La última
cuestión existencial es la muerte, y este tema se evita en la medida de lo
posible. La falta de espiritualidad, característica de nuestra sociedad, se
refleja en el hecho de que todos negamos, de alguna manera, la existencia de la
muerte. La muerte no tiene cabida en el esquema mecanicista de nuestras vidas.
La distinción entre una buena muerte y una mala muerte no tiene sentido, la
muerte es simplemente el momento en que la maquina social, organizacional,
corporativa, y particularmente la del cuerpo, se para definitivamente.
En nuestra
cultura hace tiempo que no se practica el arte de morir, y todos hemos olvidado
el hecho de que es posible morirse sin estar enfermo, podemos morir de mengua,
y esto se da en muchos sentidos. En el pasado una de las funciones más
importantes de un buen del consejero, del terapeuta, leamos a Seneca o a
Epicuro, era proporcionar apoyo y
cuidados a los moribundos y a sus familias. En la actualidad no estamos preparados
para ocuparnos de los moribundos, porque tenemos muchas dificultades para
enfrentarnos con el fenómeno de la muerte y darle un sentido a ésta. Sólo damos
loas a la vida, y aquella siempre nos sorprende en su aplastante realidad.
Para ellos, la
muerte social, profesional, corporativa, matrimonial, corporal, tienden a ser
un fracaso de la técnica. Nuestros cadáveres los trasladamos a altas horas de
la noche y en secreto. Todos parecemos tenerle más miedo a la muerte que a las
demás situaciones y circunstancias. Aun cuando ha habido un cierto renacimiento
espiritual, nuestra actitud ante la muerte no ha cambiado considerablemente y
no ha logramos incorporarla del todo. Los individuos al terminar sus servicios
laborales en las instituciones, corporaciones, empresas no saben qué hacer con
lo que queda de ellos, e incluso las empresas tienen programas para dejarlos
libres, después que se ha negado la muerte hasta el último día.
Las repercusiones
de la imagen cuerpo-máquina impactan en nuestro hacer. La visión mecanicista del
organismo humano, social, corporativo fomenta la idea de una salud mecánica
exitosa, que reduce todo padecimiento a una avería técnica y la terapéutica a
una simple manipulación mecánica. Esta táctica ha sido fructífera en muchos
casos, no se niega; pero no lo ha sido siempre. La tecnología terapéutica ha
ideado métodos para arreglar partes de ese cuerpo-máquina; lo cual ha aliviado
el padecer y las molestias de muchas personas, pero también ha contribuido a
deformar la visión de la salud.
La imagen del
organismo humano como máquina propensa a continuas averías, que debe ser revisada
y tratada con diversos medios, es muy común y pan de cada día. No se transmite
la noción del poder curativo intrínseco del organismo y su tendencia a
conservar la salud; no se promueve la confianza de los individuos en su propio
organismo, ni tampoco se acentúa la relación entre salud y modo de vida. Se nos
incita a suponer que los especialistas que se dedican a ello pueden arreglarlo
todo, sin tener en cuenta nuestro sistema de vida. Se da por un hecho que
nuestro modo de vida está separado de nuestra salud, de nuestra confianza.
Resulta
sorprendente e irónico que los modelos o paradigmas sociales más exitosos
sufran de esta visión mecanicista la de salud, al descuidar las circunstancias
cargadas de estrés en su vida profesional; al olvidar mantener su cuerpo y su
alma en armonía con su entorno. Tales paradigmas sociales tienen una actitud y
un modo de vida perjudiciales para la salud, que generan una gran cantidad de
enfermedades.
En el ámbito
corporativo, la gerencia adquiere costumbres poco sanas al entrar en la
facultad de la competencia, donde el aprendizaje se convierte en una
experiencia cargada de estrés. El malsano sistema de valores que domina nuestra
sociedad encuentra una de sus expresiones más extremas en la educación
gerencial. Las virtudes que se transmiten son las más competitivas. En el mundo
de la gerencia se presenta la competitividad violenta como una virtud, y se
acentúa el enfoque agresivo en el cuidado de los fines de ésta.
La postura
agresiva se manifiesta en las metáforas que describen las acciones en un lenguaje
bélico. Por ejemplo, se dice que hay que «invadir» el mercado, «bombardear» a
los consumidores, y las acciones emprendidas contra la competencia se suele
comparar con una guerra. La práctica gerencial perpetúa los modelos de
comportamiento y las actitudes de un sistema de valores, que cumple una función
significativa en el surgimiento de muchas de las enfermedades sociales.
La gerencia
genera estrés en su círculo y olvida enseñarles como enfrentarse con él.
Inculcar la idea de que los intereses de la corporación están en primer lugar,
y que el bienestar de la gerencia es secundario es perjudicial en esta enseñanza.
Se considera que esto es necesario para crear una relación de compromiso y
responsabilidad. Para fomentar esta actitud, la gerencia se concibe como muchas
horas de trabajo y muy poco tiempo libre, es el fin del éxito. Este modelo se
repite, porque es la norma, en muchos programas terapéuticos de formación y
certificación.
Muchas
personas prosiguen esta práctica en su vida personal y profesional, no es nada
raro que un individuo trabaje durante todo el año sin tomarse vacaciones, tras
la búsqueda paradójica del bienestar. El excesivo estrés se agrava por el hecho
de que continuamente trata con personas que están terriblemente ansiosas o
profundamente deprimidas, lo que hace más intenso el trabajo cotidiano. Por
otra parte, se nos ha enseñado a utilizar un modelo en el que las fuerzas
emocionales carecen de importancia y, por tanto, tendemos a olvidarlas en
nuestras propias vidas.
PD. Visita en
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