miércoles, 25 de junio de 2014

DE LA BIOPOLÍTICA A LA BIOGERENCIA (LA VISIÓN MECANICISTA): CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

La última cuestión existencial es la muerte, y este tema se evita en la medida de lo posible. La falta de espiritualidad, característica de nuestra sociedad, se refleja en el hecho de que todos negamos, de alguna manera, la existencia de la muerte. La muerte no tiene cabida en el esquema mecanicista de nuestras vidas. La distinción entre una buena muerte y una mala muerte no tiene sentido, la muerte es simplemente el momento en que la maquina social, organizacional, corporativa, y particularmente la del cuerpo, se para definitivamente.

En nuestra cultura hace tiempo que no se practica el arte de morir, y todos hemos olvidado el hecho de que es posible morirse sin estar enfermo, podemos morir de mengua, y esto se da en muchos sentidos. En el pasado una de las funciones más importantes de un buen del consejero, del terapeuta, leamos a Seneca o a Epicuro,  era proporcionar apoyo y cuidados a los moribundos y a sus familias. En la actualidad no estamos preparados para ocuparnos de los moribundos, porque tenemos muchas dificultades para enfrentarnos con el fenómeno de la muerte y darle un sentido a ésta. Sólo damos loas a la vida, y aquella siempre nos sorprende en su aplastante realidad.

Para ellos, la muerte social, profesional, corporativa, matrimonial, corporal, tienden a ser un fracaso de la técnica. Nuestros cadáveres los trasladamos a altas horas de la noche y en secreto. Todos parecemos tenerle más miedo a la muerte que a las demás situaciones y circunstancias. Aun cuando ha habido un cierto renacimiento espiritual, nuestra actitud ante la muerte no ha cambiado considerablemente y no ha logramos incorporarla del todo. Los individuos al terminar sus servicios laborales en las instituciones, corporaciones, empresas no saben qué hacer con lo que queda de ellos, e incluso las empresas tienen programas para dejarlos libres, después que se ha negado la muerte hasta el último día.  

Las repercusiones de la imagen cuerpo-máquina impactan en nuestro hacer. La visión mecanicista del organismo humano, social, corporativo fomenta la idea de una salud mecánica exitosa, que reduce todo padecimiento a una avería técnica y la terapéutica a una simple manipulación mecánica. Esta táctica ha sido fructífera en muchos casos, no se niega; pero no lo ha sido siempre. La tecnología terapéutica ha ideado métodos para arreglar partes de ese cuerpo-máquina; lo cual ha aliviado el padecer y las molestias de muchas personas, pero también ha contribuido a deformar la visión de la salud.

La imagen del organismo humano como máquina propensa a continuas averías, que debe ser revisada y tratada con diversos medios, es muy común y pan de cada día. No se transmite la noción del poder curativo intrínseco del organismo y su tendencia a conservar la salud; no se promueve la confianza de los individuos en su propio organismo, ni tampoco se acentúa la relación entre salud y modo de vida. Se nos incita a suponer que los especialistas que se dedican a ello pueden arreglarlo todo, sin tener en cuenta nuestro sistema de vida. Se da por un hecho que nuestro modo de vida está separado de nuestra salud, de nuestra confianza.

Resulta sorprendente e irónico que los modelos o paradigmas sociales más exitosos sufran de esta visión mecanicista la de salud, al descuidar las circunstancias cargadas de estrés en su vida profesional; al olvidar mantener su cuerpo y su alma en armonía con su entorno. Tales paradigmas sociales tienen una actitud y un modo de vida perjudiciales para la salud, que generan una gran cantidad de enfermedades.

En el ámbito corporativo, la gerencia adquiere costumbres poco sanas al entrar en la facultad de la competencia, donde el aprendizaje se convierte en una experiencia cargada de estrés. El malsano sistema de valores que domina nuestra sociedad encuentra una de sus expresiones más extremas en la educación gerencial. Las virtudes que se transmiten son las más competitivas. En el mundo de la gerencia se presenta la competitividad violenta como una virtud, y se acentúa el enfoque agresivo en el cuidado de los fines de ésta.

La postura agresiva se manifiesta en las metáforas que describen las acciones en un lenguaje bélico. Por ejemplo, se dice que hay que «invadir» el mercado, «bombardear» a los consumidores, y las acciones emprendidas contra la competencia se suele comparar con una guerra. La práctica gerencial perpetúa los modelos de comportamiento y las actitudes de un sistema de valores, que cumple una función significativa en el surgimiento de muchas de las enfermedades sociales.

La gerencia genera estrés en su círculo y olvida enseñarles como enfrentarse con él. Inculcar la idea de que los intereses de la corporación están en primer lugar, y que el bienestar de la gerencia es secundario es perjudicial en esta enseñanza. Se considera que esto es necesario para crear una relación de compromiso y responsabilidad. Para fomentar esta actitud, la gerencia se concibe como muchas horas de trabajo y muy poco tiempo libre, es el fin del éxito. Este modelo se repite, porque es la norma, en muchos programas terapéuticos de formación y certificación.

Muchas personas prosiguen esta práctica en su vida personal y profesional, no es nada raro que un individuo trabaje durante todo el año sin tomarse vacaciones, tras la búsqueda paradójica del bienestar. El excesivo estrés se agrava por el hecho de que continuamente trata con personas que están terriblemente ansiosas o profundamente deprimidas, lo que hace más intenso el trabajo cotidiano. Por otra parte, se nos ha enseñado a utilizar un modelo en el que las fuerzas emocionales carecen de importancia y, por tanto, tendemos a olvidarlas en nuestras propias vidas.




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