¿Qué le
proporciona criterio a la moderación? Una respuesta puede ser el cálculo racional, el cual
acude en ayuda de los sentimientos, ya que éstos pueden desbordarse y llevar al
individuo a perder el control sobre sí mismo. Este cálculo puede dejar de ser
necesario cuando el comportamiento moderado se ha hecho hábito; a partir de
este momento vuelve a pertenecer al sentimiento, pues uno es moderado porque se
ha acostumbrado a serlo, porque siente que debe ser
así.
Lo que la razón no elimina la pasión, sólo
la modifica; la transforma en un sentimiento favorable a un fin, que será parte
del modo de ser del sujeto. Ésta será el móvil que incite a actuar a la
persona, ya que la razón sola es incapaz de hacerlo. Saber
molestarse adecuada y moderadamente es diferente para cada persona, según la
situación en que ésta se encuentre. Pues la medida universal de la moderación
no existe.
Entre mi
juicio racional y la acción se interpone un deseo que no siempre coincide con
aquél. Como individuo tengo la capacidad de desviarme de lo que mi recto juicio
me indica, por
ejemplo, me dejo arrastrar por el deseo de comer mucho dulce sin atender a la
razón que me recomienda que frene este deseo. Y esto se da por mi capacidad de
elegir, y en ésta está la posibilidad de escoger erradamente.
Muchas de mis
manifestaciones emotivas manifiestan esa intemperancia de la cual me dejo
llevar por el deseo, lo que hace que mis pasiones lleguen a ofuscar mi
razonamiento. Sé que la elección debe ser otra, pero actúo con debilidad y
precipitación. Donde prevalecen mis deseos sin medida éstos desvían mi voluntad
de actuar, ya que no hay acuerdo con el dictado de la razón, lo cual me lleva a
considerar que la razón por sí misma no produce conductas buenas.
Entonces es preciso que la razón actúe
sobre las emociones, las moldee para que éstas deseen lo favorable y no lo perjudicial a mis propósitos. En el ámbito
moral poseer principios sólo de manera teórica no es suficiente, éstos se
tienen que asentarse en mis sentimientos, los cuales me conducen a querer de manera
efectiva lo conveniente y lo justo. No me es
suficiente saber que es el bueno, éste debe preocuparme, emocionarme para que
mi voluntad lo quiera sin titubeos.
Intentar construir
una ética del hacer sólo sobre la base del conocimiento racional o la razón es un
error. En tal caso estaríamos construyendo una ética intelectual o dianoética;
pues la ética se asienta en lo sensitivo, señala Aristóteles. Y entre la ética
racional y la sensitiva media la prudencia, que es una virtud intelectual
siguiendo al Estagirita. La cual es el cálculo necesario para determinar el
término medio.
La prudencia es una virtud racional a
través de la cual expreso mi recta razón, que modula mis distintos sentimientos
para obtener diferentes resultados. No existe una medida cuantificable de la
prudencia. Cada persona encuentra su propia medida de
valentía, de templanza, de magnanimidad, de amabilidad y de generosidad.
Lo no cuantificable del carácter moral nos
señala que éste es una manifestación de la manera de ser de cada persona y de
cada entorno social. Tenemos que la virtud de la
prudencia hace de ésta una ética de situación. En este sentido, la ética se remite a situaciones particulares, no ha situaciones
universales. Por tanto, no hay recetas, no hay fórmulas, no hay métodos
establecidos para hacer lo que tenemos que hacer. Sólo tenemos esa relación de
razón y emoción para actuar.
La prudencia
es una acción práctica, se adquiere por la experiencia no por medio de teorías.
Hay un refrán que dice: «nadie escarmienta en cabeza ajena». En consecuencia,
situamos el juicio moral en el contexto de acciones concretas y determinadas. Por medio de la prudencia disciplinamos
nuestras emociones, hasta adquirir una sensibilidad
que nos confiere la
prudencia misma y de las otras virtudes sobre las que ésta actúa.
La virtud en
lo que hacemos es un modo de ser; y el carácter moral es el producto de una
sensibilidad que hemos desarrollado en conjunto con una serie de razonamientos. La prudencia me permite deliberar en situaciones en que se
pueden dar distintas respuestas. Como señala Aubenque, ésta integra las facultades perceptivas, deliberativas, afectivas y prácticas para que puedan
operar en conjunto.
Como
apreciamos, la prudencia no es un mero comportamiento, no es una forma pacata
de actuar. La prudencia nos permite desarrollar una relación intensa entre la
racionalidad y la emocionalidad, que determina nuestro carácter moral, nuestro
hacer en un mundo de acciones prácticas. Ésta es permite la confluencia de la
tendencia racional y emocional en
función de fin.
Nuestra
interrogante inicial adquiere sentido al ser percibida desde esta óptica, no es
la moderación un hacer meramente racional, no se apela sólo a la razón, sino
que confluyen prácticas afectivas y deliberativas en nuestro hacer ético. Ni la
ética es un mero conocer teórico, ni universal.
PD. Visita en
facebook: Consultoría y Asesoría Filosófica Obed Delfín
como superar la indefension pasiva
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