jueves, 20 de marzo de 2014

EL ETHOS, LA CONSTRUCCIÓN DEL SER QUE SOY: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

El ethos personal y social se construye a través de la adquisición de diversas virtudes, las cuales están ancladas en la razón y en el sentimiento; el fin de estas virtudes es que el sujeto desarrolle la función que le corresponde a él o desarrolle su función propia, es decir, que desarrolle su ser propio en su existencia.

Actuar sea en lo personal, lo interpersonal, lo social u organizacional es sólo un aspecto de la vida buena, ya que vivir bien supone desarrollar un determinado carácter, un determinado ethos, esto es, una determinada manera de ser lo que soy. No obstante, ¿qué será una buena vida? O ¿un vivir bien? Eso lo determinará cada individuo según su ethos personal y social.  

Este ethos a través del cual construyo mi ser me dispone a actuar en un sentido o en otro. El carácter con el cual me desarrollo consiste en un conjunto de cualidades, que voy incorporando e interiorizando en mí ser a modo de una segunda naturaleza. Pues, el ethos es educable y las idiosincrasias individuales condicionan sólo en parte lo que acabará siendo cada persona. 

La naturaleza que me da mi primera existencia no me hace ni bueno ni malo; seré lo uno o lo otro según las costumbres, el carácter que voy incorporando a mi modo de ser, a mi existencia. En la medida en cómo me construyo a mi mismo seré bueno o malo en mí actuar, porque así seré en mí ser. Pues, yo como sujeto que soy me conduzco en mi a mi existencia, aunque haya elementos que hacen que sea conducido a la existencia, peor estos últimos no me exculpan de mi responsabilidad conmigo mismo.

Mi ethos, sea personal o social, me dispone para la acción. En esta actuar lo que busco es estar bien conmigo mismo y con los demás, gozar de un máximo bienestar. Estoy dispuesto a hacer lo que me gusta y evito lo que me disgusta. El problema acá es que lo que me gusta o disgusta muchas veces no coincide con lo bueno o lo malo.

Queremos ser felices, y estamos empeñados en eso e incluso ya parece una obligación, pero tenemos que aprender a serlo. ¿Por qué tendríamos que ser felices? En primera instancia, porque convivimos en sociedad y es absurdo aspirar a ser feliz en solitario, sin tener en cuenta al resto de las personas con las que tenemos que convivir. No somos mónadas, sustancias indivisibles habitando universos singulares. Somos seres sociales mucho antes de ser seres individuales. 

Por este ser social que somos, es necesario adecuar nuestros deseos y nuestras preferencias privadas a ciertas aspiraciones y necesidades sociales, interpersonales, comunitarias, organizacionales… Por eso para aprender a ser feliz tenemos que modelar nuestro ethos, nuestro carácter en función de un aprendizaje colectivo-individual que igualmente nos constituye.

Ningún sujeto nace sabiendo discernir entre lo bueno y lo malo, no existe una disposición natural hacia lo bueno ni a lo malo, ni a sentir el placer y el dolor correcto. Eso se da sólo a través del aprendizaje colectivo-individual. Por eso la adquisición de virtudes está vinculada a la educación, sea ésta personal, social, racional, emocional… 

Este conjunto de virtudes que adquiero constituyen mí modo de ser; así como cada quien constituye su modo de ser a partir de las virtudes que ha adquirido para sí.

En mi ser ocurren tres tipos de cosas, entre otras más. Primero, las pasiones o las emociones que me sobrevienen sin quererlo, no son deliberadas; entre éstas está el miedo, el coraje, el amor, el odio… En segundo lugar, las facultades que me hacen ser capaz de entristecerme, alegrarme, amar… es decir, apasionarme de una manera o de otra; éstas corresponden con las condiciones neurofisiológicas que me permiten sentir emociones, mis facultades me dan una configuración propia.

Tercero, los modos de mi ser que determinan que me comporte bien o mal con respecto a las emociones; acá también soy una particularidad, no absoluta, entre muchas otras. Estos modos de ser o conjunto de virtudes es lo que llamamos actitudes. Unas actitudes que están conformadas por un sistema de valores, que orientan mi visión del mundo, que orientan mi conducta y hacen que ésta sea moralmente correcta o incorrecta. Las actitudes sería lo que los antiguos denominaban virtudes, que eran fundamentales en el hacer de una ética práctica.  

En la parte sensitiva de nuestro ser están las emociones y los sentimientos, que son el fundamento de la mayoría de las virtudes que Aristóteles llama éticas. Las virtudes dianoéticas o intelectuales, por su parte, se asientan en la parte racional de nuestro ser. La distinción entre lo sensitivo y racional y el lugar que las actitudes ocupan en cada una de estas partes configuran que los modos de ser moral tienen un soporte tanto emocional como intelectual.

Nuestro ethos y nuestra ética no es una regla dada exclusivamente por la razón sino en relación con las modulaciones de nuestras emociones. Relación a través de las cuales hemos aprendido a no reaccionar ciegamente ante las situaciones con que nos encontramos, sino hacerlo adecuadamente. ¿Qué llamamos adecuadamente en este contexto?

De acuerdo a la construcción de nuestro ethos, de nuestra actitud sensitiva-racional, sabremos manejar una emotividad adecuada ante situación vivida; no apasionada en exceso pero tampoco desapasionada. Estamos, pues, en la constitución de un aprendizaje de las emociones, de los sentimientos en relación con la razón, en la construcción de actitudes éticas capaces de responder de la forma más adecuada —de acuerdo a lo que soy, de acuerdo a la función propia de mi ser— ante una situación dada.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario