martes, 10 de junio de 2014

LA DIMENSIÓN ATÓPICA DEL SUJETO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Cercana a la memoria, está la dimensión atópica del individuo que desenmascara los intereses de la lógica del sistema, de la organización, esto es, de las relaciones de poder. No sólo la desmemoria es un signo de nuestro presente, convivimos en medio de relaciones anti-atópica. Pues ni el presente del pasado ni presente del futuro nos despiertan interés. Cada individuo se acostumbra a dar por satisfecho con un presente simple y fugaz, la  instantaneidad del vivir; que está fuera de toda vinculación con el pasado que hay que recrear y del futuro que hay que anticipar.

Relaciones de individuos en una sociedad sin esperanza, ya que estamos arrogados en un mundo en el que el presente es sólo presente. Nos movemos en un conglomerado, en el cual se ha desvalorizado la esperanza, los sueños diurnos, la imaginación, la ficción; que necesita vivir del fin de la atopía, porque las relaciones de poder no toleran la crítica. Desde la memoria y la atopía, la crítica es posible.

La atopía constituye una dimensión de la condición del ser, que se concreta aquí y ahora. Porque la atopía se funda en la esperanza que da paso al análisis de la cultura actual, donde que hay algo que aparentemente no es disponible, no determinable, no deducible a partir de la lógica tautológica de la memoria, en ésta comenzamos con las manos vacías.

Lo que nos ha constituido como sujetos es nuestra negativa a aceptar el mundo, lo dado, lo fáctico, la realidad misma como algo ya terminado. Por ello, el individuo aparece como un ser que es capaz de desear lo imposible, ya que existe una diferencia entre lo que es y lo que puede llegar a ser. En este aspecto, la esperanza es una apertura, una insatisfacción.

La esperanza está en el hacer de la existencia, es un salirse de sí; de este modo la persona es capaz de trascender las circunstancias actuales, de ir más allá de las condiciones que le dicta e impone el presente. La atopía se basa en el deseo. Desde allí que la mujer y el hombre sean seres deseantes, buscadores de algo, menesterosos, seres carentes, que comienzan la búsqueda con las manos extendidas.

Desde pronto la persona busca algo. Pide algo, y grita. No tiene lo que quiere, pero hay que aprender a lograrlo. La esperanza necesita de la formación del sujeto. Debemos aprender a gobernar la esperanza, porque lo que se desea no está, ni llega pronto o nunca llega oportunamente. El gobierno de la esperanza, como el gobierno de las emociones nos permite no caer en la desesperanza, que llega a ser destructiva, que rompe y manipula todo lo que toca. La esperanza pertenece al espíritu siempre naciente, por ello el espíritu que ha envejecido  ya no tiene la esperanza nada, no es capaz de esperar.

Desde el principio en el espíritu naciente hay el deseo de ser otro, de ser algo otro. Existe el deseo de ser algo por-venir. Se parte de la imitación, de la mímesis. Somos seres miméticos, deseamos lo que los otros desean. La mímesis es un instrumento antropológico y pedagógico, que encierra la pregunta de ¿el cómo quién? Toda nuestra existencia está cruzada por el sueño diurno del principio de la esperanza.

Estos sueños diurnos nos sirven de apoyo para el inconformismo, la desesperanza, la abulia. Nuestros sueños diurnos funcionan abiertamente, en ellos deseamos. No obstante, el deseo siempre es insatisfecho, no se conforma con lo que consigue siempre aspira a más; como lo expone el divino Platón, con respecto al amor, en el “Banquete”. El deseo es impulso permanente y fundamental, con él soñamos nuestra felicidad; aunque no hay respuesta universal a la pregunta sobre la naturaleza de la felicidad.

El sueño atópico me incita a una vida plenamente humana. En este sueño deseo de viajar, por ello no quedo atado a un lugar; me muevo casi a mi antojo del lugar y de la situación en que me encuentro. Evado las relaciones de vigilancia, lo panóptico, muestro su inhumanidad que niega los sueños diurnos como principio de esperanza. En quienes no encuentran salida a la decadencia se manifiesta el miedo a la esperanza y contra la esperanza.

En ese momento, el miedo se manifiesta como la máscara sujeto; del fenómeno soportado pero no entendido, de lo lamentado pero no transformado. Y se inaugura, entonces, el ser realista, que según la racionalidad instrumental consiste es vivir de acuerdo con lo que las cosas son. Lo contrario, se dice, es ser un idealista, un soñador, alguien que no tiene los pies sobre la tierra. Desde este punto de vista, el ser realista se opone a la esperanza, a la atopía; es un realismo que se funda en la tiranía del presente absoluto.

Se renuncia a la esperanza, al espíritu naciente, a la voluntad de poder. Sólo dirigimos nuestra intención y esfuerzo a aquellos objetivos alcanzables, llenos de nuevas ganancias, pero carentes de atopía. Un individuo sin esperanza carece de movimiento; está condenado a ser alucinado por los pragmáticos de turno que invocan la inmovilidad de las cuestiones. Que pretenden que las personas se plieguen a la desesperanzada, a la opacidad de la realidad presente. Entrampados en estos pragmáticos somos incapaces de imaginar y analizar las alternativas y opciones abiertas a las oportunidades. Es la dimensión atópica del sujeto la que abre la condición de la posibilidad.




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