El principio
de la no-maleficencia propone la abstención intencionada de realizar acciones
que puedan causar daño o perjudicar a otros, es asumido como un imperativo
ético válido para todos. En la biogerencia, este principio debe encontrar una
interpretación adecuada, pues sabemos que, a veces, las actuaciones de unos
dañan para obtener un bien. De lo que se trata, entonces, es de no perjudicar
innecesariamente a otros. Este principio se plantea en conjunto con el de
beneficencia, para que prevalezca el beneficio sobre el perjuicio.
Se busca
tratar a cada uno como corresponde, con el fin de disminuir las situaciones de
desigualdad. La igualdad entre todos los individuos es sólo una aspiración, mas
se pretende que todos sean menos desiguales, por lo que se impone la obligación
de tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales para disminuir las
situaciones de desigualdad. Se busca establecer un principio de justicia.
En la
biogerencia podemos apreciar tres tendencias. La primera, la biogerencia personalista:
ésta parte de la dignidad como valor propio de la persona; la cual se
manifiesta en la capacidad intrínseca de realizar los valores. El fundamento de
las orientaciones, que deben apoyar las propuestas de solución a los dilemas
éticos, se encuentra en la naturaleza humana, ya que la persona es el centro de
ésta.
Segundo, la
biogerencia consensualista: esta tendencia busca establecer un mínimo de
principios aplicables dentro de un conjunto pluralista y secular. Se basa en
los postulados de la ética de mínimos; la cual propone un conjunto de normas a
cumplir por todos los miembros de una organización o corporación, que son
producto del consenso social en torno a ciertos parámetros mínimos de
convivencia. Tercero, la biogerencia social: el centro de interés de ésta es la
problemática de la justicia y el desarrollo social como mejoramiento de las
condiciones de vida de los individuos, en equilibrio con el medio en que
interactúa.
En estas tres
tendencias se da de manera implícita la positividad del poder, que disciplina y
funciona como un mecanismo de normalización. Esto indica que el funcionamiento
de la biogerencia, tiene como condición de posibilidad que la norma y sus
formas de exigencia se activen en beneficio del despliegue del ejercicio de poder.
La gerencia
centrada en la vida funda su acción en la capacidad que la norma tiene para
producir mecanismos que permiten administrar, prolongar y potenciar la vida. De
este modo, la biogerencia tiene su provecho en la forma y contenido del
ejercicio normalizante; ésta es una organización, una corporación normalizadora
en donde la norma disciplinaria y de regulación se entrecruzan en los objetivos
del individuo.
La gerencia
centrada en la vida ha podido abarcar tanto la manifestación corporal individual,
como la manifestación poblacional del orden vital humano. Las tecnologías, de la
gerencia centrada en la vida, se despliegan desde el cuerpo hasta la emoción
por el efecto de la normalización. El funcionamiento de la norma se caracteriza
por la calificación de las conductas y de las cualidades personales a partir de
dos valores opuestos, lo adecuado y lo inadecuado a un fin; se tiene una
distribución entre lo positivo y lo negativo. Toda conducta cae en el polo de
lo positivo y de lo negativo, es posible así establecer una cuantificación de
eficacia y eficiencia.
El
conocimiento gerencial se deriva de la observación y la corrección. Un
conocimiento que en apariencia satisface las exigencias de la cuantificación,
es identificado con un conocimiento acertado. En este sentido, el conocimiento
normalizador es establecido con relación a una norma, que deriva del individuo
observado y retorna luego a él mismo para corregirlo, al cualificarlo como
estando dentro o fuera de las exigencias de la normalización, es decir, de la
biogerencia.
La tensión que
suscita la relación observador-observado y su innegable comunicabilidad, depara
efectos contrapuestos. En primer lugar, la norma se hace comprender como un
posible modo de unificación de la diversidad, de reabsorción de la diferencia,
sin que ésta aparentemente desaparezca; o al menos, la norma se erige como la
posibilidad de enunciar esa diferencia con la intención de corrección.
Lo que difiere
de la norma no es lo indiferente, sino lo que es rechazado por ésta. El gesto por
el cual la norma señala a un sujeto como diferente a ella, es la muestra de que
el valor normativo y el sujeto son susceptibles de ponerse en relación; ese
gesto indica que la norma no desconoce al individuo, ni que éste queda fuera de
la consideración y la exigencia de integración requerida por la norma.
Podemos admitir
la indiferencia entre la norma y el sujeto; cuando la norma no interpela a éste,
cuando ni siquiera tiene la posibilidad de considerarlo y, por tanto, no le
impone ninguna exigencia. Pero el funcionamiento normalizador se caracteriza
por no poder circunscribir sus propios límites; prácticamente las normas no son
indolentes con respecto a ningún sujeto posible en la sociedad.
Una organización,
una corporación se constituye en función de un esquema disciplinario y normalizador,
por tanto, ésta funciona en cuanto al modelo normativo y de normalización; en
este aspecto, es una comunidad de comunicación absoluta. Las disciplinas
integran y subsumen el orden reconocible e inteligible, aquello que no se
conforma a la norma, en el orden normativo. De este modo, las disciplinas
tornan homogénea la antropología social, al normalizar y crear el espacio
social; pues crean sociedades institucionalizadas en virtud de un lenguaje
común, de tal manera que cada una de éstas puede transmutarse y traducirse en
otra.
Por ello, la biogerencia
no es ni el límite ni la divergencia de la sociedad disciplinaria, pues ésta no
representa una ruptura en el ámbito societario. La biogerencia es aceptada e
incorporada a la sociedad biopolítica porque es el reflejo especular de otras
instituciones no segregativas y disciplinarias.
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