martes, 3 de junio de 2014

DE LA LEVEDAD DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La razón instrumental es la racionalidad que se le exige al sujeto, y con ésta el individuo  avanza hacia no se sabe dónde, ante cada obstáculos recurre a ella. Con tal racionalidad pretende la optimización de no sabe qué, busca un interés inefable que no se puede justificar en su misma racionalidad.

La racionalidad instrumental con la cual se pretende poder y abarcarlo todo, es la racionalidad de la que nos servimos cuando, entre otras cosas, hacemos los cálculos para llegar a la aplicación más eficiente y económica de los medios con vista a un fin dado. La eficiencia máxima en la medida de lograr un éxito, como diría Taylor. Cómo se haga uso de ella ya está en la condición de lo que es el sujeto.

Desde el punto de vista de una antropología filosófica, el uso de la razón instrumental produce un conjunto de elementos que sustituyen la experiencia. La instrumentalización conlleva a la sustitución parcial de los mundos de experiencias, mediante mundos probados y generados técnicamente, que requieren del sujeto intercambiable para que oriente en ellos sus experiencias diversidades.

El individuo, de este modo, se convierte en experto, por tanto en cosa; se convierte en objeto exacto, en instrumento técnico, en producto industrial o empresarial calculable económicamente. Por todo lo cual la vida se uniformiza, esto es, vence la uniformidad, dirá Marquard al respecto. La persona es una producción tecnológica, y necesidad de esta producción es la anonimia y el estereotipo. La producción, en este sentido, encarna unas relaciones anónimas y estereotipadas. Pues en ella hacen contacto la lógica burocrática y  la racionalidad instrumental.

Vivimos en una crisis de lenguaje, que se reflejan en sus organizaciones e instituciones; en medio de tal crisis se recurre a la razón instrumental, a la disolución del sujeto. La crisis del lenguaje conlleva a una crisis de la memoria. Si las instituciones no ejercen su función transmisora de la tradición simbólica, las personas se quedan vacías de identidad, porque la identidad necesita de un horizonte simbólico para configurarse. De un aquí y ahora, que está constituido por un ayer y un mañana.

La crisis del lenguaje y de la memoria conduce a una ruptura de la identidad. Los seres se hacen livianos, se produce la insoportable levedad del ser como diría Kundera; se hacen pliegues señalará Foucault. Se instala en los sujeto el vacío, el agujero de las texturas de las cosas.

Según Mèlich se dan dos formas de memoria: la tautológica y la alternativa. En la primera se trata de recordar lo que ya se sabe, todo conocimiento se fundamenta en el recuerdo. La representación de ésta se da en el diálogo Menón de Platón, donde Sócrates lo muestra haciéndole preguntas a un esclavo. Sócrates pregunta, al inicio, si el esclavo es griego y si habla griego, esto es, contextualiza la conformación del esclavo. En este sentido, conocer es recordar lo que contiene y configura la cultura; se recuerda lo que la lengua por su cultura ya sabe, recordar es hacernos con el sentido de racionalizar la existencia en una determinada relaciones sociales.

En la memoria alternativa, por su parte, se recuerda lo otro, la dimensión simbólica de la realidad, la diferencia, la alteridad. Lo que necesariamente no pertenece a las relaciones sociales de una cultura particular. En este sentido, la posibilidad de la memoria está abierta. La historia es una apertura dispuesta; la memoria puede ocuparse del pasado de una manera abierta. La memoria es, a la vez, su propio sujeto y el rechazo de dejar a la subjetividad desaparecer en la totalidad.

La memoria como posibilidad se despliega en su mirada como reflexión de lo que ha tenido lugar. La memoria, en este sentido, es una categoría ética, que mira al pasado con el fundamento de una justicia poética. Una antropología educativa intenta recuperar la memoria alternativa enraizada en la posibilidad  de una mirada múltiple, de una negación que se supera como diría el filósofo de Stuttgart. La memoria que recuerda lo otro, y no sólo lo que ya sabe.

Una memoria del advenimiento, del ¡acuérdate! como imperativo. Cuando lo efímero se asienta en el olvido sistemático se puede comprender la crisis de la memoria y del lenguaje, porque la memoria se forma en relación con el otro. La ontología de la memoria es el libro donde se inscribe el espacio-tiempo, sea éste como en “Fahrenheit 451” de Bradbury. He allí la existencia como interpretación, como re-memorización y anticipación.

El padecimiento de la memoria va de la mano con la crisis de la narración, de la lectura como rememoración y reinterpretación de la experiencia del otro, de la experiencia de la alteridad. El texto dominante es un texto efímero, al que sólo le interesa el presente, el cual posee validez en el momento en que se escribe y se lee, pero que inmediatamente deja de ser importante. Un texto parasitario donde la memoria no tiene demasiada importancia. Aquí el pasado se convierte en algo clausurado, cerrado. La memoria como algo molesto, se exilia al olvido. Y se impone un presente absoluto. Un aquí y ahora que no reconoce otra cosa que a él mismo, la falacia del presente eterno.  



PD: visita en facebook: Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín 

No hay comentarios:

Publicar un comentario