miércoles, 18 de junio de 2014

LA RETÓRICA PRODUCTORA DE EMOCIONES: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La retórica, como teoría de la acción, expone de qué forma el discurso cambia el estado de ánimo de quienes lo escuchan; gracias al uso de tópicos, figuras del lenguaje, el poder de la elocuencia. A esto debemos agregarle los recursos multimedia que ayudan a dar mayor intensidad al discurso emotivo, para llevar a los oyentes a un estado emocional adecuado a los fines que se propone el hablante.  
           
El cambio de la disposición de ánimo conduce a actuar en un cierto sentido, esto es harto repetido en la actualidad. La cercanía con respecto a la acción es lo que relaciona a la retórica con la ética. Por ello, para que se dé una apreciación de lo bueno, que mueva a las personas a actuar en este sentido, es preciso inculcarle una disposición de ánimo que le haga estimar el bien que se le propone como algo que le pertenece.

 El discurso tiene que ser elocuente y debe fundamentarse en los principios de la retórica, para que éste se inscriba en el interior de la emocionalidad humana y disponga a las personas de una apertura que le permite hacer lo que se le propone que es bueno para ella. Sin este cambio en la disposición de ánimo que tiene como fin la apertura emocional, el discurso fracasaría. O se quedaría en una exposición racional, que posiblemente no se interiorizaría en el oyente, y éste no se convertiría en un participante.

En la dinámica de la retórica se han de considerar tres aspectos: las emociones de quien habla; cómo el discurso afecta las pasiones de quien lo recibe; y qué dice el discurso, cuál es su contenido. Quién habla, para quién se habla y qué se dice son los tres elementos básicos en la retórica. Cualquier fallo en uno de ellos hará errático el logro del discurso emotivo.    

En la tarea de persuadir y seducir a un público sobre el valor y la validez de una causa, el papel que desempeñan las emociones es fundamental. A través de éstas las personas se comprometen con aquello se les da por medio del discurso. Pues, las pasiones son las causantes de que los individuos se hagan volubles, se abran, y cambien con respecto a sus juicios, en cuanto que de ellos se exige dolor o placer. El manejo del dolor o del placer hace que las personas muestren disposición al discurso.

En medio de este discurso del placer y displacer, se argumenta que la felicidad es el fin de la vida humana, aunque no siempre se sepa en qué consiste ésta. Pero la felicidad es buena, y por ello voy detrás de ella. Allí comienza la carrera por ser feliz. No obstante, se hace necesario preguntarse qué es la felicidad, no en un sentido universal y teórico, sino en un  sentido colectivo y particular. Qué es la felicidad para mí, y qué es para mi entorno. Esto debo aprenderlo.  

Así como desconozco lo que es la felicidad; también desconozco la naturaleza de las emociones, y de mis emociones en particular. Desconozco, en muchos casos, que mis emociones están relacionadas con un conjunto de creencias que me conforman; debo entonces preguntarme cuáles son este conjunto de creencias; cuáles de ellas tienen fundamentos sólidos y reales, y cuáles no. Ya que no puedo arremeter indiscriminadamente contra las creencias, que siempre es el primer impulso.

Las emociones tienen una estructura cognitiva, por la cual vemos y valoramos el mundo de un modo o de otro; pues en última instancia usamos la razón para hacer ese juicio de valor, no nos quedamos en la mera emoción. Este modo de ver el mundo puede ser modificado si modifico las emociones, y por tanto las disposiciones de ánimo. Que es lo que pretenden, en última instancia, todas las terapias de autoayuda y motivadoras. Cambiar la disposición de ánimo de las personas.   

Este cambio en la disposición de ver las cosas, es lo que intenta hacer el orador con el auxilio de la retórica. Ahora lo hace el terapeuta, el coach… Procurará inculcar creencias nuevas sobre lo que merece procurarse, sobre lo que es importante, lo que es valioso y lo que debe ser objeto de preocupación. En esto consistirá el manejo de la retórica en función de modificar el cambio de actitud de las personas.

Cuanto mayor sea el dominio de la retórica y más credibilidad tenga quien la usa, más fácil será provocar emociones en el público. Dominio y credibilidad están en juego. Si no se corresponde en el discurso el fracaso será inminente, no puedo llevar adelante un bello discurso emotivo si mi credibilidad está en entre dicho. Si nadie me cree lo que pregono o está en duda mi entereza moral. Pues, la duda sobre mi credibilidad se funda en aspectos emotivos y racionales. Ya que los afectos son algo intrínseco a la naturaleza humana.

Nuestra visión filosófica considera a la persona como un continuo en el que los afectos y la razón se complementan, ésta es racionalista y emotiva a la vez. No hay jerarquía entre emoción y razón, ni superioridad de una sobre la otra. Por ello está en nuestras manos, y lo podemos hacer, es percibir al mundo de otra manera. De allí que el discurso debe dirigirse tanto a la emoción como a la razón; inclinar la balanza a un extremo es proponer un extremismo que no tiene sentido.




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