Al plantearnos
una perspectiva filosófica que sea racionalista y emotiva a la vez, el
propósito está en indagar, por una parte, la condición afectiva del ser humano,
no en eliminarla. Por la otra, ver la relación intrínseca entre razón y
emoción. En función de
reconducir y gobernar la condición afectiva desde la
razón cambiando,
en primera instancia, la manera de apreciar los hechos, luego tener la
posibilidad de cambiar los hechos que nos afectan.
Emoción y
razón no pueden oponerse una a la otra, porque ni la pasión tiende a elevarse
hacia lo mejor ni la razón a extraviarse hacia lo peor. Las ideas que nos hacemos a partir de los afectos pueden
engañarnos, porque
cada quien juzga las cosas del mundo según la disposición emotivo-racional; o tomamos
por realidades las afecciones de nuestra imaginación. Por ello, nos conviene
reflexionar constantemente para poder separar lo que
proviene o se genera de nosotros y lo que realmente está ocurriendo.
Si las emociones proceden de ideas
inadecuadas son perjudiciales, ya que evitan que nos formemos ideas claras y
precisas de lo que ocurre o nos está ocurriendo. La
diferencia entre una idea adecuada e inadecuada es básica, porque de ella
depende que los afectos se conviertan padecimientos o en acciones, es decir, que disminuya o
aumente nuestra potencia de actuar o no.
Las emociones,
lo sabemos, son fuerzas que pueden potenciar o disminuir nuestra acción. De
allí, que se puedan clasificar en favorable o desfavorables, adecuadas o
inadecuadas en vista a un fin. Si no hay un fin o propósito la emoción sólo
será sentida, por eso no hay emociones positivas o negativas. Tal clasificación
es absurda si éstas no están en función a un propósito. Porque es en función de
tal fin que puedo clasificar mi emoción, no en la emoción misma. La tristeza
que me produce la muerte de un ser querido es un padecer por el dolor que siento,
no hay un propósito en esta pasión; ahora si una tristeza no me deja alcanzar
una meta que me propongo, ésta es una emoción desfavorable o inadecuada porque
no se ajusta a mi fin, es un estorbo.
Hay que comprender la naturaleza y los
efectos de las emociones y el poder que tiene la razón para moderarlas.
Conviene ver cómo podemos convertir a las pasiones en función de que nos ayuden
a vivir, en lugar de destruirnos. Pues, los afectos mal
canalizados tienden generar servidumbre; por eso la necesidad de una
racionalidad emotiva que nos ayude a extraer la energía favorable de las emociones que está
en nuestras manos aprovechar.
Los afectos son inevitables, no los
podemos evitar. Ahora bien, se nuestra capacidad de comprender éstos depende si
los padecemos o los disfrutamos. Al desear cosas nos
movemos, actuamos e interactuamos con otras personas. Lo que nos mueve es el deseo,
lo dijo Aristóteles. La fuerza que nos hace mover está en los afectos, las
razones para actuar en un sentido o en otro son estériles.
Las emociones
constituyen el deseo que nos mueve a actuar. En este actuar también pueden
inmovilizarnos, esto ocurre cuando los afectos son tristes y no alegres,
como los denomina Spinoza. Siempre nos
movemos por el deseo de vivir bien. Sin embargo, este deseo de
vivir se puede ver acrecentado, paralizado o disminuido por las diferentes
emociones.
Las emociones
o afectos alegres aumentan nuestra potencia de obrar; las tristes la disminuyen.
Por ello, siempre tratamos de evitar estas últimas. Las primeras son creativas,
las segundas pueden llegar a ser destructivos si impiden nuestro actuar o
alcanzar nuestros propósitos, pues se desarrollan actitudes de resentimiento,
de resignación. El miedo, el odio, la ira, la envidia son afectos tristes; en
tanto que el amor, la seguridad, la esperanza, el contento de sí son emociones alegres. Lo que hoy denominamos emociones
negativas o positivas. Aunque insisto sino no están referidas a un propósito
considero que la clasificación es inválida.
Sabemos que
todos experimentamos las emociones de manera diferente. Yo puedo repudiar lo que a otros
le gusta, porque considero que eso me destruye, otros, por el contrario, no lo
sienten de esa manera. Además, me puede ver afectado de
manera diferente por el mismo afecto en momentos distintos. Esto depende
de las circunstancias en que me encuentro en un momento determinado, y más
importante aún según la capacidad que he aprendido de hacerme cargo de los
sentimientos y comprenderlos adecuadamente.
Es importante
es comprender adecuadamente mis sentimientos, afectos, emociones, para formularlos adecuadamente
acudiendo a la esencia de mi ser y no a las contingencias del mismo. Pues, las emociones
son necesidades de mi naturaleza humana. No son consecuencia
de mi impotencia, de la inconsistencia humana o de la falta de voluntad para
evitarlos. Éstas se
siguen de un conjunto de circunstancias, que son independientes de lo que
queramos o nos guste. La emoción se produce por sí.
Debemos aprender a enjuiciar las emociones
desde la razón, aprender a conocerlas adecuadamente. No
se trata, ni pretendemos reemplazar la vida pasional por la vida racional, se trata de complementar la
vida pasional con la racional. Lo fundamental es reflexionar
sobre lo que nos acontece para determinarse a uno mismo, al producir ideas
claras en lugar de las confusas; pues en estas confusiones perdemos la noción que son los hechos
exteriores los que nos esclavizan y no nos dejan actuar libremente.
PD. Visita en
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