martes, 18 de marzo de 2014

UNO MISMO COMO CENTRO Y MI MIRADA A TRAVÉS DEL MUNDO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El conocimiento de uno mismo significa, en Platón, distanciarse cognitivamente de este mundo de apariencias, para mirar hacia el topos de las ideas en el cual estaba la verdad. Para los estoicos, por el contrario, para conocerse a uno mismo no es necesario este alejarse del mundo.

En el conocimiento de uno mismo, según el párrafo anterior, no se plantea una alternativa, en términos de o uno conoce la naturaleza de las cosas o uno se conoce a sí mismo. No hay tal alternativa. Puesto que, uno sólo se conoce a sí mismo teniendo sobre la naturaleza un punto de vista, un conocimiento, un saber amplio que permite conocer la organización general de ésta y los detalles de la misma. Esto es, no puedo conocerme a mí mismo sino conozco la naturaleza de las cosas.

Para los epicúreos, el conocimiento de la naturaleza tiene la razón fundamental de liberarnos de nuestros miedos y de los mitos que nos abruman. El conocimiento estoico, por su parte, trata de conocer las cosas y entre éstas a nosotros mismos, para permitimos entendernos a nosotros mismos en el aquí y ahora en que nos encontramos, es decir, el conocimiento estoico tiene como fin el re-situarnos en un mundo totalmente racional y tranquilizador. 

El mundo estoico donde una providencia divina nos ha colocado y en donde estamos; una providencia que nos ha situado en el interior de una cadena de causas y efectos, necesarias y razonables; las cuales debemos aceptar si queremos realmente liberarnos de este encadenamiento a través de una única forma posible: el reconocimiento de la necesidad del encadenamiento. Acá priva la concepción del destino y el conocimiento de éste como modo de estar y conocer el mundo, y de la liberación a través de conocernos a nosotros mismos.

El conocimiento de mí mismo y el conocimiento de la naturaleza de las cosas, según los estoicos, no se encuentran en una oposición alternativa, ambos conocimientos están absolutamente ligados entre sí.  En tanto que el conocimiento de la naturaleza me revelará que soy un punto, cuyo único problema consiste en situarme, a la vez, allí donde me encuentro y aceptar el sistema de racionalidad que me ha insertado en este lugar del mundo.

En este sentido, para el estoicismo, no perder de vista y recorrer con la mirada el conjunto del mundo son dos actividades indisociables entre sí, a condición de que exista el movimiento espiritual en el cual el sujeto se establece desde sí mismo y a sí mismo el máximo de distancia que hace que el sujeto alcance la cima del mundo, el lugar más próximo a dios participando de este modo de la actividad de la racionalidad divina. Insertarse en el mundo y no desligarse de él, explorar sus secretos en lugar de dirigirse hacia los secretos interiores, en esto consiste la virtud del alma. Y el alma que está en comunicación con todo el universo y explora todos sus secretos, puede controlarse en sus acciones y en sus pensamientos.

Por otra parte, existen dos componentes esenciales en el retorno hacia mí mismo, en este volver sobre mí mismo. En esta expresión del volver sobre mí mismo aparece la idea de un movimiento real del sujeto que soy con relación a mí mismo. No se trata de la preocupación de cuidar de mí o de permanecer vigilante en lo que concierne a mí mismo; se trata de un desplazamiento del sujeto que soy con relación a mí mismo. Esto es, el sujeto que soy debo de ejercitarme en algo que soy yo mismo.

Los términos desplazamiento, trayectoria, esfuerzo, viaje, movimiento… todos estos términos pertenecen a la idea de una conversión de mí mismo. Y en esta idea de la conversión de mí mismo nos encontramos con el tema del retorno. Estos dos elementos —el desplazamiento del sujeto hacia sí mismo y el retorno de uno a sí mismo— son con frecuencia expresados sirviéndose de la metáfora de la navegación.

La idea, el argumento, el juicio de que existe una trayectoria a seguir para llegar al puerto de la salvación a través de peligro, implica que se precisa una técnica, un saber complejo, a la vez teórico, práctico y coyuntural que es el saber propio de quien gobierna un barco, el timonel de la nave barco. Platón hace uso de esta metáfora de manera maravillosa en la República, que ha signado la expresión la nave del Estado.

A esta imagen del timonel que navega se han vinculado tres técnicas de conocimiento. Primero, la medicina (curar). Segundo, el gobierno político (dirigir a los otros). Tercero, la dirección de uno mismo (gobernarse a sí mismo) que es de lo que estamos tratando acá. En esta práctica de uno mismo, el yo aparece en el horizonte como el puerto de una trayectoria incierta, en la cual se da la peligrosa trayectoria de la vida.


En esta aparente navegación que constituye la empresa para reconstruir una ética de mí mismo; en este aparente movimiento que me obliga a referirme sin cesar a esta ética del uno mismo sin proporcionarle jamás un contenido, me parece que en ella hay que sospechar de una cierta incapacidad para fundamentar una ética. Pues, en las relaciones de poder, en el gobierno de uno mismo y de los otros, en la relación de uno para consigo mismo, esto constituye una cadena, una trama, un espectáculo. Y es justamente en ese espacio, en torno a estas nociones, en donde se deben articular las cuestiones de la ética; que como sabemos la de ética de uno mismos es asimismo la ética del otro y con el otro.

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