viernes, 21 de marzo de 2014

DEL SUJETO COMPLACIDO AL SUJETO CREADOR DE SÍ MISMO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El sujeto se distingue por su actitud; éste observa, comprueba, mide la situación, planea, decide y pasar a la acción. Su modo de actuar en la vida es dinámico y marca una inscripción en la movilidad de su espacio-tiempo. No obstante, las palabras son dichas al vuelo, en cualquier instante. No hay agudeza en ello, de este modo provoca movimientos desorientados hacia nuevas direcciones, a partir de ellas los datos son modificados.
           
Tácticas y estrategias en las palabras del sujeto producen efectos desconcertantes, encantadores, seductores, rematadores, muestran al menos que una disposición de medios para plegarse a la realidad a su voluntad. Lo mismo sucede con sus gestos y sus actos, cuyos efectos residen en la producción de un poder de atracción o repulsión.

Hay que desconfiar de las palabras porque, a menudo, sirven para enmascarar la realidad. Entre la palabra, ese arte de pintarse y conocerse en sus rasgos, en sus formas, en sus múltiples aspectos, el sujeto debe aprehender las múltiples situaciones en las que se encuentra, considerar sus reacciones posibles y evaluar las oportunidades antes de encarar cualquier acción.

El sujeto domador de energía y acompañante del tiempo se inscribe dentro de unas relaciones con lo fuera, que lo transforma en individuo que obedece una palabra exterior a él, y le otorga una base a sus acciones. Al aceptar someter sus deseos y sus instintos a una trascendencia está optando por encontrar un orden fuera de él mismo.

Ese trayecto lo lleva fuera de sí mismo donde abandona su soberanía; consintiendo así a una servidumbre voluntaria, se transforma en la piel de un otro. Dócil y sumiso aspira al mimetismo y la inmovilidad. Su goce consiste en encontrar en el espejo una cara conocida, que no es la suya; su principio es pasivo y reactivo espera que la información de su energía llegue del exterior de acuerdo con leyes ya experimentadas.

Por qué optar por el estatismo, por la reproducción, por la repetición que es optar por la muerte del sujeto. Sumido siempre en lo idéntico, en lo anónimo, forma de lo neutro y lo muerto. La pérdida de identidad, del olvido de sí mismo, el deseo de irresponsabilidad e inocencia son versiones del desprecio por uno mismo.

El sujeto complacido está en fusionarse en lo unidimensional es una triste figura del parecer, un simulacro, una sombra de sujeto. Copia de una infinidad de duplicaciones desprovistas de valor. Es un sujeto de la periferia, de un punto X diría Heidegger. Un sujeto de los desaires del movimiento, es mera difracción en las modalidades de su aparición.

Sujeto ciego e impulsivo condenado, tal vez, al desorden. Destinado al vaivén y la adecuación de cada instante, a los caprichos de otra realidad. Al no tener espacio­-tiempo, sus impulsos son producto de la casualidad, del error. Pues, no dicta su ley, no la postula, no la crea, ni la desea.

En su inestabilidad es un yo desgarrado, una conciencia desventurada, diría Hegel; un espejo mentiroso que se devuelve contra sí mismo una imagen diferente, practica una psique de reflejo fiel, del desequilibrio, de la desarmonía realizada entre la energía y la forma que la contiene.

El sujeto-demiurgo anhela la dinámica y el cambio; su placer reside en la transformación, en el riesgo de su ser, en la vida; en el descubrimiento de situaciones y emociones; el compromiso consigo mismo es activo y voluntario; desea lo otro en tanto ese otro lo conforma como sujeto propio, se inventiva y experimenta sobre nuevas formas de pensarse, de reflexionarse, de sentirse, de vivirse.

Este demiurgo propone el amor a sí mismo, se considera una obra potencial. Desestructuración que se celebra, se construye a sí mismo en una perspectiva de cohesión, armonía y estructura. Este sujeto-demiurgo es una virtud, una actitud en acto, coincidencia con su propia voluntad. Examina su realidad y le da forma, hace surgir de ésta volúmenes éticos y densidades reflexivas-emotivas. Es una forma de sujeto.

Es fuerza, es voluntad creadora, determinación y plenitud ético-estética señalará Onfray.  Es elegancia, alegría; este sujeto es un artista cuyo objeto principal es el triunfo de su vida entendido éste como una lucha contra el desorden, lo informe, contra las facilidades superfluas en todos los órdenes.
           

En contrario al abandono y la flaccidez, al relajamiento, a la compañía de otros sin distinción. Sus conquistas son la firmeza y la tensión de la voluntad. Su hacer es una obra de arte que transformar el caos en formas, expresar un vivir, produce un gesto posible en sí mismo y en el otro.  Un escultor de su propia estatua, esto es, de su propia vida, de su propio hacer. Es la posibilidad de sí mismo, y la posibilidad del otro. Es un artesano, un demiurgo constructor de sí mismo, y por esta razón de lo otro. 

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