lunes, 16 de junio de 2014

ENTRE LA RAZÓN Y LA EMOCIÓN, LA PRUDENCIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

¿Qué le proporciona criterio a la moderación? Una respuesta puede ser el cálculo racional, el cual acude en ayuda de los sentimientos, ya que éstos pueden desbordarse y llevar al individuo a perder el control sobre sí mismo. Este cálculo puede dejar de ser necesario cuando el comportamiento moderado se ha hecho hábito; a partir de este momento vuelve a pertenecer al sentimiento, pues uno es moderado porque se ha acostumbrado a serlo, porque siente que debe ser así.  

Lo que la razón no elimina la pasión, sólo la modifica; la transforma en un sentimiento favorable a un fin, que será parte del modo de ser del sujeto. Ésta será el móvil que incite a actuar a la persona, ya que la razón sola es incapaz de hacerlo. Saber molestarse adecuada y moderadamente es diferente para cada persona, según la situación en que ésta se encuentre. Pues la medida universal de la moderación no existe.

Entre mi juicio racional y la acción se interpone un deseo que no siempre coincide con aquél. Como individuo tengo la capacidad de desviarme de lo que mi recto juicio me indica, por ejemplo, me dejo arrastrar por el deseo de comer mucho dulce sin atender a la razón que me recomienda que frene este deseo. Y esto se da por mi capacidad de elegir, y en ésta está la posibilidad de escoger erradamente.

Muchas de mis manifestaciones emotivas manifiestan esa intemperancia de la cual me dejo llevar por el deseo, lo que hace que mis pasiones lleguen a ofuscar mi razonamiento. Sé que la elección debe ser otra, pero actúo con debilidad y precipitación. Donde prevalecen mis deseos sin medida éstos desvían mi voluntad de actuar, ya que no hay acuerdo con el dictado de la razón, lo cual me lleva a considerar que la razón por sí misma no produce conductas buenas.

Entonces es preciso que la razón actúe sobre las emociones, las moldee para que éstas deseen lo favorable y no lo perjudicial a mis propósitos. En el ámbito moral poseer principios sólo de manera teórica no es suficiente, éstos se tienen que asentarse en mis sentimientos, los cuales me conducen a querer de manera efectiva lo conveniente y lo justo. No me es suficiente saber que es el bueno, éste debe preocuparme, emocionarme para que mi voluntad lo quiera sin titubeos.

Intentar construir una ética del hacer sólo sobre la base del conocimiento racional o la razón es un error. En tal caso estaríamos construyendo una ética intelectual o dianoética; pues la ética se asienta en lo sensitivo, señala Aristóteles. Y entre la ética racional y la sensitiva media la prudencia, que es una virtud intelectual siguiendo al Estagirita. La cual es el cálculo necesario para determinar el término medio.

La prudencia es una virtud racional a través de la cual expreso mi recta razón, que modula mis distintos sentimientos para obtener diferentes resultados. No existe una medida cuantificable de la prudencia. Cada persona encuentra su propia medida de valentía, de templanza, de magnanimidad, de amabilidad y de generosidad.

Lo no cuantificable del carácter moral nos señala que éste es una manifestación de la manera de ser de cada persona y de cada entorno social. Tenemos que la virtud de la prudencia hace de ésta una ética de situación. En este sentido, la ética se remite a situaciones particulares, no ha situaciones universales. Por tanto, no hay recetas, no hay fórmulas, no hay métodos establecidos para hacer lo que tenemos que hacer. Sólo tenemos esa relación de razón y emoción para actuar.   

La prudencia es una acción práctica, se adquiere por la experiencia no por medio de teorías. Hay un refrán que dice: «nadie escarmienta en cabeza ajena». En consecuencia, situamos el juicio moral en el contexto de acciones concretas y determinadas. Por medio de la prudencia disciplinamos nuestras emociones, hasta adquirir una sensibilidad que nos confiere la prudencia misma y de las otras virtudes sobre las que ésta actúa.

La virtud en lo que hacemos es un modo de ser; y el carácter moral es el producto de una sensibilidad que hemos desarrollado en conjunto con una serie de razonamientos. La prudencia me permite deliberar en situaciones en que se pueden dar distintas respuestas. Como señala Aubenque, ésta integra las facultades perceptivas, deliberativas, afectivas y prácticas para que puedan operar en conjunto.

Como apreciamos, la prudencia no es un mero comportamiento, no es una forma pacata de actuar. La prudencia nos permite desarrollar una relación intensa entre la racionalidad y la emocionalidad, que determina nuestro carácter moral, nuestro hacer en un mundo de acciones prácticas. Ésta es permite la confluencia de la tendencia racional y  emocional en función de fin.

Nuestra interrogante inicial adquiere sentido al ser percibida desde esta óptica, no es la moderación un hacer meramente racional, no se apela sólo a la razón, sino que confluyen prácticas afectivas y deliberativas en nuestro hacer ético. Ni la ética es un mero conocer teórico, ni universal.




PD. Visita en facebook: Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín

1 comentario: