La esperanza
es una posibilidad molesta, porque el mundo que sólo tolera lo efectivamente
dado. Donde lo importante es la adquisición de destrezas para que el individuo sepa
desenvolverse. Impera la efectividad, la rapidez y el progreso, todo bajo el
signo del control y de la evaluación técnica, llamada científica. Tanto el
futuro como el pasado se miden bajos estos parámetros. El futuro, que todavía
no ha llegado, se hace visible de antemano, ya se sabe cómo tiene que llegar a
ser. El pasado si no llegó a cumplir tales parámetros es oprobioso.
El fracaso de
la atopía de la esperanza está ligado a la ausencia del espacio-tiempo privado,
del espacio-tiempo no vigilado. Cada vez estamos más faltos éste, que es el que
hace posible nuestros sueños diurnos. La reflexión no depende ni del trabajo,
ni de los deberes, ni de los proyectos, depende de la atopía que se pone en
movimiento. Por eso la sociedad de la vigilancia no tolera la atopía, ya que ésta
se convierte en esperanza.
Las preguntas
¿qué puedo hacer? y ¿qué me es permitido esperar? Carecen de lugar en el mundo
burocratizado y de la mera razón instrumental. En la medida que el mundo se
hace abarcador la atopía se repliega, pues aquel funciona según lo dado, lo
positivo, el mundo está terminado. Para la atopía, por el contrario, el mundo
está abierto; no está cerrado por la necesidad. Aparece el sentido de una ética
del espacio-tiempo, en la medida en que da sentido y significado al pasado, al
presente y al futuro, en una relación que establezco conmigo mismo y con el
otro.
Sin el otro no
hay ethos, pues careceríamos de
espacio y tiempo, esto es, de antepasados y sucesores. El mero presente se
acaba anulando a sí mismo. La posibilidad está con el otro. La esperanza, como
elemento de una ética, implica necesariamente al otro. En una conglomerado sin
esperanza, ni el yo ni el otro existen. El sujeto es mera apariencia, es
informe, vana alegría. En un acumulado sin esperanza, los hechos son impuestos
como ídolos, sin futuro y sin posibilidad.
Cada nacer,
por el contrario, es un nuevo comienzo, una imprevisibilidad. Que no apetece la
sociedad de la vigilancia. En cada nacer a hay una espera, en este esperar hay un
mantenerse vivo, como en “El Coronel no tiene quien le escriba”, esta espera
encarna la condición de la posibilidad, pues la llegada sólo se da en un mundo
en el que la esperanza es posible. Pero no es un mero esperar que se consume en
ella misma, es un esperar haciendo.
La esperanza se
pone en lo otro, en el descentramiento. En el no aburrimiento, en mi tiempo y
en el del otro. En el acompañamiento,
pues nos tenemos el uno al otro. Sin esperanza el tiempo es desesperanzado, es
aburrimiento. El espíritu naciente lucha contra el aburrimiento, no mata el
tiempo; lo re-crea. Lo otro se hace más importante que el yo, aquí encontramos dos
egos que se hacen compañía.
En el
acompañarse el uno y el otro se pone el significado de la esperanza. La espera
se hace posibilidad, la esperanza conforma, irrumpe y sorprende. Abre lo que
puede ser posible. El sujeto se hace deseo e identidad. La búsqueda de este yo
que soy, es la búsqueda de un yo que puede rescatarse. El yo con el otro se
convierten en la fenomenología de un mundo de posibilidades, de un mundo
encantado, de un humano.
La existencia
humana se produce en la tensión entre la desesperanza y la esperanza, entre la
conservación y el cambio, entre la contingencia y la posibilidad. La identidad
del individuo se abre necesariamente entre la memoria y la esperanza, que son
dos entidades unidas, porque la memoria es esperanza. La existencia es esta
tensión entre la rememoración y de la anticipación. Entre el yo y el otro,
entre el recuerdo del otro y el nacimiento del otro.
En la
esperanza damos sentido a la contingencia, establecemos simbólicamente las
formas a cambiar e innovar. Determinamos nuestro movimiento, nuestra interpretación
y re-interpretación. Comenzamos a existir en la re-creación y en la crítica; en
la persistencia y el cambio. Situamos adecuadamente la permanencia y la
renovación; la memoria y la atopía.
Re-construimos
nuestra comunicación re-significando el mundo, en medio de la lógica
burocrática y la razón instrumental. Conformo al ser que soy convirtiéndome en
un sujeto con voluntad de poder. Re-vivifico al individuo fundándolo en la
confianza de sí mismo y del otro. El otro aparece como amigo, no en una
transacción económica, no en un instrumento.
Al conformarme
como sujeto me doy a confianza mí mismo, porque me descubro. Puede contar conmigo
y a la vez el otro. Construyo mis relaciones sobre las bases de la sinceridad;
determino el contacto corpóreo que me invita a salir de mí, a lanzarme a la
experiencia, al transitar de la existencia. El éxito no es el fin, es la vida
que deseo vivir y que me propongo dar existencia, en un mundo que no está
exento de riesgos y peligros, pero eso no importa, porque para eso estoy aquí.
Y puedes contar conmigo.
PD: Visita en
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