La razón
instrumental es la racionalidad que se le exige al sujeto, y con ésta el
individuo avanza hacia no se sabe dónde,
ante cada obstáculos recurre a ella. Con tal racionalidad pretende la
optimización de no sabe qué, busca un interés inefable que no se puede
justificar en su misma racionalidad.
La
racionalidad instrumental con la cual se pretende poder y abarcarlo todo, es la
racionalidad de la que nos servimos cuando, entre otras cosas, hacemos los
cálculos para llegar a la aplicación más eficiente y económica de los medios con
vista a un fin dado. La eficiencia máxima en la medida de lograr un éxito, como
diría Taylor. Cómo se haga uso de ella ya está en la condición de lo que es el
sujeto.
Desde el punto
de vista de una antropología filosófica, el uso de la razón instrumental
produce un conjunto de elementos que sustituyen la experiencia. La
instrumentalización conlleva a la sustitución parcial de los mundos de
experiencias, mediante mundos probados y generados técnicamente, que requieren del
sujeto intercambiable para que oriente en ellos sus experiencias diversidades.
El individuo,
de este modo, se convierte en experto, por tanto en cosa; se convierte en
objeto exacto, en instrumento técnico, en producto industrial o empresarial
calculable económicamente. Por todo lo cual la vida se uniformiza, esto es,
vence la uniformidad, dirá Marquard al respecto. La persona es una producción
tecnológica, y necesidad de esta producción es la anonimia y el estereotipo. La
producción, en este sentido, encarna unas relaciones anónimas y estereotipadas.
Pues en ella hacen contacto la lógica burocrática y la racionalidad instrumental.
Vivimos en una
crisis de lenguaje, que se reflejan en sus organizaciones e instituciones; en
medio de tal crisis se recurre a la razón instrumental, a la disolución del
sujeto. La crisis del lenguaje conlleva a una crisis de la memoria. Si las
instituciones no ejercen su función transmisora de la tradición simbólica, las
personas se quedan vacías de identidad, porque la identidad necesita de un
horizonte simbólico para configurarse. De un aquí y ahora, que está constituido
por un ayer y un mañana.
La crisis del
lenguaje y de la memoria conduce a una ruptura de la identidad. Los seres se
hacen livianos, se produce la insoportable levedad del ser como diría Kundera;
se hacen pliegues señalará Foucault. Se instala en los sujeto el vacío, el
agujero de las texturas de las cosas.
Según Mèlich
se dan dos formas de memoria: la tautológica y la alternativa. En la primera se
trata de recordar lo que ya se sabe, todo conocimiento se fundamenta en el
recuerdo. La representación de ésta se da en el diálogo Menón de Platón, donde Sócrates lo muestra haciéndole preguntas a un
esclavo. Sócrates pregunta, al inicio, si el esclavo es griego y si habla
griego, esto es, contextualiza la conformación del esclavo. En este sentido, conocer
es recordar lo que contiene y configura la cultura; se recuerda lo que la
lengua por su cultura ya sabe, recordar es hacernos con el sentido de
racionalizar la existencia en una determinada relaciones sociales.
En la memoria
alternativa, por su parte, se recuerda lo otro, la dimensión simbólica de la
realidad, la diferencia, la alteridad. Lo que necesariamente no pertenece a las
relaciones sociales de una cultura particular. En este sentido, la posibilidad
de la memoria está abierta. La historia es una apertura dispuesta; la memoria
puede ocuparse del pasado de una manera abierta. La memoria es, a la vez, su
propio sujeto y el rechazo de dejar a la subjetividad desaparecer en la
totalidad.
La memoria
como posibilidad se despliega en su mirada como reflexión de lo que ha tenido
lugar. La memoria, en este sentido, es una categoría ética, que mira al pasado
con el fundamento de una justicia poética. Una antropología educativa intenta
recuperar la memoria alternativa enraizada en la posibilidad de una mirada múltiple, de una negación que
se supera como diría el filósofo de Stuttgart. La memoria que recuerda lo otro,
y no sólo lo que ya sabe.
Una memoria
del advenimiento, del ¡acuérdate! como imperativo. Cuando lo efímero se asienta
en el olvido sistemático se puede comprender la crisis de la memoria y del
lenguaje, porque la memoria se forma en relación con el otro. La ontología de
la memoria es el libro donde se inscribe el espacio-tiempo, sea éste como en
“Fahrenheit 451” de Bradbury. He allí la existencia como interpretación, como
re-memorización y anticipación.
El padecimiento
de la memoria va de la mano con la crisis de la narración, de la lectura como
rememoración y reinterpretación de la experiencia del otro, de la experiencia
de la alteridad. El texto dominante es un texto efímero, al que sólo le
interesa el presente, el cual posee validez en el momento en que se escribe y
se lee, pero que inmediatamente deja de ser importante. Un texto parasitario
donde la memoria no tiene demasiada importancia. Aquí el pasado se convierte en
algo clausurado, cerrado. La memoria como algo molesto, se exilia al olvido. Y
se impone un presente absoluto. Un aquí y ahora que no reconoce otra cosa que a
él mismo, la falacia del presente eterno.
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