lunes, 23 de junio de 2014

DE LA BIOPOLÍTICA A LA BIOGERENCIA (LA POSITIVIDAD): CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El principio de la no-maleficencia propone la abstención intencionada de realizar acciones que puedan causar daño o perjudicar a otros, es asumido como un imperativo ético válido para todos. En la biogerencia, este principio debe encontrar una interpretación adecuada, pues sabemos que, a veces, las actuaciones de unos dañan para obtener un bien. De lo que se trata, entonces, es de no perjudicar innecesariamente a otros. Este principio se plantea en conjunto con el de beneficencia, para que prevalezca el beneficio sobre el perjuicio.

Se busca tratar a cada uno como corresponde, con el fin de disminuir las situaciones de desigualdad. La igualdad entre todos los individuos es sólo una aspiración, mas se pretende que todos sean menos desiguales, por lo que se impone la obligación de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales para disminuir las situaciones de desigualdad. Se busca establecer un principio de justicia.

En la biogerencia podemos apreciar tres tendencias. La primera, la biogerencia personalista: ésta parte de la dignidad como valor propio de la persona; la cual se manifiesta en la capacidad intrínseca de realizar los valores. El fundamento de las orientaciones, que deben apoyar las propuestas de solución a los dilemas éticos, se encuentra en la naturaleza humana, ya que la persona es el centro de ésta.

Segundo, la biogerencia consensualista: esta tendencia busca establecer un mínimo de principios aplicables dentro de un conjunto pluralista y secular. Se basa en los postulados de la ética de mínimos; la cual propone un conjunto de normas a cumplir por todos los miembros de una organización o corporación, que son producto del consenso social en torno a ciertos parámetros mínimos de convivencia. Tercero, la biogerencia social: el centro de interés de ésta es la problemática de la justicia y el desarrollo social como mejoramiento de las condiciones de vida de los individuos, en equilibrio con el medio en que interactúa.

En estas tres tendencias se da de manera implícita la positividad del poder, que disciplina y funciona como un mecanismo de normalización. Esto indica que el funcionamiento de la biogerencia, tiene como condición de posibilidad que la norma y sus formas de exigencia se activen en beneficio del despliegue del ejercicio de poder.

La gerencia centrada en la vida funda su acción en la capacidad que la norma tiene para producir mecanismos que permiten administrar, prolongar y potenciar la vida. De este modo, la biogerencia tiene su provecho en la forma y contenido del ejercicio normalizante; ésta es una organización, una corporación normalizadora en donde la norma disciplinaria y de regulación se entrecruzan en los objetivos del individuo.

La gerencia centrada en la vida ha podido abarcar tanto la manifestación corporal individual, como la manifestación poblacional del orden vital humano. Las tecnologías, de la gerencia centrada en la vida, se despliegan desde el cuerpo hasta la emoción por el efecto de la normalización. El funcionamiento de la norma se caracteriza por la calificación de las conductas y de las cualidades personales a partir de dos valores opuestos, lo adecuado y lo inadecuado a un fin; se tiene una distribución entre lo positivo y lo negativo. Toda conducta cae en el polo de lo positivo y de lo negativo, es posible así establecer una cuantificación de eficacia y eficiencia.

El conocimiento gerencial se deriva de la observación y la corrección. Un conocimiento que en apariencia satisface las exigencias de la cuantificación, es identificado con un conocimiento acertado. En este sentido, el conocimiento normalizador es establecido con relación a una norma, que deriva del individuo observado y retorna luego a él mismo para corregirlo, al cualificarlo como estando dentro o fuera de las exigencias de la normalización, es decir, de la biogerencia.

La tensión que suscita la relación observador-observado y su innegable comunicabilidad, depara efectos contrapuestos. En primer lugar, la norma se hace comprender como un posible modo de unificación de la diversidad, de reabsorción de la diferencia, sin que ésta aparentemente desaparezca; o al menos, la norma se erige como la posibilidad de enunciar esa diferencia con la intención de corrección.

Lo que difiere de la norma no es lo indiferente, sino lo que es rechazado por ésta. El gesto por el cual la norma señala a un sujeto como diferente a ella, es la muestra de que el valor normativo y el sujeto son susceptibles de ponerse en relación; ese gesto indica que la norma no desconoce al individuo, ni que éste queda fuera de la consideración y la exigencia de integración requerida por la norma.

Podemos admitir la indiferencia entre la norma y el sujeto; cuando la norma no interpela a éste, cuando ni siquiera tiene la posibilidad de considerarlo y, por tanto, no le impone ninguna exigencia. Pero el funcionamiento normalizador se caracteriza por no poder circunscribir sus propios límites; prácticamente las normas no son indolentes con respecto a ningún sujeto posible en la sociedad.

Una organización, una corporación se constituye en función de un esquema disciplinario y normalizador, por tanto, ésta funciona en cuanto al modelo normativo y de normalización; en este aspecto, es una comunidad de comunicación absoluta. Las disciplinas integran y subsumen el orden reconocible e inteligible, aquello que no se conforma a la norma, en el orden normativo. De este modo, las disciplinas tornan homogénea la antropología social, al normalizar y crear el espacio social; pues crean sociedades institucionalizadas en virtud de un lenguaje común, de tal manera que cada una de éstas puede transmutarse y traducirse en otra.

Por ello, la biogerencia no es ni el límite ni la divergencia de la sociedad disciplinaria, pues ésta no representa una ruptura en el ámbito societario. La biogerencia es aceptada e incorporada a la sociedad biopolítica porque es el reflejo especular de otras instituciones no segregativas y disciplinarias.




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