La retórica, como
teoría de la acción, expone de qué forma el discurso cambia el estado de ánimo de quienes lo
escuchan; gracias al uso de tópicos, figuras del lenguaje, el poder de la
elocuencia. A esto debemos agregarle los recursos multimedia que ayudan a dar
mayor intensidad al discurso emotivo, para llevar a los oyentes a un estado
emocional adecuado a los fines que se propone el hablante.
El cambio de
la disposición de ánimo conduce a actuar en un cierto sentido, esto es harto
repetido en la actualidad. La cercanía con respecto a la acción es lo que relaciona a la retórica
con la ética. Por ello, para que se dé una apreciación
de lo bueno, que mueva a las personas a actuar en este sentido, es preciso inculcarle una disposición de
ánimo que le haga estimar el bien que se le propone
como algo que le pertenece.
El discurso tiene que ser elocuente y debe fundamentarse en los
principios de la retórica, para que éste se inscriba en el interior de
la emocionalidad humana y disponga a las personas de una apertura que le
permite hacer lo que se le propone que es bueno para ella. Sin este cambio en
la disposición de ánimo que tiene como fin la apertura emocional, el discurso
fracasaría. O se quedaría en una exposición racional, que posiblemente no se
interiorizaría en el oyente, y éste no se convertiría en un participante.
En la dinámica
de la retórica se han de considerar tres aspectos: las emociones de quien habla; cómo el discurso afecta las pasiones de quien lo recibe; y qué dice el
discurso, cuál es su contenido. Quién habla, para
quién se habla y qué se dice son los tres elementos básicos en la retórica. Cualquier
fallo en uno de ellos hará errático el logro del discurso emotivo.
En la tarea de
persuadir y seducir a un público sobre el valor y la validez de una causa, el
papel que desempeñan las emociones es fundamental. A través de éstas las
personas se comprometen con aquello se les da por medio del discurso. Pues, las
pasiones son las causantes de que los individuos se hagan volubles, se abran, y
cambien con respecto a sus juicios, en cuanto que de ellos se exige dolor o
placer. El manejo del dolor o del placer hace que las personas muestren
disposición al discurso.
En medio de
este discurso del placer y displacer, se argumenta que la felicidad es el fin
de la vida humana, aunque no siempre se sepa en qué consiste ésta. Pero la felicidad es buena, y
por ello voy detrás de ella. Allí comienza la carrera por ser feliz. No
obstante, se hace necesario preguntarse qué es la felicidad, no en un sentido
universal y teórico, sino en un sentido
colectivo y particular. Qué es la felicidad para mí, y qué es para mi entorno.
Esto debo aprenderlo.
Así como
desconozco lo que es la felicidad; también desconozco la naturaleza de las
emociones, y de mis emociones en particular. Desconozco, en muchos casos, que
mis emociones están
relacionadas con un conjunto de creencias que me conforman; debo entonces
preguntarme cuáles son este conjunto de creencias; cuáles de ellas tienen
fundamentos sólidos y reales, y cuáles no. Ya que no puedo arremeter
indiscriminadamente contra las creencias, que siempre es el primer impulso.
Las emociones tienen una estructura
cognitiva, por la cual vemos y valoramos el mundo de
un modo o de otro; pues en última instancia usamos la razón para hacer ese
juicio de valor, no nos quedamos en la mera emoción. Este modo de ver el mundo puede ser
modificado si modifico las emociones, y por tanto las disposiciones de ánimo.
Que es lo que pretenden, en última instancia, todas las terapias de autoayuda y
motivadoras. Cambiar la disposición de ánimo de las personas.
Este cambio en
la disposición de ver las cosas, es lo que intenta hacer el orador con el auxilio
de la retórica. Ahora lo hace el terapeuta, el coach… Procurará inculcar
creencias nuevas sobre lo que merece procurarse, sobre lo que es importante, lo que
es valioso y lo que debe ser objeto de preocupación. En esto consistirá el
manejo de la retórica en función de modificar el cambio de actitud de las
personas.
Cuanto mayor sea el dominio de la retórica
y más credibilidad tenga quien la usa, más fácil será
provocar emociones en el público. Dominio y credibilidad están en juego. Si no
se corresponde en el discurso el fracaso será inminente, no puedo llevar
adelante un bello discurso emotivo si mi credibilidad está en entre dicho. Si
nadie me cree lo que pregono o está en duda mi entereza moral. Pues, la duda
sobre mi credibilidad se funda en aspectos emotivos y racionales. Ya que los afectos son algo
intrínseco a la naturaleza humana.
Nuestra visión
filosófica considera
a la persona como un continuo en el que los afectos y la razón se complementan,
ésta es racionalista y emotiva a la vez. No hay jerarquía entre emoción
y razón, ni superioridad de una sobre la otra. Por
ello está en nuestras manos, y lo podemos hacer, es percibir al mundo de otra
manera. De allí que el discurso debe dirigirse tanto a la emoción como a la
razón; inclinar la balanza a un extremo es proponer un extremismo que no tiene
sentido.
PD. Visita en facebook: Consultoría y
Asesoría Filosófica Obed Delfín
No hay comentarios:
Publicar un comentario