

Al ejecutar un razonamiento práctico abandonamos la esfera emotivista (el deseo) y nos adentrarnos en la esfera cognitivista (deliberación – elección). Por eso, el deseo debe convertirse en un «deseo deliberado» de cosas que han de estar en nuestro poder.

Como estamos tratando de asuntos prácticos, esto es, de «medios» nos preguntamos: ¿Cómo hacemos para alcanzar ese deseo que tenemos? ¿Cómo podemos llevar a cabo algo que está en nuestro poder? La pregunta es instrumental.

Como nuestras acciones tienen dos causas, a saber: una, es el deseo; la otra, el pensamiento práctico (deliberación + elección). Debemos, entonces, plantearnos una filosofía de la acción.

¿En qué consiste ésta?

Ya lo hemos señalado: El deseo mueve al pensamiento práctico: en éste hay una deliberación y una elección de «medios posibles» que nos ponen en acción para alcanzar el fin deseado.

Sin embargo, Aristóteles nos advierte que solo deliberamos sobre las cosas que: 1) están en nuestro poder; 2) pertenecen al dominio de la acción; 3) son realizables por nosotros, y, 4) no ocurren siempre de la misma manera.

Si deseamos hacer riqueza, por ejemplo, que es algo que siempre se desea, debemos planificar formas y medios, que sean éticos, para adquirirla; debemos crear planes precisos; debemos ejecutar tales planes con carácter y perseverancia; debemos conseguir capital social y ejecutar otras muchas más acciones.

De este modo, traducimos nuestros deseos en ideas y en acciones bien organizadas y factibles, de acuerdo a los deseos de cada sujeto.

La ejecución del deseo corresponde a la razón práctica. No al deseo mismo.

Obed Delfín

Consultoría y Asesoría Filosófica

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