miércoles, 4 de junio de 2014

LA MEMORIA DE LA DESMEMORIA: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La avidez de la novedad es una imposición. El recordar, por su parte, lo que no hemos vivido es un recordar a partir de la lectura del relato testimonial, intersubjetivo y vital. Esta es la lectura existencial. La diferencia entre la lectura histórica y existencial es relevante. La lectura histórica tiende a considerar el pasado como algo acabado. Para la lectura existencial, en cambio, la transmisión del pasado es una re-interpretación, una re-contextualización; por tanto la comprensión es una actitud creadora. Comprender es hacer participar lo pasado como algo actual.

La lectura existencial lee el palimpsesto desde el punto de vista de la memoria que recrea. En este sentido, se establece una relación ética, que conforma el carácter social entre los individuos. Preguntar al pasado no es un acto de añoranza fatua de lo que sucedió alguna vez, no es un intento de volver atrás; es la posibilidad de romper con la lógica del presente, con la uniformidad del lenguaje. En este caso, la memoria es formación de ethos, estructuración ética del recuerdo, de lo que está ausente de mí y del otro. Como señala Michaels, la memoria es moral, lo que recordamos reflexivamente es lo que recuerda nuestra conciencia, nuestro pensar-hacer.

            De lo que se trata, es que nos demos cuenta que para que tenga lugar una configuración de la subjetividad es necesaria la memoria. Por lo tanto, la cultura amnésica conduce a una crisis de identidad y de alteridad, porque en la amnesia olvidamos quiénes somos, y también olvidamos a los otros. Sin el otro no hay ni pasado, ni presente, ni futuro. Sin el otro no hay tiempo. Porque el otro es el tiempo que nos remite a un pasado que no puede olvidarse y a un futuro que todavía no existe pero que ya nacerá. El otro es mi presente en el pasado, sin él el barrio se puebla de soledad, de ausencia.

La crisis de la identidad es lo brumoso del recuerdo; de nuestra historia, de una determinada manera de entender nuestra historia. La historia como narración que me pertenece, como memoria que me constituye, que me da significado. En la desmemoria la subjetividad se vacía, porque el otro ha sido olvidado y negado.

El sujeto deambula insomne porque ya no hay memoria del pasado de aquellos que ya no están para contarlo, del pasado que se aleja de su forma de relato. Un pasado que está latente, que no está acabado, ni clausurado. Sólo está allí, a la deriva. El individuo parece estar construido en función de un progreso que ha terminado con su propia identidad. Lo que importa es el presente y, sobre todo, el futuro. Mirar al pasado es, ahora, una actitud depresiva. El éxito, el bienestar, la felicidad se construye sobre la desmemoria del ser. Pero, entonces, descubrimos que este progreso es el precio que los vencedores hacen pagar a los vencidos como algo natural y aceptado.

El hombre y la mujer vuelven los ojos al pasado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos al igual que su boca. Sus brazos extendidos. El pasado que se constituye como una cadena de datos, de opiniones, argumentos, sueños; ahora lo vemos como una catástrofe. El sujeto quisiera volver al pasado, para despertar sus recuerdos pero ya no es posible. La turbulencia del progreso lo empuja hacia el futuro, y para existir necesita darle la espalda al pasado y a la memoria. A la negación de su ser.  

El hombre, la mujer quieren pararse, echar una mano a lo caído y resucitar lo han sido y lo que son. El torbellino del presente los empuja hacia adelante. El individuo ya no se encuentra y no puede hacerse cargo de sí mismo. Hay que hacer frente al viento del presente absoluto para solidificar al sujeto. El drama está en la incomprensión del presente-progreso que se ha convertido en finalidad de las personas, y no la persona en la finalidad del progreso. La transmutación del devenir.

En este sentido, en la memoria no hay nostalgia del pasado, sino la posibilidad de la reflexión, la crítica y la atopía. La memoria no es sólo el recuerdo del pasado, sino aquel recuerdo que nos permite actuar, analizar y re-significar el presente y desear un futuro en función de un ethos autoconstruido. De ahí que la memoria sea espacio-tiempo, pues en el rememorar está implícita la novedad y el cambio. Toda memoria es auténtica esperanza. No hay contradicción entre atopía y memoria, porque la atopía surge en el presente de posibilidades.

Se trata de dejar de entender la historia como un hecho homogéneo, como un conjunto de acontecimientos que se suceden acumulativamente; se trata de concebirla como memoria, es decir, como un espacio-tiempo crítico, un espacio-tiempo que pone la mirada en el pasado para ser capaz de intervenir el presente. La memoria, así entendida, es recuerdo y crítica, también es posibilidad.

Reitero, la memoria no es una acumulación de datos del pasado. Hacer memoria no puede ser una obsesión depresiva, en este caso sería una perversión de la memoria. Por el contrario, la memoria es selectiva. Recordamos y olvidamos, en toda memoria hay olvido. De allí también su contingencia, pues el individuo es por naturaleza olvidadizo; necesita olvidar y le es necesario. Pero está presto para recordar.

La memoria, desde este punto de vista, es responsabilidad. Sin memoria no se tiene en cuenta al otro, carecemos de espacio- tiempo. La memoria es el otro. El olvido se va haciendo característica común a todas las relaciones de poder, pues conlleva al olvido de los otros. Se hace necesario borrar el recuerdo, no dejar huella del otro borrando así todo rastro de mi propia identidad. La voluntad de recuerdo nos perpetúa en la vida.


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