domingo, 15 de noviembre de 2020

MANIPULACIONES

Intercambiamos constantemente en muchos sentidos, y de manera amplia y diversa. Influimos en otras personas  y éstas, a su vez, influyen en nosotros. Esta es la dinámica diaria de nuestras relaciones interpersonales, y en la misma es muy común estar a disgusto por las manipulaciones que padecemos en el trabajo, en la familia, y una larga lista. El displacer por y en las cosas que hacemos conforma una fuente de desagrado y angustia en nuestro proceso vital.

El hecho de que las personas utilicen métodos consolidados y reconocidos de manipulación nos da a entender que éstos funcionan. Por tanto, no resulta extraño que se sigan aplicando sobre la personalidad de cada individuo, sus preferencias y su capacidad de atención particular.

La idea de tácticas de manipulación tan simples y conocidas por todos, incrementa la probabilidad accedamos a entregar una parte o toda de nuestra personalidad. Esto nos puede resultar un tanto absurdo visto desde afuera. Aun cuando sabemos y tenemos conocimiento que hay unos comportamientos que potencian la conformidad y la docilidad ante otros. Comportamientos que favorecen que ciertas personas lleguen a ciertos acuerdos y sometan su voluntad a otros.

Las manipulaciones muchas veces se dan por el miedo a ser juzgados en nuestro entorno social, lo cual nos provoca ansiedad y cierta confusión. Como compensación buscamos la aprobación de los demás como factor motivador. En el fondo, este factor está cargado de emociones que se relacionan con un contexto, por ejemplo, la vergüenza y el orgullo requieren del juicio de otras personas, el amor es algo que existe entre dos individuos.

No nos sorprende que unas personas consigan que otras hagan lo que ellas quieren, a partir de las tendencias o debilidades emocionales de la otra persona. Muchos se ganan la vida convenciendo a otros individuos, por ejemplo, los vendedores, para que le den dinero a cambio de un producto, éste emplea métodos para incrementar la docilidad de las personas. Los mecanismos de dominación y sumisión son responsables de que tales tácticas funcionen.

Aunque estas técnicas permiten tener control sobre una persona. No obstante, somos sujetos complejos para que haya una sumisión total, por mucho que ciertos manipuladores pretendan hacernos creer lo contrario. De todos modos, se emplean ciertas técnicas para conseguir que algunas personas se plieguen a los deseos de otros, aunque no sea manera absoluta. Siempre hay que tener cuidado con los manipuladores y sus técnicas.

Entre tales tácticas de manipulación tenemos la del «pie en la puerta». Esta consiste en que un amigo, por ejemplo, nos pide dinero prestado para un pasaje de autobús, accedemos y le damos el dinero. Otro día nos vuelve a pedir dinero para comprar algo de comida, y volvemos a acceder. Más adelante, nos dice para tomarnos unas cervezas siempre que nosotros invitemos, porque él no tiene dinero; en medio de las cervezas, este amigo como quien no quiere nos pide dinero para pagar una deuda, suspiramos y accedemos porque ya anteriormente hemos dicho que sí. Nos han manipulado con la técnica del «pie en la puerta», esa es la realidad.

Si ese “amigo” te hubiese dicho de entrada «que le prestaras dinero para pagar la deuda que tiene», posiblemente le hubieras dicho que no, porque te habría parecido una petición exagerada y un abuso de su parte. Sin embargo, al manipularte con esta técnica ha conseguido lo que quería y has caído igualmente en su trampa. En eso consiste la técnica del «pie en la puerta». Al acceder inicialmente a una petición modesta aumenta nuestra disposición a acceder a una petición posterior de mayor envergadura.

Este tipo de manipulación funciona porque es percibida como una petición pro-sociales, es decir, que la ayuda se percibe como algo que hará un bien a alguien; por ejemplo, comprarle comida o prestarle dinero a alguien para que vuelva a casa se percibe como una ayuda que hace un bien. Por eso esta petición tiene posibilidades de ser satisfecha.

El «pie en la puerta» requiere de un mínimo de coherencia para ser un método efectivo, por ejemplo, si primero se pide una cantidad pequeña de dinero luego funcionará al pedir una cifra mayor. Lo más probable es que alguna vez hemos padecida a esa persona que inicia pidiendo una pequeña ayuda y termina queriendo usarnos como su objeto de uso.

La persuasión depende del tono, de la presencia, del lenguaje corporal, el contacto visual, y otros elementos más; aunque en el mundo web no son elementos necesarios también funcionan. Y resultan porque parece que estamos ansiosos por mostrarnos solícitos ante las peticiones de los demás.

Otra técnica de manipulación es la de la «puerta en la cara». En este caso, es la persona que está siendo manipulada la que, presuntamente, le da con la puerta en las narices al manipulador. Sin embargo, aquel que ha cerrado la puerta siente cierto malestar por haberlo hecho y ese malestar despierta en la persona un deseo de compensar lo que ha hecho. Este sentimiento hace que la persona acceda luego a otra petición más asequible.

La técnica de la «puerta en la cara» consiste en que el manipulador saca provecho de quien no ha accedido a su primera solicitud. Digamos que alguien nos pide guardar un mueble en nuestra casa mientras se muda y respondemos que no. Luego, la misma persona, nos pide prestado nuestro vehículo para trasladar algunas de sus cosas, esta nos parece una petición más asequible y accedemos, decimos que sí. Lo hacemos porque tenemos el mal sentimiento de haber dicho que no y porque consideramos que esta petición es menos molestia que la primera. No obstante, la verdad es que hemos caído en la manipulación de la otra persona.

Otra técnica más de manipulación es la de la «bola baja». Ésta se asemeja a la del «pie en la puerta» porque es el resultado de haber accedido a una pequeña petición inicial, aunque tiene un desenlace distinto. Esta táctica consiste en que accedemos a algo y terminamos haciendo más de lo solicitado; por ejemplo, nos encargan un trabajo para finalizarlo en un plazo determinado y más adelante la persona que ha encargado el mismo incrementa la petición inicial.

Lo sorprendente es que, a pesar de la frustración y el enojo que la nueva exigencia genera, la mayoría de las personas acceden a realizarla de todos modos. Podríamos negarnos con sobrados motivos, ya que la otra persona ha roto el acuerdo previo y lo hace para su benefic. Sin embargo, nos amoldamos a esta petición, siempre y cuando no sea demasiado excesiva. La «bola baja» se usa para hacernos trabajar de más y gratis. En el ámbito profesional y laboral se denomina «pagar el noviciado», pues es muy común que se aplique esta técnica a quienes están iniciando en un trabajo.  

Tenemos que estar atentos para rechazar cualquier tipo de manipulación y evitar el consentimiento activo y voluntario de nuestra parte, ante estas técnicas de manipulación. Ya que someternos a ellas nos desvirtúan como personas y nos convierten en objetos de uso. No podemos permitir que nadie nos manipule, para ello debemos reforzar nuestra condición de sujetos libres y autónomos.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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miércoles, 28 de octubre de 2020

NUESTRAS EXPRESIONES CORPORALES


Por lo general, nos cuesta esconder lo que realmente estamos sintiendo. Por otra parte, a la gente no le gusta ver una expresión de tristeza, pues le perturba esta emoción. Aun cuando tenemos motivos para esbozar un gesto de esta naturaleza, sea cual sea la razón de nuestra tristeza, la reprimimos y tratamos de mostrar una expresión alegre o neutra. Si alguien con buena intención intenta sacarnos una sonrisa puede empeorar nuestro estado de ánimo.

Las expresiones faciales, y las corporales en general, nos permiten deducir lo que alguien está sintiendo en un momento dado. Esto es leer las expresiones en el rostro o cuerpo de alguien. Por cierto, la lectura corporal constituye una herramienta útil de comunicación, cosa que no sorprende ya que poseemos una extensa variedad de expresiones; a esta lectura se le denomina semiología corporal y nos permite intercomunicarnos con los demás.

Ya es lugar común eso de que el 90% de la comunicación es corporal y un 10% verbal. Por eso, la mayor parte de nuestra comunicación interpersonal se efectúa por medio de la expresión corporal, de manera inconsciente. Más allá de que tales porcentajes sean ciertos o no, tenemos la capacidad de leer las diversas expresiones corporales. Y estas la debemos leer en un contexto determinado para no cometer errores de interpretación, ya que el contexto influye en la uso de las expresiones.

Disponemos de diversas formas para procesar del lenguaje corporal y el hablado. Qué expresar, qué decir y qué palabras relevantes debemos colocar en el orden correcto es importante para entendernos mutuamente; para entender los diversos significados y las interpretaciones posibles que de ellas deriven.

La expresión corporal es importantes porque nos permite detectar si alguien está enfadado, contento, asustado o alguna otra cosa le sucede. Pues, adoptamos involuntariamente expresiones asociadas con nuestro estado de ánimo y así revelamos lo que estamos sintiendo. Lo cual contribuye en la comunicación interpersonal. Alguien puede decirnos ciertas palabras y éstas tendrán distintas connotaciones si son pronunciadas con un estado de ánimo de felicidad, de enfado o de tristeza, y están asociadas a las expresiones que las acompañen.

Porque las expresiones corporales son bastante universales las podemos reconocer en los rostros e interpretar los semblantes y las posturas físicas. Por eso se ha vuelto común usar signos básicos para transmitir estados como la felicidad, tristeza, ira, sorpresa, y muchos otros más. Son los llamados emoticones, con los cuales transmitimos diversos de estados de ánimos en las redes sociales, sin elaborar un discurso escrito o verbal.

Las expresiones corporales son útiles porque transmiten un mensaje directo e inmediato. Si las personas, por ejemplo, que nos rodean tienen un semblante de miedo concluimos que hay alguna amenaza cerca, y nos preparamos para luchar o huir. Esto es más rápido que intentar entender un discurso verbal que nos quiere alertar sobre alguna amenaza presente.

Tales expresiones son de ayuda en las interacciones sociales. Ya que si hacemos o estamos haciendo algo y vemos en los demás un gesto de alegría o de agrado, sabemos que lo estamos haciendo de manera adecuada y nos hemos ganado su aprobación. Por el contrario, si tienen un gesto de desagrado o enfado sabemos que no lo estamos haciendo de manera correcta y debemos dejar de hacerlo o hacerlo de otra manera. En este sentido, las expresiones corporales nos ayudan a orientar nuestro comportamiento.

A través de emociones reconocemos las emociones de otras personas, de esto se genera la empatía. La relación entre las emociones y las expresiones corporales es fuerte, pero no infranqueable. Por eso algunas personas controlan sus expresiones corporales para no mostrar su estado emocional; por ejemplo, quienes que ponen «cara de póquer» para mantener una expresión neutra o falsa, con el objeto de ocultar sus sentimientos. Al estar atentos y ser conscientes de que algo se nos adviene nos facilita el dominio y control de nuestras expresiones. No obstante, lo inesperado hace que aparezcan espontáneamente nuestras expresiones.

Nuestras expresiones son voluntarias  o involuntarias. Las voluntarias son aquellas que adoptamos por elección como, por ejemplo, cuando ponemos cara de entusiasmo al mirar algo que nos resulta tedioso; éstas las transmitimos desde una perspectiva racional, al ser capaces de mentir. Las involuntarias son las producidas espontáneamente por las emociones reales; en éstas interviene el sistema límbico, que es franco.

La racionalidad del neocortex y el sistema límbico a veces entran en conflicto en ciertas situaciones, porque las normas sociales suelen obligarnos a no ser tan sinceros a la hora de dar nuestras opiniones, y tenemos que reprimirnos en muchos casos. Si el corte de cabello de alguien nos parece feo, no está bien visto que se lo digamos de manera tan sincera.

Tenemos la capacidad de detectar e interpretar las expresiones corporales, lo que éstas significan. Por eso podemos determinar si alguien está experimentando una contradicción interna entre la franqueza y las normas sociales, sonriendo forzadamente, por ejemplo. También la sociedad también considera grosero recriminarle a alguien que se está comportando de esa manera, con esto se genera cierto equilibrio social.

Lo importante ante las expresiones corporales es saberlas interpretar correcta y adecuadamente para que cometer desatinos, ya que muchas veces la persona está contenida en su emoción y no sabe qué hacer con ella; no sabe cómo expresar eso que está sintiendo y que se refleja en su cara. Saber manejar las situaciones que se presentan en nuestras relaciones interpersonales y donde las emociones están a flor de piel.

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lunes, 26 de octubre de 2020

INFLUIRNOS MUTUAMENTE

 

Muchas veces decimos que no nos importa lo que los demás piensen y digan de nosotros. Incluso lo decimos con frecuencia y en voz alta para jactarnos de nuestra independencia, y hasta nos atrevemos de hacer cualquier cosa con tal de demostrar, a todo el mundo, que esto es así.

Sin embargo, el supuesto de que no nos importa lo que los demás opinan de nosotros es una actitud, que confirma que sí nos importa lo que dichas personas opinan de nosotros. Que no es tan verdad eso que nos trae sin cuidado. Pues, esos que pregonan que desprecian las normas sociales, terminan formando parte de algún grupo que los reconozca. Somos sujetos sociales, en fin.  

Lo primero que hacemos cuando no queremos conformarnos con las convenciones sociales que nos rodean es buscarnos otra identidad grupal, a la cual nos ajustamos placenteramente. Esto porque se da porque seguimos ciertos códigos comunes, por ejemplo, en el vestir. Y aunque no tengamos respeto por las convenciones y normas sociales, sí queremos la aceptación de quienes consideramos iguales.

No podemos resistirnos al impulso de formar parte de algún grupo. Esto parece estar arraigado en nuestro cerebro. Que nos aíslen socialmente, por rechazo o por lo que sea, lo consideramos un abuso psicológico y social. Esto muestra que el contacto humano tiene mucho de necesidad y de deseo.

La verdad es que gran parte de nuestra personalidad está dedicada a formar interacciones con otras personas, pues dependemos de los demás hasta extremos que no reconocemos.

Lo innato y lo adquirido tienen impacto en las cosas que hacemos y en lo que somos. A través de la información recibida y de la experiencia adquirida nos conformamos como seres sociales. Lo que las personas nos dicen, cómo se comportan o qué hacen y piensan, sugieren, crean, creen tienen repercusión directa en nuestro proceso de formación e intercambio humano.

Mucho de nuestro yo, de nuestro ser, por ejemplo: nuestra estima, nuestro ego, nuestras motivaciones, nuestras aspiraciones; se derivan de lo que piensan otros individuos y de cómo se portan con nosotros. Como dice Ortega y Gasset, nuestro yo es lo último que aprehendemos.

Si tenemos en cuenta lo que influyen otras personas en el desarrollo de nuestro ser personal y social, podemos señalar somos controlados por las normas y convenciones sociales y humanas. Esto quiere decir que los humanos inter-controlamos nuestro propio desarrollo. Desde siempre esto ha sucedido, es tan común que nos desarrollamos entre nosotros mismos. Esto, por otra parte, implica que los humanos por separado somos poca cosa. Por eso tenemos tan extendida nuestra interacción colectiva.

Entonces, cómo pretender que no nos importa lo que digan y piensen de nosotros. Puede ser que no nos importe lo que diga y piense el vecino con el cual no tenemos trato, o lo que diga y piense el vender de la esquina. Eso puede no importarnos y es cierto. Pero sí nos importa lo que digan las personas del grupo al cual pertenecemos o queremos pertenecer.

Ahora bien, el enredo mental que nos hagamos por lo que los demás piensen y digan de nosotros es nuestro problema. Es nuestro asunto personal. Ese enredo mental que viene porque sí nos importa lo que ciertas personas en particular piensen y digan de nosotros corresponde a nuestra forma de ser y de ver el mundo. Recodando a Epicteto podemos decir que por nuestra forma de pensar y ser: “te lamentarás, te confundirás, y terminarás culpando a los dioses y a los hombres de tu desgracia”.   

La realidad es que estamos interrelacionados unos con otros. Nos influimos mutuamente, e incluso a veces nos influyen personas que ni siquiera saben quiénes somos, o nosotros influimos en otras personas sin saberlo. Esa es la dinámica existente.

Unas personas nos importan y por eso nos importa lo que éstas piensen de nosotros. Otras no. En esto no hay ningún misterio, ni es ningún descubrimiento sensacional. Ahora si toda opinión directa o indirecta de cualquier persona empieza a alterarnos debemos estar atentos a esta situación, por qué algo nos pasa, algo está afectando nuestra opinión de nosotros mismos y nuestra estima.

Nuestra opinión no puede doblegarse sumisamente a la opinión o al decir de otro cualquiera. Hay cosas que nos importan y cosas que no, esta es la realidad. Lo mismo nos pasa con las personas. Unas nos importan y otras no. De las que nos importan nos interesan sus opiniones y lo que digan, de los demás no.

Nuestro yo en gran medida es un yo social, con ciertas particularidades que definen lo que somos. Ver una parte del conjunto de nuestras complejas relaciones es ser un poco simplista. Porque asimismo hay otras personas que sin saberlo nosotros están imaginando qué pensamos y qué decimos nosotros de ellas.

Por eso las relaciones humanas son complejas. Debemos recordar que nos influimos mutuamente, que estamos interrelacionados más de lo que pensamos e imaginamos. Por eso nos desarrollamos en nuestras interacciones diarias. Somos sujetos mezclados unos con otros, pero asimismo somos individualidades. Y esta individualidad es importante cultivarla, preservarla y cuidarla.    

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lunes, 7 de septiembre de 2020


 

Alguna vez en la vida nos hemos tropezado, por lo menos, con un viejo de esos que se la pasan despotricando de la actual generación y ensalzando a la suya, sobre lo bien que ellos hacían las cosas en su tiempo. En verdad estos viejos solo están respondiendo al sesgo egotista del cerebro, que retoca realidades un tanto diferentes a lo sucedido. Este sesgo rediseña y reajusta los recuerdos de los sucesos vividos. Nos ofrece una película coloreada a nuestro particular gusto.

La mayoría de los viejos exageran sobre lo bien que ellos hacían las cosas antes. Incluso eso “de que antes era mejor” es una mera ilusión egotista. Tal sesgo le hace creer a los viejos que ellos eran más inteligentes y estaban mejor informadas que la actual juventud, pero la verdad es que solo viven una realidad bajo un sesgo retrospectivo, la cual les hace recordar que los hechos pasados fueron mejores que los actuales. Aunque lo más probable es que jamás tuvieron oportunidad de hacer nada bien.

No es que el viejo esté haciendo una invención con el mal propósito de auto-elogiarse o para engañarnos (aunque hay muchos que son muy embusteros), sino que sus recuerdos están sustentados en la noción del sesgo vanidoso. Lo que hace que el cerebro altera nuestros recuerdos para que potenciemos de esa manera nuestro ego; ya que esto nos hace sentir mejores, al tener la ilusión de haber estado mejor informados y en una mejor situación que en el presente.

Los fallos de la memoria a nuestro favor son muchos. Si incluimos el sesgo egocéntrico, que retoca y modifica nuestros recuerdos y nos presenta los acontecimientos pasados de un modo que nos hace quedar mejor de lo que en verdad fue, con esto tenemos un gran reforzamiento personal. Esto es lo que les sucede a los viejos cuando evocan un hecho en el que formaron parte, ellos tienden a recordar que su participación fue más influyente, más decisiva y más esencial de lo que realmente pudo ser. No solo a los viejos les sucede esto, nos sucede a todos y no importa la edad. Pero son ellos quienes hacen más alarde de su superioridad generacional. 

Como todos nuestros recuerdos se forman según nuestro punto de vista, la única perspectiva e interpretación que poseemos de ellos es nuestro yo. Esto, por supuesto, induce a que nuestra memoria de mayor prioridad a las ocasiones en que tuvimos un criterio acertado y nos olvidamos un poco cuando no lo fue. Esto hace que nuestra capacidad de juicio esté protegida y reforzada a nuestro favor, aunque no haya sido así como sucedió realmente. Permanentemente nos lanzamos flores a nosotros mismos.

Nuestro yo y nuestra memoria por medio del lenguaje, las emociones y nuestras percepciones sustentan el sesgo egotista. Todo lo que somos son los rasgos de nuestro cerebro, y éste hace que nos veamos y sintamos lo mejor posible. Minimiza toda la crítica negativa que pueda alterar nuestro ánimo. Esta es una de las formas que nuestro cerebro consigue que nos sintamos mejor, al mejorar nuestros recuerdos.

Esto hace que nuestra estima se eleve como parte integral de nuestro hacer personal. Ya que al perder nuestra estima padecemos un debilitamiento personal y social. Para funcionar con desenvoltura es importante contar con la confianza necesaria en nosotros mismos, es decir, la confianza de nuestro ego. Por eso el sesgo egotista nos conduce por medio de recuerdos manipulados.

Memoria y ego están interconectados. Hay un efecto de autogeneración de los recuerdos debido al ego, por lo que recordamos mejor aquellas cosas en que pensamos tuvimos una participación destacada. De allí que recordemos mejor lo que nosotros hicimos y dijimos bien, que lo que hicieron y dijeron los demás. Juzgamos retrospectivamente nuestras acciones recordando de la mejor manera posible lo que hicimos.

Recordamos que lo que hicimos, dijimos y elegimos en un momento dado fue lo mejor que podíamos hacer. Somos el héroe de nuestra propia película. Nos alabamos a nosotros mismos e impedimos entretenernos con posibilidades que no llegaron a materializarse.

El sesgo egotista nos hace criticar el presente y ver con buenos ojos el pasado, por eso criticamos los actos presentes de los demás. Si a esto le sumamos el sesgo egocéntrico tenemos que nuestra personalidad actual es mejor que la del pasado, sin que haya contradicción, pues ambos sesgos sirven para enfatizar cuánto hemos mejorado para sentirnos orgullosos de nosotros mismos. Por eso es que los viejos con sus recuerdos egotistas se consideran mejores que los jóvenes.  

La tendencia egotista crítica lo presente y ve el pasado con la ilusión de que fue algo mejor, aun cuando puede ser que no hubo ninguna mejora. Nuestro cerebro corrige nuestros recuerdos con regularidad para favorecernos. Si un viejo recuerda o describe un hecho en el que resalta su participación en él, lo más probable es que el recuerdo esté modificado por el sesgo egotista. Pues este sesgo lo que hace es actualizar el recuerdo con nuevas modificaciones a su favor.

Todos hacemos eso mismo con nuestros recuerdos, y siempre haremos lo mismo cada vez que los recordamos. Estas cosas que nos pasan sin que lo sepamos o nos demos cuenta. Así que la próxima vez que oigas decir a un viejo “que antes era mejor” o “que estos jóvenes o generación de ahora no sirve”, lo que está haciendo es dejarse conducir por el sesgo egotista y egocéntrico. Además, recuerda que tú haces y  harás lo mismo cuando empieces a recordar.

En las redes sociales se ve mucho el sesgo egotista. Con esas fotos que buscan rememorar un pasado mejor y el comentario “qué tiempos aquellos”. Y muchos de los que lo expresan no son viejos sino de una generación intermedia que ya está haciendo uso de tal sesgo y comportándose como los viejos que antes han criticado. No es algo que lo hagamos adrede, es que nuestro cerebro lo hace por nosotros.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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lunes, 31 de agosto de 2020

ESTADO DE MALESTAR


La sensación, esa forma de expresar el modo en que nos sentimos, es de malestar. En ésta está comprometida la percepción de nuestro estado psicofísico actual, sin hacer referencia a cuestiones específicas, como problemas personales o preocupaciones particulares, simplemente respondemos a las resultantes de una revisión inmediata, automática y casi inconsciente de nuestro estado general.

Tal sensación se produce porque estamos saturados del hartazgo político exagerado y sin límite. La calidad y cantidad de la política ingerida han hecho que nuestros procesos de percepción sea una ingesta aborrecible. Ante esto buscamos diversos haceres para corregir y sobrellevar lo mejor posible esta indigestión social. No obstante, el malestar está ahí.

La sobrecarga de mala política hace que nos sintamos emocional y físicamente mal. El cuerpo y la mente nos pasan factura. La sensación de malestar es permanente, es una valencia negativa. Se trata de una mala sensación que mantenemos día a día y  nunca nos abandona.

Los días han dejado de ser tranquilos y relajados pues no percibimos el fin de esta situación. La cual es percibida por nuestro cuerpo y termina por afectar en muchas personas el sistema nervioso. Todas las circunstancias son vivenciadas y sentidas como una sensación negativa, nos sentimos en un constante desasosiego. En esta situación, nuestro cuerpo capitaliza el malestar y alcanza el mayor desequilibrio posible, lo que se traduce en desazón y en una pérdida de energía. Pues, vivimos en un estado de displacer.

Cuando hablamos de sensación no hacemos referencia ni a pensamientos ni a razonamientos, simplemente nos referimos a ese sentir, a esa molestia que nos acompaña. En este sentirnos deficientemente, el cuerpo simplemente lo percibe y así padecemos las consecuencias somáticas.

Tal sensación se ha convertido en una emoción de fondo, que equivale a vivir con ese lienzo de base en el cual imprimimos una gama de tonos de grises y profundos negros. Tales tonos son las emociones y sentimientos que configuran nuestras vivencias, las cuales estamos construyendo sobre esa base de malestar; estamos imprimiendo sobre nuestro lienzo de vida una patina de oscuridad emocional.

Ese mar de fondo que son nuestras sensaciones es una parte importante en cómo está afectando nuestra personalidad individual y social. La imaginación se ha reducido a una permanente valencia negativa, de la cual aparentemente no hay salida. Nos imaginamos escenarios cada vez más penosos frente a un futuro incierto. No hay días buenos, todo se percibe como un cataclismo viviendo bajo un cielo brumoso y de tormenta. La preocupación y la incertidumbre son las cadencias del diario vivir. La forma serena y calma desapareció.

El crepitar de la mala política rompe la tranquilidad e invade nuestro hacer. No hay cabida para la relajación, vivir es una condición de constante perturbación. El cuerpo y la mente están escindidos. Es la sensación de que el cuerpo y la mente están en desequilibrio derrochando energía al permanecer en un constante estado de alteración.

Debemos recordar que sobre el telón de fondo de nuestras sensaciones se construyen nuestras emociones y sentimientos. Por eso es importante que en esta situación tratemos de experimentar emociones y sentimientos con valencia positiva, para poder equilibrar los factores negativos del malestar social que la política nos impone permanentemente.

Es necesario tener presente que nuestras emociones son consecuencia de nuestras necesidades y conveniencias, están ahí porque las necesitamos para el diario vivir. De tal suerte, las emociones resultan ser adaptaciones en un aprendizaje cultural y social, por lo que las podemos cultivar para contraponerlas al estado de malestar.

Las emociones nos resultan útiles y necesarias para vivir, porque son vivencias que nos permiten sortear el estado de desasosiego al cual nos ha inducido la ingesta política. La práctica de emociones y sentimientos adecuados nos permite equilibrar la balanza en este estado de malestar al que nos han promovido. Las mismas no sirven de contrapeso a la sensación de incomodidad y malestar en que nos han puesto con esta indigestión política.

Es necesario pulir nuestros sentimientos y emociones para poder sortear lo más sanamente posible esta situación. Pues sabemos que el predominio de sensaciones negativas en el tiempo ejerce una influencia enfermiza en nuestro cuerpo y nuestra mente. El sufrimiento emocional es un sufrimiento corporal que repercute en la esfera neurológica e inmunológica.

Del mismo modo que las sensaciones negativas sostenidas en el tiempo nos producen enfermedades, también es posible relacionar las sensaciones positivas con las vivencias de placer y la repercusión beneficiosa de éstas en el ámbito de nuestra salud. Nuestro propósito debe ser, a como dé lugar, mantener una relación de buen humor y afecto cariñoso para preservar nuestro estado de salud. Debemos cultivar la vivencia placentera, la alegría expresada a través de la risa para experimentar el bienestar, disminuir el estrés y mejorar las defensas inmunológicas de nuestro organismo. Esa fue la intención de la película “La vita è bella” de Roberto Benigni.

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lunes, 24 de agosto de 2020

DESCAPITALIZACIÓN CÍVICA


La polarización, la intolerancia y los comportamientos hostiles hacen que los comportamientos cotidianos se distorsionen y generan la falta de cortesía en los espacios públicos. Las personas ya no saludan por cortesía, pues cada quien está en lo suyo. En muchos ambientes las peroratas y los comportamientos cotidianos cada día resultan más agresivos. ¿Por qué esto?

En el caso de Venezuela se da por la frustración política y económica reinante. Cualquier polémica puede terminar, y los más seguro es que termine, apelando a la falacia “Ad hominem”, llamando al otro chavista o escuálido. Con esta actitud  se cierra toda posibilidad de seguir hablando, buscar entender qué es lo que está sucediendo y cómo pretender alcanzar una alternativa de solución. Ya que todo está teñido por el resquemor político, el caso Maradona es emblemático.    

Las conversaciones en las cuales no tenemos puntos de vistas concordantes no se dirimen con una actitud de amigos, sino de acérrimos enemigos. Los desacuerdos políticos son fatales, producen rupturas a cualquier nivel, es mejor callarse y no emitir opinión. Intentar comprender algo en política entre simpatizantes de los bandos opuestos es imposible, cada quien tiene la verdad y el otro es un imbécil o ignorante.

El desacuerdo político tiñe el espectro de cualquier conversación. Al primer indicio, lo más recomendable es callarse y si es posible irse para otro lugar. Hoy en día es imposible la conversa ciudadana. Pues corremos el riesgo de ser insultados o ser tratados como parias, en caso de llegar a emitir una opinión que no les guste a los demás, ya que pueden ser simpatizantes de algún bandos político.

Estos rasgos del actual comportamiento de los venezolanos muestran el declive del capital social, el cual se refiere a la construcción de nuestras relaciones sociales que se fundan en las normas de reciprocidad y confianza. El capital social está estrechamente relacionado con la virtud cívica, la cual tienen que ver con la confianza, las amistades, las relaciones de pertenencia a grupos sociales, la ayuda que se da y la que se puede recibir. Todos estos elementos se construyen mediante la participación en diversos grupos sociales, y esto está fracturado.

Al participar en cualquier actividad social fomentamos la reciprocidad mutua, ya que hacemos cosas por y con otras personas, confiamos en ellas y sabemos que los demás pueden hacer cosas por nosotros, en caso de necesitarlos. No obstante, la participación en grupos presenciales ha disminuido desde los tiempos de la aparición del televisor en casa. Ahora se ha incrementado con la presencia de internet y los teléfonos móviles, pues hacemos más énfasis en las actuales redes sociales virtuales. En las cuales, aunque podemos ver y oír a los demás, no se da la presencia física y esto genera un vacío de interacción real.

Este alejamiento físico produce el declive del capital social y el auge de la comunicación que no requiere la presencia cara a cara. Esto va en detrimento de la comunicación personal. La presencia de internet, los teléfonos móviles y las redes sociales ensancha las posibilidades de la descapitalización social, a la vez que ensancha el apogeo de las formas virtuales de comunicarnos.

La información y la comunicación cara a cara han disminuido, y con ellas disminuye la semiótica corporal. No pensemos en personas que han tenido que emigrar, sino en personas que viven en el mismo sector y se comunican cada vez más seguido vía digital que presencial. El hablar entre nosotros de manera presencial va siendo mermada por esta forma mediada, aunque podemos comunicarnos más fácilmente y de manera más seguida dejamos de lado el contacto físico. Lo cual genera cierta disfuncionalidad social y emotiva.

Aunque permanecemos en contacto a través de internet con los teléfonos inteligentes, iPods, estos son en realidad medios solitarios y no sociales. Son intercambios en nichos seguros y asépticos que seleccionamos individualmente, igual que seleccionamos lo que deseamos ver y oír. Si algo nos molesta en la comunicación virtual nos desconectamos o eliminamos a la otra persona. En este tipo de comunicación no se da la práctica de la tolerancia ni del intentar entendernos mutuamente, porque podemos ejercer la actitud de excluir a los demás de manera imperativa.  

Una de las consecuencias de este apartamiento social y emocional es que tendemos a confiar menos en los demás, y a ser cada vez más proclives a no compartir e intercambiar con otras personas. Tal actitud exacerba nuestro comportamiento asocial y la virtud no cívica, nos convertimos en una entidad aislada y hundida. Naufragamos en nosotros mismos.

El mal uso de internet disminuye el conjunto existencial de nuestras relaciones sociales; aunque hacemos uso de él para preservar nuestro arcaísmo social nos falta el contacto cara a cara. Al sumergirnos en internet propiciamos la caída de nuestros diversos contactos humanos y no porque seamos no-participativos, sino porque nos aislamos sin darnos cuenta.

Tal separación del mundo social se da porque consideramos que en internet hay cosas mucho más interesantes que en la calle y en el barrio donde vivimos, porque podemos hacer amistad con personas de cualquier parte del mundo y no solo con los cuatro gatos del barrio que ya conocemos. Pero la verdad de las redes sociales es que estamos solos ante un equipo de alta tecnología.

En esta soledad vamos perdiendo la capacidad de relacionarnos unos con otros. Perdemos la posibilidad de ver las caras y los movimientos corporales de los demás, de oír sus voces y entender o no lo que nos quieren transmitir. Perdemos nuestras virtudes cívicas, nuestras virtudes ciudadanas, esto es, nuestro capital social, al relacionarnos como si fuésemos meros algoritmos en una pantalla o como simples voces en un teléfono.

La intimidación social genera un tipo de comportamiento más mesurado que la protección de la no-presencia, y  a su vez ha sido la causa de los mecanismos de diálogo y entendimiento que dan paso a la funcionalidad social y emocional en tanto individuos sociales.

Ante la persona que está a un metro de distancia de nosotros, a quien vemos y escuchamos, tendemos a asumir disposiciones sociales, emocionales, corporales particulares y distintas; nos refrenamos de no ser groseros y tratamos de ser corteses. En el medio digital no. La distancia y la no-presencia nos protegen, por eso podemos asumir actitudes intolerantes y groseras.

En la seguridad que nos da la no-presencia, las personas quedan reducidas a meras palabras o escritos en una pantalla y por ello perdemos la inhibición social de la cortesía y la tolerancia, por eso nos convertirnos en sujetos groseros. Pues es mucho más fácil mostrarnos descorteses y desdeñosos en la seguridad de la comunicación digital, donde nuestro físico no corre ningún peligro.

Una vez que nos hemos acostumbrado a ser agresivos a distancia, también nos puede resulta más fácil seguir siendo agresivos ante cualquier persona de carne y hueso, pues extrapolamos nuestro comportamiento al mundo real sin darnos cuenta.

Debemos estar atentos a las formas virtuales de relacionarnos. Aunque con ellas buscamos preservar nuestro arcaísmo social generamos diversos tipos de comportamientos que pueden ser inadecuados, uno de ellos es la pérdida del capital social y de la virtud cívica; las cuales históricamente la hemos cultivado por medio del roce presencial y no virtual. Ya que es útil la experiencia de tener trato directo con una amplia diversidad de personas y de reflexionar sobre ellas.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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martes, 11 de agosto de 2020

GESTIÓN DE CRISIS


 

Jared Diamond[i] plantea doce factores para la gestión de crisis personales y los extrapola para comprender cómo muchos países han respondido y resuelto las crisis en que se han visto envueltos en ciertos momentos de su historia. Destaca que en toda crisis, sentimos alivio cuando logramos determinar cuáles son en realidad los problemas que tenemos que abordar y definimos los límites de los mismos, es a partir de este momento cuando comenzamos a explorar la gestión de crisis e iniciamos un proceso de cambios selectivos.

Vamos a exponer estos doce factores desde el enfoque de la consultoría filosófica, con vista a buscar alternativas de solución a nuestras dificultades en un mundo de acciones prácticas.

Reconocer la situación de crisis: Al reconocer que estamos viviendo una crisis es que podemos iniciar la gestión de ésta, esto es fundamental. Sin este reconocimiento no hay posibilidad de avanzar. Es necesario el reconocimiento de la circunstancia en que nos encontramos inmersos, tener consciencia de ello. Esto implica un mirarnos, un develar la situación.  

Hay momentos que no sabemos qué es lo que nos está sucediendo, estamos en medio de una crisis y no lo sabemos. Por tanto, no tenemos capacidad de reconocernos en esa situación. No reconocer que estamos en una crisis no es un asunto caprichoso. Puede darse el caso ser de que no somos conscientes de cómo estamos viviendo, en qué situación nos encontramos o pensamos que nuestra situación es normal porque así hemos vivido siempre. Como el personaje Hulk, que le dice al otro superhéroe que él soporta el estrés porque siempre vive estresado; esta es su situación y piensa que es normal. Nosotros vivimos en una burbuja de oxigeno sin saberlo y nos resulta normal, incluso nunca lo llegamos a  notar.

Al no reconocer que tenemos un problema, por la razón que sea, nos encontramos impedidos de hacer algún progreso en la solución del mismo. Por lo cual, podemos estar mucho tiempo en medio de una crisis sin ver que ésta existe. Debemos estar atentos a saber en qué circunstancia nos encontramos, y no dar por aceptado que nuestra situación es normal porque así hemos vivido siempre o porque así ha sido siempre. 

Responsabilidad de solución: Dado el primer paso, reconocer que tenemos un problema o estamos en medio de un problema, tenemos que asumir la solución del mismo, que no podemos torearlo. Tenemos que hacerle frente, entender qué es ese problema, por qué se ha producido y buscar cómo solucionarlo. Esta es la responsabilidad de solución. La misma es fundamental porque con ésta nos convertimos en sujetos activos y productivos de una alternativa de solución. De lo contrario, solo podemos saber que tenemos un problema pero no hacemos nada para resolverlo.

Puede ser que el problema se haya producido por fuerzas ajenas a nosotros. Pero somos nosotros quienes debemos actuar. La pandemia (Covid-19) es algo en que nosotros no somos causa de ésta, y aunque hay mucha gente que no cumple las normas sanitaria nosotros si la podemos cumplir. A esas personas no las podemos cambiar ni hacer entrar en razón. Sin embargo, nosotros sí somos la única persona cuyas acciones podemos controlar. En este sentido, es responsabilidad nuestra hacer algo al respecto, modificar nuestro comportamiento y nuestras acciones.

Tenemos pretensiones de cambiar a la gente, cuando en realidad a quién debemos cambiar, si lo queremos hacer, somos a nosotros mismos. La responsabilidad de cambiar es sobre nosotros mismos. De este modo, es que asumimos la responsabilidad de su solución sobre el problema en que nos encontramos.

Al asumir la responsabilidad de solución evitamos la autocompasión, la postura víctima y la generación de excusas que solo sirven para evadir hacernos cargo de nuestros problemas. Por tanto, no es suficiente con limitarnos a reconocer que tenemos un problema, tenemos que comenzar a transformar esa situación con la búsqueda de las alternativas de solución.

Construir un cercado: Ya puestos en la búsqueda de alternativas, el primer paso es «construir un cercado», esto es, identificar y delimitar el problema que tenemos que resolver. Estamos como apreciamos en la teoría de la toma de decisiones. Delimitar el problema es necesario. Si vamos a realizar el almuerzo tenemos que establecer si será pescado, pollo o carne de res lo que vamos a comer.

Si no identificamos y delimitamos el problema éste nos termina abrumando porque nos sobrepasa, perdemos los límites, pensamos que es inabarcable y que no lo podemos solucionar. Con lo cual, caemos la desesperanza que nos paraliza.  

Ante un problema debemos preguntarnos ¿Qué está funcionando mal y qué bien? ¿Qué es necesario cambiar y qué no? ¿Qué podemos mantener y qué no? ¿Cuáles cosas podemos desechar? ¿Cuáles sustituir con algo nuevo? Al ir respondiendo a estas preguntas vamos estableciendo cambios selectivos, lo cual es clave en la búsqueda de alternativas de solución. En esto consiste la construcción del cercado.

Los cambios selectivos son como las cirugías puntuales, nos olvidamos de toda la estructura y solo nos enfocamos en aspectos específicos. Esto nos da un mejor margen de maniobra y podemos darle solución de manera más eficiente. 

Buscar ayuda en los demás: La cooperación. Si no sabemos cómo resolver el problema en que nos encontramos debemos pedir ayuda a los amigos o a un profesional. Si la tubería del lavaplatos está goteando y no sé cómo repararla, le pregunto a algún amigo si sabe hacerlo, sino llamo al plomero. Hemos buscado ayuda.

Al solicitar ayuda en medio de un problema obtenemos apoyo emocional y material de nuestras amistades o de grupos de apoyo institucionalizados. La ayuda nos permite sentirnos emocionalmente apoyados y pensar con claridad; de esta manera, compensamos la merma temporal de nuestra capacidad para resolver los problemas.

El apoyo emocional tiene que ver con saber escuchar, ayudar a ver los problemas con claridad (tres pasos anteriores) y echar una mano a quien ha perdido temporalmente la esperanza y la confianza en sí mismo, para que las recupere.

A veces complicamos nuestra situación al no pedir ayuda; ya que pensamos que la podemos resolver nosotros solos. Con el ejemplo del lavaplatos, a veces inundamos la casa por querer resolver el goteo sin pedir ayuda. No todo lo podemos resolver nosotros solos, tenemos que estar pendientes de que hay cosas que escapan a nuestras manos y ahí es cuando requerimos la cooperación de los demás.

Adoptar a los demás como modelo: Esto también se conoce «como si», es un aprendizaje por modelaje y está vinculado al valor que los demás tienen para nosotros como fuente de ayuda. Aquí impera el valor como modelo de gestión alternativa.

Conocer a alguien que ha enfrentado una situación parecida a la que estamos viviendo supone una ventaja, pues esa persona constituye un modelo de habilidades de gestión útiles que podemos intentar emular, si ha salido exitoso de tal trance; o lo tomamos como un modelo de lo que no debemos hacer, en caso que haya resultado fallido. Tenemos esas dos opciones, lo que podemos hacer o no.

Tales modelos por lo general son los amigos, los conocidos o terceros de quien alguien nos hace referencia. Sin son amigos o conocidos podemos conversar con ellos y aprender directamente cómo resolvieron el problema similar al nuestro. También puede servirnos de modelo alguien que no conocemos y sobre cuya vida y métodos simplemente hemos leído u oído hablar.

Fortaleza del ego: Aunque la palabra ego tiene actualmente, no sé porqué, connotaciones negativas, eso es lo que somos. Somos un Yo. Hay quien les gusta hablar de autoestima y rechaza el ego. Autoestima y ego están implícitos e íntimamente imbricados. Viven together.   

La fortaleza del ego tiene que ver con la confianza en nosotros mismos. Implica conocerse a uno mismo —sobre esto he escrito algunos artículos— implica que nos establecemos objetivos y metas; que nos aceptamos como persona independientes, es decir, que no dependemos de los demás para obtener nuestra aprobación.

La fortaleza del ego tiene que ver con la capacidad de tolerar emociones fuertes, mantenernos centrados en condiciones de estrés, saber expresarnos libremente, percibir la realidad correctamente y tomar decisiones sensatas. Todas estas cualidades son esenciales para poder explorar nuevas alternativas de solución y superar la incertidumbre que nos atenaza durante una crisis.

Autoevaluación honesta: Para tomar decisiones acertadas es fundamental que seamos capaces de hacer una autoevaluación honesta de cuáles son nuestras capacidades, fortalezas y debilidades; de las cosas que funcionan adecuadamente y de las que no.

A partir de esta evaluación podemos implementar cambios selectivos que nos permitan aprovechar nuestras capacidades y fortalezas en función de los objetivos y metas que nos proponemos alcanzar. Si Cristiano Ronaldo va a ejecutar un penalti nunca lo hará con la pierna izquierda, pues su fortaleza está en su pierna derecha. Messi, por el contrario, lo hará con la pierna izquierda. Cada uno usará su mejor fortaleza para solucionar ese problema.   

La importancia de la honestidad en la solución de un problema es fundamental, porque muchas personas, por multitud de razones, no suelen ser honestas consigo mismas. La consecuencia de tal deshonestidad es que la crisis se agrava y nunca es resuelta. Incluso, involucran a otras personas como excusa. Con una autoevaluación deshonesta puede que sobreestimemos nuestras capacidades en una faceta y las subestimemos en otra.

Tenemos que aprender a evaluar de manera honesta lo que somos capaces de hacer y lo que no.

Experiencia de crisis anteriores: Si uno tiene la experiencia de haber salido bien parado de crisis anteriores tiene la confianza de resolver también la nueva crisis. Pero no hay que confiarse, porque todas las crisis no se resuelven de la misma manera ni con los mismos mecanismos, ya que las partes involucradas y las circunstancias difieren. No obstante, es un conocimiento que ya se posee y del cual podemos que echar mano. 

Los padres primerizos no saben cómo solucionar ciertos problemas que les produce el recién nacido y recurren a la madre (la abuela del bebe) por ayuda. Cuando tienen un segundo hijo, ya han aprendido cómo resolver ciertos problemas gracias a la experiencia antes adquirida. La indefensión que provoca estar pasando por una crisis sin saber resolverla hace que aflore la idea de que, hagamos lo que hagamos, no saldremos bien de esta.

Paciencia: Esta es un factor relevante para tolerar la incertidumbre, la ambigüedad y los fracasos en nuestros intentos de solución. Thomas A. Edison tiene que haber tenido mucha paciencia para llevar a cabo sus dos mil y tantos experimentos hasta conseguir el filamento adecuado de la bombilla eléctrica. 

No siempre conseguimos resolver al primer intento la gestión del problema en que nos encontramos. Al contrario, casi siempre requerimos de varias tentativas para resolver satisfactoriamente la crisis y dar con una solución funcional.

Quienes no son capaces de tolerar la incertidumbre, el fracaso y se rinden en etapas tempranas de la búsqueda, tienen menos posibilidades de dar con una alternativa de solución adecuada. La paciencia es una virtud razonable, pero hay que cultivarla.

Flexibilidad: Un pensamiento flexible permite asumir cambios selectivos. El pensamiento flexible es contrapuesto al pensar rígido e inflexible, pues la rigidez implica la creencia de que solo hay una forma de hacer las cosas. Tal juicio es un obstáculo para explorar otras vías de solución y reemplazar enfoques fallidos por otros que funcionen adecuadamente.

La rigidez y la falta de flexibilidad son la incapacidad para experimentar o desviarnos de las normas. La flexibilidad está relacionada con la libertad para elegir por nosotros mismos. Esto es importante porque, por lo general, nuestros planes casi nunca salen como lo habíamos previsto. Por lo cual, tenemos que ser flexibles para improvisar sobre la marcha.

Valores centrales[ii]. Los valores centrales o fundamentales son las creencias que consideramos vitales para nuestra identidad, que sostienen nuestro código ético y nuestra concepción del mundo. Estos valores nos permiten saber dónde poner el límite de los cambios selectivos. ¿Cuáles valores consideramos innegociables? Para muchas personas la familia, la religión, la honestidad son valores innegociables. Ante una crisis tenemos que saber cuáles son nuestros valores centrales para poderla manejar.

Sin embargo, hay momentos álgidos o zonas grises en la que los valores se someten a consideración. Por ejemplo, los campos de concentración nazis fueron zonas grises donde los valores tuvieron que ser ignorados o abandonados para poder sobrevivir. Estos son casos extremos y en ellos no nos encontramos a diario.

Nuestros valores centrales pueden hacer más sencilla nuestra toma de decisión  o, por el contrario, volverla dificultosa. Porque, por una parte, nuestros valores nos ofrecen claridad, una base sólida y una certidumbre desde la que podemos plantearnos cambios personales, pues como dice Ortega y Gasset “las ideas se tienen; en la creencia se está”. Por otro lado, pueden ser un obstáculo al aferrarnos a tales valores, pues en el caso de que estén orientados inadecuadamente nos impiden resolver una crisis. Aquí es fundamental contraponer flexibilidad y valores centrales.

Ausencia de imposiciones: Al estar constreñidos por una fuerza exterior no hacemos elecciones voluntarias. Estamos hablando de libertad de elección, que no está condicionada por problemas prácticos ni por responsabilidades impuestas.

Ensayar soluciones nuevas es más difícil si tenemos cargas de responsabilidad con relación a otras personas, los hijos por ejemplo. O si tenemos que cumplir con un trabajo muy exigente o si nos vemos expuestos a un peligro físico. Sin embargo, esto no impide que salgamos de una crisis, lo que hace es imponernos retos adicionales a resolver. Los hijos, el trabajo exigente y el peligro pueden ser algo que hemos elegido. Por tanto, son parte de nuestra responsabilidad y seguimos conservando nuestra libertad de elección.

Estos son los doce factores que debemos considerar para la gestión de crisis o problemas. Las crisis son de diferentes envergaduras y tienen contextos particulares. No hemos esbozamos estos factores como si fuesen fórmulas o recetas, solo los hemos expuesto de manera abierta para considerar y estar atentos de ellos. Son guías generales que sirven para alcanzar alternativas de solución a problemas específicos y particulares. Cada quien hará uso de ellos a su mejor manera.

Estos diversos factores de la gestión de crisis se enmarcan en lo que Aristóteles llamó phronesis. Que es la virtud del pensamiento ético, traducida como sabiduría práctica y por lo general como prudencia, aunque nuestra idea de prudencia no abarca el significado heleno. La phronesis es la sabiduría de las cosas prácticas, la habilidad para discernir en cómo y por qué actuar para fomentar la excelencia del carácter, es la habilidad para pensar cómo y por qué debemos actuar para cambiar nuestro vivir a mejor.

Obed Delfín. Consultoría y Asesoría Filosófica

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[i] Jared Daimond. Crisis, cómo reaccionan los países en los momentos decisivos, 2019.


jueves, 6 de agosto de 2020

POBREZA E IMPOTENCIA




La pobreza y la impotencia, que aquella entraña, nos convierten en sujetos improductivos, por lo cual tenemos que rechazar toda simpatía hacia ellas. Tal rechazo es fundamental porque nos permite afrontar y estructurar un hacer productivo. La impotencia se produce porque la pobreza nos impide u bloquea de los artificios y de la astucia necesaria para salir de esa situación determinada. Cuando nos faltan tales medios caemos en la improductividad. En esta condición naufraga y se hunde nuestro espíritu de astucia, o porque la solución es ajena a nosotros o no la encontramos en nuestro pensar-hacer.

Al estado de impotencia se suman la apatía y la resignación, al carecer y vernos impedidos de los medios adecuados para dar solución a nuestros problemas. Nos encontramos en un estado de infelicidad sin deseos. Por lo cual, nos entregamos al desánimo y a la apatía al no encontrar esa posibilidad, esa salida que nos permita abandonar la situación tan desfavorable que vivimos.

Tanto la pobreza como la impotencia nos imponen el olvido de los medios necesarios para alcanzar una salida exitosa. Tal olvido nos conduce a asumir una condición errática en nuestro hacer y da un diagnóstico de lo que en tal situación nos convertimos. Nos hacemos seres menesterosos, inactivos e improductivos.

La impotencia nos arrastra a inclinaciones cada vez más ineficaces e inservibles. En tal estado nos sentimos indefensos y amenazados, por ello estamos dispuestos a desprendernos cada vez más de nuestros propios recursos. Cuando la impotencia y la pobreza nos subyugan nos impiden visualizar nuestros recursos.

Los griegos, en su panteón de dioses, tenían a la diosa Amecania que representa la impotencia y a su hermana Penia que simboliza la pobreza. Esta última es según Platón, en el Banquete, la madre de Eros, el pícaro que dirige a los humanos hacia aquello que carecen. Impotencia y Pobreza se entrelazan y desempeñan un papel muy determinante en nuestro hacer o mejor dicho en nuestro no—hacer, se manifiestan, a la vez, como algo impuesto por doquier. Está en las manos de tales diosas imponernos el estado de miseria, estamos a merced de pobreza e impotencia. Debemos estar atentos y tener presente que Penia y Amecania van juntas.

Los sofistas, pensadores liberales estos, estaban convencidos de que nunca es apropiado sucumbir a la impotencia. Pues, para ello tenemos el lenguaje y con éste siempre poseemos recursos para sortear cualquier situación, con él tenemos defensas, consejos y técnicas para salir de las circunstancias adversas. Para los sofistas, el lenguaje nos da el derecho a la no-impotencia, pues éste nos permite abordar las diferentes situaciones en que vivimos con una praxis de la astucia.

Tal astucia nos lleva a asumir la versatilidad productiva de nuestro pensar, la búsqueda de múltiples mecanismo para alcanzar soluciones con nuestro pensar-hacer. Con el lenguaje abordamos y eludimos la salida de esa impotencia auto-culpable, pues la auto-culpabilidad refuerza la condición de sujetos impotentes.

Dejamos de lado y no hablamos del hijo de Penia, Eros. A quien solo concebimos como amor, y en particular como amor erótico o romántico. Eros es más que eso, él es el impulso que nos proyecta más allá a alcanzar lo que deseamos, a salir de la situación de impotencia y pobreza en que nos encontramos para lograr un estado de prosperidad. Es el impulso vital y radical de nuestro pensar-hacer para abandonar la pobreza y la impotencia.

A partir del lenguaje como instrumento sofista y del Eros como impulso vital,  tenemos estar atentos para aprender de aquellos que sobresalen para abandonar la condición improductiva en que nos sume la pobreza y la impotencia. Tenemos que abandonar los puntos de vista desesperanzadoramente estrechos, afrontar y vencer la impotencia y la pobreza con nuestra astucia. Tenemos que conocer y realizar nuestros recursos al llevarlos a un hacer productivo y exitoso.

Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica

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martes, 4 de agosto de 2020

ESTIMACIONES FUNDAMENTALES


Nuestro hacer es la estructura en que se asienta nuestro estar en el mundo. Nuestro hacer está determinado y determina el modo cómo pensamos e imaginamos nuestro entorno y las relaciones que establecemos con él. Lo que elegimos hacer tiene que ver, por una parte, con nuestras circunstancias externas y, por otra, con lo que somos, es decir, cómo evaluamos nuestros valores, nuestra prosperidad, nuestras fortalezas e intereses.
Vivir es una cuestión de cómo valoramos nuestro pensar-hacer y el mundo. Tales valorizaciones es lo que hace que haya cosas que nos atraigan y nos causen rechazo. Es importante entender esto, porque significa que cualquier decisión que asumamos la misma está regida por nuestras apreciaciones, ya que hacemos lo que hacemos a partir de un conjunto de tasaciones. Por esta razón los cambios son difíciles, ya que en ellos se compromete lo que valoramos como algo cierto y beneficio; no solo buscamos cambiar lo que hacemos sino los criterios de valor que le damos a las cosas.
Por ejemplo, algunas personas les gusta ser empleados, otras no; algunas desean realizar empresas, otras no están interesadas en ello. Esto se da porque tenemos intereses y valoraciones fundadas en un conjunto de juicios acerca de las cosas. Nuestras apreciaciones se reflejan en nuestro hacer, determinan lo que hacemos y pensamos. Juzgamos por las tasaciones que nos imponemos y éstas nos permiten evaluar si algo nos interesa o no.
Podemos identificar nuestras estimaciones si atendemos nuestras opiniones y las cosas que elegimos. Por ello, debemos aprender a escucharnos y a ver lo que elegimos para identificar cuáles son nuestras valoraciones fundamentales, pues éstas inciden y provienen de nuestro pensar-hacer. Si tenemos como valor fundamental nuestra seguridad cotidiana lo más probable que digamos cosas como: «tengo un empleo y una vida segura y estable».  
Todos vemos o evaluamos la vida desde la perspectiva de nuestro conjunto de valoraciones. Por eso lo que es emocionante para alguien, puede resultar aterrador para otro. Quien tiene en gran estima su hacer personal puede expresar: «si quieres que algo se haga bien, hazlo tú mismo», estas personas se muestran orgullosos de lo que hacen por sí mismos. Ese es uno de las estimaciones que rigen su vivir.
A otras personas les gusta formar y ser parte de equipos humanos, en el trabajo, en el club, en el vecindario; éstas valoran la construcción de cooperaciones efectivas, la importancia de pertenecer a un equipo y el trabajo colectivo, quieren cooperar y trabajar con la mayor cantidad posible de gente. Esta valoración rige su pensar-hacer.
Todos tenemos estimaciones con respecto a nuestro hacer, las mismas nos llevan a elegir las acciones que realizamos. Por eso invertimos en las cosas que nos interesan, porque éstas dependen de nuestras apreciaciones y de nuestro universo de estimaciones. Por él determinamos las diferentes perspectivas con las cuales abordamos las diversas situaciones a que nos enfrentamos constantemente.
Para tener conocimiento de nuestro pensar-hacer debemos conocer nuestras estimaciones fundamentales. Ambos se determinan mutuamente y perfilan lo que somos, hacemos y pensamos. Debemos estar atentos a esto, porque es importante para apreciar y estimar nuestro vivir, y saber que si intentamos hacer cambios en nuestra vida tenemos que ser conscientes que debemos cambiar ciertas estimaciones en nuestro pensar-hacer.
Obed Delfín Consultoría y Asesoría Filosófica